“La única manera de superar la situación de calle es con vivienda”
El director técnico de inclusión integral de personas en situación de calle lleva 25 años trabajando en Hogar de Cristo, prácticamente toda su vida profesional. Ha realizado un recorrido intenso, tal como es él, cumpliendo diferentes roles. Desde hace tres años trabaja buscando las mejores alternativas de inclusión para quienes viven en la calle. Aunque da todos los días la pelea, reconoce que es pesimista frente a la solución definitiva del problema.
Por Valentina Miranda G.
19 Octubre 2023 a las 17:40
“Contribuir en la superación de la extrema pobreza y en terminar con la exclusión social.
Favorecer el desarrollo de la solidaridad y la construcción de una sociedad más amable e inclusiva”.
Estos son algunos de los enunciados con que Andrés Millar (53), el director técnico de inclusión integral de personas en situación de calle, se presenta en LinkedIn. No es una mera presentación. Es el motor que mueve a este trabajador social y magíster en psicología de la Universidad Católica que lleva 25 años entregando sus conocimientos, su expertise, su pasión, su energía y su compromiso con las personas más vulnerables y desprotegidas. Todo para superar la pobreza en Chile.
Descubrir su vocación social no fue tan sencillo para Andrés, a pesar que el colegio jesuita de Osorno donde estudió tenía una actividad intensiva en temas sociales. En Primero Medio se producía una fuerte integración social, ya que se incorporaban entre 30 y 40 alumnos nuevos y gran parte de ellos provenían de hogares humildes, y durante todo Tercero Medio, los estudiantes tenían que destinar un mínimo de tres horas a una actividad social fuera del horario de clases. “Les llamábamos los trabajos forzosos porque era obligatorio”, recuerda. “A mí me tocó en la fundación Niño y Patria. Me cargaba porque había niños pequeños, pero también niños más grandes que eran casi de nuestra edad. Entonces yo percibía que ellos se sentían como en un zoológico con los cabros del colegio que iban a verlos. Pero lo más terrible era que los carabineros maltrataban a los cabros, o sea el que no se portaba bien, era castigado como si fuera un regimiento. Era bien duro”. Paralelamente, acompañó varias veces a su mamá que hacía trabajo social en dos grandes campamentos.
-¿Sientes que estos trabajos forzosos o acompañar a tu mamá fueron una semilla que hizo brotar tu interés social?
-No, nada. El año 87, que coincidió con mi Tercero Medio, se creó el Hogar de Cristo en Osorno y me tocó ir a la hospedería. No me gustaba para nada el Hogar de Cristo y pensaba que por qué tenía que estar ayudando a esos borrachos. Yo decía: “esta gente debiera estar ayudando a construir casas a las familias y no estar ayudando a los borrachos que se toman la plata”. ¡Y hoy día soy director técnico del Hogar de Cristo!
-Las vueltas de la vida…
-Yo diría que el colegio me ayudó a desarrollar una mirada social. Teníamos reflexiones para entender y problematizar la cuestión social en Chile, en eso los curas eran muy visionarios. Mi conciencia siempre estuvo abierta a determinados temas. Había cuestionamientos pero diría que en mi caso personal no tan maduramente.
Saliendo del colegio, se fue a estudiar ingeniería a Valparaíso, pero se sentía conflictuado porque al mismo tiempo quería entrar a la Compañía de Jesús. Finalmente abandonó la carrera decidido a ser jesuita y en el retiro espiritual previo al ingreso a la compañía, su conexión espiritual fue muy baja, no lograba concentrarse, no rezaba bien, hasta que el cura con el que conversaba todos los días le dijo que esperara un año y lo madurara bien porque veía en él más intención que vocación.
Regresó a Osorno y mientras decidía su futuro, hizo un semestre de voluntariado en Fundación Mi Casa. “Fue peor todavía que Niño y Patria porque era mucho más grande y masivo y era terrible el maltrato. Me descomponía llegar todas las mañanas. Los niños estaban muy botados de sus tutores, por eso los más grandes se aprovechaban de los más chicos que vivían en la misma casa”.
