“Me siento María esperando a los Reyes Magos”
Así bromea Natalia, con un humor a toda prueba. Perdió su casa en el mega incendio de inicios de febrero, hoy ve cómo voluntarios del Hogar de Cristo visten interiormente su mediagua de emergencia. Con tres meses de embarazo, intenta ser fuerte, pero está siendo tratada por estrés postraumático, la plata escasea incluso para locomoción y empezar de nuevo no resulta nada fácil.
Por Ximena Torres Cautivo
11 Marzo 2024 a las 15:18
“Él es san José y yo María. Me siento como esperando la visita de los Reyes Magos”, dice Natalia Aros (31). Esta pobladora damnificada de la toma Monte Sinaí, en Viña del Mar, es técnico en servicios sociales y su marido, carpintero. Está embarazada de 12 semanas y, de ahí, la broma que hace, mientras esperamos que llegue el camión del Hogar de Cristo con los kit de habitabilidad que vestirán por dentro las viviendas de emergencias construidas por Techo.
Ella y su familia son de los primeros en tener ya su hogar transitorio de 18 metros cuadrados. Lo montaron los voluntarios de Techo en el sitio del pasaje Oret, donde habían construido su hogar. Como el de la mayoría de sus vecinos, ese hogar se hizo humo el 2 de febrero pasado, y hoy está convertido en cenizas. De las 246 familias que albergaba la toma, sólo 21 lograron salvar sus viviendas.
Sentada junto a una pequeña carpa, donde durmieron los primeros días, en medio de escombros y desperdicios, Natalia Aros hace gala de una personalidad exuberante. Por eso, las dirigentas vecinales de esta toma que nació hace 25 años en Miraflores Alto, en Viña del Mar, la tienen “de casera” para las entrevistas.
Hace un par de días nada más salió en Tele13, dando cuenta de cómo vive su embarazo en medio de la precariedad. Se quejó de la falta de ayuda, del abandono en que están. Dijo que las cajas de mercadería del gobierno son una mala broma. “¿Dónde cocino los fideos si no tengo cocina, agua a mano? No voy a vivir de puras compotas de manzana”, declaró, molesta.
Ahora nos comenta que sus dos hijas adolescentes están quedándose donde su mamá, abajo, en Viña, porque aquí no se puede estar. “Yo vengo a cuidar el terreno, pero qué van a hacer aquí las niñas”. Dice que la menor, Kelly, de 12 años, es una réplica de ella. “Es parlanchina, igual que yo. Quiere ser modelo top, no se achica ante nada”. La mayor, de 15, Anelis, “tiene al arte en sus manos. No te imaginas cómo dibuja. Sufrió mucho porque se le quemaron todos sus dibujos. No logró salvar ni uno. Ha estado muy deprimida por eso”.
Alejandro (lo de José era un chiste), el marido carpintero, es lo opuesto a ella. No sale en fotos ni da entrevistas. Ahora mismo anda con su padre, también damnificado, haciendo todo tipo de tareas, y se escabulle cuando le pedimos que hable con nosotras.
El día del incendio, Natalia experimentó horas de incertidumbre sobre su seguridad. “Todo fue muy rápido, Alejandro había salido a trabajar y perdimos contacto. No sabía dónde estaba y terminé publicando en Facebook si alguien lo había visto”.
Finalmente, tomó la decisión de sacrificar su puesto en un vehículo para que sus hijas pudieran escapar a salvo. “Las tres no cabíamos en el auto de mi tío, así que me quedé acompañando a mi suegro, que no quería dejar la casa porque estaban entrando a robar. Al final, igual tuvimos que arrancar, porque el fuego estaba al lado”.
Natalia se ve fuerte y aguerrida, pero si se escarba un poquito en esa coraza que se arma, se entiende que por qué está recibiendo atención psicológica. La tratan por estrés postraumático en el centro de terapia del comportamiento en Viña del Mar. Además, escasean las monedas, incluso para movilización, más en un lugar encumbrado, remoto y abandonado, como es el campamento Monte Sinaí, lo que dificulta todo.
Eso, incluso, ha afectado su relación de pareja, pese al esfuerzo de ambos por salir adelante. La inseguridad tampoco ayuda; junto a la carpa donde la joven embarazada pasó un par de noches, hay un robusto canil, donde están encerrados dos perros de temible apariencia. Son bracos o algo por el estilo. “Ahora los encerré, porque venían ustedes, pero por lo general están sueltos, de día y de noche”.
Los voluntarios del Hogar de Cristo, suben y bajan por el empinado terreno de Natalia, descargando camas y camarotes, juego de comedor, cocinilla y todos los enseres de casa, colchones y ropa blanca que incluye el kit de habitabilidad que entrega la fundación. Son fruto del 25% de los recursos recaudados en la campaña “Juntos, Chile se levanta”.
Tal como esperamos que logre levantarse Natalia, quien pese a su personalidad expansiva, luce agotada. Es evidente que está haciendo un esfuerzo por agradecer a nombre de ella y las demás familias damnificadas de la toma Monte Sinaí la ayuda de estos sui generis Reyes Magos a esta singular sagrada familia que lo está pasando pésimo.
Para finalizar, agrega: “Para mí es indigno vivir de allegados. Una, por el solo hecho de darle natalidad al país, debería tener derecho a una casita”.
Karen Núñez (48) pela papas y corta zapallo en la improvisada sede vecinal de la toma Alto Sinaí. Está, junto a otra dirigente, a cargo de preparar unas 250 raciones de carbonada. Serán el almuerzo para los voluntarios de Techo, que siguen afanosos levantando mediaguas, y para los vecinos damnificados del sector, que en la práctica son todos.
