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Cristián Sáez: “Para vivir en calle tienes que ser fuerte”

15 Junio 2018 a las 13:37

Cristian es usuario del Programa de Acogida del Hogar de Cristo desde hace más de un año. En calle lleva viviendo cuatro; tiene 34, es padre de tres hijos. De aspecto alegre y sociable. Su vida ha sido difícil, dolorosa, solitaria. Ligada al abandono, al desamor y también a las malas decisiones.

Por Verónica Vidal

Su madre lo dejó al cuidado de su abuela desde que nació. A su padre nunca lo conoció. Sólo le han contado que es muy parecido a él. De sus tres hermanas menores poco ha sabido. A través de internet logró ubicarlas, pero al saber que están bien, no insistió más. “No quiero que ellas sepan que estoy en la calle. No quiero darles esa tristeza. Cuando salga de esto, las contactaré nuevamente”.

Creció en un ambiente vulnerable, en un barrio complicado, como lo llama él. Siendo muy joven, comenzó con el consumo de drogas. “He vivido cosas muy fuertes en mi vida. Las malas juntas me llevaron por los malos pasos, por las malas decisiones y por querer vivir la vida loca. A mis 18 años, me balearon en la cara y estuve al borde de la muerte. Intenté cambiar, pero las tentaciones fueron más fuertes”.

A los 19 años fue padre por partida doble. Embarazó a dos vecinas. Hoy sus hijos mayores tienen 14 y 13 años. “Mis hijos no me conocen, soy un completo desconocido para ellos; me tienen miedo. He tratado de acercarme, pero ha sido difícil. No me gustaría repetir mi historia, que mis hijos crezcan sin padre; no quiero que mis hijos se avergüencen de mí”.

SU PASO POR BOLIVIA

Durante diez años, estuvo detenido por narcotráfico en Bolivia y, desde que salió de prisión, ha vivido en situación calle. Al hablar de malas decisiones, esa fue la peor, sostiene Cristián. “Me involucré con personas realmente malas y lo pagué muy caro. Estuve 10 años detenido por narcotráfico en una cárcel de Bolivia. Ya es difícil estar preso, imagínate en otro país, solo. Nadie me fue a ver, ninguna visita y eso me hizo reflexionar y darme cuenta en el agujero en que estaba. En mi estadía en prisión, estuve enfermo, al borde de la muerte, por tuberculosis. En ese lugar, vi morir a muchas personas por diferentes circunstancias. En la cárcel viví lo peor que te puedas imaginar”.

En una población total de seis mil reclusos, sólo ocho eran chilenos. Recuerda que lo más terrible era cuando transmitían los partidos de fútbol entre Chile y Bolivia. “Para nuestro pesar siempre ganaba Chile y teníamos que estar encerrados por días, para que no nos atacaran. El odio hacia el chileno se agravaba más en estas circunstancias”.

Mientras estuvo recluido nadie lo visitó. “Fueron diez largos años encerrado, nadie me fue a ver. Estuve completamente solo. Yo sé que hice cosas malas, pero pagué mi condena y ahora sólo quiero una nueva oportunidad, quiero salir adelante”.

RETORNO A CHILE

Luego de salir de prisión y en completa soledad, retornó a Chile. Decidió recomenzar su nueva vida en Iquique. “En esa ciudad viví dos años en calle. Asistí al Centro Diurno del Hogar de Cristo, lugar donde me brindaron comida y ropa”.

Residiendo en esta ciudad conoció a la madre de su tercer hijo, quien también vivía en calle. “Me enamoré. Era mi compañera de vida. A pesar de estar en la calle, éramos muy felices. Trabajábamos juntos limpiando autos, pero su embarazó cambió todo. Yo no iba a permitir que mi hijo naciera en la calle, por lo que decidimos regresar a Santiago y comenzar una nueva vida”.

Una vez en la capital, su existencia cambió por algunos meses. Tenía un lugar donde vivir y un trabajo estable, era ayudante de cocina en una parrilladas. Su hijo menor había nacido y su vida parecía tener un buen rumbo, pero producto, nuevamente, de las malas decisiones lo perdió todo: su familia, su trabajo y sus sueños. Volvió a vivir en calle. Hoy lleva cuatro años viviendo en situación de calle.

-¿Cómo llegaste al Programa de Acogida del Hogar de Cristo?

-Un día estando en Mapocho, conocí a un muchacho, quien también vivía en calle. Nos quedamos compartiendo toda la noche y, al amanecer, me comentó que conocía un lugar donde podemos ducharnos con agua caliente y tomar desayuno. Desconfiado le dije: ¿Dónde está esa maravilla? y resultó ser el Hogar de Cristo. Recuerdo que nos atendieron con cariño y dedicación, hasta una sicóloga nos entrevistó y, desde hace un año, no he fallado ningún día. Vengo de lunes a viernes. Imagínate lo que es vivir en calle y venir acá y ducharte con agua caliente. Te ayuda a botar todo lo malo de la noche.

-¿Cómo es tu día en la calle?

-Mis días son bien rutinarios. Pasó la noche en un banco de una plaza del sector sur de la ciudad, cerca de mi familia. Luego, me levanto y voy al Programa de Acogida del Hogar de Cristo. Me baño y tomo desayuno. Soy vendedor ambulante, vendo parches en el centro. La plata que gano se la envío a mis hijos, para que compren sus cositas. Almuerzo en Fray Andresito, en Recoleta. En las tardes sigo vendiendo parches y al llegar la noche me voy a dormir al banco de la plaza. Estoy en la calle porque no tengo otra posibilidad. Estoy en un hoyo. Quiero salir de la calle. Estoy remando para salir de esto. Estoy cansado de ser siempre fuerte, de estar siempre alerta. Para vivir en la calle tienes que ser fuerte, sino la calle te lleva.

Afirma que ha sobrevivido a tanto: balazos, asaltos, drogas, peleas. Y que, pese a todo, cree en Dios Sostiene: “Si no me ha llevado aún es porque debe tener un gran propósito para mí y espero que ese plan pase por cumplir mis sueños: tener mi casa propia para vivir con mi hijo, mi pareja y no volver nunca más a la calle, y quién sabe, en un futuro cercano, estudiar gastronomía, especializarme en cocina chilena y ser un gran chef.

Según la información entregada por el Segundo Catastro de Personas en Situación de Calle (2011), se estima que más de 15 mil personas en Chile viven en situación de calle. De ellas, el 47% de las personas se encuentra en la región Metropolitana. El 84% de ellas corresponden a hombres y sólo un 16% a mujeres. Un 37% de las personas catastradas, indica como causante de su situación, los problemas familiares. El 41.5% presenta consumo problemático de alcohol y un 19.9% de otras drogas

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