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Jardín y Sala Cuna San José:

Con 92% de asistencia, es un lujo en estos tiempos

Cuando la crisis educativa que dejó la pandemia se ensaña con los niños y niñas más pobres y vulnerables, este establecimiento que Hogar de Cristo tiene en uno de los sectores más violentos de Quilicura es un remanso de paz, armonía y aprendizaje. ¿Cuál es la clave? Varias. Lee y descúbrelas a continuación.

Por Ximena Torres Cautivo

8 Noviembre 2023 a las 14:58

En julio de 2018, la educadora de párvulos y mediadora familiar de la Universidad Católica, Liliana Santander, nos dijo: “Los jardines infantiles y las salas cuna del Hogar de Cristo están donde nadie más está. Y nosotros, sus trabajadoras, estamos bien cuidadas, validadas por la comunidad, porque las personas nos sienten cercanas y humanas. Yo estoy donde quiero estar, porque me siento útil y, por lo mismo, realizada, pese a las balaceras”.

Hoy la directora del jardín infantil y sala cuna San José que el Hogar de Cristo tiene en la población Raúl Silva Henríquez de Quilicura, sigue ahí, al pie del cañón. Está desde las 8 de la mañana, de lunes a viernes, parada en la puerta recibiendo a cada uno de los 98 lactantes y párvulos a los que atiende el establecimiento. Saluda personalmente a cada uno de los padres o apoderados, porque, asegura que ahí está la clave del 92% de asistencia que ostentan.

Liliana Santander es la directora del Jardín Infantil y Sala Cuna San José de Quilicura. Un espacio de seguridad para los 98 lactantes y párvulos que asisten al establecimiento que está completamente renovado.

El porcentaje es un logro bien notable. Post pandemia, la asistencia a los jardines y salas cuna del país se resintió de materia notoria y en 2021 llegó a niveles lamentables: un 43%. Ese mismo año se matricularon 79 mil niños y niñas menos que en 2019. Y aunque este 2023, ha habido una leve mejora en los números se está lejos del 90% de asistencia existente antes de que se desatará la emergencia sanitaria a causa del COVID-2019.

Tener, por lo tanto, un 92% de asistencia en un territorio particularmente complejo, donde el narco, la delincuencia y la violencia están presentes en el día a día, es para alegrarse y sentirse muy satisfecho.

METRO CASI A LA PUERTA

No tanto por el establecimiento, sino por los niños y niñas, porque esta etapa –la de la educación inicial– es clave a la hora de equiparar las oportunidades en el futuro. Los primeros tres años de vida es cuando el cerebro humano más información absorbe, cuando más se aprende y mejor establecidos quedan los hábitos de convivencia.

El mismo día en que concertamos una visita al lugar, a pocas cuadras, en la Población Parinacota, que es vecina de la Raúl Silva Henríquez, donde se levanta el jardín y sala cuna San José, habían quemado el auto de la joven narcotraficante Sabrina Durán. Los helicópteros de Carabineros sobrevolaban la zona y la tensión en el barrio eran palpables. Por eso, la directora Liliana Santander nos dio instrucciones precisas: “Nada de venir en autos que llamen la atención y siempre antes del mediodía, que es cuando la cosa está tranquila y los malos aún se no han levantado. Por la tarde es mejor no asomarse”.

Ayleen Valenzuela es una de las tres educadoras de párvulos que trabajan con Liliana.

La joven educadora de párvulos Ayleen Valenzuela no teme en adentrarse en un territorio estigmatizado, porque siente que ahí aporta.

Muy joven, dice: “Nuestro lugar de trabajo se encuentra ubicado en un sector donde hay delincuencia, violencia, balaceras. En ese contexto, el jardín es un lugar de seguridad y protección para los niños, para sus familias y para nosotras mismas como trabajadoras. Yo siento que trabajar aquí es una tremenda oportunidad de aprendizaje profesional y de aporte a un grupo de niños que, gracias a nuestro jardín y sala cuna, reciben educación de calidad en una etapa clave de su desarrollo”.

