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Ellos son los acogidos del Hogar de Cristo que compartirán con el Papa

16 Enero 2018 a las 11:16

Liliana López, 50 años, voluntaria en el Jardín Infantil Alto Belén del Hogar de Cristo en Puente Alto, donde además asiste su nieta. (Nº1 EN EL DIAGRAMA)

Es conocida como la “tía de la luz”, porque durante su voluntariado imparte un taller de pastoral donde les habla a los niños sobre distintos capítulos de la Biblia. Su infancia no fue muy fácil. Conoció a su padre biológico a los 14 años y la pareja de su madre era alcohólico y abusó de ella. Durante su juventud, trabajó como asistente párvulos hasta que tuvo que dejar su trabajo para cuidar a sus hijas. Pero sus deseos de ayudar, la llevaron a participar en la capilla de su barrio, donde imparte clases de catequismo bautismal y matrimonial. Desde hace 12 años, con un grupo de vecinos, mantiene  comedor abierto para dar almuerzo a la gente de escasos recursos del sector. “Entregamos 120 almuerzos cada domingo. Muchos llegan más que por el alimento, porque necesitan compañía. Es una emoción muy grande para mi ayudarlos. Siempre me ha gustado servir a los demás, desde que era niña.  Lo más importante para mí es darle cariño a la gente que es discriminada por su aspecto o su forma de vestir. Eso es algo que tengo en común con el Papa Francisco”. Liliana se define como una mujer feliz y satisfecha de todo lo que hace. “No me voy a cambiar nunca de este barrio. Me gusta la gente que me rodea”.

Sobre el Papa Francisco, opina: “Para mí, él es una persona humilde, cercana a la gente, que abrió la Iglesia y que no le gusta ser un Papa monje sino que un Papa rodeado de gente. Es carismático. No le importa que lo toquen y lo abracen. Es un Papa misionero. Estoy feliz que este Papa haya abierto la Iglesia, para que salgamos a misionar. Al Francisco le pediría por los niños abandonados y por los niños del Sename. Pediría para que puedan recibir el amor y la libertad necesarias para desarrollarse como niños”.

Reinaldo Atero, Roni, 34 años, hombre con síndrome de Down (Nº 7 EN EL DIAGRAMA). Asiste al Centro de Día de Fundación Rostros Nuevos del Hogar de Cristo, en Quinta Normal, participará del encuentro del Papa con los más pobres y desvalidos y a través de él lo hará vicariamente Myriam Aranda, de 58 años, su mamá. “Roni” y ella viven juntos en Quilicura, desde donde se trasladan a diario al centro del Hogar de Cristo. Myriam deja allí a su hijo y va a sus labores como conserje de un condominio. Cuenta que Roni hizo la Primera Comunión, que le gusta ir a misa y que cuando supo que se reuniría con el Papa, juntó las manos en actitud de oración. Ella, que es muy católica, lo está preparando para la cita, incluso está ayudándolo a construir qué le va a decir a Francisco. “Reinaldo va a misa, entiende la importancia de lo que va a vivir”, cuenta, junto a su tímido, dulce y silencioso hijo.

Doris Fels, 78 años, es acogida en la Residencia de Adultos Mayores de Recoleta del Hogar de Cristo desde hace 15 años (Nº 16 EN EL DIAGRAMA). Vive confinada en su silla de ruedas por dos décadas, debido a una artritis reumatoide, que agravó la poliomelitis que padece desde la niñez. “Quiero contarle al Papa que mi vida ha sido muy sacrificada. He vivido en hospitales desde los 5 años y ahora estoy en el Hogar de Cristo”, cuenta, recordando a sus padres con quienes vivió hasta que murieron. Como nunca se casó, entonces quedó sola. Ese momento, una trabajadora social le habló del Hogar de Cristo. “Estoy feliz acá, tengo una pieza para mi sola. Me gusta tejer a crochet y a palillo, leer, ver tele. Tengo 10 amigas acá. Incluso tengo una tutora que me regaló una silla de ruedas con motor”.

