EXCLUSIÓN EDUCATIVA: LOS HONORABLES TIENEN LA PALABRA

Publicado el 19/08/2025

Por Jaime Portales, Fundación Súmate.

La exclusión educativa en Chile revela una profunda brecha social y un sistema que sigue fallando a sus jóvenes, eso es lo que escribimos en la «Cartografía Social 2024», que se presenta este 26 de agosto en la Universidad Alberto Hurtado. Aunque ha habido avances en cobertura, se estima que cerca de 227 mil niños, niñas y adolescentes han interrumpido su trayectoria educativa sin haber completado su escolaridad obligatoria. Además, según cifras del Ministerio de Educación, entre 2023 y 2024, más de 47 mil estudiantes abandonaron sus estudios.

Detrás de estas cifras hay historias que revelan una cruda realidad: jóvenes que ven cómo su educación se va desvaneciendo entre la violencia familiar o barrial, la pobreza, la migración o el rechazo escolar. Como cuenta Laura (17), quien dejó de asistir a clases en Cuarto Medio: «Sentía que la escuela no me entendía, que no era un lugar para mí. Me sentía sola, y cuando algún profesor me trataba mal, ya no quería volver». La historia de Laura no es aislada. La escuela puede ser un espacio hostil, donde no todos se sienten seguros ni valorados. La violencia, el acoso, el rechazo por su identidad o condición socioeconómica refuerzan esa desconexión. La percepción de que la educación es un espacio de rechazo, tristeza o traición lleva a que, cada año, muchos niños, niñas y adolescentes abandonen su trayectoria escolar.

Para revertir esta tendencia, es urgente que el sistema educativo sea más inclusivo, empático y sensible, y que cuente con una oferta adaptada a jóvenes que vuelven a estudiar. Se requiere una educación que valore las voces de las y los estudiantes, que reconozca que su proceso de aprendizaje va más allá de los contenidos académicos, y es un espacio donde puedan encontrarse vínculos y oportunidades de reparación socioemocional. Juan (19) logró retomar su educación en un establecimiento educativo de reingreso y hoy dice: «Para mí, volver a la escuela fue como recuperar una parte de mi vida que había perdido. Encontré apoyo, amigos y un espacio en el que me sentí reconocido y valorado».

Volver a estudiar en espacios educativos más flexibles y personalizados que la educación regular es hoy una oportunidad limitada en el país, que requiere ser ampliada y fortalecida mediante un financiamiento estable. Los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) lo están haciendo, pero con recursos limitados, instalando aulas de reingreso en algunos establecimientos educativos. También algunos municipios y sostenedores particulares subvencionados ofrecen alternativas de reingreso, pero de forma muy reducida. En este escenario, sólo una porción de quienes han interrumpido su educación obligatoria logra retomar sus estudios. ¿Cómo lograr reincorporar a los miles que quedan fuera?

Parte de la respuesta se encuentra en el Senado. Desde hace varios meses, una ley para el financiamiento estable del reingreso educativo está a la espera de ser debatida en las comisiones de educación y hacienda de la Cámara Alta. ¿Cómo lograr reincorporarlos? Los legisladores tienen la palabra.

La realidad indica que las trayectorias educativas no son lineales ni garantizadas; muchas se ven truncadas por dificultades que no solo son académicas, sino sociales y emocionales. La mal llamada «deserción», por ejemplo, afecta a más de 47 mil estudiantes solo en Chile, y se estima que, postpandemia, esa cifra podría superar los 227 mil jóvenes sin escolarizar. Detrás de las cifras hay historias que revelan la realidad más cruda: jóvenes que ven cómo su educación se va desvaneciendo entre la violencia familiar, la pobreza, la migración o el rechazo escolar.

El sistema, además, no mide ni comprende el impacto real sobre estos niños y jóvenes. La falta de una evaluación multidimensional que considere sus necesidades particulares perpetúa una visión simplista y burocrática, incapaz de responder a una realidad compleja y emocional. La desafección no solo es el fracaso de un sistema educativo, sino también la evidencia de un Estado que no logra escuchar ni acompañar a su población más vulnerable.

La exclusión no solo señala un fallo estructural; denuncia que el Estado y la sociedad silencian a estos jóvenes, dejando en la sombra sus historias, dolores y sueños. La educación de reingreso, vista como una oportunidad, debe transformar la narrativa: no es solo un retorno escolar, sino una posibilidad de reconstrucción, de dignidad y de esperanza para quienes han sido históricamente olvidados. La pregunta que enfrentamos es si estamos dispuestos a escuchar, a cambiar y a construir un sistema que incluya verdaderamente a todos. La exclusión es un desafío moral y social que exige respuestas urgentes y genuinas.

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