Liliana, la directora, destaca que desde septiembre una extensión de la línea 3 del metro llega hasta la Plaza de Quilicura, lo que representa un salto cuántico en términos de conectividad y acceso. “Ahora, las educadoras para llegar al jardín toman el metro, se bajan en la plaza y de ahí son seis paradas de micro para estar frente al jardín. Eso facilita mucho el conseguir profesionales, porque las técnicos y auxiliares son chicas del barrio, no hay problema. La dificultad hasta hace poco era conseguir educadoras de párvulos que se atrevieran a llegar hasta acá, que es un sector complejo y muy estigmatizado. Con decirte, que he buscado profesionales hasta en Facebook”, dice, soltando una carcajada.

LA INSPIRADORA HISTORIA DE IVONNE

El actual jardín San José nació de manera informal y comunitaria, con el apoyo del Hogar de Cristo, el año 2009 para ayudar a las madres de los campamentos Las Torres, Roberto Jara y Padre Hurtado de Quilicura que necesitaban trabajar y no tenían con quién dejar a sus hijos. “Eran unas quinientas familias que vivían en una gran precariedad”, comenta Adelina Espinosa, trabajadora social y orientadora familiar, hoy jefa de la Hospedería de Mujeres de Estación Central.

Así recuerda esos inicios:

Ivonne Andrade era pobladora de uno de los campamentos más precarios de Quilicura, donde nació informalmente el jardín infantil y sala cuna San José en 2009. Es una de las madres que logró capacitarse y convertirse en técnico en párvulos y terminar la carrera de educadora. Realmente, su historia inspira.

-Partimos con 15 niños y con dos mamás que fueron capacitadas como técnicas en educación de párvulos. Tuvimos el apoyo de Integra hasta terminar armando un jardín infantil con material y técnicas Montesori; fue un proceso súper bonito. Cuando las familias fueron trasladadas a los blocks de la población Raúl Silva Henríquez, la municipalidad entregó el terreno donde hoy funciona el jardín San José.

Aunque la Junta Nacional de Jardines Infantiles validaba lo hecho por la comunidad liderada por madres pobladoras capacitadas y por el Hogar de Cristo, se exigió que la directora fuera educadora de párvulos para regularizar el funcionamiento del establecimiento. Adelina dejó el proyecto.

Satisfecha y orgullosa, recuerda a algunas de esas mamás que ahí se formaron. Y nos contacta con la egresada en educación parvularia Ivonne Andrade (53).

Su caso es inspirador.

CINCO HIJOS, CINCO DORMITORIOS

Abandonada por su padre e hija de una madre con severos problemas de alcoholismo, divorciada hace 19 años, llegó a vivir al campamento Roberto Jara con 5 hijos. Hoy los 5 son estudiantes universitarios y ella trabaja como educadora particular en tareas tan específicas como el control de micro despertares de dos hermanos pequeños durante las noches y la estimulación temprana de un niño al que tiene a su cargo desde los dos meses de edad.

–Yo estudié la carrera gracias al estímulo del Hogar de Cristo y de la Nina (Adelina Espinosa), quien cuando la Junji exigió que había que profesionalizarse, nos dijo: o estudian o estudian. No hay otra. Y yo me formé. Después que elegir entre la carrera de mi hijo John y mi título de educadora de párvulos. Lo privilegié a él; por eso, soy egresada, no titulada. Pero estoy tremendamente orgullosa de lo que he conseguido. El padre de mis hijos aporta con algo, pero he sido yo la que ha creído en que ellos, que podían ser profesionales. Mi exmarido sostenía que estudiar la universidad no era para nosotros, que era para los ricos.

–¿Y qué crees tú?

–Yo veo que la única diferencia es que en las clases más altas hay preocupación por los niños desde que están en la guatita de la mamá. Ya ahí hay conciencia de la formación. Yo trabajo de manera particular haciendo estimulación temprana a guagüitas en el barrio alto. Y haciendo eso en muchas menos horas, me hago el suelo que me pagaban como técnico en un jardín. Ahí los padres le toman otro peso a la educación. Claro, pueden hacerlo.

Marcela Benítez es ex apoderada y vecina del jardín infantil y sala cuna San José. Tuvo en él a sus trillizos y hoy una sus hijas tiene a sus niñas en él. Tanto es su compromiso, que el año pasado hasta hizo el rol masculino de Pimpenela en una presentación.

