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En Quillota

Tejer redes a crochet para Elba y Gloria

Elba tiene 82 y su hija Gloria 57, viven juntas en una modesta vivienda, en un sector muy vulnerable a orillas del rio Aconcagua. Aunque lo lógico sería que la menor cuidara a la mayor, acá la situación es inversa. Conócelas aquí a ambas y ayúdalas, tal como hace el servicio domiciliario del Hogar de Cristo en Quillota con ellas y con otros 28 adultos con diversas y complejas necesidades. Hazte socio.

Por Ximena Torres Cautivo/ Fotos: Mauricio Hofmann

15 Marzo 2025 a las 21:10

Elba Silva (82) podría “forrarse” si alguien orientara su capacidad y su talento. El crochet hoy es el tejido favorito de hípsters y vanguardistas amantes del diseño y la moda. Existen cuentas de Instagram internacionales con miles de seguidores que hacen gala del arte callejero llamado “yarn bombing”, que consiste en cubrir objetos con hilo o lana tejido. También se le conoce como “bombardeo de hilo”, “graffiti lanudo”, “tejido de guerrilla” o “kniffiti”.

Elba, quien vive en una población vulnerable, nacida de una antigua toma en el sector de Aconcagua Sur, en Quillota, no tiene idea que ella es una guerrillera del tejido a crochet. Una kniffiti.

La aguja metálica es como una prolongación de sus dedos y la huella de su don cubre todos los muebles de su modesta vivienda. Todos. Las sillas están forradas, los sillones, las mesas, las estanterías. Elba teje con lana regalada, con retazos de madejas que a alguien le sobraron, con ovillos descartados por otros que terminaron su tarea. Pero su sentido del color, hace que todo combine y vibre en la modesta casa que comparte con Gloria (57), su hija menor, que “no tuvo entendimiento para aprender a tejer a crochet”.

–Mi mamá ha tratado de enseñarme, pero no se me da.

Elba y Gloria participan del servicio de atención domiciliaria de Quillota. Toda su precaria vivienda luce la habilidad de Elba, la madre con el crochet.

“NO PUEDO PERMITIR CIERTAS COSAS”

Teóricamente, Gloria cuida a Elba, pero claramente es al revés. Aunque Elba está con movilidad reducida a causa de fuertes dolores en las piernas y se desplaza apoyándose en un burrito, la fuerza del hogar radica en ella. Gloria, que tuvo cuatro hijos, los que la visitan tarde, mal y nunca, tiene una discapacidad intelectual leve, por lo que requiere de una cuidadora dedicada. Y esa es Elba. Siempre lo ha sido.

Gloria es de lágrima fácil.

Llora cuando cuenta que casi no ve a sus hijos. “Y la que está viviendo en un auto me preocupa”. Cecilia, Camila y Anita, el equipo del Programa de Atención Domiciliaria para Personas Mayores que opera el Hogar de Cristo en Quillota, saben de sus problemas y las contienen a ambas. La hija de Gloria, la nieta de Elba, se relacionó con una persona que trafica y consume droga y esa fue su perdición.

Elba trabajó en el campo toda su vida. Tuvo 6 hijos. La menor es Gloria, quien vive con ella. Ambas son parte del servicio domiciliario de ayuda que Hogar de Cristo tiene en Quillota.

 

Elba es terminante.

–Yo no puedo permitir ciertas cosas, ciertas conductas. La droga, por ejemplo, es imposible de aceptar. Es muy dañina.

La vulnerabilidad de ambas en un barrio peligroso, donde las balaceras no son ajenas y hay que estar pendientes de no ser asaltadas o invadidas, se aprecia en los relatos de su vida cotidiana.

LA CASITA DE LATAS

–El año pasado, llegaron estás señoritas… –dice Elba, indicando al equipo integrado por Cecilia, Camila y Anita, con quienes visitamos su casa. Conversamos en el antejardín techado, donde cuidadas flores en macetero aportan el toque femenino a la precaria vivienda. Agrega Elba: –Ellas conversaron con mi hija Gloria y nos solucionaron el problema de la luz. Estábamos sin corriente. Nada funcionaba en la casa.