Elizabeth Maldonado, 40 años, asiste al Centro de Día de Fundación Rostros Nuevos en La Granja desde el año 2015 (Nº 5 EN EL DIAGRAMA). Vive con su madre Sonia, su padre Dagoberto, su hermano Cristián y sus sobrinos Eduardo y Scarlet. Durante su infancia estudió en las escuelas especiales La Rosa Azul y Nuestro Mundo hasta los 23 años. Luego estuvo en su casa hasta que empezó a participar de los programas de Rostros Nuevos. Elizabeth es muy católica y se encuentra emocionada de conocer al Papa.

Luis Uribe, 80 años, acogido de la residencia para adultos mayores Joss Van Der Rest, del Hogar de Cristo, en Estación Central (Nº 13 EN EL DIAGRAMA). Fue corredor de inversiones en Sao Paulo, donde vivió durante 40 años, fascinado con su clima y su gente. Es alto, elegante, viste de oscuro y usa anteojos de moldura metálica. Realmente, no parece una personas en situación de pobreza extrema. Pero lo es. Profundos quiebres familiares producidos en Brasil, lo hicieron retornar hace un par de años a Chile, donde nada le resultó y terminó viviendo en la calle, donde enfermó gravemente. Así llegó a la casa de acogida Joss Van Der Rest, donde ahora se le dio la oportunidad de conocer al Papa. “Le pediré que siga luchando contra la desigualdad y la pobreza, que intervenga con los gobernantes, que una vez electos se olvidan de los pobres”.

José García, 73 años, vive en la Casa de Acogida Josse Van Der Rest, que el Hogar de Cristo tiene junto al Santuario del Padre Hurtado (Nº 14 EN EL DIAGRAMA). Es un hombre educado que recorrió el mundo gracias a su capacidad intelectual y a su olfato artístico, pero desde 2014 es acogido del Hogar de Cristo. Allí ha hecho amigos que han compensado el distanciamiento con su familia sanguínea. Tras el Golpe de Estado, en 1974, se fue a Francia, desde donde se dedicó a recorrer distintos países europeos mostrando el arte chileno, en lo que denominó la “Brigada Pablo Neruda”. Aprendió idiomas, conoció el amor y la bohemia de París. Asegura que vivió bien, pero que la sangre tira y decidió volver a Chile en el año 1980. En el 2010 sufrió una fractura de pelvis que lo mantuvo hospitalizado siete meses. Al ser dado de alta y no contar con el apoyo de familiares, se fue a Punta Arenas a la casa de unos amigos cercanos. En 2015 regresa a Santiago en busca de una alternativa habitacional estable e ingresa en forma transitoria a la Casa de Acogida Padre Joss Van der Rest, donde recibe apoyo en la búsqueda de una residencia definitiva. Fue elegido entre más de cien adultos mayores que viven en el Hogar de Cristo para sacar la voz frente al Papa. Y a pesar de la gran responsabilidad, asegura que no siente nervios ya que tiene suficiente oficio para hablar de tú a tú con el Santo Padre. “Tengo claro que Francisco es solo un hombre, es Jorge Bergoglio, así que no me siento un privilegiado. Él conoce nuestra realidad, en un momento habló de los ‘descartables’ y yo hablaré en nombre de los descartables de Chile”. También José dice que aprovechará para pedirle “que interfiera para que Marcelo Bielsa vuelva a la selección. El Papa es muy futbolero y debe entender lo que significa Bielsa para nosotros”.

Juan Domingo Molina, 39 años, vive en la Hospedería San Bernardo (Nº 12 EN EL DIAGRAMA). A los 2 años de edad fue adoptado por una familia que ya tenía 2 hijos. Vivió con ellos hasta los 6 años, edad en que comenzó a alejarse de ellos por los malos tratos que les daban. A los 17 se reencontró con su madre biológica, pero nunca lograron vincularse. Antes de eso, circuló por distintos hogares de menores hasta que llegóa una casa de menores del Hogar de Cristo. Ya adulto, ha sido usuario permanente de la Hospedería de San Bernardo, a la que considera su hogar y a los trabajadores sui familia”. Juan Domingo sufre consumo problemático de alcohol. Nunca ha logrado estabilizarse, ya que recae cada cierto tiempo. Es por eso que no tiene pareja ni hijos. Actualmente trabaja como peoneta en la empresa Carozzi de San Bernardo. Las encargadas de la Hospedería lo definen como un hombre muy solidario y preocupado de sus compañeros. Cuando supo que iba a conocer al Papa quedó en shock y decidió mantener abstinencia total de alcohol. Se está cuidando para ese día estar en “al cien por ciento”.

