La multiplicadora del padre Hurtado
La reconocida escultora ha copado el territorio nacional con padres Hurtado monumentales hechos de hormigón o de acero. A los 80 años, la miembro de la Academia de Bellas Artes, que tenía 9 cuando el mayor activista social de Chile nos dejó, en agosto de 1952, tiene una admiración por él y su obra tan sólida como los materiales con que trabaja. En este Mes de la Solidaridad, la tendremos en un muy especial Hora de Conversar. No se lo pierdan.
Por Ximena Torres Cautivo
1 Agosto 2023 a las 21:43
–Supe que no debía ser de bronce. A él no le habría gustado un material tan caro. Habría preferido que esa plata se usara para ayudar a los niños abandonados y a los viejos, que eran los que lo movilizaban. Por eso, aunque me ofrecieron el bronce, elegí hacerla de hormigón, que es cemento y fierro, mucho más barata.
Francisca Cerda (80) es frágil y femenina, pero no se arredra ante nada.
La escultura con que, en 1995, ganó el concurso “Una escultura para el Padre Hurtado” es de grandes dimensiones; tiene tres metros de altura y pesa varias toneladas. Dos años antes había salido ganadora de otro certamen para representar al presidente Jorge Alessandri en una obra monumental que está ubicada en la Plaza de la Constitución. Pero la figura del político no tiene cinco réplicas como sí sucedió con la que tributa a Alberto Hurtado Cruchaga, el activista social, que hoy está emplazada en sendas comunas de Chile. La vemos en la tumba del santo en su santuario en Estación Central. Es la misma que está en la entrada poniente del Mall Alto Las Condes, en la calle que lleva su nombre en la comuna de La Condes.
–Yo le digo la del padre Hurtado caribeño, porque está rodeada de palmeras. Cuando la emplazamos no estaban las palmeras y era visible, pero ahora no la ve nadie, porque es un lugar de tráfico de autos. No hay cómo verlo. Mejor, quizás porque para limpiarle los grafitis, la Municipalidad lo pintó rosado y gris. Está de dos colores. Muy fea.
–Como una casata –le comentamos.
Esa misma imagen está repetida en Viña del Mar, en Casablanca, en la Estación Mapocho. Realmente se ha multiplicado. Y existe una segunda, ya no de hormigón, sino de acero, más etérea, a pesar de ser de color negro, que Francisca diseñó a partir de la famosa foto en que el padre Hurtado aparece trabajando la tierra con picota y vestido de sotana, en una toma, rodeado de niños. Ella la hizo en 2002 y está ubicada en el bandejón central de la Alameda al llegar a General Velásquez, en la comuna de Estación Central, donde se ubica la casa matriz del Hogar de Cristo. Su “milagro cotidiano”.
También es una obra replicada.
En 2004 fue levantada en la entrada del ex Parque Intercomunal de La Reina al que se le bautizó Alberto Hurtado. Se encuentra además en Antofagasta y en el Parque de la Familia, en Quinta Normal. “Esa segunda escultura hecha en placa de acero permite a través de su transparencia y forma ser vista por todos lados con mucha claridad”, describe su autora. Tal como explica el sentido de cada detalle de la imagen en hormigón. Esa que nunca queda igual, aunque sea una réplica.
–Si observas la que está en el santuario, tiene una escalera por detrás donde va una fila de niños de rostros poco definidos. Quise representar a los niños y niñas que sacaba de debajo de los puentes del río Mapocho, haciendo que superaran su vulnerabilidad. La figura tiene además un pie adelantado, como una proa, relevando que, como decía Machado, se hace camino al andar, contra toda adversidad.
UNA LIMOSNA POCA
A propósito del vejado general Baquedano y su caballo y del destino que sufren los monumentos al fragor de revueltas, protestas, vandalismo, olvido y deterioro, le recordamos a Francisca Cerda los versos del poema “Las Estatuas”, de la poetisa argentina María Elena Walsh, a los que Mercedes Sosa les dio fama, cantándolos con melodía de tango:
“Cuando llueve me dan no sé qué
las estatuas.
Nunca pueden salir en pareja
con paraguas.
Y se quedan como en penitencia
solitarias.
Su memoria procuran decir
Sin palabras
Y nos piden la poca limosna
De mirarlas
Cuando quieren contarnos un cuento
de la patria”.
–Qué lindo. No lo conocía. Me gusta.
MONSEÑOR ROMERO
–Producto de una enfermedad al corazón, estuve por más de un año en cama y me vi imposibilitada de seguir el camino del baile, como consecuencia, me volqué de lleno a la lectura y al dibujo, desarrollando un gran interés por las artes –confesó Francisca en su discurso de incorporación a la Academia Chilena de las Artes en 2005.
También desde niña desarrolló un gran sentido social y cuando adolescente visitó regularmente para ayudar “lo que entonces se llamaban poblaciones callampa”, cuenta esta ex alumna del Villa María, que estudió Arte en la Universidad de Chile.
–Así me vinculé a fundación Techo. Yo era entonces era una joven muy católica, hoy sigo siendo religiosa, con una gran conciencia de Dios, pero ya no me siento cercana a la Iglesia. Sí persiste mi admiración por Alberto Hurtado, un hombre con una capacidad de empatía gigantesca y un enorme amor por los más pobres, en particular por los niños y los mayores.
Francisca tenía 9 años cuando el fundador del Hogar de Cristo murió, en 1952.
–Se fue muy joven… una lástima. Me habría gustado conocerlo; uno de mis cuñados tuvo esa experiencia. Yo, para hacer sus esculturas, leí mucho de él, me empapé de su obra, de su causa. Yo respeto y valoro mucho a los que se la juegan por otros, como otro sacerdote al que me pidieron hacer una estatua conmemorativa.
Se refiere a monseñor Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de El Salvador, al que asesinaron por su defensa de los derechos humanos de su pueblo. Esa estatua está ubicada en la calle Vitacura y se la encargó la embajada de El Salvador. El gobierno salvadoreño llegó a ella por su trabajo en torno a la figura de Alberto Hurtado.
DE ESCULTORAS Y UNA POETISA
En este Mes de la Solidaridad, en que conmemoramos su muerte cada 18 de agosto, invitando a depositar sobre su tumba una rama de aromo, los convocamos a mirar las estatuas que ha hecho de él Francisca Cerda y a conocer a esta continuadora de la obra de una trilogía femenina genial: Rebeca Matte, Marta Colvin y Lili Garafulic.
Fue otra chilena genial: Gabriela Mistral, quien ideó lo de la rama de aromo en su escrito “Un pastor menos”, publicado con ocasión de su muerte en revista Mensaje en 1952: “Y alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente. Démosle al padre Hurtado un dormir sin sobresalto y una memoria sin angustia de la chilenidad”.
Francisca Cerda le ha otorgado inmortalidad en acero, en concreto y fierro, y este 24 de agosto le dará materialidad hablada, ya que es una de las invitadas a rememorar su obra en el programa Hora de Conversar, que haremos en torno al legado del padre Hurtado en el Mes de la Solidaridad. Como dijo ella en el discurso ya citado cuando la sumaron a la Academia de Bellas Artes: “Mis esculturas son reflejo de mi proceso creativo, tienen además vida propia, son como los hijos, llega un momento que hablan por sí mismas”. Y mencionó a las muchas escultoras que tiene Chile y que, “como yo se aventuraron por el camino de la creación, a veces rudo, a veces sublime, pero siempre satisfactorio por el vínculo espiritual y material que cada una de las obras representa”.