“Muchas de ellas se han cortado el cuerpo”
Casi todas tienen brazos, antebrazos, piernas, estómagos, cruzados con cicatrices. En sus pieles esos cortes autoinflingidos son una manera de purgar el consumo de drogas y alcohol que las hace perder familia, padres, hijos. En esta entrevista, la encargada del Centro Terapéutico Residencial que el Hogar de Cristo tiene en Quilicura explica el perfil y la realidad de las 18 mujeres que atiende este dispositivo que las acoge con sus hijos pequeños y no las juzga.
Por Ximena Torres Cautivo
24 Septiembre 2024 a las 21:00
Trabajadora social de profesión y terapeuta floral por vocación y afinidad con todo lo natural, Gabriela Leiva es la encargada del Centro Terapéutico Residencial que Hogar de Cristo tiene en Quilicura. Un dispositivo escaso y absolutamente necesario para acoger a mujeres, incluidas madres con hijos pequeños, que tienen problemas severos de consumo de alcohol y otras drogas. Cada una de de las 18 residentes de la casa ha vivido pobreza, discriminación, exclusión, abandono, violencia y sobre todo el desprecio de una sociedad que juzga y culpa con una liviandad inhumana, en especial a las mujeres..
En estas semanas en que han aparecido notas y entrevistas sobre el enfoque de reducción de daños en el tratamiento de la drogodependencia, Gabriela se siente contenta.
-Me gusta que se empiece a hablar de este tema. Que se le ponga humanidad al asunto. Nosotros trabajamos con los principios de ese enfoque. Lo básico del enfoque es no juzgar, pero esa mirada es escasa. Y que se esté hablando de que hay otras maneras de tratar a las personas con problemas de alcohol y drogas es un gran paso. Lo primero que nosotras hacemos al recibir a las chiquillas es transmitirles en todo, en cada detalle, que nuestro centro es un espacio seguro y resguardado, donde pueden sentirse en confianza. La gente no sabe las historias horrorosas, terriblemente complejas, que han pasado estas mujeres, por eso es que son muy desconfiadas y no les resulta fácil creer en otros.
La trabajadora social dice que aquí se cree “en el valor de un café, de una conversación, de un momento de atención completamente dedicado, sobre todo cuando llegan”.
-¿Por qué eso te parece tan importante?
-Contar con un lugar grato donde atenderlas, que les confirme que están siendo escuchadas, acogidas, marca parte del cambio. Sucede en muchos dispositivos gubernamentales donde ni siquiera hay una silla. El espacio de atención es recontra importante para que ellas tengan la confianza de contar qué les pasa, sin sentirse sancionadas, discriminadas, miradas en menos. Hay mucho, mucho prejuicio contra la mujer que consume drogas o alcohol.
Actualmente, están con la capacidad completa. Con 18 mujeres, tres de ellas acompañadas de sus hijos pequeños. Esto último es una de los aspectos que vuelve bien único a este Centro. “Llegan embarazadas a las que acompañamos en su proceso de parto y también acogemos a madres de niños pequeños, en etapa preescolar. Eso prácticamente no lo ofrece nadie”.
Las participantes de este programa privilegiado y muy demandado vienen derivadas de Senda -16 cupos- o de los servicios de salud -los dos cupos restantes-. “Es importante mencionar que nosotros somos el último dispositivo para casos extremos. Actuamos cuando la respuesta ambulatoria no ha sido suficiente. Hay mucha necesidad de apoyo como el nuestro, por eso tenemos lista de espera. Atendemos el área norte de Santiago, pero también hemos tenido derivaciones de otros lugares”.
Gabriela, quien está a cargo desde 2021, comenta que el perfil de las mujeres ha variado. “La pandemia causó estragos en la salud mental de las personas, en especial de las mujeres. En el último tiempo, nos ha tocado recibir a varias adultas mayores; eso me llama la atención, porque no era lo habitual. Yo lo asocio a ese consumo silencioso de antidepresivos, tranquilizantes, píldoras para dormir, en el encierro que vivimos en los tiempos del COVID. Se produjo una adicción a las pastillas. Ese es un consumo muy privado, del que no se habla, pero que genera muchos problemas. Esas mujeres ahora se están atreviendo a decir lo que les pasa y a pedir ayuda. Hemos hecho un trabajo súper potente con las redes cercanas del lugar. Eso ha facilitado el trabajo, pero aún impera el prejuicio”.
-Dijiste que acá llegan mujeres con historias tremendas. ¿Podrías contarnos alguna que a ti te llegue particularmente?
