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París no es una fiesta

Vive en calle desde los años, es trans, tiene VIH y se declara anarquista

Julio López es el nombre que figura en su carné, documento que odia, porque nada de lo que dice la representa, por eso se hace llamar Paris, que es femenino o masculino. Puede ser un príncipe troyano o una socialité a la que admira y cree que se parece. Acá está la desmesurada vida de una persona que vive en la calle desde los 10 años, es trans, padece VIH y se declara anarquista.

Por Ximena Torres Cautivo / Fotografías Juan Pablo Sierra / Maquillaje y pelo Carla Gasic.

23 Julio 2018 a las 15:41

Paris (sin acento, como pronuncian los gringos el nombre de la diva farandulera Paris Hilton) nació Julio Pérez hace 42 años. Dice que su mamá la tuvo a los 14 y que llegó al mundo acompañada de un mellizo, al que casi no ve. Tampoco se relaciona con los otros 12 hijos que acumuló su madre en toda su vida fértil, quien ahora tiene 56 y sigue “viviendo en la extrema pobreza”.

“Sumando horas y minutos, he estado con mi mamá biológica una semana máximo en toda mi vida. Cuando yo era adolescente empecé a investigar sobre ella. Yo era rebelde, bien jodida y martirizaba a mi mamá adoptiva, una señora mayor, para que reconociera que ella no era mi verdadera mamá. Era un tema nada fácil de abordar. Yo tenía una idea de la maternidad que no se ajustaba a mi realidad. Hoy tengo una especie de maternofobia, que es resultado de lo que soy”.

-¿Qué eres, Paris?

Soy una persona trans, que ha vivido en la calle desde los 10 años, que se prostituye para sobrevivir, que tiene un biocuerpo de hombre pero nunca se ha sentido ni considerado como tal. Soy un ser humano que no quiere victimizarse y que trabaja políticamente por la comunidad trans, en especial por los más jóvenes, que viven en la calle en torno a La Vega de Santiago.

Habría que agregar que es “ideológicamente anarquista” e intelectualmente muy inquieta. Que anda con el pelo decolorado, las uñas largas, rojas y descascaradas, viste jeans, zapatillas y una parka color naranja apegada al cuerpo. Tiene un móvil de prepago, porque necesita “el Face” y nada más, ningún otro bien material. Supone que esta noche dormirá donde una amiga, pero tampoco está segura. Si no resulta ese plan, lo hará en una carpa iglú que instala frente a la iglesia de Fray Andresito en Recoleta, muy cerca de La Vega, lugar que le gusta, “porque siempre hay comida y la gente es solidaria”.

Es una práctica común que las personas sin techo se arrimen a los servicios de salud. Algunos incluso se las arreglan para vivir en las salas de espera sin que los noten o logrando que el personal médico finja que no los ve. Hasta hace unos meses Paris dormía en torno al Hospital del Salvador, pero “la corrieron de ahí. Se peleó con la gente de los servicios sociales de la Municipalidad de Providencia; ahora está en Recoleta, donde incluso postuló a un fondo para vender ropa usada en un carro”, nos cuentan en el Hogar de Cristo, donde es conocida y querida. “La Paris viene para acá seguido a tomar desayuno, a ducharse, a conseguir ropa. Ella pretendía, como parte de sus reivindicaciones, que hiciéramos un baño especial para las personas trans en situación de calle. Su gran aspiración es que haya casas de acogida y hospederías para trans, pero eso no depende de uno. Lo que hicimos nosotros fue organizar el uso de los baños y las duchas en un horario diferido para ella y otros y otras como ella, donde no la hostilizaran y pudiera asearse tranquila, pero ella encontró que ese era un trato discriminatorio. Es jodida la Paris”.

Comenta la aludida: “Estoy en calle desde los 10 años; por eso sé que los estudios que hacen los especialistas sobre el tema son superficiales. Se habla de quiebres familiares, adicciones, trastornos mentales para explicar la situación, pero nadie toca el tema de género. Cuando me empecé a preocupar de los porqués de mi vida leí varios artículos que me abrieron la cabeza. Uno sostenía, y es lo que yo sostengo ahora, que la heterosexualidad es un régimen de control político. Debes ser hombre o mujer. No hay más. Si no cuadras en ese esquema, empiezas a quedar excluida de todo. Lo que para los demás es simple, para una es tremendo. Así, si yo quiero ir a un albergue para gente de calle surge el problema del baño. ¿A cuál debo entrar? Yo me siento mujer, pero mi carné dice otra cosa. ¿Qué hago? Termino no bañándome. Para no entrar en conflicto me quedo sucia, porque esta gente no entiende nada. Es patriarcal, funcional al capitalismo, aunque tenga buen corazón y sea bien intencionada”.

PROSTITUCIÓN Y DEPENDENCIA

-¿Cuándo te diste cuenta de que no cuadrabas en ese sistema binario de ser hombre o mujer?

-Desde que tengo memoria supe que algo en mí no concordaba. Yo fui hasta sexto básico a un colegio común y corriente, donde ya tenía problemas con las duchas después de gimnasia. Siempre me quería maquillar y usar ropa linda. Sufrí mucho bullying.