Viviana Rojas, 35 años, lleva 10 meses en el Programa Residencial de Mujeres, de Fundación Paréntesis, en Quilicura (Nº 26 EN EL DIAGRAMA). Tiene dos hijos, un joven de 18 y una chica de 15. Viviana perdió todo por culpa del alcohol, llegó incluso a vivir debajo del puente. Comenzó a tomar a los 20 años debido a problemas familiares y a una depresión que no ha logrado superar. “Busqué un escape equivocado. Mi grado de alcohol sobrepasaba los límites. Tomaba vino, ron, cualquier cosa que me mareara. Mi familia era disfuncional, mi padre, violento y mis hermanos, alcohólicos. Pasé hambre, frío, humillaciones y el desprecio de las personas. Dejé a mis hijos tirados, no me di cuenta del error que estaba cometiendo. Recién ahora estoy aprovechando mi vida y tratando de recuperar todo el tiempo perdido. Gracias a Dios, conocí a alguien que me trajo para acá, cuando aún me queda tiempo para hacer las cosas bien”. Viviana siente que haber sido elegida para conocer en persona al Papa, revela su gran cambio personal. “Después de andar recogiendo cosas en la calle y dormir debajo de un puente, imagínate lo que significa esto”.

Luis Andrade, 73 años, es usuario del Centro de Encuentro del Adulto Mayor de Renca (Nº 17 EN EL DIAGRAMA). Desde los 5 años, vivió en la calle, bajo los puentes del río Mapocho. Estuvo preso por no tener domicilio. A partir de los 20, ha entrado y salido de la Hospedería Joss Van Der Rest en la Estación Central. Hoy, gracias a las gestiones del actual Capellán del Hogar de Cristo, Pablo Walker, fue trasladado al Centro de Encuentro para el Adulto Mayor, donde recibe una pensión que le permite arrendar una pieza a 3 cuadras del centro. Luis no tiene hijos y declara abiertamente su homosexualidad. “Me gusta este Papa, porque es bueno y comprensivo. Para mí su Santidad representa la paz, la alegría, la unión. Él reúne y bendice. Cuando supe que lo conoceria, no pude dormir. Uno nunca piensa que va a conocer a alguien supremo”.

María Inés Morales, 64 años, usuaria de la Casa de Acogida Padre Hurtado en Estación Central (Nº 18 EN EL DIAGRAMA).. Llegó acá derivada de un programa de protección de mujeres agredidas, luego de haberse decidido a denunciar a su marido por maltrato. Hoy está divorciada y ha retomado el contacto con su única hija y sus nietos, de quienes se había distanciado por los problemas con su ex. María Inés es empeñosa, laboriosa y muy colaboradora. Ayuda a todas sus compañeras de la casa de acogida y aún no sabe que el dirá al Papa. ¿Su mayor temor? Que no le salga el habla.

Ximena Flores, 47 años, voluntaria en el Jardín Infantil Raúl Silva Henríquez del Hogar de Cristo, en Quilicura, que atiende a lactantes y párvulos del quintil más desfavorecido de la población, incluidos cerca de 20 pequeños haitianos. (Nº 2 EN EL DIAGRAMA). “Me ocupo de muchos niños haitianos porque en su condición están desvalidos. Los cuido mientras sus padres salen a trabajar”. Desde hace dos años, estimulada por su mamá, decidió ayudar a otros, pese a que no trabaja y ella misma y su familia viven en gran precariedad. Madre de 5 hijos, y abuela de una nieta, se siente plena haciendo este trabajo. “Cuando ayudo a alguien siento que tengo corazón”, afirma. Sobre su encuentro con el Papa Francisco dice: “Le pediré que ayude lo más que pueda a los adultos mayores y a los migrantes. A los niños del Jardín y a los viejos. Por ellos les pediré”.

