Dejó la calle y el consumo escribiendo
Y en el Día Mundial del Libro lanza el texto resultante que Hogar de Cristo imprimió. Es un relato en primera persona que conmueve. Durante cuatro años vivió en la calle, hundida en el consumo de drogas, tuvo dos hijos así. El menor de ellos, Bastián, logró que reaccionara y tuviera la fuerza y la fortuna de entrar a uno de los escasos programas terapéuticos para mujeres.
Por Ximena Torres Cautivo, publicado por ElDínamo.cl
21 Abril 2023 a las 12:57
“Quiero despedir a una persona que se hizo mucho daño y también hizo daño a personas que quería mucho”.
Esa persona es ella misma: Katherine Lavín (38), una mujer que hoy trabaja a diario por superar la negra etapa que vivió en situación de calle, sumida en el consumo de todo tipo de drogas, al margen de sus hijos y de su familia.
En el contexto del Día Mundial del Libro y la Lectura, que se celebra cada 23 de abril, la hoy rehabilitada Kathy presentará este martes 25 de abril el texto autobiográfico –“Mi vivencia escondida en un mundo sin vida”–, que terminó de escribir el verano pasado y que fue clave en su proceso de sanación.
Escribir lo vivido, fue en parte lo que la salvó.
En la Casa de Acogida Joss Van Der Rest en Estación Central, que cuenta con una biblioteca patrocinada por BiblioRedes, compartirá su historia con hombres mayores que, como ella, vivieron largo tiempo en la calle.
–El consumo en la calle es súper distinto para una mujer. Siempre el consumo de drogas en un hombre hace que se vea más choro, más bacán. Una mujer, en cambio, se denigra muchísimo con el consumo. Da lo mismo el tipo de sustancia que use, siempre será una vendida, una ofrecida, una mujerzuela, una mala madre. Y agrégale a eso, el hecho de que además vive en la calle. Una madre que abandona a sus hijos por ir a consumir es la peor madre del mundo. Yo pasé muchas situaciones en la calle, incluso lo que cuento en el libro es un pelo de la cola al lado de lo que viví, porque ser mujer en situación de calle y consumidora es lo peor que le puede pasar a alguien.
Katherine tiene cuatro hijos, pero fue el menor, Bastián, el que la hizo dejar las drogas. Tuvo suerte y así lo reconoce:
–La brecha de género para acceder a un proceso de rehabilitación es enorme. Hay mucho más oferta terapéutica para los hombres con consumo que para las mujeres. Y ni hablar para las madres con hijos pequeños. Existen muy pocos centros de rehabilitación así y tienen un cupo limitado. Cuesta muchísimo acceder a ellos. Yo estuve alrededor de cuatro años en consumo en calle y recién el último año, en 2020, pude entrar al Programa Terapéutico Residencial de Quilicura, con mi hijo recién nacido.
Explica que en su proceso anterior, tuvo que dejar su hija al cuidado de su mamá. “Tuve que darle a ella la tuición, porque no había posibilidad de entrar con mi guagua al programa. Creo que eso es fome, es malo, no ayuda, porque tener a tu hijo al lado, sirve mucho en la rehabilitación. Te incentiva, te da un golpe de energía al levantarte cada día y mirarlo o mirarla. Eso da ganas de luchar, de salir adelante por alguien que es tuyo, al cual te debes. No es el Estado ni tu familia, sino tú la que debes hacer todo por él: eso da una fuerza enorme”.
Aunque efectivamente las mujeres en Chile tienen un menor consumo de alcohol y de otras drogas que los hombres, la oferta terapéutica estatal para ellas, más cuando son pobres y vulnerables, es mínima, y se vuelve aún más escasa cuando son adolescentes, tienen hijos o viven en calle. Sólo el 12,5% de las terapias que ofrece el Estado están orientadas a las mujeres y la capacidad de atención mensual de SENDA es de 798 usuarias, mientras que para los hombres es de 5.758, según datos 2018. Poco en ambos casos para la enorme necesidad que existe, pero irrisorio en el caso de las mujeres.
“UNA VOLÁ, UNA MARICONA”
Katherine dice: “Mis dos hijos menores fueron producto del consumo, se puede decir. No sé quiénes son sus padres. Yo entonces tenía mi pareja, una mujer con la que estuve durante quince años. Yo soy lesbiana, por lo que para ella fue muy fuerte y muy duro que me quedara embarazada, producto de querer drogarme. Que tuviera relaciones sexuales para conseguir dinero. Todo eso fue fuertísimo para ella, pero siempre estuvo apoyándome para sacarme de la droga. Ella me buscaba. Arriesgaba su propia vida por ir a sacarme de lugares peligrosos”.