-Eras bien perseverante.
-Lo tomé como decisión. Más que por vocación, lo hacía porque me lo había fijado. Soy bien terco.
Terminado ese periodo, dio la Prueba de Aptitud Académica pensando en estudiar psicología o trabajo social sólo en la Universidad Católica, como buen cruzado. Para entrar a psicología necesitaba 700 puntos, que ya los había obtenido el año anterior, y sacó sólo 650. Como no le alcanzaba para psicología y tenía que entrar a la Católica, se decidió por trabajo social. “Yo digo que esto fue de Dios”, afirma y agrega: “Me cambió toda la mirada y fue ahí donde sentí que eso era lo que quería hacer”. Fue el mejor alumno de la generación.
En el tercer año empezó a hacer voluntariado en el Hogar de Cristo con unas familias que vivían en un cité y estuvo colaborando en unos temas comunitarios en la misma fundación. Estuvo como voluntario desde 1992 a 1994 y al año siguiente logró ingresar al Hogar, que era una idea que ya se había impuesto como meta. El único trabajo disponible era armar y revisar proyectos en la dirección social de la Región Metropolitana. “Era una pega latera. Yo lo único que quería era ir a terreno y no había ninguna opción en ese minuto. Como a los cinco meses se abrió una posibilidad de llegar a un trabajo comunitario, que a mí me fascinaba, en la población San Gregorio de La Granja y ahí partió la vida real del trabajo social para mí”.
Dice que en la población San Gregorio, donde estuvo poco más de un año, aprendió todo lo de trabajo social, “porque en la carrera a uno le enseñan a pensar, pero no le enseñan a hacer, yo aprendí a hacer en el Hogar de Cristo”.
Un joven Andrés Millar (al centro) en Lampa durante un campamento de verano con los niños.
Luego, con 27 años, se hizo cargo del centro comunitario de Colina, mientras que su señora Liliana Cortés -compañera de la universidad con quien se había casado en 1995 y actual directora social de Hogar de Cristo- se integró como trabajadora social en el mismo centro que tenía capacidad para 250 niños, una sala cuna y además trabajaba con adultos mayores y con los habitantes de los dos campamentos que existían en la época. “Colina me marcó mucho más, porque ya había aprendido lo necesario para como involucrarme más con las familias, con las personas y me sentía con mayor libertad para moverme con el equipo. Ahí conocí historias que cambiaron mi vida”.
-¿Cuál recuerdas especialmente?
-Había una adolescente, Mariela, de 15 o 16 años, que vivía con su mamá que tenía un alcoholismo tremendo. Algunas veces, la madre llegaba al centro pasada a alcohol, orinada y quedaba botada, nosotros la tomábamos y la llevábamos a su casa. Su hija llegaba todos los días al centro con dignidad, estudiaba, era de las mejores alumnas de su curso, se preocupaba de su mamá, preparaba la comida. Logramos que entrara al Circo del Mundo junto a otros chiquillos que llevábamos en auto hasta San Bernardo porque veíamos que ahí había una oportunidad para ellos. Ese lugar donde hacían trapecio, malabarismo, se convirtió en un lugar protegido que les permitió salir adelante y alejarlos de la droga, de la delincuencia, y fortalecer y reforzar sus capacidades, las cosas lindas que tenían. La Mariela está bien, se casó, tiene su familia. Hay muchas historias lindas, pero yo me quedo con ésta porque si la Mariela se salvó, todo vale la pena.
Después de un par de años en Colina, le pidieron hacerse cargo de la coordinación de las 55 filiales que el Hogar de Cristo tenía en regiones. Fueron tres años viajando por todo el país hasta que asumió como director social de la sede de Concepción, donde estuvo cuatro años. En ese periodo el Hogar de Cristo se fortaleció, se organizaron buenos equipos y Andrés sintió que ya no tenía mucho más que hacer. “Fue la primera vez que pensé en dejar el Hogar”, dice. Pero nuevamente se le planteó un nuevo desafío: armar una dirección social separada de la operación y asumir como gerente de operación. Se vino a Santiago y pensó estar unos tres años, que finalmente se convirtieron en diez.