Cuando tenía apenas días de vida fue “regalada a una pareja mayor de clase media acomodada”, que le dio cariño. “Vivíamos en Inglaterra con Vivaceta, en una casa de 400 metros cuadrados, con piscina. Pero algo me decía que ella no era mi mamá. Una vez escuché un programa de radio dedicado a la adopción y empecé a desconfiar. ‘Muéstrame una foto tuya embarazada de mí’, le pedía. Me puse rebelde. A los 10 años empecé a fumar marihuana. Salía a la calle, donde en esos años la gente aspiraba neoprén. Me metía a las caletas, donde se volaban con tolueno. Siempre me pegaban. Me gritaban ¡maricón! Y yo buscaba mi identidad, mi lugar en el mundo”.

A los 12 tuvo su primera amiga trans. Y supo que no estaba sola. Que había otros que, al igual que ella, tenían un cuerpo que no respondía a su esencia, a su sensibilidad. “Ella era de clase más alta. O sea, sus papás eran traficantes internacionales. Tenían mucha plata y un buen nivel cultural. Eran gente impecable, choros internacionales, pero a la antigua”, explica con una seriedad total. Y sigue contando: “Ellos nunca echaron a mi amiga a la calle, como me pasó a mí cuando murieron mis padres adoptivos. Primero mi mamá y después mi ´tío’, como yo le decía. La parienta que lo cuidaba se quedó con todos sus bienes, me sacó de la casa y yo, como menor de edad, no pude hacer nada. Los carabineros me pillaban en la calle y me llevaban a hogares del Sename, desde donde yo me arrancaba, porque es un mundo horrible, lleno de abusos, golpes y malos tratos. Más para mí, que era ‘algo’ o ‘alguien’ inclasificable para los encargados”.

-¿Qué fue de tu amiga?

-Se operó en Francia. Se hizo la vaginoplastía, se arregló la nariz. Ahora ni me saluda. No quiere recordar lo que pasamos juntas ni que alguien se vaya a enterar de su pasado, porque ella hoy es una mujer con todas las de la ley. A mí me da pena, pero la comprendo, porque he vivido la discriminación; sé lo que es.

Cómo empezó Paris a prostituirse es una historia que ella relata sin drama. Dice: “Fue la única solución para solventar mis necesidades básicas. Como a los 12 yo me paseaba en las noches por la Plaza de Armas en una época en que todavía funcionaban los teléfonos públicos. Y cuando sonaban, yo contestaba. Era gente que me miraba desde arriba, desde los departamentos, y me hacían invitaciones. Yo no entendía muy bien de qué se trataba hasta que una vez acepté subir y fui cachando. Después un cabro me dijo que él trabajaba en el cerro Santa Lucía y que se ganaba 30 lucas en una noche. Y yo me dije cómo este huevón tan feo consigue esa plata; con mi pinta, yo ganaría el doble. Así empecé a tener mis lucas y a vivir en hoteles, como El Retiro, El San Felipe. Baratos, claro, pero eran espacios protegidos. Después conocí el Fausto, donde se reunía una comunidad gay burguesa, con otro nivel de educación. Ahí accedí a otro tipo de gente. No siempre he vivido en situación de vulnerabilidad. En una época de mi vida tuve un hombre con plata, que me mantenía, pero que me sometía a discriminación étnica y a violencia económica. Nunca me dejó estudiar, que era lo que yo quería, nunca puso nada a nombre mío. Tenía que pedirle dinero para todo.

-¿A qué te refieres con discriminación étnica?

-A que era judío, y eso marcaba una diferencia conmigo. Pero yo aceptaba mi rol. Creo que me nubló la burguesía. Cuando estás en una zona de confort no te cuestionas nada.

Paris no lo cuenta, pero cercanos a ella dicen que ese hombre, un importante empresario, protagonizó un bullado caso de pederastia.

TORTA GOLOSA PARA EL ESPÍRITU

Paris habla de la TBC, que la ha atacado dos veces en el último tiempo, cuando explica su tos persistente, remitiéndonos a un mal que para algunos fue erradicado en el siglo pasado: la tuberculosis, pero que es pan de cada día entre las personas que viven en la calle. Presa fácil de todo tipo de infecciones a causa del VIH que padece desde hace años, hoy Paris no está muy preocupada de la facha, pese a que se define como vanidosa.

“Cuando partí reconociendo mi transexualidad me hacía un moño, llevaba las uñas largas, me preocupaba de cada detalle. Me arreglaba con lo que fuera. Lo que buscaba era identificarme con algo, porque uno siempre busca reforzar su identidad, ser alguien. Ahora estoy en un punto de fuga, voy en deconstrucción. Ya no creo en los géneros fijos. Para mí es un martirio mirar mi carné. Nunca he sentido que sea nada de lo que dice ahí que soy”.

Afirma que lo tiene solo por cuestiones de salud. Para acceder a la terapia de control del VIH, pero también reconoce que a veces no se toma las pastillas, que se las guarda una amiga para que no se las roben. “¿Me puedes creer que a las personas en calle también nos roban? Los puchos, las frazadas, los pitos, lo que sea. Por eso no creo en la propiedad. Todos los problemas parten del tener”, sentencia.