Mike Jensky Bylli Sterling, 15 años, haitiano residente en Chile (Nº 24 EN EL DIAGRAMA). Se vino a Chile con su madre hace un año y medio, escapando de la violencia en su país. Vivían en Les Gonaïves, a unos 150 kilómetros de Puerto Príncipe y se instalaron en Santiago en casa de un familiar. “Me costó dejar Haití y a mis amigos, pero en mi país hay mucha violencia, secuestros y muerte. En Haití el gobierno se lleva todo el dinero y no dejan nada para el pueblo, ese es el problema. Además, a mi mamá le hicieron brujería, un mal de ojo. Por eso no pudimos seguir con el local de abarrotes que ella mantenía. Hay mucha gente que te hace mal de ojo cuando le caes mal”. Mike habla muy bien español. Tanto que en marzo comenzará el octavo básico en colegio y es acólito en las misas en creole de la Parroquia Santa Cruz de Estación Central. “Me demoré 3 meses en aprender español. Tuve que ir a cursos y buscar información en internet. Ahora incluso se me han olvidado algunas palabras del haitiano. También debo traducirle todo a mi madre, que no ha aprendido nada del idioma, porque dice que está muy vieja para aprender”. Dice que en Haití su mamá conoció a un Papa, así es que él le seguirá los pasos, lo que lo tiene muy emocionado.

Antonia Flores, 68 años, coordinadora de la Capilla Ignacio Vergara de Estación Central (Nº 20 EN EL DIAGRAMA).. A los 24, tuvo a su primer hijo y fue madre soltera hasta que a los 36 se casó con Roberto con quien lleva 32 años de matrimonio y tienen 2 hijos más. En 1992, perdió a su primogénito en un accidente de auto. Ha sido nana, costurera y auxiliar de enfermería, pero en 1978 encontró lo que la gratifica más: hacer catequesis en la comunidad Ignacio Vergara. Entonces participó en los comedores solidarios y vio “que la Iglesia hacia muchas cosas por los hermanos torturados, desaparecidos y exiliados. Eso me llevó a involucrarme cada vez más. En la Compañía de Jesús conocí gente maravillosa. Me mostraron a un Dios que te acoge, te quiere, a un Jesús que te libera de todas tus trancas, muy diferente de ese Dios castigador que conocía desde niña. Yo he cambiado mucho. Antes era rencorosa, altanera. La comunidad me fue cambiando, ahora me cuido de lo que digo para no hacerle daño al otro. También me ha cambiado el dolor. Cuando pasó lo de mi hijo, tuve el apoyo de toda la comunidad; eso fue vital”. Le encanta que el Papa sea jesuita. “A mí la Compañía de Jesús me ha enseñado a ser solidaria, humilde, obediente. Soy una enamorada de la Compañía de Jesús. Al Papa le diría que ayude a que los gobernantes miren a los pobres y legislen para ellos”.

Luis Quiñileo, 51 años, Hogar Protegido San Pedro Claver, de Estación Central (Nº6 EN EL DIAGRAMA). Padece de déficit atencional, esquizofrenia leve y epilepsia. Lleva alrededor de 16 años en la Fundación Rostros Nuevos y es beneficiario del Hogar Protegido de Estación Central, donde vive con 6 personas más.“Tengo que mantener la casa limpia, paso la virutilla y el fin de semana voy a la feria a comprar fruta”. Luis nació en Traiguén y se crió con su abuela debido a los constantes maltratos que le daba su madre. Cursó sólo hasta octavo básico. A los 25 años, se vino a Santiago, donde trabajó como ayudante de construcción. Debido a una enfermedad que le impidió seguir trabajando, ingresó a la Hospedería Padre Lavín, desde donde fue derivado a la fundación Rostros Nuevos. Actualmente participa en el Teatro de la vida y se presentó en el Mesón del Encuentro 2017. “Me gusta el teatro, me entretiene y me mantiene la mente ocupada”. Sobre su encuentro con Francisco, comenta: “Es bonito conocerlo porque es un Papa para todo el mundo. Lo quiero saludar y preguntarle cómo está su salud. También le quiero dar un abrazo”.

Natalie Aibijian, 11 años, refugiada siria, que llegó a Chile desde El Líbano, el 12 de octubre de 2017, bajo un programa de reasentamiento humanitario, el que es liderado por el Estado de Chile en colaboración con el ACNUR y ejecutado por la Vicaría de Pastoral Social Caritas del Arzobispado de Santiago (Nº15 EN EL DIAGRAMA). Sus padres son Bolik y Mariette. Tiene un hermano, Charbel, de 8. La familia es cristiana, de la Iglesia Católica de Armenia. La Aibijian vivía en Alepo cuando comenzó el conflicto armado en Siria. Buscando seguridad y mejores condiciones de vida, se fueron a El Líbano, pero las difíciles condiciones para la integración, los llevaron a solicitar asilo como refugiados en un tercer país. Así fue como llegaron a Chile, donde están tomando clases de español intensivas para lograr insertarse.

