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Héctor y Silverio:

Los amigos de la Casa Esmeralda

Son adultos mayores y almuerzan en el Centro de Encuentro que el Hogar de Cristo tiene en Arica; esa es una ayuda económica, pero también parte de la rutina que organiza sus vidas. Ambos arriendan sus respectivas habitaciones de dos por dos metros por 80 mil pesos mensuales en una suerte de cité especializado en la tercera edad. Uno es optimista y tirador para arriba; el otro espera que un terremoto termine con su vida.

Por María Teresa Villafrade y Ximena Torres Cautivo

14 Marzo 2023 a las 17:51

La Casa Esmeralda es color pistacho.

Aunque su fachada está pintada de verde, se llama así porque queda en la calle con que la ciudad de Arica rinde tributo a la corbeta que se hundió con su capitán Arturo Prat, hace 143 años, unos doscientos kilómetros al norte de aquí, frente a Iquique.

Es la calle la que le da el nombre; no el verde de sus paredes.

En esta singular Esmeralda “navegan” como buenamente pueden unos 15 adultos mayores. Pagan entre 80 mil y 100 mil pesos mensuales por una habitación con baño compartido. La mayoría son autovalentes, autónomos y, al mismo tiempo, muy solitarios. Viven con la Pensión Básica Universal, algunos trabajan, están relativamente sanos. El barrio es mucho mejor que las poblaciones marginales de la ciudad, pero la pobreza y la vulnerabilidad, amplificadas por los años que pesan, van por dentro.

En la Casa Esmeralda viven nueve participantes del Centro de Encuentro de Adultos Mayores (CEAM) que Hogar de Cristo tiene justo al lado del Hospital Regional Juan Noé de Arica. Allí, almuerzan varios de ellos. Los que califican para esa beneficio por su estrecha situación económica.

Diariamente, en el Centro se preparan más de 50 almuerzos: 25 son para los adultos mayores que aparecen por ahí a partir del mediodía. Otros 15 son para el personal y el resto se llevan al Hogar Protegido Pedro Claver para personas con discapacidad mental. A veces hay que hacer figuras para que el menú incluya postre; no siempre alcanza el presupuesto.

Además de darles almuerzo a algunos, el Centro recibe a varios otros en talleres de autoestima, estimulación cognitiva, gimnasia, terapia kinésica. Cuentan con atención psicológica individual. Tienen también actividades organizadas por voluntarios, como el aporte de una peluquera que una vez al mes les viene a cortar el pelo, las barbas o a teñir a las y los más coquetos. El equipo  organiza paseos, convivencias, celebraciones varias, lo que les permite estar integrados a las redes y menos solos, aunque cada uno es un mundo. Con sus particularidades y manías. Con sus idas y venidas.

NO A LA DUCHA, SÍ A LOS BAÑOS DE MAR

Esta mañana, la técnico social Grace Ámbar Silva, quien trabaja desde hace 16 años en el Hogar de Cristo, nos lleva a la Casa Esmeralda. Vamos a pie porque está a unas ocho cuadras del CEAM, que dirige la técnico en enfermería Leslie Rojas.

Dos participantes del programa –Héctor Concha y Silverio Correa– han aceptado contarnos sus vidas y mostrarnos cómo viven en ese singular espacio.

La Casa Esmeralda no es un establecimiento de larga estadía para adultos mayores, sino un negocio particular. Es propiedad de un arrendador que cree que las personas grandes son más confiables como arrendatarios y que incluso quiso que fuera el Hogar de Cristo quien le pagara, cuestión que no corresponde, aunque el equipo está siempre atento a la relación de cada uno con el dueño de la casa.

–La Casa Esmeralda tiene unas quince habitaciones. La dinámica es bien solitaria; no existe dentro un lugar de convivencia. Cada uno maneja su llave y hace su vida independiente. Nosotros buscamos que todos los participantes del programa se re vinculen con sus familias, que tejan redes y no estén tan solos. Cuando eso pasa, los egresamos. Hemos tenido unos catorce egresos exitosos.

“Pero hay otros participantes que llevan siete, ocho años con nosotros. Antes éramos más como una guardería para las personas mayores, con talleres grupales. Ahora, en cambio, hacemos planes de trabajo con ellos. Nos fijamos metas. Aunque hay casos muy complejos, como el de una adulta mayor que fue víctima de atropellos graves en dictadura. Mataron a su esposo, fue violada por varios oficiales en presencia de sus hijos. Hay otra participante cuyo hijo tiene problemas graves de consumo de drogas e intentó abusar de ella hace poco. Son casos dramáticos. Muy complejos”, nos comenta Grace.

