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Vivienda Primero:

Teresa tiene una pena

Y es tan grande que ella no puede evitar llorar cada vez que recuerda el trágico momento en que su vida se quebró, cayó en la adicción y, finalmente, en situación de calle por más de siete años. Con mucha valentía, aquí repasa su historia y cuenta cómo y quiénes la ayudaron a salir de la oscuridad.

Por María Teresa Villafrade

7 Junio 2023 a las 19:10

Se nota demasiado que Teresa tiene una pena profunda en el alma. La causa es el suicidio de su hijo mayor cuando éste tenía apenas 22 años. Ocurrió el 21 de julio de 2011. Tanto fue su dolor que intentó varias veces matarse desde ese trágico hecho.

“Yo solo quería olvidar lo que me tocó vivir en el Servicio Médico Legal con el cuerpo de mi hijo David Felipe. Desde su funeral, yo no comía, no dormía. Tuve paro cardíaco porque tomé muchas pastillas con ron. El padre de mi segundo hijo y mi hermana mayor hablaron con la asistente social y me quitaron la custodia de mi segundo hijo, el menor. Eso fue peor para mí, porque los perdí a los dos”, recuerda, sentada en el living de su departamento.

Teresa Falcón (58) era asistente de enfermos en la fundación Las Rosas y, por lo tanto, tenía acceso a medicamentos. Cuenta que estuvo seis meses hospitalizada en el siquiátrico de avenida La Paz y durante dos años prácticamente vivió “dopada”.

“Después caí en la adicción de la cocaína y eso significó que durante siete años estuve viviendo en la calle, en un ruco en un sector de Independencia. ¿Sabías que el Hipódromo Chile es la fuente de prostitución y de drogas más grande de la ciudad? Allí hacen y deshacen”, relata.

Un amigo la cuidó estando en calle y asegura que nunca le pasó nada grave. “Creo que mi hijo desde el cielo me protegió”.

UNA MADRE DE RODILLAS

No le gusta recordar su infancia. Tuvo un padre alcohólico que maltrataba a su madre y la llamaba “maraca uno”. A mí me decía maraca dos”, agrega. Eso cuando vivían todos juntos en la casa familiar.

Teresa dice que sufrió de abuso sexual por parte de su progenitor y que hasta el día de hoy mantiene los lazos cortados con su familia.

“Mi mamá me crió a mis hijos, ella los cuidaba mientras yo salía a trabajar. Ella, cuando caí en la droga, me buscaba desesperada por todas partes. Yo me le escondía. Hasta que un día dio conmigo y se arrodilló frente a mí, suplicándome que dejara la vida que llevaba. Ahí me estremecí y reaccioné”, recuerda.

Entró a un tratamiento de rehabilitación del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (SENDA).

“No lo hice por mí sino por mi mamita. Yo no creo en Dios. Estuve hospitalizada de nuevo para desintoxicarme. Ella me ayudó siempre. Desgraciadamente, mi hermana mayor se la llevó a vivir con ella y la tenía casi de nana. Mi madre falleció a los 83 años”.

Desde entonces cortó lazos con una familia que describe como “tóxica”. De su hijo menor, prefiere no hablar. Es otra herida que duele.

CUARTO MEDIO A LOS 57 AÑOS

Un buen día, Teresa llegó al programa Vivienda Primero de Hogar de Cristo. Se trata de una nueva estrategia social para las personas en situación de calle mayores de 50 años como ella. Gracias a eso, Teresa comparte un departamento totalmente financiado por los Ministerios de  Vivienda y de Desarrollo Social con Mabel Correa. Mabel llegó derivada del programa calle de la municipalidad de Estación Central.

Con un techo seguro y el acompañamiento del equipo sicosocial de Hogar de Cristo, Teresa ha logrado metas que le parecían inalcanzables. Se recuperó hace rato ya del consumo problemático en Paréntesis y hace un año trabaja como guardia de seguridad en una empresa.

“Yo estudié hasta octavo básico, pero me enteré por mi jefe que existe el cuarto medio laboral y él me instó a que me inscribiera. Es para personas mayores de 50 años. Di exámenes de lenguaje, matemáticas, inglés, ciencias naturales y ciencias sociales. Fueron cien preguntas que contesté en el Liceo Cervantes. Me encomendé a San Expedito y a los 57 años obtuve mi cuarto medio laboral”, cuenta, orgullosa.

Con ese título, pudo hacer el curso OS10 como guardia de seguridad. “Mi jefe me felicitó, me dijo que todo fue gracias a mi esfuerzo, y es cierto”.

Aunque sufre de artrosis en las rodillas y en las muñecas, se la ve llena de vigor y fortaleza. “He vuelto a nacer, me siento bien. Tengo a mi hijo y a mi madre velando por mí”, cuenta mientras ofrece una taza de té con galletas en su departamento de calle Serrano, en pleno centro de la capital.

Cruzada hasta la médula, nos muestra su dormitorio en donde hay banderines, camisetas y hasta un cojín del Club Deportivo Universidad Católica. “Soy fanática”, confiesa y es el único momento en que muestra una sonrisa.

Mabel, su compañera, exhibe los bordados que está haciendo. A ambas, se las ve contentas con esta nueva oportunidad que la vida les dio.

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