Josiane Fils-Aime, 33, migrante haitiana. Trabaja en el Santuario del Padre Hurtado. Se fue de Haití a los 17 años a Brasil, donde trabajó como cocinera en un restaurante, luego vivió en Miami, Estados Unidos, cuidando a un adulto mayor. (Nº23 EN EL DIAGRAMA). Fue deportada a su país por no contar con los papeles legales. Hace 5 meses decidió viajar a Chile, donde lleva 8 meses. “Llegué a este país por recomendación de un amigo. Viví con mi primo, pero ahora ya vivo sola en una pieza. Una amiga me trajo al Santuario porque estaban buscando gente para trabajar. Acá trabajo haciendo aseo de las oficinas y en el patio. Estoy feliz de conocer al Papa; es como conocer a Dios”.

Judith Sandoval, 61 años, participa en el Programa de Atención Domiciliaria para el Adulto Mayor del Hogar de Cristo de Estación Central (10 EN EL DIAGRAMA). Debido a una artritis tuvo que abandonar el lugar que arrendaba y se fue a un hogar para ancianos de la organización internacional San Vicente de Paul, donde acogen a adultos mayores en situación de pobreza que no tienen donde vivir. Su estadía se prolongó por 21 años. Durante ese tiempo, trabajó como encargada de aseo y ornato de la Parroquia del Perpetuo Socorro, donde además ayudaba de forma voluntaria en la Pastoral de los enfermos. “Siempre me ha gustado asistir a las personas que más lo necesitan. Los enfermos en nuestro país están muy solos. Por eso quiero que el Papa le hable a los chilenos para que sea más humanos con la gente enferma y mayor, de la que nadie se preocupa”. En el 2016, recomendada por una asistente social, llegó a la Hospedería de mujeres del Hogar de Cristo, donde vivió por 9 meses. Con el paso del tiempo pudo acceder al beneficio de subsidio de arriendo entregado por el Padam de Estación Central y ahora vive en una pieza en la misma comuna. Es soltera, nunca se casó ni tuvo hijos. Padece anemia, artritis y diabetes e hipertensión, pero a la hora de las peticiones al Papa no pide por ella, sino “por la gente individualista; somos una sociedad que debería fijarse en el hermano que sufre”, dice.

Arlette Navarrete, 53 años, es acogida del Programa Residencial Villamavida de Fundación Paréntesis, en Concepción (Nº 27 EN EL DIAGRAMA. Es una mujer trabajadora que a pesar de que pasó tiempos difíciles, creyó en su poder y cambió su vida con el fin de recuperar a su familia, en especial a su hijo de 23 años. Arlette tiene cuatro hermanos, sus padres murieron de cáncer ambos. Su vida no fue fácil, a temprana edad comenzó a consumir sustancias, siendo su período “más oscuro”, como cuenta, los últimos 20 años. Estuvo internada en un colegio en la vecina comuna de Santa Juana, lo que la marcaría en su vida. Tenía tan sólo 9 años. Pero no culpa a nadie por el inicio de consumo problemático de sustancias, dice que es “un asunto de uno”. El 2017 decidió internarse en el programa residencial Villamávida de fundación Paréntesis, ubicado en Concepción. Estuvo 8 meses haciendo su proceso, tiempo fructífero en el que recuperó la confianza y la relación con su hijo, de hecho es su mayor apoyo actualmente. Hoy trabaja haciendo aseo en una universidad y vive en una Vivienda de Apoyo a la Integración Social (VAIS), un hogar transitorio mientras obtiene una mayor reinserción sociolaboral, con el objetivo puesto de seguir avanzando, trabajar y obtener la casa propia.

Bárbara Campos, 20 años, participa de los programas de reingreso de Fundación Súmate (Nº 3 EN EL DIAGRAMA). Reside en el sector Forestal de Viña del Mar y estudia Restauración Patrimonial en el Duoc UC, luego de cursar un año de la carrera Técnico en Construcción en la misma institución. Comunicativa y diligente, ha aprovechado cada oportunidad que se le ha dado en Fundación Súmate. Es responsable y muy solidaria, ya que participa constantemente en las actividades para las personas en situación de calle que se organizan desde la fundación.

