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Millaray Gaete, voluntaria en la Hospedería Padre Lavín: “Acá aprendí a ponerme en el lugar del otro”

30 Enero 2018 a las 11:09

Cuando tenía 24 años, esta joven sufrió una dura pérdida que pensó jamás superaría, pero, gracias al consejo de una pariente, dejó de mirarse el ombligo y hoy es otra. Esta es su historia.

Por Daniela Calderón

 

El 5 de abril de 2015 la vida de Millaray Gaete, 24 años, dio un giro en 180 grados. Era Semana Santa y su abuelo de 76 años, al que ella llamaba “papá”, enfermó del estómago de forma repentina. En palabras de los doctores, el diagnóstico era una “chanchitis aguditis” por haber comido mucho durante esos días. Dos días después y,  de manera fulminante, su abuelo murió a causa de un cáncer al páncreas.

“Después de la muerte de mi abuelo, me dio depresión, se me cayó el pelo. Incluso me vino hipertensión por el estrés emocional tan fuerte. Estuve dos semanas sin salir de la casa. Me atrasé un año en la carrera de terapeuta ocupacional. Nunca pensé que iba a sentir un dolor tan grande. Es algo inexplicable. Fue como si sacaran una parte de mí”.

Millaray, de 24 años, es hija única y era la regalona de su abuelo. “Él era como mi papá, me daba todo lo que quería, yo era una niña muy malcriada, incluso en el colegio me decían Kiko porque siempre llegaba luciendo mis cosas nuevas. Ahora soy distinta”.

El cambio se produjo dos meses después del trágico episodio. Fue en junio de 2015 cuando Millaray recibió una invitación que cambió su forma de enfrentar la vida. Su prima, que es asistente social, la motivó a acercarse como voluntaria a la Hospedería de Hombres Padre Lavín, ubicada en calle Esperanza, en pleno Barrio Yungay. “Ella decía que trabajar acá me iba a ayudar a superar la muerte de mi abuelo. Yo no le creía mucho, incluso cuando llegué acá me dio nervio porque era una Hospedería con hombres de la misma edad mía. Me fui acercando de a poco, pero desde ese primer día no me fui nunca más. En la Hospedería fui conociendo las historias de los hombres que llegaban y me di cuenta que lo que me había pasado a mí no era nada en comparación con lo que estos ellos vivían a diario. Escuché historias de personas que vivían en la calle, que les pegaban y los escupían. Y, de a poco, fui cambiando mi forma de pensar. Ellos me sanaron, acá aprendí a ponerme en el lugar del otro, a tener empatía con las historias de vida que he conocido”, cuenta emocionada.

Desde ese primer día, Millaray asiste varias veces por semana a la Hospedería. Allí, y gracias a su formación como terapeuta ocupacional, ha logrado enseñarle a leer a tres personas. El caso que más la enorgullece es el de Germán, un joven trapecista con parálisis en el lado derecho de su cuerpo, producto de un accidente cerebrovascular. “Con el Germán trabajamos las vocales, le dejo tareas para que ensaye y de a poco he logrado que lea. Le hice un calendario para que no se olvide de su rutina diaria”, comenta orgullosa. “Hoy miro hacia atrás y no puedo creer que fuera tan distinta. Era egoísta y no me importaba nadie más que yo. Si mi abuelo no hubiera muerto yo no hubiera cambiado nunca. Le di un significado a su muerte, maduré. Fue un cambio al mil por ciento”, reflexiona.

A dos años de uno de los cambios más importantes de su vida y mientras recorre las instalaciones de la Hospedería Padre Lavín, esta joven decide enviar un mensaje a quienes aún no se deciden por el voluntariado. “Es gratificante ver que las personas que he apoyado puedan salir adelante. He aprendido a ser más empática y preocupada. A veces veo gente que siente que por dar 200 pesos ya hizo la obra del día y eso no es así. Hay personas que no piden nada más que ser escuchados. No cuesta nada sentarse y hablar con ellos. No tiene ver con cosas materiales, sino con tener la capacidad de escuchar, de conversar y darles consejos”.

 

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