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Kathia Destine:

“Debería estar disfrutando la vida, pero tengo que cuidar a mi hermana y mi mamá tiene que trabajar”

Viajar más de cinco mil kilómetros hacia el sur de Haití, donde la población habla otro idioma y tiene otras costumbres, no es fácil. En la Hospedería de Mujeres del Hogar de Cristo reside una familia de tres mujeres de ese país. Una de ellas es Kathia, de 16, quien afirma que en su tierra no se puede ser niña. Y aunque su situación en Santiago es difícil, dice estar mejor que en su natal Gonaïves.  

Por María Luisa Galán

13 Agosto 2022 a las 00:49

Kathia Destine (16) le hace honor a su apellido. El 17 de febrero de 2019, aterrizó en Chile junto a su madre, sordomuda, y a su pequeña hermana, de entonces siete meses. Viajaron hacia el sur de Haití buscando un mejor pasar, animadas por  familiares que ya residían en Santiago. Pero el destino, empujado por los desencuentros con abuelos y tíos, las llevó a vivir desde abril pasado en la Hospedería de Mujeres del Hogar de Cristo, en Estación Central.

No se queja. Está feliz. Tiene amigas, chilenas y de otras nacionalidades. Cama, techo, agua caliente, cuatro comidas al día. Sí le molesta el abandono en que las dejó su familia y los nulos derechos que existen para los niños en Haití.

Desde su llegada a Chile y antes de su arribo a la Hospedería, deambularon en varias casas. En una, tuvieron que convivir con su abuela materna. “Compartíamos todo. El arriendo eran 200 mil pesos más agua y luz. Y compartíamos los gastos. Mi mamá además ahorraba para enviarles dinero a mi papá y a mis hermanos que están en Haití. Pero mi abuela no entendía eso, quería que le pasaran toda la plata a ella”, cuenta Kathia. Tras los malos entendidos, prefirieron tomar sus cosas y cerrar la puerta de esa casa por fuera. Gracias a la ayuda de una amiga y gestiones de la Municipalidad de Lo Espejo, llegaron al  Hogar de Cristo.

En Haití, en la localidad de Gonaïves, a 142 kilómetros de la capital Puerto Príncipe, viven sus dos otros dos hermanos menores, de 10 y 12 años, junto a su papá, también sordo. Su madre, acá en Chile, trabaja haciendo aseo y vende ropa y lo que sea en la feria. Ella también trabaja, cuando puede. Todo con el fin de sostenerse y juntar dinero para que la otra mitad de su familia venga a Chile.

“Me encanta Chile, más que mi país. Me encanta todo, la gente. A veces me han tocado cosas difíciles, pero me he encontrado con muchas personas buenas”, dice. Y agrega que para su graduación de octavo básico no tenía nada que ponerse. Una señora le compró el vestido, los zapatos y la hija de su hada madrina la maquilló y peinó. “He tenido buenas y malas experiencias. Pero boto lo malo y me quedo con lo bueno”.

Kathia es una joven alegre. Madura para sus 16 años. Desde que llegó a Chile es la voz de su mamá. La acompaña a todos lados, al consultorio, a sacar el carnet. Aprendió el lenguaje de señas desde niña, viéndolo. Prácticamente aprendió primero a hablar con las manos que con su voz. Acota que su mamá no nació sorda. A los seis años se le desarrolló una enfermedad que le provocó la sordera.

Dice que es difícil ser hija de una mamá sordomuda. A veces le toca ir a ella misma a las reuniones de apoderados. “No es que mi mamá no quiera, es que no puede ir. Estoy en tercero medio y me han preguntado por qué no va mi apoderado. Y es que no tengo apoderado. Los años que llevo aquí, no sé si mi abuela sepa en qué curso voy. O cómo lo estamos pasando. No me han preguntado si ya tengo mi visa o carnet de identidad. No se preocupan para nada de nosotras. Toda la vida han sido así y una ya se acostumbra”.