Carola Núñez, 41 años, participa del programa de orientación sociolaboral de Fundación Emplea (Nº 9 EN EL DIAGRAMA). Hace seis años su mamá falleció, ha sufrido dos crisis de pánico, la última hace unos meses. Junto con eso, ha tenido otros problemas psiquiátricos. “Soy una persona que se estresa muy rápido. Me empezó la crisis de pánico sintiendo mucho cansancio en mi cabeza. Luego ya no respondí a mi sentido de responsabilidad de ir al trabajo. Perdí el conocimiento y entré en crisis, de no saber dónde me encontraba”, cuenta. Producto de ello dejó su trabajo en una casa particular. Lo peor no es eso, sino la discriminación que dice sufrir a veces, porque según relata la gente la mira o se ríen porque dice que va al psiquiatra. Fue gracias a su paso por el Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz que llegó a fundación Emplea, desde donde la derivaron. En la institución del Hogar de Crito se inscribió en el programa de orientación sociolaboral, el cual la ayudó a crear su propio emprendimiento. En el invierno vende alfajores que hace con sus propias manos y ahora en el verano vende jalea con frutas y bebidas en la feria. “Al principio estaba súper desmotivada. Después ya le fui tomando el rumbo a mi vida para salir adelante, haciendo mi propio negocio”, cuenta Carola.

Evelyn Murillo, 48 años, realiza curso en administración de recursos humanos de Fundación Emplea (Nº8 EN EL DIAGRAMA). Actualmente está sin trabajo, se separó hace cinco años luego de 25 años de matrimonio, su papá falleció de un extraño cáncer al piso del paladar y su mamá sufre de múltiples enfermedades: demencia vascular, diabetes, enfisema e hipertensión. A pesar de todo ello, es una mujer optimista y alegre. En agosto del año pasado se empecinó en estudiar e ingresó a un curso en administración en recursos humanos en fundación Emplea, en la sede de Maipú. Asiste de lunes a viernes, todas las mañanas y ahora está a días de egresar. Todo esto, porque quiere entregarles un mejor futuro a sus tres hijos, porque tiene claro que con sólo cuarto medio, no podrán lograr un mejor puesto de trabajo. “Me di cuenta que ya no sólo pedían cuarto medio, sino Excel, Word y no le pegaba ni al quinto bote. Sólo sabía de correo, Facebook. Y me complica más buscar trabajo si no tengo aunque sea una certificación”, cuenta. Su último trabajo fue como auxiliar de aseo en un colegio.

Guillermina Núñez, 93 años, feligresa Parroquia Jesús Obrero (Nº 11 EN EL DIAGRAMA). Tuvo una infancia sencilla y feliz en una comuna de Estación Central que no sabía de edificios ni guettos verticales, sino de casas en donde se podía plantar y comer de la propia cosecha. Jugaba con tranquilidad en las calles porque no había locomoción y era una época en donde el actual Santuario del Padre Hurtado no existía. Sólo una vez vio a lo lejos al santo chileno. Vivía con su mamá y sus abuelitos; hoy reside en la misma casa que compartió con ellos. Su abuelo fue empleado de Ferrocarriles del Estado. A su papá lo conoció casi nada. Él se casó con otra persona y se fue a vivir a Victoria, por lo que fue poco el contacto que tuvo con ella. Guillermina trabajaba en una fábrica de hisopos para afeitar, en Independencia, cuando conoció a Oscar, su marido. Pololearon 12 años, a escondidas de su mamá que estaba muy enferma. Una vez que su madre falleció, se casó. Tuvo un hijo. Hoy es viuda y vive con su primogénito y sus tres nietos. Es una de las vecinas más famosas del barrio de la parroquia Jesús Obrero. No hay persona que no la conozca. “He tenido la gran suerte de Dios que la gente me ha querido mucho”, dice. “Yo soy muy alegre y quiere pegarle ese alegría a la gente. En el bus, donde sea. El párroco anterior en la iglesia Jesús Obrero me dijo una vez: ‘Tú eres una misionera’. Así que lo he tomado en serio. Mi misión es lo que siento, dar lo que el Señor me dio, esta alegría tan grande”.