Los diez años como director de operaciones -un trabajo muy demandante- lo tenían agotado. Cuando ya había tomado la decisión de cambiar, le diagnosticaron leucemia. “Gracias a Dios la detectaron a tiempo, pero la bendita leucemia me hizo generar la inflexión de parar la máquina, de detener toda esta vorágine”.
Andrés Millar lleva 26 años trabajando en Hogar de Cristo.
Al tercer mes ya había claridad de que la enfermedad podía tener buen pronóstico y Andrés quería volver a trabajar. Le ofrecieron asumir como director del área de personas en situación de calle, cargo que mantiene hasta hoy. “Era la pega soñada para mí. Con los temas que había tenido más feeling era con el trabajo en personas en situación de calle”.
-El proceso de la enfermedad lo sobrellevaste bastante bien.
-Tuve las herramientas. Después de trabajo social hice una maestría en psicología. Además, había escuchado de las constelaciones familiares, las miraba con mucho escepticismo, pero quería entender un poco más mi genealogía. Como soy intenso, hice la formación de dos años en constelaciones. Fue muy bueno, porque fue justo previo a la enfermedad y me permitió entenderla desde otra dimensión. Por eso hoy día digo bendita enfermedad y gracias enfermedad porque me ayudó a resituar mi vida de una manera distinta.
Desde su actual posición Andrés trabaja buscando las mejores alternativas de inclusión para las personas en situación de calle, lo que califica como “fascinante”.
-Me imagino que debe ser medio frustrante ver que ha aumentado mucho la cantidad de personas en situación de calle.
-Trabajamos incansablemente por generar mejores condiciones, por fortalecer una política pública que todavía es muy frágil. Este va a ser un esfuerzo entrañable del Hogar de Cristo porque todo lo que hace hoy día la política pública tiene como base lo que es el Hogar de Cristo, debido a que todas las personas del Ministerio de Desarrollo Social que están en la oficina calle pasaron por la fundación. No aportamos el programa estrella, que es Vivienda Primero, pero participamos activamente y todos vibramos con él porque es reconocer que la única manera de superar la situación de calle es con vivienda, no hay otra alternativa.
-¿Y qué pasa en una situación como la actual donde el déficit de vivienda ha ido en aumento?
– Yo soy pesimista frente a la solución a nivel mundial, no solamente chilena. Esto es fundamentalmente porque no existen fuertes políticas de prevención de la generación de la situación de calle. Además hay un problema mayúsculo de cómo hemos organizado nuestra sociedad, hay que generar soluciones más integradas, pero el problema más profundo a nivel mundial es el altísimo costo de las viviendas. Por eso soy aún más pesimista en la solución definitiva del problema. Todo esto finalmente es resultado de nuestro propio egoísmo. Es un poco lo que aprendí en las constelaciones, porque una de las cosas que más se trabaja es la exclusión, aquellos que están excluidos en el sistema familiar o algo que la persona está excluyendo, un área negra que no quiere ver en su historia. Si esto se mira en la comunidad, las exclusiones que viven las personas en situación de calle dan cuenta de la imposibilidad que tenemos para reconstruir una comunidad sana y eso tiene que ver con nuestro egoísmo. La raíz del problema es nuestra imposibilidad de comunicarnos, de entendernos: si no hay mayor comunicación, mayor diálogo, creo que es imposible superar las situaciones de exclusión en la sociedad. Tengo pesimismo, pero ese pesimismo no me va a detener para seguir peleando lo que haya que pelear.
-¿Te ves en 10 años más en el Hogar de Cristo?
-No, la proyección es a cinco años. Yo hago muchas cosas y me gustaría dedicarle más tiempo a esas cosas, a plantar, a tener un invernadero. Me encanta estudiar y leer y para eso necesito tranquilidad y tiempo para mí.
-Para terminar, ¿qué te gustaría que se dijera de ti cuando dejes el Hogar de Cristo?
– Nada, nada. Me gustaría que las personas que trabajaron conmigo me recuerden con cariño, que yo los quise y que ellos me quisieron. Punto, nada más.
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