Mujeres

Históricamente hablando…

las mujeres se han visto subordinadas a los hombres en múltiple áreas del quehacer humano y social. En este sentido, mientras que “lo masculino” se ha asociado culturalmente a la participación de actividades públicas fuera del hogar, “lo femenino” ha quedado relegado al mundo privado o doméstico, lo cual ha restringido su participación laboral, autonomía financiera y toma de decisiones. Así, la desigualdad de género estimula dinámicas de exclusión social que impiden a las mujeres desarrollar sus capacidades inherentes. Por ejemplo, al experimentar un acceso limitado al trabajo remunerado, estas enfrentan mayores dificultades para percibir ingresos y contribuir a su previsión social, lo cual incrementa su vulnerabilidad socioeconómica y con ello el riesgo de vivir situaciones ligadas a la pobreza. De igual modo, la superación de la pobreza se vuelve más difícil, en la medida que la inserción laboral es la principal fuente de ingresos para la mayor parte de la población y, sumado a esto, se les adjudica la responsabilidad de cuidar de los hijos.

Además de las múltiples formas de exclusión social que experimenta esta población, la opresión hacia las mujeres se expresa en prácticas sistemáticas y cotidianas de violencia, lo que se observa en contextos como las relaciones de pareja, la vía pública, o en espacios laborales.