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Ximena Hinzpeter:

"Soy una francotiradora"

No dispara balas, sino clics en un lugar estratégico de Santiago: el Puente de la Paz, el que cruza el Mapocho, y conduce al Cementerio. Ahí encuentra a los migrantes negros, que le fascinan; a las Marilyns de todos los colores; a los viejos, a los marginados, a los que hacen el gesto de la paz y a los que la mandan a la mierda. La hermana menor del ex ministro Hinzpeter ya tiene fama mundial fotografiando la nueva pobreza chilena.

Por Ximena Torres Cautivo, publicado por ElDínamo.cl

28 Julio 2022 a las 18:41

–Me impresiona la penetración de la estética narco en todos los rangos de edad, aunque es más visible entre los migrantes, es cierto. Marcas falsas por todos lados: cinturones Hermes, polerones Gucci, carteras Louis Vuitton, blusas Channel… Estuve hace poco en Londres y me llamó mucho la atención cómo, hoy, ricos y pobres, de naciones tan distintas andan en las mismas, estéticamente. Las joyas, las uñas, las cejas, los piercing, las marcas, las pestañas postizas, los tatoo. Es lo mismo en Recoleta, Chile, que en una ciudad tan cosmopolita, como Londres, en un país desarrollado en Europa.

La que habla sabe. Ximena Hinzpeter Kirberg (53) es dueña de un ojo aguzado y de un oído muy debilitado en su capacidad de audición, lo que ha multiplicado su capacidad de ver. Padece desde sus treinta años una hipoacucia bilateral genética que no tiene cura y que le impidió seguir haciendo entrevistas. Por eso, esta avezada periodista se enfocó en la fotografía, la que desde joven le interesó. Quizás por puro complejo de Electra; su papá médico era aficionado a tomar fotos.

La historia con su progenitor no es fácil: Carlos Enrique Hinzpeter dejó a su mujer y a sus 3 hijos, cuando Ximena tenía 18 años. “Él se fue a vivir con otra mujer y otros hijos y no supimos mucho más de él. ¡Peleamos tanto! En treinta años casi no nos vimos. Ahora tiene demencia senil y vive en un hogar de ancianos. La fotografía me permitió hacer las paces con él y nuestra historia, en el sentido de que pude quedarme con algo bueno suyo, pude heredar algo de él: su cámara fotográfica y su afición”, nos dijo hace tres años, antes de que el conocido pediatra y anestesista, muriera en el quinto piso de ese asilo de ancianos, anestesiado por el Alzheimer, en medio de la pandemia, en mayo de 2020.

Entonces Ximena Hinzpeter, hermana menor del ex ministro del Interior del primer gobierno de Sebastián Piñera, Rodrigo Hinzpeter, y de Daniel, el mayor de los tres hermanos Hinzpeter Kirberg, que es traumatólogo, escribió “Carta abierta a mi padre encerrado por demencia”, que impactó a muchos y fue reproducida en muchas partes. Hoy, esa carta, se ha convertido en una novela. Porque, además de fotógrafa, Ximena es escritora.

–Desde que hicimos juntas ese libro precioso para el Hogar de Cristo (se refiere a “Ciudad Somos Todos”, una maravillosa publicación ilustrada con sus fotos y datos sobre pobreza y vulnerabilidad), me quedé sin hijos en la casa, recibí a un nieto del que me enamoré y me  me he ido quedando más y más sorda. El periodismo me gusta, pero se hace difícil por los oídos y, por eso mismo, he estado enfrascada en la fotografía y en la literatura. Tengo un libro listo que no ha encontrado casa editorial. Se llama “Piso Quinto”, y trata justamente sobre ese período de los padres en una residencia. Yo, al piso quinto, no llegaré ni un solo día. Los hogares de ancianos son cementerios de vivos. Ahí están encerrados los desahuciados por la sociedad, hombres y mujeres que lo olvidaron todo: caminar y hablar y comer y no les queda nada y, sin embargo, la muerte bendita no llega. En esos lugares, la llaman, la lloran y la maldita no llega, prefiere irse detrás del adolescente o de la madre joven o de lo que sea más cruel. La existencia del “Piso Quinto” es de una crueldad sin nombre. No hay mayor solidaridad que la soledad ante la muerte, dijo Camus, y si mi padre no se muere de coronavirus y se libera así del piso maldito, yo ya estaba planeando cómo hacerlo. Bienvenida, eutanasia –declara Ximena, y dan ganas de leer su libro, aún sin editorial.

Detenida en un calabozo

Ximena tiene una locación favorita. Su estudio urbano, gratuito y atiborrado de gente de todas las calañas, es el puente que cruza el Mapocho y lleva a la Avenida La Paz, la que culmina en el Cementerio, en la comuna de Recoleta.

Armada con una cámara de lente corto, por ahí va y viene. Y dispara, dispara, dispara. Le gusta hacerlo desde abajo, enfocando directamente al rostro de las personas. Dice –así se lo comentó al actor y fotógrafo Ángel Cristi, en el programa “El Ojo Fotográfico”– que le interesa el eye contact, el contacto visual, aunque su ojo gris esté todo el tiempo detrás del lente.

