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Teresa Valdés, socióloga:

“El feminismo en Chile ya no es vanguardia; es sentido común mayoritario”

Pionera de la causa en nuestro país, analiza las prioridades que debería tener Antonia Orellana, “la Toti”, como flamante ministra de la Mujer y la Equidad de Género, quien además integrará el comité político de Boric. Ex militante del Mapu, donde vivió “un machismo brutal”, analiza los logros de las jóvenes feministas, los cambios en los hombres y los méritos de las que han trabajado en el Sernam desde su creación, además cuenta su vínculo con el padre Hurtado.

Por Ximena Torres Cautivo/ Publicado por El Dínamo

18 Febrero 2022 a las 18:00

“Mamá, lo siento: no es niñita”, con esta frase la socióloga feminista, coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, Teresa Valdés Echeñique (71), se fue enterando del nacimiento de cada uno de sus tres nietos varones en la voz compasiva de sus dos hijos.

“Quería una nieta mujer y ya no pasó”, dice riéndose de sí misma esta activista histórica por los derechos de la mujer. “Los niños hoy tienen 14, 11 y 5 años, son unos amores y están veraneando conmigo en el sur en una vacación como la que no tenía desde hace no sé cuántos años. Está sensación de no tener ningún apuro es una ventaja de ser adulta mayor”, comenta, antes de entrar en “el estado del arte del feminismo en Chile”, ad portas de la asunción de un gobierno que se ha declarado urbi et orbi pro mujer.

-Lo más importante que estamos viviendo en materia de feminismo es que está instalado en la sociedad chilena. Ya no es una vanguardia aislada. Sus grandes demandas están incorporadas al sentido común mayoritario. La igualdad, la no discriminación, la paridad están presentes en todo el espectro político. No hay quién no las suscriba. Nos hemos reunido con constituyentes de todas las tendencias y la coincidencia es total. Lo nuestro ya no es un movimiento de vanguardia.

-No tiene nada que ver con lo que pasaba hace cincuenta años, cuando tú recién levantabas sus banderas.

-¡Es otro mundo! Hace 50 años, éramos miradas con desconfianza y sospecha. Yo he sido peleadora desde muy chica y mi experiencia más brutal de machismo fue la que viví en los tiempos de la UP. Yo milité en el Mapu desde que se formó y si miras las fotos de las directivas es terrible. Con suerte había tres mujeres, Antonieta Saa, Carmen Gloria Aguayo y un par más, y todos los demás son hombres. Después vino la dictadura, donde sí hubo una ola feminista, sobre todo en los sectores populares. Para la llegada de la democracia ya estábamos masivamente organizadas, pero también nos excluyeron del gobierno de Aylwin. Cuando se han comparado las fotos de los gabinetes de Aylwin y Boric las diferencias saltan a la vista. Hoy hay catorce mujeres en el gabinete. Nunca me imaginé que iba a ver y vivir la tercera ola feminista, este liderazgo femenino, porque antes uno predicaba la igualdad de género, pero ahora está en el discurso de cualquier mujer.

Teresa habla del mayo feminista del 2018, cuando mujeres de todas las layas, viejas y jóvenes confluyeron en la marcha Ni Una Menos, que surgió de los movimientos estudiantiles pero su masividad desbordó ese ámbito. “Las viejas nos reunimos en la Biblioteca Nacional para ver pasar la marcha y las jóvenes reconocieron que no tenían idea que existían las viejas feministas. Todas las nuevas generaciones creen que son las primeras, eso es clásico, pero fue muy interesante juntarnos y que el movimiento de las lolas supiera que no salieron de la nada, que había una historia y que algo estaba sucediendo desde mucho antes”.

-¿Y ese algo tan activo y visible incluye a las mujeres más pobres y vulnerables?

-Las pobladoras han formado parte del movimiento feminista desde sus orígenes. En los 80 estaban muy activas las de la zona norte de Santiago, por ejemplo, muy sensibles al tema de la violencia. Cuando asumió el gobierno de Aylwin se activaron talleres para jefas de hogar con una participación activa de las mujeres de los primeros cinco quintiles, los más vulnerables. La idea de apoyar a las jefas de hogar en términos laborales generó resistencia en muchos sectores que temían que al empoderarlas se quebrara la unidad de la familia. Poco se reconoce lo mucho que tuvo que luchar el Sernam para pasar de ser un pobre servicio de la mujer casi sin recursos a un Ministerio de la Mujer a secas primero y luego de la Equidad de Género.

Depilados de cejas y “parisisados”

No le gusta nada a Teresa la idea de que el feminismo es un movimiento intelectual, liberal, de elite. Que no todas las mujeres del siglo 21 sean como las imaginamos, que hay muchas “ni independientes, ni seguras, ni con voz”, como decía la campaña de la organización Manos Unidas en 2019, aludiendo a los millones de mujeres que en el mundo ni siquiera están alfabetizadas.

