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Pedro Labrín, párroco de Los Nogales: “Padre, si no me ayuda, voy a matar a mi hijo”

30 Octubre 2017 a las 18:24

 

 

Ha oído frases como esta muchas veces y cada vez más a menudo. “Ese clamor no es un deseo homicida, sino una expresión del desgarro que provoca la droga en las madres en las poblaciones”. Aquí habla de muertes insensatas, de velorios rituales, de concejales con vocación de padrinos, pero además cuenta su particular historia personal como hijo de una monja.

 

Por Ximena Torres Cautivo

“Como párroco, una de mis mayores impotencias es escuchar a las madres en el velorio de sus hijos. Oírlas relatar el proceso de una muerte que partió hace muchos años con la primera caída, los pequeños robos, la adicción declarada, la pérdida de dignidad moral, los delitos violentos hasta culminar en el perecimiento físico, que las tiene llorando al lado del ataúd”, relata el sacerdote jesuita Pedro Labrín (52), párroco de la Santa Cruz, en la población Los Nogales de la comuna de Estación Central.

Vive desde hace 10 años en este barrio, fundado en 1947 por 90 familias venidas de la población Lautaro, de la antigua comuna de Barrancas (hoy Pudahuel, Lo Prado y Cerro Navia). Se dice que Los Nogales fue la primera “población callampa”, construida bajo el consentimiento del Estado, durante el gobierno de Gabriel González Videla, pero también se sostiene que fue la primera “toma” ilegal de terreno en Chile.
En lo que no hay discrepancia es que en el barrio vivió desde los 12 años el cantautor Víctor Jara, todo un símbolo de la lucha que darían los vecinos durante los años de la dictadura. Pero esa épica y ese combate político, por los ‘80 se empezó a convertir en batalla contra las drogas. “He visto la transformación desde la llegada del neoprén. Esos fueron tiempos de pobreza y hambre extrema en las poblaciones. Entonces sólo los hippies más intelectuales fumaban marihuana. Hoy los consumos se han diversificado y profundizado. El tremendo poder de lo que se vende hoy, se exhibe y está presente en todos lados”, describe el padre Pedro.
“Padre, si no me ayuda a hacer algo, voy a matar a mi hijo. Ya no lo puedo soportar”, le dicen las madres desesperadas. Y él entiende ese clamor no como un deseo homicida, sino como una expresión del desgarro que provoca la espina de la droga. “Son madres agredidas por sus hijos; que no tienen la plata del arriendo porque se la sacaron en la madrugada; que vieron pasar a su hijo de consumidor a vendedor y de vendedor a muerto. Que terminan siendo apoyadas en su dolor por los mismos que asesinaron a sus hijos. Ellos pagan el funeral, les pasan algo de plata mensualmente después y ellas la aceptan, en un círculo tan apretado de dependencia humana que estremece”.

 

