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Malucha Pinto: “¿Dónde están los hombres? Depilándose las cejas”

23 Agosto 2016 a las 17:58

Enrique Solari escapó de Chile durante la cruenta revolución de 1891. En Panamá trabó amistad con un nicaragüense que lo invitó a su casa. Allí, de sólo ver a Josefina, una bella mulata quinceañera, se enamoró… y la raptó.

Parece novela, pero es realidad pura. De esa unión nació la destacada bailarina Malucha Solari, mamá de la actriz Malucha Pinto, quien en su cálida casa de Peñalolén, nos hipnotiza con las andanzas de sus antepasados. “Mi abuelita Josefina fue dada a esa familia como ‘hija de cría’. Ramona, su mamá había quedado viuda de su marido, un zapatero negro, que le dejó 9 hijos, así que no le quedó otra que regalar algunos”.

Por Ximena Torres Cautivo.

Por el lado paterno, desciende de los ex presidentes  Francisco Antonio Pinto y Aníbal Pinto Garmedia.  Aníbal Pinto Santa Cruz, su papá, es autor de “Chile, un caso de desarrollo frustrado”, que da cuenta de sus ideas de izquierda y su inclinación por lo social.

El economista y la bailarina de raíz mulata se conocieron cuando él la vio en el ballet ‘Giselle’. “Después de un largo cortejo, se casaron y nací yo y mi hermano. Luego nos fuimos a vivir a Río de Janeiro”.

-Estás ligada a lo negro por sangre y por tu infancia en Brasil.

Sí, en mi familia se ha dado siempre la cruza de razas: mi abuelo blanco, mi abuela mulata; mi bisabuela blanca, su marido negro. Soy de cabeza mestiza, eso está en mi manera de crear, de sentir.

-Siendo así, ¿te cuesta comprender al que discrimina?

No. Yo también tengo espacios donde el que es distinto me provoca rechazo -confiesa, avergonzada-. En cuestiones políticas, soy intolerante. Me cuesta abrirme a personas con pensamiento de derecha, que es tan distinto al mío. Aunque cuando logro traspasar la barrera de las ideas  y conozco a las personas en su humanidad, digo: ¡Chuta, somos iguales!

La casa de la actriz tiene algo orgánico. Es curva, los espacios son abiertos y tibios, las paredes rojizas y abundan los altares, que son “la manifestación de mi universo de creencias, de mi vínculo con el espíritu. Mi sentido de trascendencia tiene mucho que ver con mis raíces africanas. Yo canto, bailo, cocino, me gusta prender el fuego, tengo una ritualidad arcaica”.

Conversamos en su dormitorio del segundo piso. Desde ahí se ve la cama donde duerme Tomás Eyzaguirre, el menor de sus dos hijos, que acaba de cumplir 28 y nació con parálisis cerebral, y es absolutamente dependiente. “Él me ha traído lo ecléctico, el abrirme a lo impensado, a otras comprensiones”.

Cuando tenía 32, Malucha estaba pasando por “una gran crisis de sentido”. Conocer a la astróloga Elia Parada, que le hizo su carta astral y le dijo que vendría un niño que la transformaría, coincidió con el deseo de formar familia  de su pareja de entonces, el cineasta  Joaquín Eyzaguirre, hijo de Delfina Guzmán y hermano de Nicolás, el ministro.  “Ahí me abrí a lo femenino y eso fue crucial en ese momento de carencia de sentido. Después llegó el Tomi”.

Ella le tenía tirria a lo femenino. “Veía a mi mamá regia, mina, más seductora que yo, y preferí identificarme con mi papá. Cuando él murió, nos acercamos y empecé a descubrir la tremenda bailarina, artista, profesora que había sido. Fue una mina atómica”. Malucha Solari pasó sus últimos años y murió en esta misma casa. “Convivimos la bisabuela, la abuela y la nieta, porque entonces la hija de mi hijo Cristóbal, la Almendrita, estaba con nosotros”. Esta nieta, que hoy tiene 15, es la niña de sus ojos. “Va a las marchas estudiantiles con un cartel que dice: ‘Sólo los besos nos taparán la boca’. La adoro”.

Hoy Malucha encarna “lo” femenino. Eso, sumado a su conciencia social y su talento artístico, se ha traducido en la Fundación Aracataca, un emprendimiento en que es socia con su ex nuera, la mamá de Almendra.

-¿Qué hace Aracataca?

La idea surgió durante la primera campaña de Michelle Bachelet. Partió con el bus de la cultura, que estaba pintado por Samy Benmayor y donde nos subíamos unos pocos artistas. Íbamos a un barrio, nos estacionábamos en una plaza, hacíamos una presentación, algo simple, y luego nos sentábamos a conversar con los vecinos. Poníamos la cultura al servicio de recuperar el tejido social, de revincular a la gente, de ser una instancia de escucha para los vecinos. Ahí me di cuenta que desde el oír historias uno puede crear y luego devolver lo oído a la comunidad como arte, que es el motivo por el cual estudié teatro.