Dice que a veces las mujeres son más esquivas y que lo más difícil es cuando a la edad se suman problemas de consumo y/o de discapacidad intelectual o psiquiátrica. Menciona la particularidad de una de las habitantes de la Casa Esmeralda, que se resiste a bañarse o lavarse con agua potable. “Ella va día por medio a bañarse al mar, en la playa Chinchorro, sea invierno o verano. Parte con shorts, polera y toalla, y se asea en el mar. Baja a pie hasta la playa y se baña en las olas”.

Leslie Rojas, la jefa del CEAM, cree que, con todo, las mujeres sobrellevan mejor la vejez, incluso en pobreza y vulnerabilidad. “Nosotros atendemos a más hombres, porque ellas cuentan con más redes. Son capaces de pedir ayuda. Siento que están más preparadas para las adversidades de la vida. Aquí uno aprende mucho de los mayores: el valor de la vida, de la familia; la empatía con el dolor ajeno. Uno se sensibiliza, pero a la vez se fortalece para asumir la propia vejez”.

ADULTO MAYOR, ADULTO MEJOR: ¡PAMPLINAS!

Héctor Concha Lineros (79) vive en la Casa Esmeralda y todos los días va a almorzar al Centro de Encuentro. “Si tuviera que pagar almuerzo, tendría que estar mendigando. Si no fuera por el Hogar de Cristo, nos morimos de hambre”. La ropa la manda a lavar. En la noche, en su pieza, se prepara “sopa para viejo, a la que le echo un huevito, según el hambre que tenga”.

Llegó por primera vez a Arica en 1966, pero iba y volvía. Hace 5 años regresó para quedarse. Nació en Linares. Estudió solo hasta octavo básico. “Mi profesión era peluquero, barbero, de los antiguos”.

Vivió en Santiago, Antofagasta, Iquique y Arica.

Se casó en Iquique y tuvo un hijo, que hoy tiene 52 años y del que no sabe nada. Quedó viudo pero ya estaba separado; apenas estuvo casado 7 años. “Ella murió en 1995 pero nadie me avisó, no supe que había muerto hasta mucho después. En esos años, cuando me casé, en Iquique estaba muy mala la situación económica. Yo entré al Ejército porque era el único lugar donde había pega. Estuve dos años, dos meses ahí”.

¿Y su familia?

–Éramos tres hermanos, pero me aparté de ellos. Porque les vendí la parte de la casa de mis padres que me correspondía y todavía no me la pagan. Después murió mi tío coronel, que era viudo, sin hijos, tenía una casa en San Vicente de Tagua Tagua. Era una casa quinta en pleno centro. No me dieron ni uno y se quedaron con los cuarenta millones que mi tío tenía en el banco. Cuando los increpé, me dijeron que me iban a pagar. ¿Sabe qué? Me dieron por muerto al momento de reclamar las herencias. ¿Cómo un abogado se presta para esos engaños?

Lo peor es que el único que trabajaba cuando a su padre le dio derrame cerebral, era Héctor. “Yo pagaba todo. Yo, que era el menor, sostuve a mis hermanos mayores. No he visto sinvergüenzura más grande. No me di cuenta entonces; sólo hice lo que tenía que hacer”.

Tuvo una casa en Iquique, pero su señora se quedó con ella y después su hijo.

Héctor no está feliz. “Cómo voy a estarlo, si trabajé toda mi vida para morirme de hambre. Uno acá está sobreviviendo. Claro que la culpa fue mía, por no preocuparme. Si hubiera exigido en todas las partes que trabajé que me pagaran mis imposiciones, no estaría en esta situación. Cuando me vine a dar cuenta, solo tenía 15 años de imposiciones, nada más”.

Nos muestra un papel con el resumen de todas sus imposiciones: trabajó en aseo y paisajismo, en el colegio inglés San José, en Sigdo Koppers, en el tendido de alta tensión de Iquique y María Elena, en la sociedad de inversiones Pampa Unión Limitada. “Yo sabía mis derechos, pero no reclamé nada, debería tener mínimo 30 años imposiciones, pero nunca he sido interesado. Ahora tengo la pensión básica solidaria. En esta casa somos todos amigos y nos ayudamos, somos más hombres que mujeres, apenas tres son mujeres”.