Dice: “La idea de la pobladora inconsciente con los niños colgando que sí teníamos en dictadura ya no existe. Hoy el feminismo es radical  y popular”. Y agrega: “Si algo bueno trajo la pandemia fue la visibilización del trabajo de cuidado no remunerado que recae mayoritariamente sobre la mujer. El aporte de la pandemia a la agenda feminista ha sido ese, sin lugar a dudas”.

Tiene razón, Teresa. Es como si el mundo hubiera descubierto de repente que su sistema de vida, productivo, económico, se sostiene en ese trabajo de cuidado familiar femenino no reconocido. Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2019 estimó en 670 millones a las mujeres en edad laboral que ejercían gratuitamente el trabajo de cuidadoras versus sólo 40 millones de hombre en ese rol. La otra herencia del COVID-19, señala la socióloga, es el aumento de la violencia doméstica y la existencia del llamado “hombre cero”, que no se siente responsable de las tareas domésticas ni del cuidado y educación de los hijos.

-Las mujeres están más claras que nunca sobre sus derechos. ¿Qué pasa con los hombres?

-Hay mucho, mucho hombre a la defensiva. También existen generaciones jóvenes que son hijos de feministas y se criaron en una situación de transformación social cuyo efecto más visible es un ejercicio responsable de la paternidad, y de la distribución de las tareas. Son transformaciones importantes, pero no masivas. Ellos han tenido que ponerle más el hombro, lo cual tiene consecuencias conflictivas en las dinámicas. Los hombres se han ido adaptando en forma bastante defensiva porque perder los dividendos del patriarcado no es fácil.

La especialista dice que no existen cifras confiables para sacar conclusiones respecto de la violencia doméstica en pandemia. Lo que se tiene es el aumento de llamadas a números de denuncia, al 1455, que demuestran un incremento de la violencia, sobre todo psicológica. “Eso revela lo botadas que se sienten las mujeres y lo mal pensadas que están las medidas para abordar la violencia. Yo soy partidaria de que sea la mujer la que se quede en la casa común en caso de violencia intrafamiliar y salga hombre, no al revés, como se hace hoy. Eso las deja lejos de sus redes, su trabajo, del colegio de los niños. No es ella la que tiene que irse, es él”.

-Hace un tiempo, Malucha Pinto, hoy constituyente, me dijo que el hombre chileno está dedicado a sacarse las cejas. Y el escritor Antonio Gil en una entrevista reciente afirmó que se han “francoparisisado”. ¿Qué opinas?

Primero se ríe y luego responde: “Sin duda, hay una incorporación fuerte de la estética como cuestión de identidad. Muchos hoy se pintan el pelo, se sacan las cejas, se cubren el cuerpo de tatuajes, hombres y mujeres. El lugar que ocupa el cuerpo en la construcción de identidad es todo un tema. Yo permití a uno de mis hijos cuando era adolescente ponerse un aro, después vino el tatuaje de un dragón en la espalda, lo que significó una segunda rosca con el padre, que me culpaba–confiesa, con risa.

-Y por otro lado hay mujeres que se prefieren a sí mismas gordas y peludas…

-Claro, es una actitud propia de un feminismo radical que dice y con razón: ¡Hasta cuándo me ponen a la Barbie de modelo! Eso, mientras una mujer joven muere en una clínica clandestina por querer ser como la Barbie, porque ese estereotipo sigue vigente para muchas.

-Y lo alientan los cuerpos increíblemente voluptuosos de las migrantes.

-Sí, qué envidia los cuerpos de esas mujeres y cómo caminan. Se desplazan como gacelas despertando unos celos atroces en las chilenas. Ese es un choque cultural muy interesante, que se entronca con la construcción de lo femenino en Chile, donde la Afrodita, la Venus, corre para las adolescentes, pero después vamos directo a la castración, de ahí la envidia, el celo de las chilenas. Los chilenos, hombres y mujeres, necesitamos sacudirnos, bailar más, querer nuestros cuerpos.  Yo ya te dije: tengo 71 años, soy viejísima pero también soy muy transgeneracional y abierta. Asumí que lo que habían hecho Elena Caffarena y Olga Poblete por las chilenas había que continuarlo. Y en eso sigo, trabajando con niñas que pueden tener cincuenta años menos que yo.

De niña dibujaba anticonceptivos

-Antonia Orellana, la ministra de la Mujer de Gabriel Boric, que asumirá en marzo, tiene 32 años, cuarenta menos que tú. ¿La conoces? ¿Qué te parece?

-Sí, Antonia, la Toti. Yo le hice llegar mis parabienes y le ofrecí todas la asesoría y compañía que necesite, porque tiene una tarea súper difícil. Nosotras éramos irresponsablemente jóvenes en la UP y ahí estuvimos y lo hicimos, pero estás cabras están mucho mejor preparadas que nosotras. Tienen mejor formación, más redes, cceso a apoyos. Lo que ella no posee es experiencia en el sector público. Ojalá tome las decisiones correctas, que escuche a las mujeres que han sostenido el Ministerio a pesar de los cambios de ministras. El tema de la violencia es central, abordar de manera sistemática el cuidado, no sólo el que se remunere el trabajo de cuidado, sino el empezar a distribuir equitativamente ese trabajo. Esas dos son tareas cototas para la nueva ministra. La tercera es corregir el retroceso en materia de empleo femenino que significó la pandemia. Las crisis siempre provocan que las mujeres sean las primeras que pierden sus trabajos y las últimas en recuperarlos.

