“Quiero devolverle la mano a la vida”
Lo conocimos en La Noche del Encuentro 2024, evento organizado por Juntos en la Calle, plataforma que reunió a organizaciones sociales, empresas, municipios y gobierno. Ahí, Rodrigo nos contó el dramático evento que catalizó su transformación: una mañana, se encontró frente a un espejo, cara a cara con un reflejo que apenas reconocía. La imagen no era la de un hombre, sino la de una sombra: demacrado, golpeado y desnutrido. Su vida había sido despojada de todo, salvo del peso de los años vividos en la calle y la amarga memoria de su paso por la cárcel. Entonces, sin testigos, se dijo a sí mismo: "Ya no más".
Por Matías Concha P.
4 Septiembre 2024 a las 16:02
Pocos días después, el destino—o quizá su propia determinación—lo llevó hasta las puertas de Fundación Educere. Este lugar, con presencia en Santiago, Valparaíso y Los Lagos, dedicado a acoger a personas en situación de calle, le ofreció lo que pensó que nunca tendría: una segunda oportunidad. Allí, Rodrigo no solo luchó contra sus adicciones; también enfrentó su pasado: las noches frías entre ratones, la humillación en la cárcel y el dolor de perder a su hija.
-Al principio es duro, pero después te adaptas; tiene un lado cómodo, porque dejas de preocupar por todo, incluso por ti mismo. Pierdes el pudor, y la gente te mira como si fueras un bicho raro, con asco. Aparte de eso, lo más duro, sin duda, es la violencia que siempre está presente. Y despertar y darte cuenta de que estás durmiendo en un ruco rodeado de ratones.
El caso de Rodrigo no es aislado. El aumento de la migración y el déficit de vivienda han provocado un alarmante crecimiento en el número de personas en situación de calle en Chile. Según estimaciones de Hogar de Cristo, entre 35.000 y 40.000 personas viven sin un techo que los resguarde. Lo que pocos saben es que el 63% de quienes llegan a vivir en la calle lo hacen por problemas de rupturas o quiebres familiares, como Rodrigo.
-Yo era un tipo súper normal, tenía auto, casa, amigos, familia, pero nunca supe cómo controlar mis impulsos, mis emociones. Era como un péndulo, pasaba de la alegría a la tristeza y, en el fondo, no quería sentir nada. Tapaba todo: la pena, los fracasos. Quería olvidar que era incapaz de mantener una pega, de haber fallado como pareja y como padre, de no poder formar una familia. Por eso empecé a consumir, para no sentir.
En 2018, después de haber pasado tres años en situación de calle, Rodrigo fue detenido y privado de libertad. Su vida había llegado a un punto donde, según él, “buscaba la muerte”. Consumía drogas y, en su desesperación, se dedicaba a robar a traficantes, buscando inconscientemente un final. “Tengo una cicatriz de bala en la espalda”, cuenta Rodrigo. “Como consumía, les robaba a los traficantes y luego me metía a las poblaciones donde ellos estaban, porque quería que me mataran”.
Rodrigo fue encerrado por un año y medio en la cárcel de Puente Alto, en la Torre 2. Allí, la experiencia fue brutal. “La cárcel es chocante: que te manguereen, que te hagan estar desnudo o que te peguen, no dormir porque te pueden violar… es duro”, recuerda. Incluso, admite que la cárcel para él fue como una especie de escuela del delito, donde aprendió a perder cualquier tipo de empatía o vergüenza. “Aprendí a estafar a la gente, a hacer estafas telefónicas, a manipular mejor a mi familia, a decir mentiras para que me pasaran plata y a pelear a matar, porque ser débil en la cárcel es la muerte”.
En abril de 2019, Rodrigo salió de la cárcel con la esperanza de su familia puesta en un cambio definitivo. Su madre creyó que esta vez sería diferente. Pero esa esperanza se desvaneció en menos de una semana, cuando Rodrigo volvió a las drogas y regresó a la calle. “No duré nada. Al revés, volví con más fuerza al consumo. Es triste, son tantas las confianzas rotas, las mentiras, las preocupaciones que le hice pasar a mi gente”, recuerda.
-A finales de noviembre, hace dos años, desperté en una plaza, con el pelo cubierto de pasto, y al verme reflejado en un vehículo que pasaba, me encontré demacrado y sucio. Algo dentro de mí me detuvo en seco. Sentí una calidez en el pecho que me decía: “Ya, basta, tú puedes hacer algo más que esto”.
Pocos días después, Rodrigo encontró una segunda oportunidad en Fundación Educere, en Recoleta, una organización dedicada a la reinserción social de personas en situación de calle. “Supe del lugar porque un amigo que también vivía en la calle estuvo ahí”, explica. Ingresó al programa de rehabilitación El Olivo, donde comenzó un tratamiento intensivo de ocho meses para dejar atrás sus adicciones y sanar las heridas de su pasado.
Rodrigo pasó ocho meses en El Olivo, un centro de rehabilitación ubicado en Linderos, y cerca de un mes en El Trampolín, en Puente Alto. “Ahí reciben a todas las personas en situación de calle; ahí vuelves a ser humano, a lavarte, a comer”, comenta. “Por ejemplo, llegué con llagas en los pies y no podía caminar, pero al poco tiempo ya podía jugar a la pelota. Me miraba al espejo y me reconocía, era como volver a tener brillo en los ojos. Me encontré la persona más hermosa del mundo, y me ofrecieron hacer el proceso de rehabilitación y me dije a mí mismo que sí podía hacer un cambio en mi vida. Créeme que eso me costó. Muchas veces quise abandonar, pero cada vez que me venía ese pensamiento, reflexionaba en mi hija, en volver a verla”.
-¿Qué tipo de tratamiento seguiste?
-Te enseñan a gestionar tus emociones, a entender que no puedes cambiar el pasado, pero sí hacer algo por tu futuro. También aprendes a asumir las consecuencias y a reconocer el daño que has causado a las personas que más quieres. Por ejemplo, tengo una hermosa relación con mis padres, pero hasta el día de hoy, cuando les digo que iré a comprar pan y me demoro, ellos salen a buscarme o miran por la ventana para ver en qué ando. ¿Cómo podría juzgarlos? Los entiendo, fueron muchas las veces en que los abandoné de la nada, y tienen miedo de que vuelva a recaer. Como te decía, la confianza se pierde, y son los actos y el tiempo los que la recuperan.
– Hoy sé que mi hija tiene todo el derecho a no querer verme. Es una pena que llevo conmigo, pero que he aprendido a sobrellevar para no hundirme. Como te decía: No puedo cambiar el pasado, solo puedo luchar por el futuro. Tengo fe en que algún día retomaremos el contacto, pero sé que le hice mucho daño. Ella me dijo que ya no confía en mí y no quiere saber nada de mí. No me queda otra que aceptar eso, respetar su decisión y vivir con ello. Me hago cargo de todo lo que hice, ¿cómo? Comprendiendo la situación, aceptándola y siguiendo adelante. Cuando uno se rehabilita, piensa que todos te volverán a querer y a confiar en ti, pero no es así, y eso no es malo, es natural. La confianza se pierde, y cuesta mucho recuperarla, pero sí es posible.
En octubre, Rodrigo cumplirá tres años sin consumir drogas. Ahora, trabaja como orientador en Fundación Educere, donde encontró su camino de regreso. Cada día se dedica a guiar a quienes enfrentan las mismas luchas que él superó. “Cuando les digo a los muchachos que sí se puede salir adelante, siento, aunque sea por un instante, que le estoy devolviendo la mano a la vida”