¿No hay algo suicida en eso de no seguir en serio tu terapia?

-Siempre me cuidé con preservativos, pero me enfermé igual. ¿Sabías que las mujeres trans morimos antes de los 40 años? Eso es así. Mi amiga Alondra murió hace apenas un mes, tenía 30. En Argentina, los trans sobre 40 reciben una pensión del Estado, porque se les considera sobrevivientes; acá somos invisibles. No le importamos a nadie. Si las mujeres de calle son abusadas, explotadas, discriminadas, los trans somos todo eso pero al cubo.

Paris tiene una historia escolar absolutamente interrumpida e irregular. De niña cursó hasta sexto año básico. Luego hizo séptimo y octavo en un año. Y después se las arregló para sacar su licencia de enseñanza media en un programa social para personas trans de la Municipalidad de Santiago, donde, asegura, obtuvo promedio 7 de primero a cuarto medio. “Pero me liquidó el entonces alcalde Lavín, porque, aunque tengo la licencia, no tengo el detalle de las notas. Me fregó, Lavín”, acusa, y lo culpa de haberle impedido seguir la carrera de Historia en la Universidad de Chile, que era su sueño.

Antes le había imposibilitado, dice, que los estudios de cine que hizo en Buenos Aires se los validaran acá en Chile, “por no tener las notas”. Asegura que vivió durante dos años en la capital transandina, en el hotel de travestis Gondolín, en Villa Crespo, estudiando y manteniéndose trabajando en la calle. “El comercio sexual es un patrimonio y las prostitutas somos parte de ese patrimonio cultural”, sostiene. De regreso a Chile dio la PSU. “En Matemáticas me fue genial, saqué 730 puntos. En cambio en Lenguaje, que es lo mío, salí pésimo. Pero yo estaba postulando a un acceso especial, dentro del concepto de universidad abierta y pública. Estuve yendo como alumna libre a clases. A veces me echaron, un profesor de periodismo, por ejemplo, pero yo no me puedo frustrar por eso”.

-Pero dejaste de ir a clases, ¿qué pasó?

-No es que me sintiera como pollo en corral ajeno, pero llegar a clases sin haber comido, sin haber dormido, hacía una diferencia. En la universidad no me siento discriminada, todos quieren hablar conmigo. Otros ni cachan que vivo en calle. Una vez que estaba pasando la noche en una hospedería del Hogar de Cristo llegaron unos estudiantes de Sociología que me habían visto en clases. No podían creer que alguien de calle estuviera de alumna. O sea, no es solo que una sea trans, sino que además soy marginal. Al final siempre termino frustrándome por esas diferencias de clases.

Fueron sus profesoras “burguesas”, como las llama, quienes la iniciaron en el feminismo. “Soy mujer, aunque me salgan pelos en la cara y mi voz sea un poco más gruesa de lo deseable. Y me considero feminista porque estoy contra los abusos y la desigualdad de esta cultura patriarcal. No soporto a los opresores y me rebelo. Me indigno cuando veo a los negros con sus biblias los domingos, esclavos aún de sus opresores. Me dan ganas de gritarles, ¡cómo no se dan cuenta!”.

Trabaja también en la revista Travesti, donde colabora con la activista trans Niki Raveau, que nació Nicolás y se educó en el Verbo Divino. “Ella es superconocida, fue pareja de Daniela Vega en una época”, dice Paris, quien declara su admiración sin límites por lo que ha logrado la actriz. “Algunos maricones la critican porque no estudió actuación, aunque tenga un Oscar”.

Travesti, la revista donde orgullosamente escribe Paris y vende ella misma en el Mercado Tirso de Molina, se distribuye también en la librería Metales Pesados, del barrio Lastarria. Dice Sergio Parra, su dueño: “Es una modesta pero muy buena publicación. Cuidada, pero fuerte, como ellas, como Niki y Paris”. O como las integrantes del dúo de ‘reguetón lesbotransfeminista’ Torta Golosa, la música disidente que escucha Paris, fumándose su pito diario, que le permite leerse un libro por hora.

Nuestra entrevistada confiesa que ya no sueña con cambiar su cuerpo. “Postulé para ser tratada por disforia de género, para operarme como hizo mi amiga de la infancia. ¡Hace dos años, puta qué aspiraba a eso; a tener un cuerpo femenino! Ahora ya no me interesa. Me siento en deconstrucción. Tampoco creo en los jueces ni en la justicia. No tengo por qué esperar a que otra persona decida lo que debe decir mi carné de identidad. Cada mañana despierto más anarquista, tanto, que no creo ni en hombres ni en mujeres. Por eso me puse Paris, porque sirve en ambos casos. Fue el príncipe troyano y es el nombre de la mujer más buscada en Google, Paris Hilton, de quien me gusta su libertad, su estilo. Me identifico mucho con ella.

Todo esto me recuerda una frase de Agrado, la travesti de Todo sobre mi madre, la película de Almodóvar.

Sí, sé a cual te refieres. “Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”. Claro que me interpreta.

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