Usa bastón debido a la artrosis a las rodillas y a las caderas que le aqueja. Es muy amigo de Silverio Correa, mecánico agrícola, que es su vecino de pieza y su opuesto. “Cómo no va a estar feliz él si su pensión es de 250 mil pesos; él no debería estar aquí”, dice sobre su amigo.

–¿Qué te gustaría que pasara?

–Que hubiera un terremoto y nos fuéramos todos. Les voy a decir una cosa: vivimos de mentiras. Todos se llenan la boca hablando del adulto mayor, del adulto mejor, y a uno lo maltratan. Falta poco para que te agarren a palos. Hablemos las cosas como son.

ARICA, IDEAL PARA LOS AÑOS DORADOS

Silverio Correa (74) es realmente el opuesto de su amigo Héctor Concha. Desde cómo se viste hasta cómo se mueve y cómo se siente.

Héctor recibe poco más de 180 mil pesos mensuales de pensión; Silverio, 250 mil. Una diferencia que ante los ojos de Héctor vuelven a Silverio casi un millonario. “Es alguien que no debería estar aquí”, dice.

Ahora caminan juntos bajo la canícula inclemente del húmedo verano ariqueño. Es mediodía y hay reunión informativa en el CEAM y luego almorzarán allí. Es una rutina que les organiza la vida. En sus respectivos estilos, van de punta en blanco: Silverio con su sombrero Panamá y su polera juvenil. Hector, formal y elegante, fina estampa, caballero.

–En 1975, me vine para Arica, buscando explorar nuevos territorios. Estoy muy bien, tengo amistades, vivo tranquilo, no hay problemas y todo me va bien. Estoy lo que se dice conforme –nos comenta Silverio, quien nació en Santiago, en la calle Vicuña Mackenna. Dice que sus padres eran jóvenes cuando se casaron. “Mi papá era soldador al arco y mi mamá dueña de casa, como debe ser”.

Él se casó en Arica, pero en 1996 se separó. No pudo soportar que su mujer empezara a trabajar. “La mujer debe estar en la casa, a cargo de los hijos. Yo soy de ese pensamiento.  Nuestro niño se descarrió porque ella no estaba. Empezó a tener malas juntas. Para corregir el daño, mi mujer lo internó y un señor lo apadrinó. Hoy tiene 46 años y es un hombre de bien. No me importa que no me diga papá porque ese otro hombre, su padrino, lo salvó”.

Silverio tiene también una hija, que vive en Alto Hospicio, donde él ha ido a visitarla. Cuenta que está casada con un gendarme.

Él, por su parte, no piensa en volver a emparejarse. “He tenido algunas relaciones pasajeras. No tengo el alcance monetario para embarcarme en algo así. Además, lo paso bien como estoy. No tengo ambiciones de ese tipo, que al final significan puras complicaciones”.

Fanático del fútbol, cuenta que estuvo en la división infantil del Green Cross. “Fui futbolista y de profesión soy técnico agrícola. Me llamaban los futres de los campos para arreglar las maquinarias y ahora apenas me manejo con el celular. Sé usar el WhatsApp, pero no mucho más. Me cuesta apretar las teclas, deslizar el dedo por la pantalla. En el Centro Abierto a veces me han tratado de enseñar, pero al rato digo no, por favor, no sigan. Hay cosas que a cierta edad ya no te entran”, dice, perdiendo el optimismo por única vez.

Otra cosa que no le entra es “la palabra santa. Mi hijo se volvió evangélico y ha querido convertirme, que entre al culto, pero yo le digo discúlpeme, mijo, pero hasta ahí no más llegamos, porque yo no sé qué significan esas frases de la Biblia. No me hacen ni un sentido”.

Él es un tipo práctico. Dice que no le teme a la muerte. Además, afirma, “Arica es un buen lugar para envejecer. Tiene rico clima. No se necesita ropa ni zapatos gruesos de invierno, los que son más caros. Las frutas y verduras son deliciosas y abundantes. No gastamos en calefacción. Puras cosas buenas para nosotros, los viejos”, dice, risueño, junto a Héctor, que refunfuña, pasos más atrás.

 

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