–Ahí me hicieron un video trabajando en el puente La Paz y sus alrededores, que es donde más voy. Estoy una hora y salgo con unas mil quinientas fotos, de las cuales unas diez son buenas. Eso, por lo general, lo hago una vez a la semana. Después, edito y edito mucho. A veces borro el fondo para acentuar a la persona. Pese a lo que puedan criticarme, yo siento que empodero a mis fotografiados. Por eso me agacho y los miro desde abajo, como una niña, a estos gigantes que se aparecen por encima de mi cabeza.

–En estos tiempos en que el derecho a la imagen es casi un derecho humano, ¿no te complica disparar y ya? 

–Sobre el derecho a la imagen te cuento la historia de un fotógrafo, Phillip Lorca, en Manhattan, hace muchos años. Puso cámaras ocultas en la calle e hizo fotos aleatorias de los paseantes. Un judío observante se sintió agredido y llegó a la Corte Suprema. No pudo hacer nada. Hacer fotos en lugares públicos está permitido; a mí, los pacos me cuidan. Lo que hago siempre, y he perdido fotos increíbles de puro honesta, es borrar la o las imágenes en la pantalla de la cámara delante de la persona que alega. Pero reconozco que es delicado, que hay algo extraño en la fotografía callejera, pero sobre todo en los retratos. A mí, el otro, el rostro ajeno, me ha interesado desde muy joven. Siempre hice fotos de extraños cuando viajé, tengo tahitianos desconocidos de cuando tenía 20 años.

“Mi manera de trabajar tiene mucho de francotiradora. A veces me siento en la calle y disparo hacia arriba a una gran rapidez, me transformo en un motor. Y voy a horas peak a tomar fotos. Para mí, 24 de diciembre por la tarde, con la calle hirviendo, es el paraíso. En Recoleta son infinitamente feliz. Lo que más extrañé en cuarentena fue el puente La Paz. Tengo muchas fotos con barbijo, de hecho todavía la gente anda con él en la calle, en Chile”.

Ximena cuenta que después del estallido social de octubre de 2019, le robaron. “Lo que nunca, nunca, nunca, me había ocurrido. Un tipo por atrás me tiró unas cadenitas que apenas se veían porque la polera era cerrada. Me asusté, me costó volver. La gente está muy agresiva, mucho más que antes, más enojada, más brava, más ladrona, más gritona… Hacer fotos en la calle es siempre un riesgo, pero a mí me gusta”.

–¿Cómo viviste la pandemia?

–Ahora estoy escribiendo sobre mis días de encierro en cuarentena. Yo burlé la prohibición de salir de casa todos los días, porque necesito caminar dos o tres horas diarias y lo hago por el cerro donde vivo. Un día un paco se picó y me llevó detenida y yo, pataleando como demente. Estuve en el calabozo de la comisaría, como lo escuchas, sin cordones, sin joyas, sin teléfono.

No le gusta hablar de política. De aprobar o desaprobar. En esas lides, no entra. Cuando la entrevisté hace años, me dijo sobre la etapa en que su hermano fue ministro: “Ese fue un baño de exposición pública con más de agraz que de dulce”. Así es que no insistimos. Mucho más interesante es que nos diga lo que ve en la calle.

“Disintegration” y “¿Nuevos Pobres?”

–Mi fotografía ha cambiado mucho desde que partí el 2017. Son cinco años ya fotografiando calles en Santiago, Nueva York, Roma, París, Amsterdam, Fontainebleu, Madrid, Venecia, muchos lugares… En todos he hecho fundamentalmente retrato callejero, eso desde el comienzo. Sin embargo, desde mi mirada, mis retratos actuales tienen más fuerza y carácter que los primeros. Me veo yo misma mucho más en ellos que antes. Es como dice Sergio Larraín: cuando yo tomo ese rectángulo negro no miro afuera, miro dentro de mí. Si no haces eso, tus fotos son departamentos pilotos, de eso está lleno. Pero si realmente te miras, serán únicas. Creo que eso ha pasado con mi trabajo fotográfico, está hoy más auténtico que antes.

Más auténtico y muy reconocido. Sin falsas modestia, ella misma cuenta cuáles han sido sus logros: “En 2021, me gané un premio y viajé a Trieste a recibir la medalla, fui escogida por el propio Bruce Gilden, junto a otros nueve fotógrafos, ningún latino y dos mujeres nada más. Gilden dijo de mis retratos que eran algo completamente distinto a todo lo que él había visto. Eso fue un tremendo espaldarazo, una lluvia de confianza”.

Bruce Gilden es un fotógrafo neoyorkino, especializado en fotografía callejera, miembro de la agencia Magnum. Y mayor, con 75 años, es un maestro. Y no ha sido su único promotor: “Este año gané el Ojo con la Foto un proyecto de apoyo a los fotógrafos nacionales, financiado por el Fondart y, además, un gran fotógrafo, David Solomon, me publicó en Bump Books, su editorial londinense”.