-¿Cómo se llega a esa dependencia tan tóxica?
-La capacidad de infiltración del narco es enorme; entra como la crema en tu piel o el bálsamo en tu pelo. Hace que se confunda el límite entre bien y mal. El que vende es buen cabro, es tu ahijado. O la que inició a tu hijo en el negocio era presidenta del centro de padres, una señora buena gente. Finalmente… son los tuyos.
A las madres les cuesta entender a sus hijos como víctimas y viven sus muertes como ignominiosas Dice el sacerdote: “Son algo que no se puede comentar, sobre lo que es mejor que nadie pregunte, porque en torno a todo lo sucedido se instala un silencio protector hacia los victimarios”.
Aunque lo que está sucediendo en los barrios más desamparados de Chile no es una serie de Netflix, sino la realidad pura y dura, Pedro Labrín, por su experiencia, relata situaciones que parecen sacadas de “Narcos” o de ”El patrón del mal”, pero es al revés; la tele se queda corta. Cuenta:
-A propósito de los velorios, después de muertes violentas por cobradas de cuentas entre bandas rivales, me ha tocado vivir situaciones insólitas, como acercarme al ataúd del muerto, un hombre joven y poderoso, al que le volaron la cara a balazos, y ver en la ventana del cajón una mano plástica, de esas donde exhiben los anillos en las joyerías, luciendo un aparatoso Rolex de oro. Era un montaje desafiante. La exaltación del choro, después incluso de su muerte. Recuerdo otro velorio. Se trataba de un hombre más viejo, que ni siquiera era al que querían asesinar, sino un familiar. Una estupidez, propia de este delirio. Cuando llegué a la casa donde lo estaban velando, sonaba a todo volumen Bamboleo de los Gipsy King y había una verdadera horda en torno al cajón, bailando, tomando, jalando. El vidrio del cajón estaba blanco de cocaína, y de ahí esnifaban, locos, exaltados, en un ritual telúrico, medio ancestral, mientras, afuera de ese círculo, en una esquina, había una mujer sola, aturdida por el dolor, llorando a su marido.
-¿Cómo reaccionaron al verte?
-Cuando entré, se hizo el silencio, se paró la música. Quedó en evidencia todo el descalabro, toda la locura. Me acerqué a la viuda, le di el pésame y le dije que volvería en una hora para orar juntos. Cuando volví, ya no estaban, sólo había familiares.
Labrín destaca el rol de la madre. “Ella es la única que logra tener cierta influencia sobre el hijo que trafica. A Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo, una vez le robaron la bicicleta en el barrio y por la noche llegaron dos hermanos, cabros jóvenes, bien patos malos, mandados por su mamá, pidiéndole disculpas ‘porque no sabíamos que era curita, padre’. Esa es la investidura de la madre. Ella es la música de fondo que inspira las acciones del narco, de sus ‘soldados’, cuyas historias están marcadas por el abandono y la inexistencia del padre. Desde niños, cultivan el sueño de gratificar a la madre esforzada, que ha sufrido y se la ha jugado por ellos, compensarla con grandes plasmas, casas pavimentadas, ropa, mucha comida”.

 

 

UN CONSEJO A LOS CONCEJALES
En esto de la plata, un dato que llama la atención es “el boom inmobiliario” del barrio. “Las casas viejas, las que eran fruto de la autoconstrucción, se han ido vendiendo y en los pequeños terrenos se están levantando unas verdaderas arcas de Noé, de tres pisos y construcción sólida. Por dentro tienen una estructura arquitectónica carcelaria: piezas pequeñas que parecen celdas y escalas interiores de fierro. El negocio es arrendárselas a los migrantes que copan este barrio a precios de usura: 200 mil pesos mensuales por una piececita mínima. Ganan tres o cuatro millones de pesos por mes, pero no sabemos quiénes son los dueños. Conocemos a los administradores que viven ahí mismo, igual de mal que el resto”. El cura se pregunta: “¿De dónde viene ese dinero para comprar, construir y habilitar esas construcciones? ¿Quién sostiene ese boom inmobiliario que establece condiciones brutales de hacinamiento?”. Y se responde: “Es dinero del narcotráfico, pero nadie mete mano e investiga ahí”.
-¿Qué rol juegan los migrantes haitianos, que son mayoría en estos sectores, en este escenario dominado por el narco?
-Al migrante este barrio le conviene este barrio por su cercanía con el centro. Al migrante le interesa trabajar honradamente, viene huyendo de la violencia y del delito; no quiere más de eso, pero yo temo por sus hijos. Esos niños van a criarse en ambientes muy riesgosos, donde no sé si sus padres vayan a ser capaces de protegerlos.
-¿Qué pasa con las policías, con las autoridades, con el gobierno municipal?
-La capacidad de corromper al Estado, a las distintas autoridades, es el mayor triunfo del narco. El Estado está en crisis. La policía no genera confianza. Los delitos no se denuncian porque es inútil. Una protección más eficiente es la que te ofrece el “soldado” de la esquina, que está al servicio del que controla el territorio. El mayor negocio para el narco es que La Legua esté concentrando la histeria de los discursos políticos que apelan a la militarización de las poblaciones, descuidando otros lados donde la cosa igual apesta. Los vecinos de La Legua están pagando un precio muy injusto en todo esto.
-¿Importa para estos efectos quién salga electo presidente?
-Me parece que es en las elecciones municipales donde esto se juega en serio y está presente de forma más concreta. No es un tema del presidente o presidenta de la República, tiene mucho más que ver con esa vieja expresión que está en desuso: tejido social. Está relacionado con las redes comunitarias, con la revalorización de la vida de barrio, con alejarnos de la cultura del padrino. Me parece que los concejales de las comunas gastan mucho tiempo regalando tortas, cortando cintas, poniéndose con las botellas de espumante y las salchichas para la completada, y que hay poca conciencia de que su rol es fiscalizar. Aunque no se puede generalizar ni ser políticamente incorrecto, creo que confundir el servicio público con ese tipo de clientelismo, que consagra a los padrinos, hace mucho daño.
-A los curas también los tientan, contó Pablo Walker en Las Últimas Noticias: “En la población te distraes y te ofrecen ‘auspiciarte’ el bingo, el campeonato de fútbol o la caja de mercadería con platas que están mojadas con lágrimas de niños”. ¿Es así?
-Por supuesto y no hay que caer en esa tentación y hay que trabajar seriamente en recuperar el tejido social. En abrir los espacios comunitarios. Abrir la parroquia es clave, en términos prácticos, pero también simbólicos. Todos aquí saben que la Parroquia Santa Cruz es un espacio seguro donde el maltrato no es norma.