Hace muchos años que Ivonne no pisa el jardín infantil y sala cuna San José. Ella vendió su casa en la población Silva Henríquez y ya no vive en el barrio. “El sector está tan estigmatizado que una casa no vale más que unos cuantos millones de pesos. Yo ahora vivo en un muy buen sector de Quilicura, arriendo por 620 mil pesos mensuales dos casas pegadas. Hoy cada uno de mis cinco hijos tiene su propio dormitorio”, confiesa, emocionada ella misma con su logro. Sabe, eso sí, que el antiguo jardín donde tuvo el impulso para estudiar y capacitarse está realmente renovado. “Siempre fue un lugar precioso. Lindo. Cuidado. Y ahora dicen que está mucho mejor aún”.

UN JARDÍN SIN MÁCULA

Constanza Said fue el hada madrina con que se encontró el Hogar de Cristo y Liliana Santander para renovar las instalaciones del jardín infantil y sala cuna San José hace ya un par de años. Con una inversión cercana a los 600 millones de pesos fue hecho de nuevo con el aporte económico de la familia Said Somavía. Hoy luce flamante y colorido por dentro y por fuera. Es un lujo. No tiene ni un solo rayado ni grafiti en el exterior, “porque son los padres, los apoderados y la comunidad quienes lo cuidan”, dice Liliana, quien tiene decenas de anécdotas que refuerzan esta afirmación.

Cuenta cuando una de las chicas de la población que hacía voluntariado le ofreció asaltar el camión que les trae las frutas y las verduras para las comidas de los niños. “Ella vio la factura del mes y se escandalizó con la suma. ‘¿Esto le cobran?’, me dijo, y me propuso robarle la mercadería al camión. Hay muchas chicas del barrio que tienen malas costumbres, que afuera se portan mal, pero acá parecen niñas, tirándose por el resfalín. Muchas de ellas lo único que necesitan es que alguien les tenga confianza. Yo lo hago, he dejado mi oficina abierta, con la cartera adentro, y no pasa nada”.

Las tres educadoras que acompañan a Liliana Santander: Ayleen Valenzuela, Katherine Arriagada y Karla Navarro en el patio central del Jardín Infantil y Sala Cuna San José de Quilicura.

Otra también relacionada con el camión de las frutas y las verduras. “Unos chicos pastabaseros lo trataron de robar. Me indigné, porque temí que no quisieran volver a traernos los suministros, y partí a uno de los block vecinos, que es famoso porque está lleno de armas. Reté al responsable casi tanto como su mamá, quien le largó un tremendo rosario de garabatos por desubicado”.

Aquí se respira poder femenino. Son las madres, las apoderadas, las que apoyan y agradecen el trabajo de Liliana y su equipo. Con ellas hablamos. Hacen fila para grabar en video sus experiencias, desde las madres primerizas hasta ex apoderadas, desde abuelas bien chilenas hasta jóvenes mamás migrantes. Esto dicen. Y cada una es un mundo.

LAS VOCES DE LAS MADRES

Gabriela San Juan tiene 28 años y dos hijos, el mayor de 7 y el menor, Valentino, de 2 años y medio.

Ella considera que su familia tiene sólo tres integrantes: ella y sus niños. Por ellos, se la juega y en esa tarea el jardín es su gran ayuda:

Gabriela San Juan es comerciante informal. Tiene a su hijo menor en el Jardín Infantil y Sala Cuna San José, al que le agradece ser un espacio de paz y seguridad para su niño y para ella. “Sin este lugar, yo no podría trabajar”, dice.

–Yo soy comerciante, vendo ropa usada por aquí y por allá. Para mí el jardín y las tías son un apoyo tremendo. Me permite trabajar tranquila, sabiendo que el Valentino está a salvo, cuidado, atendido. Mi pareja es como un añadido a nuestra familia, porque tiene consumo de pasta base y, aunque se sometió a tratamiento, no hay garantía de nada. Yo trabajo por mis hijos, por lograr tener una casa propia y no seguir de allegados.

Diza González, otra joven apoderada, destaca el avance que ve en el desarrollo de su hijo menor. Y la ayuda en mercadería, ropa, que para muchos es una salvación.