-Todas son complejas. Lo que más me impacta es cómo ellas se hacen daño a sí mismas. Lo común que se han vuelto los cortes en el cuerpo. Esas autolesiones me impactan, aunque sean cada vez más corrientes. Todo derivado de la violencia intrafamiliar, de situaciones de maltrato permanente, desde la más tierna infancia. Ellas no han conocido otra cosa que vulneraciones de todo tipo, desde niñas, desde pequeñas. El consumo es una salida, una manera de escapar del horror del abuso. Por eso, para nosotras es muy complejo reparar en un año lo que es consecuencia de una vida entera de violencia. Se requerirían más dispositivos como el nuestro y más tiempo para cada caso. Son historias donde el dolor se ha asentado. Donde la violencia es la manera de relacionarse.
-¿Cómo actúan frente a eso?
–Con un enfoque de reducción de daño, aunque no lo llamemos así. El nuestro es un acompañamiento desde la empatía, la flexibilidad. Estos son procesos individuales, donde cada una de las mujeres es única. Yo necesito esto y necesito que me acompañen desde acá. Nosotros también y hasta hace no mucho tiempo pensábamos que nosotros sabíamos mejor que ellas lo que les servía. Hoy las oímos, las acompañamos en sus procesos, sin imponerles nuestra mirada. Creo que en la medida que sigamos practicando y aplicando el enfoque de reducción de daños vamos a tener más procesos exitosos.
-¿Qué es lo que más dificulta el trabajo?
-Lo que más dificulta que un proceso sea exitoso es que las chiquillas cuentan con muy pocas redes de apoyo. Muchas están completamente solas. Falta una mirada de género en los tratamientos, porque muchas de ellas son jefas de hogar, son las únicas proveedoras y las familias les exigen que se apuren en sus procesos, para que vuelvan a sus casas a trabajar, a hacerse cargo de sus hijos. Ellas no tienen ninguna ayuda y sostienen todo: los niños, la casa. Soportan mucha carga solas.
Gabriela dice: “Somos mujeres atendiendo mujeres”. En un equipo multidisciplinario de 17, apenas un par son hombres. Cuenta con psicólogos, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales, técnicos sociales, una técnica en párvulos que está a cargo de los niños. Nosotros no somos una clínica. No prescribimos tratamientos, sino que administramos el que indican las redes de salud. Una cosa que resulta muy sanadora y terapéutica es el que haya niños en la casa. Las mujeres somos maternales de manera natural y todas ayudan a los niños. Trabajamos 24/7 con sistemas de turnos”.
-¿Cómo es la relación del equipo con las participantes?
-Todos debemos ser muy respetuosos. Muy cautos. Nosotros debemos mirar a las participantes de una forma integral. Intentando ver todo lo que ellas realmente necesitan, sin buscar imponerles soluciones desde lo que nosotros creemos que necesitan. Creo que esa es la base de todo y lo que marca el cambio o el deseo de cambio en ellas. Los objetivos son únicos y especiales para cada una. Y es súper importante valorarlos. Hasta el más mínimo logro es importante y hay que aprender a verlos y a reconocerlos. Estas mujeres han sido invisibles toda su vida, salvo a la hora de abusarlas. Por eso reconocerlas, aplaudir sus avances, es tan clave en sus procesos.
-Desde afuera, muchos encuentran que sus logros son tan menores, ¿qué piensas tú?
-Creo que los objetivos deben ser parciales y posibles. Es como subir una escala. No hay que saltarse escalones, se debe avanzar paso a paso. Hay que proponerse logros pequeñitos para empezar a avanzar. Cuando te pones metas grandiosas, la frustración es enorme al no lograrlas. Es mucho mejor ir de a poquito. Acá no miramos en menos ni un paso, todos valen. Aunque para el que mira de afuera puede parecer poca cosa, nosotros sabemos que son gigantes. Eso es la reducción de daño: una mirada humana para lograr lo posible en cada caso. No una abstinencia total, de por vida. No metas tremebundas; objetivos posibles y a la medida de cada caso. Eso permitirá que haya muchos casos exitosos en estas mujeres.
-Cuando alguien te pregunta sobre tu trabajo, ¿cómo lo explicas?
-Debo decirlo: no es fácil trabajar con mujeres con consumo problemático e historias de vulneración tan duras y complejas. Pero me encanta. Las miro y las admiro. Admiro su valentía, su fuerza, siento que son un ejemplo para todas las mujeres. Cómo, me pregunto, hay quienes con todo en contra, logran pararse y salir adelante. Esa fuerza, esa valentía, nos compromete y nos obliga a jugarnos por ellas. Eso es lo que me pasa a mí, lo que siento yo.