 

MI MAMÁ MONJA
Pedro tiene 52 años. A los 19 entró a la Compañía de Jesús, firmemente convencido de que ese era su camino. “Hoy los jesuitas ingresan en promedio a los 26, lo que da cuenta de cómo las decisiones existenciales más vitales se han ido retardando. Yo no dudé nunca de mi vocación, lo que no significa que no haya tenido momentos de vacilación súper duros. Hoy, sin embargo, estoy seguro y satisfecho con lo que hago y soy”.
Dentro de sus particulares circunstancias, lo más llamativo es que su mamá es monja y uno de sus dos hermanos, Leopoldo, es misionero en África, específicamente en Burundí. “No éramos una familia muy religiosa; teníamos conciencia de ser cristianos católicos, pero eso se expresaba en bautizos, matrimonio y Semana Santa, ni siquiera éramos de misa dominical. Lo que sí tenían mis padres era un profundo sentido social. Eran sensibles e idealistas”, declara y se detiene caracterizaándolos. Cuenta: “Nosotros somos de Collipulli, donde hoy está el corazón del conflicto mapuche. Mi papá era de familia obrera y mi mamá de familia campesina. Ambos fueron la primera generación con estudios superiores de sus respectivas familias. Mi mamá no terminó química farmacéutica y mi papá era profesor, con especialización en educación de adultos. Él enfermó muy joven de una afección cardíaca que hoy se resuelve muy fácil. Murió a los 32 años”.
-O sea, tu mamá ha estado más tiempo casada con Dios que con tu papá.
-Así es. Ella siempre le decía “si tú te mueres, me meteré a monja”. Siempre estuvo clara en eso. Y él lo entendía y hasta lo compartía. Quizás habrían terminado como Pedro Subercaseaux y su mujer, que pidieron una dispensa al Vaticano para hacerse religiosos estando casados. A sus tres hijos, ellas siempre nos dijo que sería feliz de que nos fuéramos alegre y libremente, sin sentirnos atados por ella. Es una vieja de carácter. Mi papá era mucho más romántico y fino en su discurso. Era poeta, muy humanista. Ella, en cambio, es práctica y de una determinación absoluta. Hoy tiene 80 años y está muy bien, viviendo en Conce.
Pedro acaba de volver de Burundí, donde estuvo con Leopoldo, su hermano inmediatamente menor, que es médico y misionero. “También es jesuita, pero entró a la Compañía después de trabajar un tiempo como como médico en policlínicos populares. Siempre quiso tener los pies en el barro”.
-Debe tener una vida dura en África, más si vive en Burundí, que es uno de los países más pobres del mundo.
-Sí, vive miserablemente. En Burundí, riqueza y la belleza están en su gente y en su paisaje, pero las condiciones para la vida humana son de una precariedad inimaginable. Todo es precario, hostil, duro. Leonardo, que es cirujano, trabaja como un esclavo. Hace medicina de guerra con tecnología del año del cuete.