Jorge Guzmán Echeverría, 69 años, fiel asistente al Santuario Padre Hurtado (Nº11A EN EL DIAGRAMA). Jorge es un fanático de la lectura. Cada día se instala a leer el diario en el Santuario del Padre Hurtado, en donde encuentra la tranquilidad que necesita. Su periódico favorito es El Mercurio, porque con La Cuarta dice que no aprende nada. Otra de sus pasiones es el fútbol. Precisamente, cuando estuvo en la Hospedería del Hogar de Cristo, escribía sobre ello y sus compañeros se lo pedían por su talento de escritor. Es conocido en el sector de la parroquia Jesús Obrero como “Chiriguita”, bautizado así por Alfonso Aros, un ex boxeador y su compañero durante su paso por la hospedería. Llegó con 52 a la Hospedería del Hogar de Cristo, de Estación Central, por su consumo problemático de alcohol, el que comenzó por “el entorno”, cuando trabaja en la construcción.  No tuvo hijos ni se casó. Su mamá fue dueña de casa y su papá trabajó en el Hogar de Cristo como instalador sanitario, título que obtuvo en la Universidad Técnica del Estado. Son cuatro hermanos, pero tiene poca comunicación con ellos. “Yo fui un ingeniero de la vida, trabajé en construcción, en empresas de aseo, en una fábrica de artículos de goma”, cuenta. Hoy arrienda una pieza y cada tarde asiste al Santuario a leer su diario. “Cuando venga el Santo Padre,

Rodrigo Araya, 41 años, acogido programa Anawim de Fundación Paréntesis, Copiapó (Nº28 EN EL DIAGRAMA). Proveniente del programa terapéutico residencial Anawim de fundación Paréntesis, ubicado en Copiapó, tiene 41 años, tres hijos y una historia con altos y bajos. Está en su segundo proceso de rehabilitación por consumo problemático de alcohol y drogas, pero esta vez dice que se tomará las cosas más en serio, porque perdió a su familia y quiere recuperarla. Su vida comenzó en la comuna de Salvador, en el norte de Chile, pero al año se trasladó junto a su familia a Diego de Almagro. Ha vivido en 11 ciudades, entre ellas Caldera, Coquimbo y Chillán y todo por el trabajo de su papá, que era colectivero. Tenía 13 años cuando sus papás se separaron, provocándole una profunda tristeza. Al año siguiente, a sus 14, probó por primera vez las drogas. Con el tiempo, el uso problemático de sustancias fue aumentando, “con trabajo, ya me podía costear mi consumo”, cuenta. Hizo muchas “maldades”, como él relata, realizando hurtos simples y sacándoles las cosas a sus papás. Rodrigo no terminó sus estudios, pero ha trabajo en varios lugares. Entre ellos una fábrica de colchones y como guardia de seguridad. Tuvo 2 hijos y con su señora estuvieron 24 años juntos. Hoy está enfocado en su rehabilitación, en recuperar a sus hijos, y sobre todo ahora que tiene el apoyo de sus papás. “Después de 26 años separados, mis papás ahora llevan un año juntos de nuevo”, relata con alegría.

Carolyne Calisto, 23 años, Fundación Súmate (Nº4 EN EL DIAGRAMA). Nació en el cerro Rodelillo en Valparaíso y vive con con su pequeña hija de 4 años. Está a punto de terminar su técnico en educación parvularia en el Instituto Los Leones y durante sus estudios ha contado con el apoyo de la institución del Hogar de Cristo que, además de entregarle soporte económico, le brinda un apoyo que ella califica como de familia, muy preocupados de su desarrollo académico. Para ella, su mamá es su principal apoyo. Se saca el sombrero por su progenitora, quien ha tenido un rol primordial en el cuidado de su hija. Lamentablemente, a su familia le tocó ser protagonista de los incendios que afectaron al cerro Rodelillo. Su casa fue completamente destruida por el fuego. De hecho, esa tarde del 14 de febrero estaba sola en su hogar, con ocho meses de embarazo. Se quedó paralizada, fue gracias a una vecina que atinó a sacar a su perrita y arrancar cerro abajo sólo con lo puesto.  Cuando le dijeron que estaría entre los 29 acompañantes del Papa en el Santuario no le tomó el peso hasta que vino a una primera actividad. “Pero lo encuentro importante, único. A mi mamá le tocó ver a Juan Pablo II y me dijo que fue maravilloso, como ver un ángel. Y la misma sensación espero tener ahora. Estoy emocionada. Nadie tiene la oportunidad que estoy teniendo”.