–¿Cómo asumiste tu lesbianismo?
–Me costó muchísimo poder salir del closet. Desde la enseñanza media, empezaron a llamarme más la atención las personas de mi género, las mujeres, pero era algo tabú. No podía hablarlo con nadie. Mi familia, sobre todo mi mamá, es formada muy a la antigua. Yo tenía mucho miedo de ser rechazada por ellos y siempre aparentaba que tenía pololo, pero los hombres no me gustaban. Fue súper difícil contarle a mi mamá que yo tenía pareja mujer. Ella se quiso morir al saberlo, pero hoy no solo lo acepta, sino que conoce a mi pareja. En mi peor etapa de consumo era muy difícil hacerse respetar porque además de ser una volá, era una maricona. Así con todas sus letras, porque nadie adorna las cosas.
–Las mujeres que viven en la calle, como fue tu caso, y las migrantes ilegales que llegan solas suelen buscar protección en un hombre. Y muchas veces el remedio sale peor que la enfermedad; en vez de ser protegidas, son explotadas. ¿Te tocó conocer eso?
–Como te conté, yo tenía una pareja mujer, una persona muy buena, que no consumía drogas y estaba pendiente de mí. Pero, claro, que vi en muchas otras chicas lo que tú planteas. Me tocó ver mucho abuso en la calle. Recuerdo a una mujer trans, que tenía un compañero consumidor que la mandaba a prostituirse para conseguir droga y si ella no quería hacerlo, la agarraba a palos o la amenazaba con tirarla a un canal cercano. Vivía golpeada, toda machucada.
Vivir en la calle reduce la esperanza de vida al menos en 5 años, dicen todos los estudios. Y en el caso de las mujeres, es aún más dañino, sobre todo al combinarse, como suele ser, con el consumo de alcohol y de otras drogas.
–La mujer se ve mucho más pobre y en una situación más lamentable que el hombre cuando está consumiendo. Te ves sucia, cochina, degradada. Yo vi que la mayoría que llega al consumo lo hace por pobreza y por falta de apoyo familiar. Es tan común que por conseguir cosas, cuando eres joven te empieces a meter en redes de amistades, amistades es un decir, que de a poco te introducen en ese mundo oscuro que te domina, el de las drogas.
–¿Nunca te tocó padecer violencia física en la calle?
–Entre las pares, sí, peleas con otras mujeres por el tema del consumo, de la droga. Nunca fue por mi condición sexual. En el Programa Terapéutico no tuve problemas de ese tipo, porque el centro es abierto, comprensivo. De hecho, había una chica que se llamaba Mónica entonces y que ahora es Jean Paul. Entonces ya se vestía como hombre, actuaba como hombre. En ese sentido, nunca me sentí excluida o agredida por ser lesbiana.
TODO POR BASTIÁN
Una cuestión determinante en los casos de las mujeres con consumo es que no tienen redes familiares. Los suyos las enjuician, las condenan y las abandonan. A diferencia de lo que sucede con los hombres internados por tratamientos de drogas o encarcelados, a estas mujeres son muy pocos los que las visitan, las dejan solas. Ese maltrato se traduce en los apellidos que se le ponen a una consumidora de drogas: mala madre, puta, enferma. Y no es sólo la familia la que las castiga; pasa lo mismo con los tribunales, las policías, los servicios de salud… El nivel de maltrato de la mujer drogodependiente es impresionante.
“Las asimilan a delincuentes, cuando todas aquí son mujeres extraordinarias, valientes, maravillosas, fuertes. No sé cómo explicarlo. Diría que son evolucionadas a un nivel superior. Nadie como ellas tiene la experiencia de sobrevivir con todo en contra, levantándose mil veces, sin ayuda de nadie, habiendo sido todas víctimas de situaciones de dolor y abuso indescriptibles. Por eso, insisto en que merecen más ayuda que nadie”, nos dijo hace un tiempo la jefa del programa terapéutico de Quilicura.
Y la sicóloga Carolina Reyes, psicóloga que dirigió por varios años Mapumalén, el primer y único programa residencial en el país para mujeres adolescentes infractoras o no de ley, con consumo problemático de alcohol y otras drogas, agregó en esa misma ocasión: “A las mujeres les cuesta mucho llegar a tratamiento por el estigma asociado. Consumen en soledad, ocultan su problema. Los hijos también son un obstáculo, sólo se les recibe con ellos, cuando son pequeños y los cupos son limitadísimos”.
Hoy Katherine lleva un año trabajando como empleada de casa particular puertas afuera. Agradece la comprensión y el apoyo que le han dado sus jefes, una pareja joven y profesional, que conoce todos los detalles de su historia y cree en ella y en su proceso de rehabilitación.