-¿Qué has aprendido con este trabajo en las poblaciones?

Mucho, como que la dictadura arrasó con la masculinidad. Después del chancacazo del golpe de Estado, que eliminó a los hombres en las poblaciones, encarcelándolos, exiliándolos, torturándolos, matándolos, desapareciéndolos, las mujeres tomaron la posta. Empezaron a organizarse para buscar a sus hombres, hacer talleres de cesantes, ollas comunes. Se agruparon en la Vicaría de la Solidaridad. Por eso hoy en la poblaciones son las mujeres las que tienen la vocación de organizarse. Ellas presiden las juntas de vecinos, van a talleres de sexualidad, de salud, de alimentación.

Los testimonios de pobladores le sirvieron para escribir “La pasionaria”, una obra “que es la historia de una toma de terrenos y se basa en el origen de 14 poblaciones, La Victoria, la 6 de Mayo, la Santa Elena, La Faena y Lo Hermida, entre otras. Y existe un libro de lo mismo, publicado en 2014, Casasueños”.

-¿En qué trabajas ahora?

En el proyecto “Memoria de la luz”. Surge de talleres con familiares de detenidos desaparecidos y con ex presos políticos, donde busco rescatar lo luminoso. ¿Dónde estuvo la luz en ese viaje que terminó en la oscuridad total de la dictadura? Mi idea es hacer un documental y un libro con esos testimonios, porque la gente de esa generación se está muriendo.

-¿Ves luz en los tiempos presentes?

En este momento la ciudadanía, se está mirando en un espejo horroroso, que nos muestra como ladrones, corruptos, oportunistas. Nuestra identidad se ha oscurecido.

-¿Crees posible salir de ese estado?

Creo que es importante integrar un Chile que quedó roto. Como dice el sabio Humberto Maturana: en todo proceso de cambio hay algo que destruir, pero, más importante, hay algo que conservar. Tenemos que conservar la belleza del ser chileno. Todo nuestro proceso histórico fue cortado por la dictadura. Y se desarrollaron paradigmas como el que dijo Pinochet: “No más proletarios, ahora somos propietarios”. Eso desató un montón de cosas. Nos convertimos en un país súper individualista, incluso en las organizaciones sociales. Cada una lucha por lo propio. Cuesta sentirse, soltarse, darse al otro. Y somos un pueblo que olvida, que corta, que bota lo viejo, que rompe los barrios, y eso es malo porque mata la memoria y después nos cuesta reconocernos. Cuando no tienes clara tu historia e identidad, te vas cortado, igual que un volantín chupete.

-Decías que las mujeres la llevan en los organizaciones comunales. ¿Dónde están los hombres?

No tengo idea. Se hicieron humo. Y los más jóvenes están depilándose las cejas, ¿me entiendes? Están metidos en la onda reggaetonera, queriendo parecerse a Brad Pitt o a no sé quién. Es como que nos carga lo que somos e imitamos. Yo siempre miro cine trasandino y me impresiona que, aunque los argentinos pueden ser muy críticos de sí mismos, se aman. Les encanta su identidad y la traspasan en todo lo que hacen. Acá, en cambio, es como que nos cargamos.

-¿Eres feminista?

Sí, en cuanto a la igualdad de derechos, pero tengo una reflexión. Veo que las mujeres hemos salido al mundo como hombres. Al happy hour, a la competencia, a la pelea. Me parece que el gran desafío en este momento de la humanidad es volver a lo femenino. Al abrazo incondicional, al respeto por la diversidad, a lo maternal, en el sentido más revolucionario del término, con su dosis de instinto, intuición, afecto.

-Estás en “Preciosas”, serie que se mete en el mundo de las mujeres que delinquen. ¿Qué mérito tiene esa historia?

Se hace cargo de la inequidad. Habla de mujeres que delinquen porque están en un mundo que no les da posibilidad de nada. Que caen tentadas por un sistema que las 24 horas del día machaca la idea de que la única manera de ser feliz es tener cosas: zapatillas, un celular bacán, la facha de la Rihanna. Se habla de educación, pero no hay ningún interés real por educar en serio, por hacerse cargo del alma de las personas. Es como el vacío total. Y de ahí estamos a dos minutos de meternos en el tráfico de drogas y en empezar a consumir. Ese mundo de mierda se ve en la teleserie.

-¿Te aflige esa realidad?

Me asusta, me da miedo el vacío. La ausencia de amor, y no hablo del amor bobo, sino del que te transforma, te zarandea, te inspira y te permite fundirte con los otros, entender que somos un todo. Yo creo que somos un todo habitado por muchos. Ser humano es en lotes. No sólo en lotes de personas, sino de animales, de plantas, de árboles, de estrellas… Habitamos en un gran sistema en que nos necesitamos todos y esa conciencia, a ratos fugaces, yo la tengo. Por eso me interesa trabajar para que todos la consigamos, porque el sistema hace lo posible para que sigamos solitos, lo que nos hace súper manipulables.

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