Gladys Valdivia, 70 años, feligresa de la parroquia Santa Cruz ubicada en Estación Central (Nº21 EN EL DIAGRAMA).. Hace muchos años que participa de la iglesia ubicada en el barrio Los Nogales, pero desde los años ’90 que lo hace de forma activa. Comenzó en esos años en la pastoral de enfermos y luego en la de solidaridad, que se preocupa de las visitas, de los enfermos y actividades sociales en general. Es nacida y criada en el sector, está casada hace 50 años, dueña de casa y tiene dos hijos y tres nietos. Cuando le dijeron que iba estar con el Papa se quedó sin habla, no sabía si era verdad. “Me quedé muy sorprendida, en la vida lo hubiera esperado”, cuenta. Y agrega: “De esta visita espero que a través de él la iglesia logre toda esa transparencia que es tan necesaria y hace falta hoy. La unidad de toda la iglesia. La sencillez que en sus gestos ha ido mostrando. Creo que esos gestos se agradecen porque la iglesia necesita cambios, aires nuevos, requiere vivir el día a día de hoy. La esperanza está puesta en él”. La parroquia a la que asiste se caracteriza porque es una de las pocas que tiene en su entrada un cartel informativo en español y en creole. De hecho, los domingos a mediodía hay una misa especial para esta comunidad que como cuenta Gladys, ha crecido montones. Al respecto, relata que faltan políticas públicas porque “son personas que vienen muy dolidas y que vengan para acá y no sean bien recibidas, no tengan un lugar digno, que abusen con sus arriendos y trabajos, es lamentable. Todos merecemos respeto, somos todos hijos de Dios. Cambiaron nuestros barrios, porque están construyendo viviendas sólo para arrendarles a ellos, pero abusan con los cobros. Tengo vecinos en donde hay 15 o 20, viven mal. Pero me gusta porque son respetuosos, tratan de andar impecables”.

Sonia Castro, feligresa Parroquia Jesús Obrero y encargada de las sopaipillas que se entregarán al Papa (Nº22 EN EL DIAGRAMA). Vive desde hace nueve años frente a la parroquia Jesús Obrero, ubicada a un costado del recinto jesuita, pero hace más de 50 años que es activa feligresa. Pero su reconocimiento en la comunidad, además de sus actividades parroquiales, viene también por su fama de cocinar exquisitas tortas, pies, almuerzos, pan amasado y un sinfín de delicias gastronómicas. No es de extrañar entonces que el sacerdote Jorge Muñoz, capellán del Santuario, las llamara para tener el honor de entregar personalmente las sopaipillas que harán con sus propias manos al Papa Francisco.

Isabel Reinal, 55 años, feligresa Parroquia Jesús Obrero, hija de Sonia Castro y también a cargo de las sopaipillas que se servirán en el encuentro (Nº 19 EN EL DIAGRAMA): “Que el padre nos eligiera a nosotras o es porque le gustan mucho las sopaipillas de mi mamá o la quiere mucho, porque no creo que sea la única persona que haga sopaipillas. Para nosotras es un orgullo y una bendición. No digo que no estamos nerviosas. Cada día que pasa lo único que ruego a Dios es que nos salgan como las hemos hecho toda la vida”. Isabel fue la última en enterarse del encargo y no sabía para qué el padre Jorge le había pedido el RUT. “Quedé plop, como en el aire”. Cuenta que las sopaipillas tendrán un tamaño un poco menor a un plato de taza de té, aunque el porte final se está por definir. Lo que está claro es que la base de las sopaipillas serán con zapallos bien amarillos, harina y un poco de polvos de hornear, porque los “Royal”, las dejan muy duras.

Elida Maritza Peña, 43 años, es dominicana y vive sola junto a sus hijos en el campamento Nueva Esperanza de Colina (Nº 25 EN EL DIAGRAMA): . Como ella cuenta, su vida en Chile ha sido difícil, “porque no estaba acostumbrada en mi país a vivir en un campamento”. Sin embargo, esta feliz de conocer al Papa Francisco porque “es algo grande. A mi país ha ido, pero no había tenido la oportunidad de verlo”.

 

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