El libro se llama “Disintegration”, como la canción de The Cure, y “escogió mis fotos más locas”, dice Ximena, que tiene una activa cuenta en Instagram @xime_hinz, con 20 mil seguidores, donde se puede comprender el sentido de su trabajo y lo que genera en espectadores y protagonistas. Así, encontramos la foto de una mujer madura, con el pelo rojo y un suéter grueso y azul. Ximena escribe de ella: “El estilo no se compra y ella lo tiene”. Y un seguidor de su cuenta le comenta de vuelta: “Ella siempre pasa a comprar una leche bombillín al minimarket donde trabajo. Es increíble lo culta que es”.

Con el material que la fotógrafa recoge en el puente La Paz ha dado forma a un nuevo libro que está buscando financiar. Ha pensado llamarlo “Los Nuevos Pobres”. Pero no está segura. Muchos le han dicho que la palabra pobre ahuyenta.

Aporofobia.

Canas y sordera

–Voy a postular el libro a un Fondart. Como Patrimonio Cultural, el trabajo ya salió escogido. Esta vez sí tendrá mis textos, que son mis apreciaciones, mis visiones, mis recuerdos, mis anécdotas, un poco como los comentarios de los posts que publico en Instagram. Y también incluiré comentarios de la gente que son muy valiosos. A veces las personas se ubican entre sí y saben quién es ese fotografiado y otras ven detalles que yo no había visto –nos dice.

–Y eso que la sordera agudiza la visión… 

–Sí, la capacidad de escribir y la de observar, sin duda, se incrementan con la sordera. Además, haces la vida solitaria que el escribir pide. Estoy escribiendo sobre mis días de encierro en cuarentena, ya te lo dije. Y sobre los hijos peligrosos, que es el nombre de un documental de Netflix. Esos hijos que no vienen a la vida a darte orgullos, sino a hacerte sufrir y que están por todos lados. ¿Supiste del final del hijo de Paul Auster y Lydia Davis, Daniel?

Daniel Auster Davis, de 44 años, murió por sobredosis, cinco meses después de la muerte de su hija de 10 meses por sobredosis de fentanilo y heroína, de la que fue acusado por “homicidio accidental”. Espeluznante historia de la vida real.

Pero mucho más que los ricos y famosos, le interesan los pobres, los marginales. “Esos que hoy usan tatuajes, hombres y mujeres, jóvenes y no tanto. Los que usan joyas, se tiñen el pelo, tienen frenillos. Las mujeres se ponen pestañas postizas y uñas acrílicas de varios centímetros con motivos en relieve. Obviamente, que siguen estando los que siguen siendo pobres a la antigua, pero la masa, la mayoría, no. Esa adoptó la estética narco. Es un tipo de belleza, de moda, que se ha uniformado, y tengo la impresión que es por las redes sociales. Hoy los vendedores ambulantes te venden mirando la pantalla de su celular. Los basureros, lo mismo. Los únicos que no están mirando el celular en la calle son los niños pequeños o los viejos”.

-¿Y qué pasa con los ricos?

–A los ricos no me queda más que fotografiarlos fuera de Chile y ahí los tengo. En Chile, solo tengo pobres y el libro será sobre ellos, porque aquí los ricos no están en la calle. El libro es sobre los nuevos pobres de la capital, el extrarradio, los márgenes de Santiago.

Ahí están los migrantes, que para Ximena son “puro aporte en belleza y color. El estilo de muchos haitianos y otros migrantes es tan superior al de los chilenos. La armonía en sus prendas, la mezcla de colores, es algo atávico en ellos, que me llevó a una serie que se llama ´El estilo no ser compra´. Hay homeless llenos de onda, elegancia, donde tú adivinas un ser creativo que enloqueció. Hoy, y a bien, gracias, Chile está está lleno de parejas mezcladas y ya hay y vienen muchos más niños muy lindos con otros fenotipos a los conocidos. Otra serie de fotos que amo es ´Marilyn´. Ella deambula, incansable, entre los vivos. Tengo Marilyns negras, blancas, amarillas, de todos los colores y edades. Es el estilo quizá más imitado de todos, ella está en todas partes”.

Estéticamente, ella misma está distinta.  Y explica por qué: “Me dejé las canas en el encierro pandémico, siempre había querido liberarme de esa esclavitud. Tan buenas que somos las mujeres para esclavizarnos. Estoy feliz, no pienso volver a ella”, afirma y reconoce que se siente discapacitada por su sordera. “Hago una fila y no escucho cuando llaman a mi número, no hablo por teléfono, no entiendo los anuncios de los aeropuertos, no veo películas sin subtítulo en ningún idioma, no puedo ir al teatro… El sordo que mejor conozco es mi pareja, pero lo de él es mucho menor y ocupa audífonos. Lo mío no se arregla con audífonos”.

 

 

 

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