Karen perdió la espectacular casa que había logrado construir en este campamento, que nació del impulso de 15 familias evangélicas, que dejaron su huella en los nombres de calles y pasajes: Arca de Noé, Jericó, Moisés, Israel…
–Hoy, sin embargo, acá hay de todo: cristianos, ateos, evangélicos, además de extranjeros. Hay muchas familias migrantes. Muchos somos gente conocida que venía de por acá cerca. De la Valdivia, Las Pataguas. Al comienzo, hubo como un dominio evangélico. Gente bien mandona, que cree que se las sabe todas, pero eso ya no es así. Nosotras ahora estamos al mando y el respeto se ha ido dando de manera natural. Ya nadie se cree dueño de nada.
Karen tiene un marcado sentido comunitario. Es tesorera del comité que preside Lilibeth Saso. Aunque perdió su “casa hermosa”, donde celebraban el día del niño, las fiestas patrias y la navidad y hacían tallarinatas y completadas para juntar plata para diversos fines, ahora, igual, está aquí, preparando carbonada urbi et orbi. “Mis hijos están grandes y, aunque tengo problemas a la vista, siento que puedo y debo cooperar”, explica.
Efectivamente, su casa era hermosa, como ella misma dice. Nos muestra videos del antes y del después del megaincendio y las imágenes que tiene en su celular impactan.
Impactan porque su vivienda era un lujo. Con piso flotante, cocina integrada, gran pantalla de plasma, lindas puertas y marcos de madera, como de catálogo de inmobiliaria. E impactan al pensar cómo una toma, en la ladera de una profunda quebrada, por donde el fuego circuló como un río rojo y caudaloso, pudo llegar a crecer y multiplicarse, sin ninguna intervención de la autoridad.
Con un descontrol total.
Karen cuenta que en el último año hubo varios progresos.
–Habíamos terminado varias huellas, cuya construcción ganamos por concurso. Teníamos precioso el jardín de la sede. Nos habían instalado luminarias solares. Vino la alcaldesa Ripamonti a inaugurarlas, creo que nunca una autoridad se había asomado por aquí. Eso pasó el 26 de enero, y el 2 de febrero todo se quemó. Todo ese avance se perdió.
Las huellas de las que habla son atajos que permiten cortar camino hasta los paraderos de micros. Hoy el campamento parece una zona de guerra. No hay casi nada en pie, salvo las mediaguas de Techo, que han ido multiplicándose. Y una que otra casa de construcción sólida y dimensiones importantes, que los más afortunados pueden financiar al ritmo del reggaetón y la guaracha.
Entre tanta necesidad, esas reconstrucciones llaman la atención, porque aquí la gran mayoría vive al día. Son pobres y vulnerables, en serio.
Por eso, a Karen la enorgullece tanto que haya pasajes medio pavimentados con recursos de los propios vecinos. Son de concreto irregular y a trechos, pero que, en invierno, cuando llueve y todo se convierte en un lodazal, favorecen la circulación.
Dada la pendiente, impresiona que haya además tantos autos circulando por estos pasajes estrechos y empinados, donde el camión tres cuartos del Hogar de Cristo debe hacer toda suerte de maromas para acercar los kits a las viviendas.
Efectivamente, aquí el Estado está ausente. Y lo ha estado desde hace 25 años, cuando esto empezó a poblarse en un descontrol total de la autoridad.
Las dirigentas pelan más y más papas, mientras el ambiente huele a zapallo cocido. La sede de emergencia que les construyó Techo uniendo dos mediaguas es un buen espacio de reposo para voluntarios y vecinos. Es además lugar de acopio para donaciones, las que día a día disminuyen en volumen y frecuencia.
Pero Karen y su compañera no se amilanan.
Un maravilloso ramo de reinas luisa adorna una mesa atiborrada de utensilios de todo tipo. Afuera, lograron habilitar unos columpios y recuperar de manera provisoria la plaza, “que había quedado tan linda”, y que también se quemó.
Karen dice que están trabajando, muy organizadas, con 130 familias a través del WhatsApp. “Según mi registro eran 105, pero de repente llegan más y más familias”.
Donde estaba su casa preciosa, ya hay una mediagua que aún no está vestida por el Hogar de Cristo. “Nosotros mismas vamos asignando la entrega de los kits. No han dicho que será a razón de 30 o 50 por semanas, el mismo ritmo al que van levantándose las casas de emergencia”.
Corajuda, Karen no llora, pero sí añora su cocina con los muebles de cocina que le había regalado su hijo, después de hacer su práctica en metalurgia. Tiene 28 años y el menor 24 y está terminando su carrera. Ambos viven con nosotros. Yo alcancé a salvar del incendio un pantalón, un polerón, la cama del perro…”.
Karen agradece el trabajo de los voluntarios. Dice que siempre han contado con ellos. Y que los kits que ahora andamos entregando son una clara y positiva demostración de esa mutua y productiva relación.
Natalia prefiere dar un mensaje final más duro antes que dejemos Monte Sinaí. Sostiene que el allegamiento es lo peor que puede pasarle a una familia. “Los allegados siempre molestan en todos lados, por buena voluntad que tenga quien los recibe. Nosotros lo pasamos muy mal. Nos cortaban el agua. Ni siquiera me quiero acordar de lo que sufrimos. Por eso nos vinimos al Monte Sinaí, donde le compramos la casa a otra persona. Era muy sencilla, mucho más que la casa de Techo. Ni siquiera tenía ventanas, pero la empezamos a mejorar. Estaba muy bien. La arreglamos mucho. Y ahora, con mi guagua en camino, tenemos que empezar de nuevo. No queda otra”.