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PADAM Estación Central:

¡Todos a la punta del cerro!

Este era un paseo planeado antes del estallido social de 2019. Luego vino la pandemia y finalmente pudo concretarse el 22 de octubre pasado, en un día soleado y caluroso. Diez personas mayores del Programa de Atención Domiciliaria Adulto Mayor (PADAM) de Hogar de Cristo en Estación Central disfrutaron como nunca la visita al cerro San Cristóbal, donde muchos nunca habían estado.

Por María Teresa Villafrade

25 Octubre 2022 a las 20:18

María Sepulveda (70) fue una de las 10 personas mayores del Programa de Atención al Adulto Mayor (PADAM) del Hogar de Cristo que disfrutaron de una inolvidable jornada de paseo al Cerro San Cristóbal el pasado 22 de octubre.

“En los 40 años que llevo aquí en Santiago, nunca había venido”, dice, emocionada, tras subirse por primera vez al funicular y al teleférico para apreciar desde lo alto una ciudad que casi no conoce. Atender a su marido oxígeno dependiente no le permite darse ese lujo.

“Yo salgo dos veces a la semana a vender ropa y cachureos a la feria, los jueves y domingos. Entre mi marido y yo sumamos doscientos setenta mil pesos al mes con nuestras pensiones; entonces, este tipo de paseo no lo puedo hacer ni de broma”, cuenta.

Por eso, cuando supo del PADAM de Hogar de Cristo, no dudó en inscribirse. “Me han ayudado mucho, no solo con cosas materiales sino con actividades como ésta. Trabajé doce años en una empresa de aseo y ornato en jardines y áreas verdes y nunca había venido al cerro San Cristóbal”, agrega, contenta.

María Sepúlveda (izquierda) y su amiga Eugenia Ganga.

Con su amiga inseparable con la que sale siempre a la feria a vender, María Eugenia Ganga (72), la “Quena”, se tomaron fotografías hasta hacer colapsar el espacio disponible en sus celulares.

“En el teleférico nos tomamos la última selfie, pero no nos dimos cuenta que la puerta del ‘huevito’ se había abierto para bajarnos, casi nos quedamos arriba dando toda la vuelta de nuevo”, dice María, contando que gritaron como cabras chicas al subirse por primera vez.

La Quena, su amiga, vive sola ya que su marido murió hace cinco años.  Hace cuatro a ella le detectaron y trataron un cáncer gástrico por lo que su alimentación es muy limitada. Pero se da ánimo para salir a pasear. Su pensión es casi 194 mil pesos, a lo que suma que logran vender con su amiga y vecina en la feria.

“Por mi enfermedad tengo que comprar el Ensure que sale casi treinta lucas el tarro. Además, debo usar un remedio para la tiroides. Con la María en la feria a veces nos va bien, otras veces no vendemos nada. La ropa nos la dan en la Iglesia Isabel de Hungría y la que me queda buena, me la dejo para mí porque he bajado mucho de peso”, dice.

Tiene cuatro hijos, 10 nietos y una bisnieta, pero no le gusta molestar a ninguno con sus necesidades. Quena admite que trabajó siempre haciendo aseo en casas y en empresas, pero nunca dejó que le impusieran, cosa que lamenta ahora “porque, al final, una sale perjudicada, pero yo tenía cuatro hijos que alimentar”.

Recuerda que hizo aseo en la Escuela de Carabineros, que fue donde mejor lo pasó. “Me regalaban toda la ropa para mis hijos, me daban mantequilla, yogur, chancho para llevar a la casa”.

LAS “CALUGAS” DE ENRIQUE

La jefa del PADAM, Viviana Aedo, cuenta que este paseo se postergó primero por el estallido social y después, por la pandemia:

“Lo quisimos hacer antes, porque ellos pasaron mucho tiempo confinados en sus casas, lo que trajo consecuencias en su salud tanto física como mental. La idea era sacarlos de su rutina, de ver otro paisaje, porque generalmente hacemos cosas en el mismo PADAM. Creo que lo pasaron de maravilla y, además de a mi equipo, agradezco a los voluntarios que nos vinieron a acompañar, porque al tratarse de adultos mayores requieren de mucho apoyo”.

Viviana Aedo (al centro) junto a Franco, miembro de su equipo, y personas mayores del PADAM.

Del área de Tecnología de la Información del Hogar de Cristo, les ayudaron en la compra de las entradas, otros donaron los sándwiches. “Creo que logramos el objetivo, porque ellos compartieron con sus pares y vieron cosas nuevas. Algunos no habían venido en décadas y no tenían idea de la gran cantidad de edificios construidos, vieron otro Santiago”, dice Viviana.

Subir hasta la explanada de la Virgen y después pasear en teleférico para llegar al Jardín Japonés, alargó la jornada hasta pasadas las tres de la tarde.

“Lo que más me llamó la atención fue que solo uno de los adultos mayores nos había dicho que quería subir al teleférico y ahora que estábamos aquí, de los diez, nueve quisieron subirse. Fue una experiencia única para ellos, creo que jamás la van a olvidar”.

Pese a la viudez y al temblor esencial que le aqueja, Enrique Silva no pierde el optimismo.

Enrique Silva (86) no para de bromear. Quedó viudo hace tres años y su mujer había cumplido el centenario al fallecer. Alcanzaron a celebrar Bodas de Oro, porque estuvieron casados 56 años. “Con el bono nos fuimos a Reñaca, ubícate”, dice imitando la voz de un “Pepe Pato”. Y añade: “Nosotros fuimos socios del Hogar de Cristo durante 25 años. Trabajé toda mi vida como fontanero y ahora sufro de temblor esencial, me cuesta hasta tomarme este mote con huesillos”, dice mostrando cómo le tiemblan sus manos.

Divisa cerca de allí a una pareja de hombres a torso desnudo lleno de tatuajes que están tomándose fotos con la ciudad de fondo. “Acá también hay calugas”, les grita mostrando su abdomen y todas las personas mayores a su alrededor, incluida la pareja aludida, se largan a reír.

La Quena, coqueta, le dice: “Yo me quedo con sus calugas, don Enrique”, y las carcajadas no paran.

El ambiente de camaradería entre estas personas mayores que apenas subsisten con sus pensiones básicas solidarias, es lo que más le gusta a Rigoberto Donoso (43). “Rigo” es voluntario hace 5 años del PADAM y encargado de la climatización en la Municipalidad de Las Condes. Para el paseo al Cerro San Cristóbal sumó a dos sobrinos y a su pareja, ya que se necesitaban hartas manos.

“Llegué al programa por un compañero de la USACH, Cossimo Fortunato, quien también es voluntario. Para la pandemia estuvimos muy activos; de hecho, yo tenía un pase libre por cumplir labores esenciales y les presté mucho apoyo a los adultos mayores postrados del PADAM. En algunas ocasiones, como sé reparar hartas cosas, me ofrecí arreglarles los desperfectos en sus casas”, cuenta.

Otra voluntaria, Graciela Sáez (51), administradora de empresas que trabaja en una distribuidora de medicamentos, acudió a la jornada con su hermano, su hija y su cuñada. “Es muy gratificante, mi mamá era muy devota del padre Hurtado y falleció, por eso cada vez que converso con algún adulto mayor siento que lo hago con mi mamá. Lo que ellos más necesitan es que los escuchen”, dice.

El grupo conformado por 10 personas mayores, voluntarios y el equipo de PADAM se reúne bajo la sombra de un frondoso árbol para almorzar unos buenos sándwiches mientras siguen las bromas y las sonrisas. El paseo está por culminar pero nadie parece querer irse.

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