Capítulo 2

Desigualdad y discriminación contra las mujeres: evidencia e implicancias

Comprender las desigualdades interrelacionadas que enfrentan las mujeres en todos los ámbitos sociales es fundamental para entender la vida de las niñas y adolescentes que hoy se encuentran en situación de vulnerabilidad. Esto no solo refiere a la urgencia de modificar los patrones de socialización y garantizar la igualdad de género, al menos en el acceso a los derechos básicos, sino también a comprender el contexto de transmisión intergeneracional que adquiere la pobreza, y que condiciona el ambiente donde nacen y desarrollan las niñas en residencias de protección, así como sus oportunidades y horizontes sobre el futuro.

La evidencia señala que algunos de los procesos que ponen a la mujer en un riesgo de pobreza superior al promedio, en términos de derechos y capacidades (educación, competencias, acceso a la tierra, propiedad, entre otros) son la carga en la labor reproductiva y la baja valoración de la misma, limitada representación en la vida pública, la discriminación y desventaja en el lugar de trabajo. Como consecuencia de la socialización tradicional de género, muchas niñas deben hacerse cargo de los quehaceres del hogar, del cuidado de hermanos y familiares e incluso de trabajos remunerados. Esto repercute en las posibilidades de desarrollo futuro de las niñas, puesto que las priva no sólo de vivir su infancia sino del derecho a una educación formal.

De adultas, el trabajo no remunerado es uno de los principales obstáculos para encontrar empleos de calidad, afectando el número de horas trabajadas, así como su estatus dentro del trabajo y las condiciones del mismo.

El incremento de mujeres en la fuerza laboral se relaciona con la aparición de trabajos por cuenta propia y microempresas, que permiten mayor compatibilidad trabajo-hogar dada la flexibilidad, pero se caracterizan por ser precarios y de baja calidad. En la mayoría de los países de América Latina, las mujeres siguen sobrerrepresentadas en empleos informales. La segmentación del mercado laboral refleja las restricciones basadas en el género, que en el caso de las mujeres están condicionados por su rol de cuidado y las nociones de género.

La violencia cruza transversalmente la vida de las mujeres, tanto en Chile como en el mundo, y es fundamental considerarla como un elemento distintivo de la desigualdad de género. La Convención Belém do Pará establece el primer consenso internacional, definiendo la violencia de género como “Cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado” (OEA, 1994). Esta definición da cuenta de un problema estructural que afecta a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Adicionalmente, visibiliza una direccionalidad de la violencia, pues en la mayoría de los casos son los varones quienes ejercen violencia contra las mujeres en espacios públicos y privados, tal como lo declara la Cuarta Conferencia de la Mujer (Beijing): “La violencia contra la mujer es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación de la mujer por el hombre, la discriminación contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo”(Naciones Unidas, 1995)