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Daniel, de Vivienda Primero, y su miedo de volver a la calle:

“¿Cómo nos van a dejar botados otra vez?”

Hace cuatro meses que él y Luis son parte de este programa que financia el Ministerio de Desarrollo Social. Housing First o Vivienda con Apoyo, como también se le conoce, es una metodología que busca erradicar el sinhogarismo y que en Chile se instaló hace tres años. Aquí ambos beneficiados nos cuentan de su alegría de vivir bajo un techo decente y sus temores de perderlo.

Por María Luisa Galán

15 Junio 2021 a las 19:06

El nuevo hogar de Luis San Martín (54) y Daniel Constant (68) está en una esquina de Estación Central, cerca de un gran supermercado, donde hay extranjeros vendiendo arepas, plátanos verdes, otros con carritos de golosinas y muchas personas en situación de calle que deambulan por ahí. Por muchos años ellos vivieron como estos últimos, en Pudahuel, Maipú, Providencia, Las Condes o por ese mismo sector, a la intemperie o en ruco, siempre solos, sin ayuda.

“Para vivir en la calle hay que tener mucha valentía, ser cauto, precavido y andar con mucho cuidado”, dice Luis, quien hace cuatro meses vive junto a Daniel en un moderno departamento, estilo mariposa. Cada uno tiene su dormitorio con baño propio y, al medio, está la cocina americana. Ellos son parte de los 353 beneficiarios del programa Vivienda Primero que financia el Ministerio de Desarrollo Social y ejecutan instituciones como el Hogar de Cristo y la ONG Fraternidad Las Viñas.

No se conocían. Luis nació en Chiguayante y no conoció a sus padres, pero creció junto a una adinerada familia de la zona que lo adoptó. Sin embargo, en su adolescencia, su consumo problemático de alcohol llevó a que lo expulsaran del hogar luego de que su mamá putativa falleció. “Los primeros días en calle en Concepción fueron muy duros. Pasé todo un invierno durmiendo en urgencias, en esas sillas azules bien duras del hospital”, rememora sobre sus días iniciales sin techo. No sabe con precisión qué edad tenía cuando llegó a Santiago, calcula que unos 25 años. Se embarcó a la capital porque tenía la expectativa de que iba a estar mejor, que iba a tener un trabajo y una mejor vida. Llegó a la hospedería Álvaro Lavín, del Hogar de Cristo, y trabajó como copero, pero después se dedicó a trabajar como músico callejero tocando su flauta dulce. En total, estuvo treinta años viviendo en situación de calle y se le nota. Vivir en la calle provoca en algunos un envejecimiento prematuro de hasta más de 20 años. Nunca tuvo ruco, anduvo por Las Condes, Providencia, La Legua, Recoleta, Maipú. Este último, el mejor, el que más le gusta porque dice que la gente es cariñosa. “Yo era de todas partes. No tenía un lugar fijo”, comenta hoy, sentado cómodamente en su living, con sus pantuflas.

Daniel Constant habla con acento extranjero. Su mamá era alemana y su papá francés, ambos llegaron a Chile a vivir a la mítica salitrera Humberstone, escapando de las calamidades de la Segunda Guerra Mundial. El matrimonio fue fructífero, tuvieron 19 hijos, él es el número 15, y su niñez fue ahí, entre las pulperías, la tierra y el encanto de la ciudad tarapaqueña. Pero su consumo problemático de drogas lo trajo a Santiago. Vivió 16 años en calle y si bien no le contó a su extensa familia, sí lo intuían. Uno de sus rucos estuvo en Pudahuel, cerca de la municipalidad, cuyos funcionarios le llevaban comida y abrigo. Después, se fue a vivir a la ruta 68. “En ese tiempo estaba recién la Bachelet, después salió Piñera, otra vez Bachelet y ahora Piñera se está yendo. ¿Vio? 16 años. Pero ¿sabe qué? Nunca recibí ayuda de nadie. Donde vivía, sólo llegaba el área comunitaria de Carabineros y todos los días me iban a dejar colación y almuerzo. La cama de dos plazas que tengo ahora me la regalaron ellos. Yo le pedía a Dios que me quitara este vicio, pero nunca me lo quitó. Pero de un día para otro, lo sacó así”, dice chispeando los dedos y feliz de llevar dos años sin consumo. “Estar en las drogas es lo más triste que hay. Se lleva toda la plata, uno prefiere la droga que la comida. Uno puede estar a pie pelado pero no está ni ahí con eso”.

Cada uno llegó a ser beneficiario de Vivienda Primero por vías diferentes. Luis a través del Consultorio de Salud Mental (COSAM) de Quinta Normal. “Lo catalogo como algo que va por la maravilla de lo bendito de mi Dios, que nos tiene aquí con mi compañero Daniel. Es más que excelente, me quedo corto con las palabras. Todo esto, en estos momentos, es tan reconfortante. Me siento seguro, dejé el temor de estar atento y alerta a todo. Me he relajado acá y estoy en compañía de mi Dios, porque él lo gestionó”, argumenta, feliz.