Todos los días. Kathy se mueve desde Macul, donde vive con el pequeño Bastián, hasta Ñuñoa, donde se encarga del aseo de la casa del matrimonio que ha creído en ella.
Tras egresar del Programa en Quilicura, tuvo la fortuna de lograr cupo en una casa VAIS, donde aún vive. VAIS es la sigla de un programa de SENDA que significa Vivienda con Apoyo a la Integración Social. La iniciativa facilita un lugar para vivir transitoriamente a quienes cumplen con estrictas condiciones. Una de las principales es exhibir abstinencia total de drogas y alcohol.
“Con suerte, en Santiago habrá 6 cupos; o sea, nada. En todo el país, hay sólo 10 de estas casas. El egreso, sin una solución residencial, para ellas y sus hijos, es parte del todo en contra que padecen nuestras usuarias”, dicen las profesionales de Quilicura.
–Sabemos que Bastián, tu guagüita, ha sido clave en tu exitoso proceso, pero ¿qué pasa con tus otros hijos?
–Están con mi mamá, tienen 8 y 4 años, y mensualmente yo les doy una especie de pensión alimenticia. Tengo cuatro hijos en total. La mayor vive con su papá. No tengo buena relación con ella. De Bastián me hago cargo totalmente. Cuando llegamos a la casa VAIS, lo que más me costó fue encontrar trabajo. Cuesta mucho para una madre sola compatibilizar el horario del jardín con las oportunidades laborales que surgen. Ahí yo creo que se puede hacer mucho para que una mamá soltera obtenga trabajo. A uno lo que más le preocupa es que los hijos estén cuidados, nunca solos, jamás en la calle.
“HAY QUE SORORIZAR CON ELLAS”
“Para una mujer, que es madre, como Katherine, son muchas las barreras sociales que debe superar para decir ´Necesito apoyo´. Por eso, su testimonio es tan potente. Y tan valiente. Es un decir: sí, se puede. Sin duda, hay mucho, muchísimo, trabajo y esfuerzo de ella. Fueron años de dolores y traumas los que arrastra desde su infancia hasta hoy, como mujer adulta homosexual y madre. Y este libro es un gran paso.
“Escribir es terapéutico. Redactar una autobiografía es materializar memorias y acontecimientos abstractos, es sacarse un peso y comenzar a mirar la propia historia desde otro lugar, uno que puede ser distinto a lo vivido. Es un ejercicio liberador y sanador, la llave para comenzar otra etapa y contar otra historia. Tal como lo relata Katherine en estas páginas”.
Esto escribe en el prólogo del libro de Katherine Lavín, el psicólogo Carlos Vöhringer. El director técnico nacional del área de Protección Integral y Apoyo Terapéutico del Hogar de Cristo, releva lo profundamente terapéutico que es escribir, tal como sucedió con Kathy, quien incluso dio su testimonio para un conmovedor reportaje del noticiero 24 Horas de TVN.
–Mi libro habla de mis primeros años de vida, de mi infancia y luego de mi adolescencia. Pero el grueso del contenido es sobre el consumo problemático en la calle desde la perspectiva de una mujer. Como ya hablamos, no es lo mismo que un hombre consuma droga en la calle. La intensidad, la crudeza de lo que vive una mujer drogodependiente en calle es escalofriante. Personas que han leído lo escrito me han dicho que se les han parado los pelos. Algunos me preguntan cómo me explayo tan naturalmente sobre lo que viví en el día a día. Les impresiona cómo me levantaba sólo para consumir, cómo buscaba el dinero para conseguir la droga, cómo soportaba el frío y la lluvia.
–¿No te avergonzó contar cosas tan íntimas?
–A mí, escribir me ayudó mucho a soltar. Soltar todo lo que rumiaba en mi mente, sobre todo cuando recién empecé el proceso. Al comienzo, no sentía la confianza con los terapeutas que me habían asignado, entonces, por escrito, empecé a soltarlo todo. La culpa, el miedo, el abandono. Ahora quise publicar mi historia porque siento que es una buena forma de concientizar sobre que el consumo de drogas no está ajeno a nadie. Y que las personas que se vuelven drogodependientes no deben ser estigmatizadas, denigradas, apuntadas con el dedo, sobre todo las mujeres. Yo llamo a sororizar con las ellas y a tirarlas para arriba para que logren salir de ese pozo oscuro en que están metidas. Yo soy un gran ejemplo de que se puede vencer el consumo. Cuesta mucho, muchísimo, pero se puede cambiar. Mírenme, se puede.