 

 

APOYO A LOS HOMOSEXUALES CATÓLICOS
Su otro hermano, el menor, es laico, profesor de historia e igualmente marcado por la inquietud social que les infundieron sus padres, su mamá en particular. Pedro, por su parte, da sus propias batallas. Contra la droga y el tráfico como párroco en Los Nogales, y, desde 2010, año en que como asistente nacional de CVX de Adultos en Chile, impulsó la creación de la Pastoral por la Diversidad Sexual (PADIS+), contra la discriminación de gays y lesbianas. Su causa es la inclusión de hombres y mujeres homosexuales de diversas edades y procesos que buscan ser aceptados por la Iglesia, así como el apoyo pastoral a sus padres e hijos. Este liderazgo le ha significado más de alguna crítica, pero él persevera. “En PADIS+ los católicos homosexuales expresan al comienzo algo análogo a lo que les pasa a las madres de jóvenes drogadictos y soldados muertos a causa del narco: se los niega, se hace como si no existieran. Pero en la medida que se sienten con confianza y pueden narrar su realidad, todo cambia. Logran sanar el enorme cariño que sienten por una Iglesia que los ha agredido y logran reconciliarse con ella”.
-¿A ti se te ocurrió crear este Pastoral?
-No, estoy desde el principio, pero surgió de un pequeño grupo de católicos homosexuales de Providencia. Yo estaba recién nombrado asesor nacional de CVX, que son las comunidades de vida cristiana inspiradas en la espiritualidad de Ignacio de Loyola, cuando se me acercaron para perdirme que ojalá no los agrediera con expresiones inadecuadas, que necesitaban un espacio, porque eran una comunidad que funcionaba en catacumbas. Me pareció de toda humanidad escucharlos, atenderlos. Así nació PADIS+. Hoy nos reunimos en torno a la Palabra. Hay un grupo de laicas que apoya y un grupo de padres de familia comprensivos que se han ido sumando. Ahora estamos en Concepción, Talca, Valparaíso, Antofagasta. Padis+ es parte de la primera agrupación mundial de diversidad sexual católica. Somos un grupo que crece y que muchas veces recurre al apellido ecumémico para existir, pero la comprensión crece.
-Pero igual hay resistencia de los grupos más conservadores de la Iglesia.
-Hay diálogos a veces más difíciles con algunos de los obispos de donde estamos. Pero nosotros no somos un grupo activista, ni una oenegé que promueve la ideología de género, aunque tenemos formación en el tema. Nosotros entendemos la inclusión como una expresión muy viva del bautismo, como el acceso pleno a la pertenencia a la Iglesia. No discriminamos. Oímos, acogemos, contribuimos a la elaboración del bullyng, de traumas muy violentos, y ofrecemos un espacio donde se puede ser plenamente lo que eres sin censura, en un contexto de autocuidado y discreción.
En estos dos mundos, vive sus luchas cotidianas el padre Pedro, al que se le encuentra siempre en su pulcra y sólida parroquia de Los Nogales, a donde llega pedaleando con su reconocible casco naranja, su única protección extraespiritual.

 

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