Daniel ingresó gracias a la ONG Fraternidad Las Viñas. “Yo no tenía idea. No creí nada porque nunca había recibido ayuda, con excepción de Carabineros. Ella (Francisca de Las Viñas) me habló del programa y le di la información que quería. Ella insistió cuatro veces, pero le decía: ‘Denle el departamento a otra persona que lo necesite, aquí estoy bien’. Pero un día me dijo: ‘Don Daniel, vamos a ir a buscar las llaves’ y me explicó que el programa es por tres años. Por eso, yo digo, ahora que he recobrado mi dignidad, que vivo de una forma elegante, decente, tenemos cocina, un lindo baño, agua caliente para bañarnos… ¿qué va a pasar después de los tres años? Digo, ¿cómo nos van a dejar botados después de haber recobrado la dignidad? ¿Cómo nos van a botar a  basura otra vez? Estoy muy agradecido y contento porque esto es una realidad. En tiempos de pandemia, en los tiempos más tristes de Chile, nosotros estamos bien”, reflexiona Daniel.

La convivencia la califican con un siete. Si bien al principio eran muy reacios entre ellos, en la medida que fueron dialogando comenzaron a congeniar. “Y cuando falta algo, vamos a la feria y traemos algo. Nos llevamos muy bien. Cuando está lista la comida, le golpeo la puerta y le digo: ‘don Luis, está lista la comida’. Después, él lava la loza”, cuenta Daniel, el cocinero de la dupla, que se vanagloria de que nunca ha repetido un plato desde que están ahí. “En Arica aprendí a cocinar comida boliviana, peruana”, dice mientras muestras sus aderezos: unos condimentos chinos y coreanos.

-Daniel ¿cuál es su plato favorito?

-Los porotos con riendas, pero yo los hago con huesos carnudos. Compro puchero, que está a mil pesos el kilo, de eso compramos con don Luis diez kilos que nos duran un mes. Con eso hago al jugo, con arroz o con papas fritas. Estofado, cazuela. Se hace de muchas formas el hueso carnudo de vacuno.

“Yo igual cocino, me hago mis cositas”, dice por su parte, Luis.

En cuanto al orden y la limpieza se van turnando. Luis se despierta a las 6:30 y a las 6:45 ya se está duchando, pero después se recuesta de nuevo. Daniel no se queda atrás. Empieza a escuchar la radio Biobío a las seis de la mañana. “Me despierto temprano, agarro mi mate y me llevo el termo para adentro. Después don Luis me dice: ‘Daniel, el termo’ y se lo llevo”, comenta.

-¿Se extraña la calle?

Responde Luis: “Por supuesto que echo de menos la calle y valorizo donde estoy. A veces abro la ventana y empiezo a evocar los fríos, cómo me protegía, con esto y con lo otro. No olvido mi pasado, lo tengo muy presente y latente, por eso valorizo donde estoy y doy gracias a mi Dios porque por él estoy acá”.

Y Daniel, por su parte, dice: “Ya no, ni la droga. He ido para allá y me siento avergonzado, pero llego donde los chiquillos para darles un apoyo espiritual y a veces cuando ando con platita, les paso unos pesitos. Me avergüenzo de la mugre que ellos tienen, será porque ahora vivo de esta forma lujosa. Uno se expone a muchos peligros en la calle. Salen delincuentes de la cárcel que están acostumbrados a acuchillar y a hacer cosas malas. Te expones a ser asesinado y ahora ya no estoy en esos peligros”.

-¿Qué es lo mejor de estar aquí, en su departamento?

-La paz y la tranquilidad. Una paz tremenda –se apura Luis en responder. Daniel contesta con una pregunta: “¿Cómo decirlo en pocas palabras? Aquí gozo de mucha paz, tranquilidad y seguridad y eso me da alegría porque nadie me molesta, nadie me va a venir a hacer daño”.

El departamento de Luis y Daniel está en una esquina, tienen muros sólidos, piso de porcelanato y un techo que los cobija del frio. Están juntos, pero cada uno con su espacio propio. Luis sueña con acceder a una casa propia e irse para el sur, más allá de Temuco, para estar cerca de la naturaleza. Daniel, anhela dedicarse a la gastronomía. “Quiero conseguirme un carrito de comida rápida porque quiero trabajar. Hago tanta cosa rica que cuando me conozcan, me va a ir bien. Hago las empanadas igual que las de fábricas, pero más ricas. La gente hace las empanadas con carne molida y eso es pura grasa. La de primera no. Yo pesco la carne y la aso a la olla para que quede jugosa. Al otro día, cuando está fría hago el pino. Y a la cebolla cuando la frío, le boto el jugo. Hay gente que la mezcla con harina cruda y eso da acidez. Mis empanadas no y tienen también una rica masa”, dice mientras se soba el estómago en su cocina.

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