Diza González comenta la ayuda invaluable que le dieron en el Jardín Infantil y Sala Cuna San José de Quilicura durante los duros meses de la pandemia. “No sólo a mí, a muchísimas familias de por aqui”.

“Sobre todo en lo peor de la pandemia”, reconoce Sheilly Castellanos, cuando su marido perdió el trabajo. A Sonia Pérez, que tuvo a sus hijas aquí y también a sus nietas más tarde, destaca que aún puede consultar como ex apoderada a la sicóloga que viene una vez a la semana a atender a las mamás. Ese “servicio” gratuito y bien único es financiado por Constanza Said, quien luego de la reconstrucción del  establecimiento mantiene así su vínculo con el jardín y sala cuna.

“Yo vivo desde hace 22 años en Quilicura. Mis trillizos fueron de los primeros niños del jardín y hoy vienen mis nietos. Soy una agradecida de este lugar que ha crecido y progresado y que nos ayuda y protege tanto. Por eso yo participo, me involucro y apoyo en lo que sea. Hace unos meses hice con otra apoderada un show imitación de los Pimpinela. Lo que me pidan, lo hago”, comenta Marcela Benítez, quien vive prácticamente al frente del jardín y sala cuna San José.

Angélica Aguilar habla un castellano precioso. Es peruana y tiene aquí a su hija Mafer, de tres años. “Las tías me han enseñado a ser mejor mamá. Yo soy extranjera y acá he encontrado algo muy valioso: guía y consejo para el difícil trabajo de ser mamá, algo que en Perú mis padres nunca tuvieron. Estoy muy agradecida de ellas”.

Angélica es peruana y agradece especialmente al Jardín Infantil y Sala Cuna San José de Quilicura por orientarla como mamá en la educación de su hija. “Acá a una la ayudan en la difícil tarea de ser madre”.

PURO AMOR

Jolita Innocente es mamá de Mickaella. Llegó desde Haití hace seis años y aún le cuesta el idioma.

Yolita Innocente llegó hace 6 años desde Puerto Príncipe a Quilicura. Tiene a su hija en el Jardín Infantil y Sala Cuna San José de Quilicura.

En 2018, la directora Liliana Santander nos dijo: “El 41% de nuestros alumnos son hijos de migrantes, lo que le aporta color al paisaje humano”. Entonces nos contó que estaba tomando clases de creole en el Movimiento Acción Migrante y cursos de interculturalidad en la Universidad. “Todo lo que ayude a comprender mejor a los padres, ayuda a los niños”. Ahora afirma que ha disminuido el número de niños y niñas haitianos, por ejemplo. “El porcentaje de hijos de padres migrantes es de un 32 por ciento hoy. Se están yendo. Parten a Estados Unidos. Lo triste es cuando los devuelven, los repatrian. Me ha tocado un par de casos en que no los los mandan a Haití, sino que los devuelven a Chile, su último país de residencia. Son situaciones muy duras”, comenta la educadora.

Jolita Innocente tiene 38 años y no está sola en Chile. Su hermana menor, de 24, llegó dos años después que ella. Y ya tenían familia en Chile. Hoy ambas traen a sus niños pequeños al jardín infantil San José, y, aunque aún les cuesta expresarse en español, se sienten integradas y acogidas aquí.

En 2019, el  Jardín Infantil y Sala Cuna San José de Quilicura, tenía un 42% de alumnos hijos de migrantes. Esta foto es de ese año.  Hoy ese número ha bajado, pero igualmente la presencia haitiana, venezolana, peruna es evidente. AGENCIA BLACKOUT

“Este jardín me gusta. Mi hija es muy inteligente y habla muy bueno chileno”, dice la hermana menor de Jolita Innocente.

Se llama One Love. Y como su nombre lo indica, es un amor. Lo mismo que Wetcheline Keïmysha Dorcelian, su hija de tres años, que nació en Quilicura y es una chilena de estos tiempos en un jardín infantil y sala cuna que es ejemplo de adaptación y competencia educativa en los tiempos que corren.

La sonriente One Love llegó dos años después que su hermana mayor , Yolita Innocente., a Chile. Ambas son apoderadas del Jardín Infantil y Sala Cuna San José de Quilicura.

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