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Monseñor Santiago Tapia:

Mucho más que una sala cuna en La Pintana

Fue el cuarto Vicario de la Solidaridad, en los años en que degollaron a José Manuel Parada y el temible fiscal Fernando Torres Silva le exigió las fichas de la Clínica Chiloé. Pese a esto, hoy como más figura es ligado a la atención de 60 lactantes de extrema pobreza en una de las comunas más segregadas de Chile. Antes, estuvo en la génesis de Fundación las Rosas, ahora vinculamos su nombre a esas guagüitas que encuentran un oasis en medio de la violencia y el abandono del Estado,

Por Ximena Torres Cautivo

25 Septiembre 2023 a las 23:16

¿Quién fue monseñor Santiago Tapia?

Si se googlea su nombre, lo que más se asocia a este sacerdote diocesano que llegó a ser el cuarto vicario de la Solidaridad, es una sala cuna en la población El Castillo de La Pintana, que lleva su nombre.

No hay acciones heroicas ni enfrentamientos épicos con las autoridades del régimen militar. Y eso que en los años en que estuvo a cargo de la Vicaría –desde noviembre de 1984 hasta junio de 1987–, le tocó enfrentar situaciones gravísimas. Tres sacerdotes fueron expulsados del país; José Manuel Parada, funcionario de la Vicaría, fue degollado, en el mismo tiempo en que dos profesionales del organismo llevaban un año encarcelados; y se resistió a entregar las fichas de la Clínica Chiloé al temible fiscal militar Fernando Torres Silva.

Moreno, enjuto, de cara larga y pelo grueso y rebelde dominado con gomina, no tuvo el carisma de Precht ni la trascendencia de Valech. En 1986, cuando viajó a España, junto al cardenal Raúl Silva Henríquez, a recibir el Premio Príncipe de Asturias que se le otorgó a la Vicaría de la Solidaridad, fue descrito como “un sacerdote con una dilatada experiencia social, cosechada a lo largo de muchos años de apostolado en instituciones sindicales y organizaciones obreras”.

Monseñor Santiago Tapia en una imagen de los archivos de la Vicaría de la Solidaridad, organismo del que fue su cuarto responsable en años muy complejos.

Él dijo de sí mismo que se sentía “incapaz” de representar el valor de la Vicaría y sus profesionales en el magno evento. Que a él, como a cualquiera, “se le entraría la voz” frente a esa responsabilidad y pidió comprensión para su discurso.

Al año siguiente, moriría de cáncer.

Un artículo de prensa consigna así su partida, producida en junio de 1987. “El vicario de la Solidaridad de la Iglesia católica chilena, Santiago Tapia, murió el martes, a los 77 años. Los restos del vicario, velados en la catedral de Santiago, fueron sepultados ayer. Tapia, un párroco pueblerino que se comprometió con la lucha obrera y la organización sindical, fue nombrado vicario de la Solidaridad en 1984 por el cardenal Juan Francisco Fresno”.

Pocos saben que antes, en 1967, Santiago Tapia, entonces director diocesano de Cáritas Santiago, había presentado al Arzobispado “el proyecto de una institución de derecho civil que se encargue de la administración de los hogares de ancianos, los que hasta ese entonces estaban en manos de diferentes parroquias y presentaban serios problemas de mantención y financiamiento”.

Esa fue la base de la actual Fundación Las Rosas, según un texto que leemos en la web de la organización. Modesta retribución a su condición de fundador.

Hoy suena paradojal que sea una sala cuna y no una residencia de adultos mayores, la que tribute a su genio y figura, como lo hace la sala cuna del Hogar de Cristo Monseñor Santiago Tapia.

MONJAS Y GUAGÜITAS

Ana Álvarez Rojas, académica investigadora de la Universidad Católica Silva Henríquez, ha documentado el origen de la población El Castillo en una investigación para el libro “Sociedades, movilidades, desplazamientos: los territorios de espera”.

