Una profe latinoamericana gana el Nobel
Lucila Godoy Alcayaga nació en familia de profesores. Con sólo 3 años acompañaba a su media hermana, la maestra Emelina Molina Alcayaga en sus clases en la escuela de Montegrande. Un 10 de diciembre de 1945, Lucila recibe el Premio Nobel de Literatura. Fue amiga epistolar de Alberto Hurtado, otro pedagogo, que un año antes, en 1944, fundó el Hogar de Cristo. Este 2024 en que cumplimos 80 décadas y estamos ad portas del Día de la Mujer, destacaremos a una líder social por cada 10 años de nuestra historia. Una por día. Gabriela Mistral es la primera.
Por María Luisa Galán
1 Marzo 2024 a las 08:35
Gabriela Mistral fue la cuarta persona latinoamericana y la quinta mujer que consiguió el más alto galardón literario mundial. Y lo hizo luego de la suspensión de la entrega del Nobel durante la Segunda Guerra Mundial.
“En 1945, una vez extinto el régimen nazi y culminada la ocupación de Noruega, el ambiente pareció más propicio para reanudar la entrega de la distinción. Mientras recibía las felicitaciones, Gabriela Mistral explicaba que este logro se debía a que la Academia había optado por una tercera vía ante la disyuntiva entre Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes. Ambos escritores fallecerían sin recibir el Nobel”. Así se lee en Memoria Chilena.
Descontando su natural modestia, el premio reconoce la potencia y amplitud de su lírica. En su discurso Hjalmar Gulberg, secretario de la Academia Sueca, la llama “la grande cantadora de la misericordia y la maternidad”.
Y, aunque Gabriela no fue madre biológica, su condición de pedagoga es, sin duda, su gran aporte social, más allá de lo propiamente artístico.
En el prólogo del libro “Pasión de Enseñar” el académico y poeta Cristián Basso Benelli hace una elocuente enumeración.
“Fue inspectora en La Serena, maestra de Educación Básica en La Cantera y en Cerrillos (Coquimbo), profesora en la Escuela de Barrancas, hoy comuna de Pudahuel; profesora de dibujo, higiene y economía doméstica en Traiguén, inspectora general y profesora de historia, geografía y castellano en Los Andes; profesora de castellano y directora de los liceos de Punta Arenas, Temuco (época en la que conoció a un joven Pablo Neruda) y del Liceo Nº6 de Niñas de Santiago, para proseguir ‘su vagabundaje’ de proyección internacional tras asumir uno de los principales y activos liderazgos de la reforma educacional que la llevó a educar incluso a campo abierto a hombres y mujeres campesinos del México de la década del veinte del siglo pasado, invitación que recibiera del destacado ministro de educación y maestro mexicano José Vasconcelos y de su entrañable amigo el ex presidente de Chile Pedro Aguirre Cerda, también profesor”. Al igual que su padre, Juan Jerónimo Godoy Villanueva.
El año 2016, Hogar de Cristo publicó en su honor: Pasión de Leer. Un libro que recopila más de setenta textos que la poetisa escribió para manuales de lectura escolares de comienzos del siglo 20. En su prólogo, Juan Cristóbal Romero, actual director ejecutivo del Hogar de Cristo, hace una interesante reflexión. “No fueron pocos los documentos en los que Alberto Hurtado se refirió a Mistral. Sorprenden menos sus reiteradas alusiones a la poeta que el hecho de que éstas siempre fuesen a propósito de la educación, una de las inquietudes afines a ambos”.
Descarga aquí, Pasión de Leer
Fue también amiga epistolar de Alberto Hurtado, el jesuita experto en educación. Poco antes de fallecer, él le pidió que escribiera un artículo para la revista Mensaje. Texto que jamás llegó a ver en vida. Se publicó tres meses tras su partida, en noviembre de 1952, en dicho medio la carta: “Un pastor menos”. Dice así:
“Era el Padre Hurtado una especie de franciscano natural. Yo no sé si él rondó en torno de la llama dulce del franciscanismo, pero su naturaleza era cierto franciscanismo trajinador y este trajín puede llamarse un “correteo por los niños pobres”.
Del Santo de Asís tenía también el hablar con gracia, la expresión a la vez donosa y llana. Este don de su conversación más su llaneza, le ganaba a todos y le servía a maravilla para limosnear en bien de sus pobres y de sus niños.
Cuando, en esta casa de Nápoles -que tiene un jardincito a Dios gracias -yo sigo el ajetreo de dos o tres pájaros que saquean cuanto pueden en floración, no puedo sino acordarme del “género Padre Hurtado”, o sea los que buscan, no entre las plantas floridas, sino en la espesura del egoísmo humano, las sombras de los hartos: ropa, objetos y dineros. Con esta misma gracia del pájaro, él circulaba por Santiago en este menester duro para el alma delicadísima. Con gracia pedía, con la gracia humana y con la otra.
Ya ha parado ese callejear por nuestra capital, ya no trajina más por sus chiquitos; pero otro habrá que recoja su afán. Ojalá su “segundo” se le parezca en la virtud, pero también en la rara sencillez y en el habla mágica de los pedigüeños a lo divino. Ya descansaron sus pies trotadores y su lengua criollísima y culta a la vez en cada charla, broma o giro, pero tal vez su mano quedó vuelta hacia su obra, como dicen que restan las del albañil y las del carpintero. Porque aquella su diligencia ardiente, de cada día y de cada hora, y de cada respiro suyo, todo eso quizás le haya dejado la diestra extendida en el ademán de pedir el pan de los otros.
Su ejemplo siempre planeará sobre aquellos que le conocimos y muchas veces sentiremos que el empujón del apresurado nos saca de nuestro mayor estupor.
Honra y dicha fue tenerlo, y es tristeza no mirarle más en la fila de su Orden y en la falange de su chilenidad.
Sigamos dando, sí, porque su mano tal vez siga extendida allá abajo, lo mismo que antes, y debemos sosegarla cumpliendo por él.
Solemos oír a los muertos; en cuanto se hace un silencio en nuestros ajetreos mundanos, se les oye clara y distantemente. Oír al Padre Hurtado será una obligación responderle. Y la respuesta única que hay (que dar a su alma atenta y a su bulto sólo entrometido), es la ayuda de sus obras, un socorro igual al de antes, porque la Miseria, la bizca y cenicienta Miseria, sigue corriendo por los suburbios, manchando la clara luz de Chile y rayando con su uñetada de carbón infernal la honra de las ciudades grandes y el decoro de las aldeas.
Duerma el que mucho trabajó. No durmamos nosotros, no como grandes deudores huidizos que no vuelven la cara hacia lo que nos rodea, nos ciñe y nos urge casi como un grito. Si, duerma dulcemente él, trotador de la diestra extendida, y golpee con ella a nuestros corazones para sacarnos del colapso cuando nos volvamos sordos y ciegos.
Y alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo o de “pluma de Silesia” sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente. Démosle al Padre Hurtado un dormir sin sobresalto y una memoria sin angustia de la chilenidad, criatura suya y ansiedad suya todavía.
Seis años después de haber recibido el Nobel de Literatura, se otorga a Gabriela Mistral en su país natal, el Premio Nacional de Literatura.
La autora de “Sonetos de la muerte”, “Desolación”, “Tala”, destinó los recursos del premio a los niños sin recursos del valle del Elqui.