Anita Reinoso,  jefa del servicio de Quillota, admira profundamente la resiliencia de Elba.

Anita Reinoso, la jefa de “las señoritas” del Hogar de Cristo, recuerda: “Tenían la casa llena de alargadores, porque la mayoría de los enchufes no servían. Ahí pedimos ayuda a un liceo técnico que imparte la especialidad de electricidad. Ellos nos mandaron a un grupo de electricistas que lograron solucionar el problema.

Como todo el sector, las casas son fruto de ampliaciones en una toma que al legalizarse fue dotada de casetas sanitarias.

–Nosotros con mi esposo nos vinimos desde San Felipe a este sector de Quillota. Nos instalamos aquí más o menos cerca de río, cuando esto no era nada. Levantamos una casita de latas, una rancha. Después hubo un terremoto. Nosotros nos dedicábamos a emparejar los sitios. Luego vino la autoridad y dividieron los sitios en cuatro partes y mi esposo compró una de esas cuartas partes, que también tuvimos que emparejar. Ahí empezó a organizarse todo.

¿ALÓ, REVESDERECHO?

Elba, quien enviudó en 2009, hace 15 años, tuvo 6 hijos, sin dejar de trabajar prácticamente nunca. “Yo siempre hice faenas de campo. Que la cosecha del tomate, del perejil, que limpiar cebollas y todo tipo de verduras, que lavar betarragas… Más de 50 años estuve en eso. Y me gustaba. A veces llevaba a los niños conmigo. Lo más duro era lavar las betarragas, con el agua hasta las rodillas se hacía esa limpieza, pero me gustaba”.

Cuenta que sus seis hijos están vivos. Aunque uno “muy enfermo de la vista”, otra se quedó cesante y Gloria, su “guagua” necesita apoyo permanente y reglas claras, como le gusta afirmar. “Los crié con harto esfuerzo. La gente me regalaba ropa, juguetes. La Gloria iba a una escuela especial. Yo sólo llegué hasta octavo básico”.

Elba teje con sobras de lanas cada vez que tiene un rato de tranquilidad. A veces cuenta con hilo para hacer una obra de un solo color, como el mantel que muestra en esta visita que le hicimos.

“Ahora no trabajo. El dolor de las piernas es muy fuerte, pero me dedico a la casa. A barrer, a pelar papitas, a hacer ensaladitas para las dos y a tejer, cuando tengo lana y se puede”.

Porque los apreturas y los problemas están a la orden del día, más en un barrio que se ha vuelto particularmente peligroso. Gloria comenta con el equipo del Hogar de Cristo que finalmente se solucionó el problema del agua.

–Un grupo de personas que llegó al barrio y se instaló a los pies de su casa, les cortaron las cañerías y desviaron el agua hacia el sitio que estaban ocupando. Una situación insólita, que conseguimos aclarar y solucionar –dice Anita, quien en especialmente cercana a Elba.

Afirma:

–Me gusta su dignidad, su serenidad, su claridad. La trasparencia de sus ojos, una suerte de sabiduría que transmite. Me emocionó oírla cuando le preguntaste cómo evaluaba esta etapa de la vida y te dijo: “A mí no me duele la vejez”. Ella es así. No se victimiza –analiza Anita, quien con su equipo atienden a 9 hombres y 21 mujeres mayores de extrema vulnerabilidad en Quillota.

Madre e hija en el antejardín de su precaria vivienda.

Un trabajo donde enfrentan la pobreza y la soledad de la vejez en grandes problemas e insólitas miserias cotidianas, como que un matrimonio se cocinara en un hervidor de agua porque no podían pagar el gas; que una señora no retirara los remedios en el CESFAM porque no entendía las instrucciones; que otra no recurriera a una operación cubierta por el AUGE porque nadie le informó de su derecho… La lista suma y sigue. Y el influjo benéfico del programa de atención domiciliaria para adultos mayores se traduce en soluciones concretas y en lo más importante: contención y compañía para Elba y su hija Gloria.

Ahora sólo falta que una tejedora solidaria y con gusto orientara el talento de Elba con el crochet, que una marca como revesderecho le regalara lana y agujas y que hubiera más señoritas del PADAM en todo Chile.

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