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Benito Montecino:

“Desigualdad es tener apenas dos geriatras en la región”

El director de la residencia de larga estadía para adultos mayores no valentes, abandonados y de extrema pobreza y vulnerabilidad Villa Giacaman de Hualpén, Concepción, tiene un optimismo incombustible, incluso ahora en que por las manifestaciones, marchas, saqueos e incendios les ha sido difícil conseguir el pan. Acá habla de la vida de “sus viejos”

Por Ximena Torres Cautivo

14 Noviembre 2019 a las 14:46

Germán Matus (79) no ha dejado de levantarse puntualmente cada mañana. Lo que pasa afuera de estas cuatro rejas, del espacio del jardín que rodea al Hogar de Ancianos Villa Giacaman, en la comuna de Hualpén, en Concepción, no lo altera en lo más mínimo.

No se ha enterado de las manifestaciones multitudinarias, de los saqueos posteriores, de los incendios, de los bloqueos de caminos, de las batallas campales que se han librado en el centro y que han dejado a la residencia sin algunos suministros. “Un par de días, hemos tenido que ir a comprar pan afuera de la región, pero nuestro funcionamiento no se ha visto alterado”, cuenta Benito Montecino Arriagada (31), trabajador social y director de este hogar de ancianos mixto, que acoge a 56 adultos mayores no valentes, en abandono total y de extrema pobreza y vulnerabilidad. Son 33 hombres y 23 mujeres, postrados en su mayoría, con una gran desconexión cognitiva, lo que los libra de las alteraciones ambiente, aunque hay algunos que sí comprenden lo que está sucediendo y están asustados.

Él es el joven trabajador social Benito Montecino a cargo de 56 adultos mayores, en su mayoría no valentes.

“Ahora mismo tres de nuestros residentes, los que están mejor, más claros y conectados, participarán de un Círculo Territorial de unas 20 personas, entre trabajadores y miembros de la junta de vecinos del barrio, para hacer el diagnóstico de lo que nos está pasando como país, levantar los problemas más urgentes y avanzar en propuestas de soluciones. Algunos temen que se instale un gobierno de fuerza, una dictadura de izquierda o de derecha, da lo mismo, pero se les han despertado muchos fantasmas del pasado”.

Este Benito –que no es Baranda, aunque como trabajador del Hogar de Cristo, algunos a veces se confundan– es incombustible. Nada parece amilanarlo, conoce a cada uno de sus “viejos”, les habla por su nombre, los abraza, sabe cómo aquietarlos cuando los monstruos del Alzheimer o de otras demencias los alteran, pero no se engaña. Dice que él no tiene una imagen almibarada ni estereotipada de la vejez.

-A veces llegan voluntarios e incluso trabajadores, que traen en su cabeza la idea del “abuelito” dulce, encorvado, recorriendo el jardín con su bastón, al que pueden ayudar y beneficiarse de su sabiduría. Acá no encontrarán nada de eso. Muchos de nuestros acogidos requieren alimentación intravenosa con sonda por la nariz o directamente por el estómago; a otros, que están mejor, hay que ayudarlos a comer, como a la Chabelita –dice, abrazando a Isabel Contreras Contreras (86), que es presidenta del Club de Adulto Mayor Hijos de Dios, y está peinada y acicalada, con la cartera colgada del brazo y el “burrito” estacionado junto a la silla. Elegante y femenina, pese al temblor inespecífico e involuntario asociado a Parkinson que padece y que también le afecta el habla, la Chabelita empezó a trabajar siendo muy niña como empleada doméstica en Talcahuano. Aunque después se casó, no tuvo hijos. Su marido fue acogido en este hogar mucho antes que ella, y murió en este hogar. Luego entró ella y aquí la tenemos como lideresa de un grupo singular.

Ella es Isabel Contreras, la Chabelita. presidenta del Club Adulto Mayor Hijos de Dios.

-¿No te invade a veces la desesperanza, la tristeza, de trabajar con personas que no tienen otro futuro que decaer?

-Esta es una realidad muy cruda, fuerte. Como te dije antes, muy distinta del estereotipo del “abuelito”. Nosotros trabajamos con los invisibles, los viejos que nadie ve, porque están postrados, abandonados, idos y necesitan el cuidado permanente de otros. Eso puede resultar súper chocante para los que nunca se han topado con esta realidad. Los adultos mayores que llegan a esta residencia se quedan con nosotros hasta que fallecen. No hay final feliz. No tenemos egresos favorables, y esa es parte de la historia. Nosotros aquí trabajamos con la muerte, la muerte es una presencia con la que vivimos día a día, y eso genera un conjunto de emociones intensas, que nos hace desarrollar lazos, vínculos muy poderosos con nuestros adultos mayores. Nos esforzamos porque su existencia sea digna, sean respetados en su condición de seres humanos y los queremos. Como equipo, hemos aprendido a apoyarnos unos a otros. Nos conocemos, nos cuidamos, lloramos juntos cuando hay que llorar y nos alegramos cuando hay que hacerlo. Esa es la dinámica de este programa.