-¿Qué piensas de la nueva subscretaria de la Mujer, Luz Vidal?

-Es maravillosa, una mujer sabia, una bellísima persona. Tiene una gran capacidad e incluso formación universitaria, aunque a algunos les parezca incompatible con que haya sido trabajadora de casa particular por quince años. Les he dicho a todas ellas que cuenten conmigo. La Luz es humilde, consciente de lo que sabe y de lo que no sabe. Lo complicado que tiene su pega es que es muy administrativa; ahí necesitará apoyo.

-¿Conoces a Luna Follegati, la profesora de feminismo de Gabriel Boric?

-Ella es de otra película, es del mundo de la filosofía, de la teoría. Es respetada y reconocida en el mundo feminista joven y en el de las viejas, para mí al menos, está ligada a historias afectivas.

Teresa Valdés conoce la génesis y el desarrollo del Ministerio de la Mujer mejor que nadie. Y se saca el sombrero frente a Soledad Alvear, “que tuvo que inventar el Sernam desde la nada, con un parlamento con senadores designados; esa fue una etapa dificilísima. Habría que destacar también a la Pepa Bilbao, independiente y muy cercana a la Iglesia, que fue duramente combatida por su iniciativa de las JOCAS (Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad) y la maltrataron mucho por eso. La Nana Delpiano trabajó con Mario Marcel la dimensión de género dentro de la administración pública en una iniciativa que impidió abusos y permitió avances y que está vigente hasta hoy.

-¿Qué importancia le das a que la Ministra de la Mujer integre el Comité Político en el futuro gobierno?

-Es un tremendo mensaje ese, pero es más que nada la posibilidad de ser eficiente y operativa para solucionar los tremendos desafíos que hay, porque si la ministra de la Mujer no está en el lugar donde se toman las decisiones principales, no va a lograr grandes avances. Para resolver el problema de la violencia, el del cuidado informal no remunerado, de la redistribución justa del trabajo y para lograr más empleos y de calidad para las mujeres, hay que estar ubicada al más alto nivel.

Rubia, de aspecto dulce, nacida en un hogar de clase alta, formado por profesionales con mucha conciencia social, poco a poco, Teresa se fue distanciando de “una Iglesia patriarcal, vertical y abusiva, que le ha hecho mucho daño a las mujeres”, como sostiene hoy.

Sus padres, el bioquímico Rodolfo Valdés, al que se debe el primer laboratorio que desarrolló el hoy tan buscado test de antígenos en Chile, y la orientadora familiar María Echeñique, “fueron gente bastante progresista dentro de la Iglesia Católica y formaron el Movimiento Familiar Cristiano. Mi papá fue muy amigo de Alberto Hurtado, al punto que le enseñó a manejar. Cuando el padre Hurtado murió, nosotros estábamos en Alemania, pero fue una gran pérdida sobre todo para mi padre, así es que yo me siento muy ligada al Hogar de Cristo”, comenta. El trabajo de su madre en la Cruz Roja y el de ambos en el Movimiento Familiar Cristiano los convirtieron en pioneros en materia de anticoncepción durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva. “Por eso, siendo niña, yo dibujaba los esténciles para los manuales de educación sexual, dibujaba pastillas, dispositivos intrauterinos. Mi relación con los anticonceptivos es de antes de que me imaginara que los pudiera necesitar”, contó en una larga entrevista a una oenegé brasileña.  A nosotros nos dice: “Tuve unos papás admirables con los que nos peleamos muchísimo pero nos amamos todavía más. Cuando mi mamá jubiló, tuvimos una conversación de reconocimiento y reconciliación preciosa”, dice esta líder feminista que asumió los costos de su opción. Y que hoy es usuaria intensiva del lenguaje inclusivo, al que considera esencial en términos de reconocimiento. “Tengo el oído y la piel tan fina,  que salto inmediatamente cuando no se nos alude directamente en los discursos, no me parece redundante decir chilenas y chilenos, sino una visibilización justa y necesaria”, comenta y se declara fan de Las Tesis y su capacidad de haber resumido lo teórico y lo práctico en su performance. “Es una síntesis perfecta que interpreta de manera simple el sentir de las mujeres de todo el mundo. Erizaba los pelos verla cantada y bailada en el mundo musulmán, en Latinoamérica, en Europa. Es que contenía el nudo del problema: cómo el Estado reproduce las relaciones de poder y la violencia estructural patriarcal, que está en todo, partiendo por que se acepte como natural el aporte gratuito de las mujeres al desarrollo de la sociedad en su rol de cuidadoras de los niños, los ancianos, los enfermos”.

Por eso, cuenta, fue sola a bailar al Estadio Nacional. “Y me sentí libre y feliz de por una vez no estar en la organización de la protesta”.

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