-¿Te gusta este rol tan adulto que te ha tocado tener?

-A veces me gusta, otras veces me cansa. A esta edad, debería estar jugando, disfrutando la vida, pero tengo que cuidar a mi hermana y mi mamá tiene que trabajar. Sólo somos nosotras.

En los pocos años que lleva en Chile, le ha tocado trabajar. Algo que hace desde los siete años, cuando vivía en Haití. En Santiago, se empleó como copera en un restorán, también en un almacén, en otro lado ayudando a levantar bidones de agua, haciendo aseo en casas particulares y en la feria con su abuela. Hoy no trabaja porque tiene que cuidar a su hermana. “Me siento abusada por las personas. No por las que me están contratando, sino porque cuando estoy trabajando, mis tíos y tías se están aprovechando de eso. En Haití a los siete años ya estaba trabajando en casas ajenas. Así que ya estaba acostumbrada a trabajar. Pero mis tíos y abuelos ven eso, pero no hacen nada. No es justo, pero hay que aceptarlo no más. Mi abuela le exigía mucha plata a mi mamá”.

Difícil infancia

Actualmente, Kathia cursa administración de empresas en un colegio técnico en Lo Espejo. “Elegí eso porque era más fácil. Pero lo que me gustaría ser, es ser actriz. Cuando sea independiente podré elegir la carrera, ahora no. Tengo que ayudar a mi mamá y no quiero que esté pagando para que sea actriz”. Y agrega: “Si estuviera en Haití, mi mamá tendría que pagar millones para que pudiera ir al colegio. Todos los colegios son pagados, no hay públicos. Allá la educación se paga. El que no puede, no estudia. Y al gobierno no le importa si uno estudia o no”.

“Para mí, y no soy la única que lo piensa así, es difícil la infancia en Haití. Ahora, aun cuando no tengo un arriendo, estoy mejor que mis hermanos. A veces pasan hambre. Mi papá no puede trabajar porque le pueden disparar. Matar. Lo que deben hacer los niños es estudiar porque es un derecho, pero en Haití no. Ahora no tenemos presidente ni gobierno. Le pueden hacer cualquier cosa a la gente y nadie va a ayudar. Si uno no tiene plata, no puede hacer nada. No puedes comer, beber, vivir. Ni derecho a la salud y educación. Aquí, en el colegio están hablando de derechos. Aquí hay derechos, para los niños. Hay derecho de jugar, a la educación, salud digna. Y en Haití eso no existe”, explica sobre el difícil escenario que se vive en su país natal.

Cuenta que cuando iba a nacer su hermano, el parto lo atendió su abuela porque no tenían dinero para pagar un doctor ni un hospital. “El presidente que teníamos no era tan bueno tampoco, pero matarlo empeoró las cosas. Cuando estaba él, tampoco había mucho para comer pero por lo menos te podías comprar un pan. Pero ahora nadie puede salir a la calle. Están matando. No hay agua, no hay comida. Es demasiado difícil ser niño en Haití”, reflexiona.

Kathia tiene claro que su destino no es Haití. No sabe dónde aún. Si Chile u otro país. Por ahora, sólo quiere que su papá y sus hermanos vengan junto a ellas. Y que aprendan frases divertidas, como el “ya, po”. “En cualquier frase que dicen tiene que haber un weón (lo dice en voz baja) o un ya, po. En mi clase dicen: ‘ya, po, vamos, po amigo’, para no decirle un garabato. ‘Ya po, muévete po’. Y es como, ¿por qué tantos po?”, dice entre risas.

-¿Cuál es tu comida chilena favorita?

Duda antes de responder. Dice: “El asado todavía no lo he probado. Uno de estos días quiero probarlo. Las empanadas me encantan. Las de pino y napolitanas. En Haití era el arroz blanco, pollo frito y ensaladas.

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