-¿Cuáles son tus logros, qué te llena el alma…?

-Nuestros usuarios están casi todos en abandono, muchos vivieron 10, 20, 30, 40 años en situación de calle, tuvieron consumo problemático de alcohol y/o de drogas, y, por un infarto, una fractura, un accidente cerebrovascular que los inhabilita, llegan acá. Cuando a esas personas logramos revincularlas con sus familias es un logro enorme. Nosotros tenemos historias muy fuertes de abandono, de consumo, de violencia intrafamiliar, que a veces se cierran con el reencuentro y, finalmente, el perdón. Imagínate lo que es el reencuentro de un padre y un hijo después de una vida de separación. Otro estímulo gratificante son los logros profesionales, conseguir que a una mujer o un hombre no valente, a quien recibimos en total postración, logre alimentarse por sí mismo. Que pueda comer solo después de meses de trabajo es una fiesta para todo el equipo profesional: paramédicos, cuidadores, manipuladoras de alimentos… Y lo otro tremendo y poderoso, que te conecta con el sentimiento de trascendencia más profundo, es cuando al final de la vida alguien te da las gracias por ayudarlo a irse en paz. Por acompañarlo en la hora final, por tomarle la mano, por orar juntos o simplemente por estar ahí con él hasta su último suspiro.

“NO EXISTE LA DEMENCIA SENIL”

Germán Matus sigue arrodillado, escarbando la tierra. Lo vimos al llegar a la Villa Giacaman y, durante la tarde, hemos observado desde distintas ventanas sus lentos desplazamientos, haciendo la misma tarea: un concienzudo desmalezamiento.

-No, don Germán no desmaleza; él, desde que llegó, se ha echado todo el pasto del jardín, incluso el sintético que teníamos en un patio interior. Tiene una demencia profunda. Arranca todas las champas, sin distinguir maleza de pasto plástico o natural. Todas las mañanas se levanta, se viste, se embarrila con nylon sus pantalones y sale a arrancar lo que sea. Las plantas, las flores y los árboles, por suerte, los ignora –dice Benito, con una paciencia y una sabiduría admirables. Asumiendo la obsesión de Germán Matus, quien llegó en 2016 a la Villa Giacaman desde los alrededores de Tomé y Coelemu, zonas donde vivió toda su vida recibiendo techo y comida a cambio de “pololitos” agrícolas. Además de un deterioro mental evidente, padece hipertensión y una cirrosis hepática severa, y está absolutamente solo en el mundo. No tiene hermanos, tíos ni hijos. Tampoco amigos, porque no se conecta con el resto de los residentes del hogar, aunque literalmente es parte de ese paisaje que destruye en un afán que lo vincula con el trabajo de la tierra que hizo toda su vida.

Parte del equipo y tres adultos mayores participan de los Círculos Territoriales.

Isabel Contreras Contreras, Chabelita, en cambio, pese a sus movimientos involuntarios y a su hablar enrevesado, está absolutamente conectada con el mundo. Cuenta que extraña a Benancio, su marido, con quien no tuvo hijos y padeció mucho maltrato. Hija de madre soltera, trabajadora precoz en la ciudad de Talcahuano, no tiene familia, pero se ampara en la religión evangélica y en su puesto de presidenta del club de adultos mayores, donde fue elegida por mayoría de los votos. Es conocida y muy querida entre los voluntarios y las autoridades del sector. “Hace un tiempo hubo una actividad del Senama y todos querían sacarse fotos con la Chabelita, es ídola”, dice Benito, quien la celebra como si fuera su nieto regalón.

 

-Ciertamente, la diferencia fundamental entre las vidas de Germán y Chabelita radica en la salud mental. ¿Cómo manejan aquí el tema de las demencias seniles?

