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Memorias de Jorge Edwards:

Alberto Hurtado y el niño que yo fui

En varios escritos autobiográficos, el destacado escritor, columnista y diplomático que murió el viernes 17 de marzo en Madrid a los 91 años, aludió a su profesor Alberto Hurtado, cuando él era un niño pituco que sí veía a otros niños que dormían bajo los puentes. Este es un simple recordatorio póstumo de cómo se formó un hombre valiente y de quién influyó tempranamente en él.

Por Ximena Torres Cautivo

20 Marzo 2023 a las 00:07

Lamentamos la muerte del notable cronista, cuentista y novelista Jorge Edwards, producida en Madrid, a sus 91 años este viernes 17 de marzo. En sus memorias y en diversas entrevistas y escritos, el  también abogado y diplomático reveló la marca que dejó en su pensamiento libre, honesto e independiente, Alberto Hurtado Cruchaga.

El fundador del Hogar de Cristo fue su profesor en el Colegio San Ignacio de los jesuitas. En una entrevista al diario español La Vanguardia, dada en noviembre de 2012, Jorge Edwards dijo a propósito:

“Él me enseñó a mirar la injusticia social en Chile. Yo era un niño pituco, llegaba peinado a la gomina al colegio, pero vi los niños debajo de los puentes. Así que en mi formación hay un elemento social chileno que me lo enseñó Alberto Hurtado”.

EL NIÑO PITUCO

Foto de 1943, encontrada en el sitio Memoria Chilena.

Al comienzo de “Esclavos de la Consigna”, segundo tomo de sus memorias, el que vale la pena releer ahora junto con toda su obra, también anota:

Al abrir este segundo tomo de mis memorias, quiero intentar una reflexión sobre mi formación, sobre mi visión general del mundo a los veinte y tantos años, sobre mis proyectos, mis ilusiones, mis sueños de entonces. No es que los crea demasiado importantes, pero pienso que seguir su evolución, describirlos en movimiento, pasa a ser un retrato generacional interesante. Había crecido en dos ambientes conectados entre ellos y a la vez opuestos, que se necesitaban el uno al otro, pero que habían llegado a encontrarse en estado de conflicto latente. Hablo de la gran casa burguesa, familiar, de uno de los mejores lugares de la entonces llamada Alameda de las Delicias, que ya aparece en el tomo anterior, que es uno de los escenarios recurrentes de mi infancia y de mi primera juventud, y del colegio de los jesuitas del barrio bajo de Santiago, el Colegio de San Ignacio de la calle Alonso Ovalle, entre Lord Cochrane por el oriente y San Ignacio por el poniente, a una cuadra de distancia de la Alameda, a dos cuadras de Ejército, no lejos de la mansión de mis abuelos paternos. Eran escenarios centrales y opuestos, y cuya oposición crecía cuando el padre Alberto Hurtado, hoy día san Alberto Hurtado, acentuaba el carácter social de su prédica, el del Cristo de los pobres, de los marginados de la sociedad chilena, de los sin techo. La acción incansable, precursora, de Alberto Hurtado, desembocó algunos años más tarde en la creación de una institución ahora poderosa, de raíces nacionales sólidas, que une a viejos sectores conservadores con gente de la Democracia Cristiana y hasta de la Izquierda Cristiana, el Hogar de Cristo”.

EN MADRID 2018

En su casa de Madrid en 2018, fotografiado por Alberto di Lolli para el diario El Mundo.

Este texto es de 2018. Reciente.

Hace cinco años, el Premio Nacional de Literatura 1994 y Premio Cervantes 2000, entonces concluyó sobre esas inquietudes sociales que sembró en él su profesor Alberto Hurtado:

“No tuve nada que ver con la construcción del Hogar de Cristo: ya me había alejado de la Iglesia Católica y de la Compañía de Jesús.

Pero estuve presente en los prolegómenos, en las exploraciones preliminares, y ahora puedo sostener que esa presencia inicial tuvo alguna forma de permanencia, un trabajo oscuro, interno, de subjetividad sensible, adolorida, que no sé si llevó a algo o no llevó a absolutamente nada”.

Es evidente, al leer y releer su obra, que lo llevó a mucho.

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