En ella, escribe:

“A principios de la década del ochenta, la dictadura militar erradicará la casi totalidad de los campamentos que habían logrado instalarse en Santiago en zonas de alta renta, creando en algunas periferias que ya eran pobres y carentes de todo tipo de recursos, nuevas comunas que se destinarán a acoger población desplazada. La Pintana será la comuna que recibirá la mayor cantidad de erradicados, incrementando su población procedente de campamentos en un 327,73%. A pesar de que se trata de un sector más que de una población en particular, la denominación El Castillo se superpone sobre el nombre de las poblaciones y villas. Y, no obstante el tiempo transcurrido, el lugar continúa exhibiendo los más bajos indicadores sociales y los mayores porcentajes de pobreza de la comuna”.

En su artículo, recoge testimonios de pobladores de El Castillo, como el de un hombre de 65 años. Leemos:

“El Castillo fue fundado por el año 80. Viene gente de Las Condes, cuando se salió el río. Llegan a la parte de la entrada a El Castillo. Es gente educada, gente bien caballera, pero vivían en un campamento tal como nosotros. Nosotros llegamos el 83, en septiembre, esta es una zona muy mixta, con gente de todos lados. Yo vengo de Renca”.

Imágenes de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia en sus inicios a comienzos de los años 90. Entonces atendía sólo a 36 niños de El Castillo.

Esta dispersión de orígenes dificulta la convivencia y la construcción de confianza y redes entre vecinos. Y a estas dificultades culturales, se agregaba el hambre, que en esos años de grave crisis económica, era –valga la contradicción– el pan de cada día.

–Había hambre, muchos de los 350 niños que acogíamos en el centro abierto tenían desnutrición grado 2 y 3, y la mayoría cumplía con todos los requisitos para levantar una medida de protección del Estado, pero las mamás clamaban: “Tía, no me vayan a quitar a mi guagua”.

La que hace recuerdos es la educadora de párvulos Ingrid Gallardo, quien fue la segunda directora de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia. Hoy es subdirectora de Cultura Solidaria del Hogar de Cristo.

–La sala cuna se entregó en 1990 y yo me hice cargo un año después y estuve ahí hasta 1994. Frente a nosotros estaba el gran centro abierto a cargo de Benito Baranda, donde se atendía a 350 niños, y nosotros teníamos la sala cuna para 36 lactantes distribuidos en tres niveles. Las familias de uno y otro dispositivo eran las mismas y trabajábamos con mucha mística. Desplegábamos todas nuestras plumas para hacer de todo. Éramos bien como el circo Chamorro.

Cuenta que ella en ese territorio le encontró todo el sentido a su carrera de educadora, no sólo de párvulos, “sino también de educación de adultos”. Afirma que en esos años, había menos herramientas técnicas, pero se trabajaba a mucho olfato, siempre inspirados en un principio: “Apoyar a los que tenían más daño, más necesidad”.

Una manipuladora de alimentos de la impecable Sala Cuna Monseñor Santiago Tapia. En el origen del establecimiento están las ollas comunes que surgieron a causa de la crisis económica de comienzos de los años 80. AGENCIA BLACKOUT

Benito Baranda nos había contado que fueron dos religiosas estadounidenses –las monjas Mary y Rose– y gente de distintas congregaciones que coordinaban unas veinte ollas comunes en El Castillo, las que ayudaron en esa selección.

–Esas ollas se sostenían con lo que conseguía la Vicaría de la Zona Sur y, principalmente, por lo que quedaba después de la feria y los huesos de las carnicerías. El Hogar de Cristo estaba muy involucrado con esas ollas comunes y creo que acertamos al basar nuestra acción social en ellas.

Así la selección inicial de los 350 niños y niñas que ingresaron al centro abierto y a los 36 de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia terminaron haciéndola las dirigentes de las ollas comunes.

–Ellas se transformaron en trabajadoras sociales identificando en sus pasajes, en sus calles, a aquellos niños y niñas que estaban fuera del sistema escolar, que lo estaban pasando más mal en sus casas. A las guagüitas que necesitaban más cuidado. Fue un acierto porque así le transferimos el poder a la ciudadanía.

REJAS Y AMENAZAS DE MUERTE

Hoy el centro abierto ya no existe. Sólo permanece en la muy bien cuidada esquina de las calles Batallón Chacabuco con Layseca la sala cuna Monseñor Santiago Tapia. Una reja colorida y de barrotes tupidos convierte el interior de la ya añosa construcción en un oasis en medio de una extensa población que se ha vuelto más peligrosa, violenta, delictual, sin superar para nada sus niveles originales de exclusión y pobreza.