-De partida, no hablamos de demencia senil. Senilidad y demencia no son sinónimos. Antes se veía así el tema, hoy existe la gerontología social, que tienen una mirada mucho más amplia de los naturales deterioros cognitivos asociados a la edad. Antes, a los viejos se les diagnosticaba  demencia senil como quien diagnostica una jaqueca o un dolor de guata. Nadie sufre de demencia por el sólo hecho de ser viejo; efectivamente, el deterioro cognitivo es una cuestión creciente a medida que se avanza en edad, pero está muy ligado al contexto: nivel de educación, de alimentación, de estimulación intelectual, de lectura. Hoy se distinguen demencias vasculares, laterales, frontales, tipo Alzheimer, que responden a algo puntual. Focalizar la intervención en la zona del cerebro a la que está atacando esa demencia es clave para que no se agudice”.

Benito, de formación trabajador social, siempre se ha dedicado a los adultos mayores y se ha especializado por propia iniciativa en gerontología social, porque a su juicio una de las mayores desigualdades que enfrentan los adultos mayores en pobreza y exclusión es la escasa atención especializada que existe en el país. “Faltan muchísimos especialistas en la materia. En todo Chile existen unos 120 geriatras, lo que se traduce en un promedio de dos por región, excluyendo Santiago, donde se ubica la mayoría. Acá, en la Región del Biobío, hay sólo dos médicos geriatras para toda la población, lo que significa contar con apenas un par de consultas geriátricas por adulto mayor al año. Por eso, profesionales como yo, estamos tomando estos cursos para paliar en algo esa carencia”.

Comprender el proceso de envejecimiento, abordar con empatía y respeto a los adultos mayores en toda su dignidad humana, al margen del deterioro que acarreen, es algo que se respira en este establecimiento de larga estadía para personas con dependencia profunda, fundado en 1990 y que funciona con autorización sanitaria desde 1999. El terreno fue donado por un matrimonio muy conocido en la región, los Giacaman, Jorge y Ernesta, de quien es pariente el actual intendente de la región del Biobío, Sergio Giacaman. Y partió como un condominio de viviendas tuteladas, que era una iniciativa estatal, del Servicio Nacional del Adulto Mayor, en los años 90.

Hoy es una sola construcción que mediante ampliaciones ha ido uniendo las casas originales para convertirse en una gran vivienda, que atiende a muchos enfermos terminales. Benito nos lleva a la cocina, donde se producen 5 tipos de menús diarios. Nos muestra una pieza donde están las dietas especiales, que se suministran por sonda. Alimentos como de la NASA: agua gelatinosa para los que no pueden tragar líquidos, por ejemplo, porque acá la atención es ciento por ciento profesional e individualizada.

-No fue fácil para las voluntarias más antiguas aceptar que ellas ya no podían mudar, lavar, dar de comer a los ancianos, como se hacía antes, porque hoy esas son tareas de trato directo son  especializadas. No puede hacerlas cualquiera, por más buena voluntad que tenga. Acá son 56 adultos mayores a cargo de 49 técnicos y profesionales, que somos los que tenemos ese trato directo.

Hoy las voluntarias hacen tareas de otro tipo, como taller de costura para arreglarles las ropas, hacer sábanas con donaciones de telas, delantales para el personal; organizarles actividades recreativas, como tardes de karaoke o juegos; vincular al hogar con las juntas de vecinos, lo que se ha traducido en un sistema de alarma con el vecindario inmediato que permite reaccionar rápidamente en casos de emergencia, como un incendio, para poder evacuar a personas que no se valen por sí mismas.

Se conocieron aquí y son pololos.

Benito es como un san Pedro, ya que circula con un enorme llavero. “Acá todo se maneja con llave, porque pasan cuestiones insólitas. No podemos dejarlos solos en ningún momento. El año pasado, para la Fiesta de Navidad, nos distrajimos y empezaron a comerse el desodorante que venía en un kit de aseo que les había regalado una empresa”.

Primero, Benito fue voluntario; hoy es el jefe de esta residencia modelo del Hogar de Cristo, que merece con justicia el calificativo de larga estadía: hay un acogido que lleva 25 años. “Muchos son de origen rural, vienen del campo, como yo, que soy de la comuna de Trehuaco, en la región de Ñuble, y me siento identificado con ellos. Los conozco y los quiero; son personas que han enfrentado vulneraciones extremas, sobre todo historias de abandono. Pienso en Lucho Campos, que tiene una parálisis física y cerebral congénita. Fue botado siendo niño, llegó hasta aquí en calidad de objeto y nosotros le damos asistencia completa. O en Anita, una mujer que grita, grita y grita, pero se calma si le pasas sus muñecas. Es dulce como una niñita que vive encerrada en un cuerpo antiguo”.

O como Germán Matus, el desmalezador que no desmaleza.

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