Ingrid Gallardo lo resume así:

–Entonces el paradero 31 y medio de Santa Rosa era como el fin del mundo. Eran puros potreros, salvo las instalaciones de la Escuela de Agronomía de la Universidad de Chile. No había ni un solo supermercado, ni un banco, nada. Por suerte, había un policlínico al lado de la sala cuna. Por esos años se creó la primera comisaría en el sector. Entonces se decía que la zona de El Remanso era como un pueblo sin ley. A esa falta de servicios, yo sumaría la droga. El neoprén; en menor medida, la pasta base, que estaba entrando; y el alcohol, que ha estado siempre. Y el hambre. Había muchísima hambre entonces.

Benito Baranda, por su parte, en el programa Hora de Conversar, nos describió así los cambios de la comuna:

–Cuando nosotros con Lorena llegamos a vivir acá, había pocas armas, había poca venta de droga. Entonces había jóvenes y niños que inhalaban neoprén y el pegamento entonces tenía mucho tolueno, pero no era un comercio organizado de droga. También había muchos niños fuera del sistema escolar en la educación básica; ahora a ese problema se ha sumado una gran cantidad de jóvenes fuera del sistema escolar en la media.

–¿Hay menos pobreza en La Pintana comparada con los años 80? 

–Hay aspectos materiales y de servicios que la diferencian, por supuesto. Pero en el aspecto simbólico de la exclusión y la marginalidad, se mantiene la misma pobreza y quizás con mayor profundidad que ayer. Esta profundización de la pobreza se explica en la instalación y mantención de un modelo económico donde se estimuló la ansiedad del estatus, de tener unos bienes materiales que te iban a dar felicidad y permitir tu desarrollo. Eso se metió fuerte aquí, en La Pintana. Hoy lo que diferencia a la comuna es el camino que han tomado muchas familias, muchas personas, para obtener esos bienes. Hablo del camino del narcotráfico, de la narcodelincuencia.

Su diagnóstico coincide con las descripciones de los que conocen el sector.

Una pequeña asistente a la Sala cuna Monseñor Santiago Tapia, donde se trabaja con el método Montessori. AGENCIA BLACKOUT

Entrevistada por el diario El País, en abril de este año, Claudia Pizarro, alcaldesa de La Pintana, una de las autoridades municipales amenazadas de muerte en Chile, dijo: “Acá, a diferencia de otros municipios, los delitos contra la propiedad han ido a la baja, pero los delitos contra las personas, al alza. La realidad es distinta. Acá las personas no tienen asegurada ni su vivienda ni su auto ni su vida. Yo sé que las cosas han ido cambiando en Chile, pero acá hay mucho temor permanente. Las personas no están seguras ni siquiera dentro de su casa”.

“En La Pintana, hay veinte mil personas de rehenes, que son los vecinos”, escribió en una de sus siempre polémicas columnas el arquitecto y magíster en desarrollo urbano, Iván Poduje, quien ha trabajado con la alcaldesa de la comuna. Describe así el paisaje comunal: “Es un barrio de calles angostas donde los vecinos enrejan hasta el techo de sus antejardines para evitar ser asaltados. Es un lugar en el que hay seis veces el promedio de hacinamiento de Santiago y donde las bandas de narcotraficantes y las barras bravas ejercen el control del territorio”.

SUEÑOS DE FUGA

Es hora de mudas en la sala cuna Monseñor Santiago Tapia, que hoy tiene una capacidad máxima de 60 lactantes. Los pequeños se distribuyen en un nivel medio menor, que acoge a niños y niñas de 3 meses a un año y tres meses; y dos niveles mayores, donde la edad va de un año y tres meses a dos años y medio. El método Montessori convierte al lugar en una escuela de placidez y armonía. La diversidad racial, que no se conocía hace 30 años, hoy es norma. Cerca de un cuarto de la matrícula corresponde a hijos de padres extranjeros, muchos de ellos afroamericanos.

Sesenta niños llega a albergar la Sala Cuna Monseñor Santiago Tapia que administra desde hace 30 años el Hogar de Cristo en la población El Castillo de La Pintana. AGENCIA BLACKOUT

Las técnicas y las educadoras se esmeran en peinar, vestir y dejar a niños y niñas listos para que sean recogidos por madres, abuelas, padres, hermanos, a las 5 de la tarde.

La sala cuna Monseñor Santiago Tapia es una construcción amplia, de un piso, de madera, pero muy bien cuidada. Protegida de los constantes enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes instaladas en el territorio. “De la reja hacia adentro, las familias cambian en su lenguaje y comportamiento. Cuando vienen, se sienten dignificados, porque en eso nos hemos enfocado. En saludarlos por su nombre y preguntarles cómo están, y ahí abres una puerta. Nos damos el tiempo para escucharlos y orientarlos. A veces eso basta”, nos contó hace unos meses la actual directora de la sala cuna, Sara Miranda.

Sara, al igual que la alcaldesa Pizarro, es clara en sus respuestas.

Así lo hizo en plena pandemia, cuando estuvo profundamente preocupada por el efecto que podría tener el encierro obligatorio en los niños y las niñas. Entonces nos dijo: “Los principales trabajos de los padres de nuestros niños son en las ferias libres, algunos con locales instalados, pero la gran mayoría como coleros, los que se ponen al final de la feria a vender cualquier cosa. Otro porcentaje está relacionado con el narcotráfico, por lo tanto, siguen haciendo sus trabajos, para subsistir. Y, ahora, que las salas cuna, jardines infantiles y colegios están cerrados, qué hacen con los niños. Ni siquiera me atrevo a pensar el nivel de maltrato que pueden estar sufriendo”.

Así ilustró El Mercurio lo que sucede en una villa de la Población El Castillo en La Pintana.

Así ilustró El Mercurio lo que sucede en una villa de la Población El Castillo en La Pintana.

Iván Poduje hizo advertencias similares respecto de la infancia en El Castillo en tiempos de pandemia: “Los niños están obligados a estar adentro y eso aumenta la violencia intrafamiliar. La situación del COVID fue dramática; se propagó muy rápidamente también por el hacinamiento”.

Sara abundó así en el tema:

–El Castillo ha sido abandonado desde siempre, por el Estado y por todos nosotros. Los vecinos se sienten como lo último de lo último. Entonces, frente a eso, ¿qué sentido tiene para ellos guardarse en casa si son muy pequeñas, con mucho hacinamiento? Desde siempre, El Castillo ha tenido altos índices de vulnerabilidad en términos de violencia intrafamiliar, por lo tanto, ¿te imaginas quedarte ahora en casa?

Ya de regreso a la normalidad sanitaria, quizás el más elocuente de los testimonios que podemos recoger sobre la vida en El Castillo es el de una apoderada histórica de la sala cuna, Gloria Bravo (66). Tuvo aquí a una de sus cuatro hijos y ahora está terminando el ciclo como apoderada de cuatro de sus nietos. Cuando le preguntamos cuáles son sus sueños, responde:

–¿Con qué sueño? Con irme de la comuna. Llevo muchos años aquí y queremos vender la casa porque no hemos podido surgir. Y queremos ver si podemos vender la casa a fin de año, el que viene. Irnos para afuera. Irnos para Buin, donde vive mi hija mayor. Mis hijos llevan muchos años postulando a casa y no pasa nada. Donde vivo no es malo, cerca de Santa Rosa, pero no hemos podido surgir. Mi hijo mayor estaba ganando buen sueldo, pero no ha podido salir del hoyo. Faltan muchas oportunidades. Mi hija salió de aquí y se fue para arriba. Si estás dentro de la comuna ganas menos, si sales ganas más. Faltan mejores oportunidades aquí en la comuna.

“Las grandes causas maduran en el dolor y el sufrimiento”, dijo monseñor Santiago Tapia a propósito del trabajo de la Vicaría de la Solidaridad. Va siendo tiempo de que La Pintana madure, porque ya son muchos los años de dolor y sufrimiento. Pero sin el apoyo del Estado puede que esa madurez no llegue nunca.

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