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Roberto Bravo

“Fue abusivo condenar a los mayores al encierro y a la soledad”

El 5 de septiembre hará un segundo concierto en vivo en el Nescafé de las Artes, tras el éxito del primero en agosto. Tras largos meses de encierro, el pianista recupera la energía que le transmite tocar frente al público, aunque haya que hacerlo empaquetado, con traje, zapatos y corbata, ahora que la vida transcurre en piyama y con pantuflas.  Así habló en Piensa en Grandes.

Por Ximena Torres Cautivo

27 Agosto 2021 a las 10:34

 

El pianista Roberto Bravo (78) dice que antes de un concierto “no me saco ni una muela; prefiero el dolor a que algo vaya a salir mal”. Y ahora, después de tantos meses de encierro, de estar privado de la mutua energía que fluye entre el artista y el público en un espectáculo en vivo, menos iba a correr riegos.

–¿Acaso te sentiste mal después de las dos primeras dosis de Zinovac?

–Me empezó a crecer la oreja izquierda –dice, en un alarde de humor negro, que algunos no entienden y otros consideran parte de su genio y figura.

Ese primer concierto fue un éxito y ya hay programado un segundo para este domingo 5 de septiembre en el mismo teatro, para el que sí estará vacunado con la dosis de refuerzo contra el COVID-19, un virus que ha alterado sus presentaciones por el mundo, pero no su vida. “Toco 16 obras muy diversas. Es una presentación larga. Cuando mi madre me preguntaba para qué tocaba tantas piezas en un concierto, yo le respondía: Para que al menos una salga bien”, vuelve a bromear el hijo de Marina Olga Ester Carmona, de quien heredó la vocación y el talento. Cuando ella enfermó, él viajaba a Quilpué donde vivía Marina, y en el piano que instaló junto a su cama, tocaba un repertorio ecléctico, en el que mezclaba lo clásico con lo popular, como siempre ha hecho. “Mucha gente no me perdona que sea un pianista transversal”, comenta a propósito.

-Decías que la pandemia no ha alterado tanto tus rutinas.

-Sí, porque cuando no estoy viajando, estoy encerrado, ensayando varias horas diarias. No salgo mucho. Sé que a mucha gente la cuarentena la tenía muy mal, pero los músicos en general somos personas que estamos encerradas estudiando. Yo, después de las giras, no me muevo de la casa. Pero cuando a mí me prohibieron salir por la edad, aguanté tres día; al cuarto, subí al techo; al quinto, me fui al parque; y, al final, dije se acabó la lesera, me rebelé y salí igual a la calle. Creo que fue abusivo que condenaran a las personas mayores al encierro y a la soledad.

-¿Y qué es lo bueno de tener años en una actividad como la tuya?

-La conciencia de que siempre hay que estar mejorando. En esto, se aplica eso de que los buenos vinos tienen que ir madurando. Los años te ponen más reflexivo, más consciente, pero nunca hay que perder la pasión. Eso es clave. La pasión es la que te lleva a salir a un escenario para transmitir emociones.

-¿Y algo que incomode del paso de los años? 

-Mira, lo último que me hizo sentirme incómodo en un escenario fue tener que ponerme chaqueta y zapatos después de estar 7 meses tocando en pantuflas y pijama, acostumbrado a tocar desde la casa por Zoom o vía streaming. Lo único que había hecho fuera de casa era inaugurar el  teatro de Buin sin público, tocando frente al alcalde y unos concejales, así es que estar con chaqueta, corbata y zapatos de nuevo, me hizo sentir empaquetado total. Ahora, hablando en serio, a mi edad, ya no acepto hacer cinco conciertos en una semana. O viajar a dar un concierto a la India si no es en bussiness class, porque ya no se puede volar 28 horas en turista y tocar al día siguiente. Uno empieza a darse cuenta de que el cuerpo no está igual a cuando partiste. Tampoco la concentración.

Y nos cuenta un episodio que vivió en Chuquicamata, poco antes de que se declarara la pandemia. “Yo me había impuesto la regla de no tocar un concierto antes de tres días después de un viaje. Por lo del jetlag, pero esa vez rompí la regla. Volé de Barcelona a Calama para tocar esa misma noche. Al abrir la maleta vi que había traído dos zapatos negros, pero del mismo pie. Fue una odisea conseguir un par de zapatos que no fueran calamorros de minero. Que sirvieran con el traje. Terminé en una especie de pulpería comprándolos y me tuvieron que poner oxígeno por la altura. Es que la agitación de un viaje y los cambios de horas provocan muchas cosas. Hay que cuidarse”.

VOY Y VUELVO

Tres personas son claves en la carrera de Roberto Bravo: Marina, su mamá, ya mencionada; Rudolph Lehmann, su maestro en Chile, y Claudio Arrau, su mentor en Europa. “El maestro Lehmann, como buen alemán, exigía disciplina y cultura. Él me dijo que yo tenía posibilidades de hacer carrera como pianista, pero me advirtió lo que significaba en cuanto a renuncias, a dedicación absoluta, a un poco de soledad también. Pasión y disciplina eran su clave. Fue este hijo de padres gasificados en Auschwitz, quien a los 15 años me llevó a Nueva York y luego a Europa, a Polonia”.

-Arrau era muy dado a patrocinar a jóvenes talentos, ¿fue así contigo?

-Yo debo haber tenido 15 años y él 60, cuando lo conocí. Era cálido, cariñoso, acogedor. Lehman le había llevado cholgas, cuando fuimos a verlo. Y su cocinera, que era una señora chillaneja, las cocinó para todos. Arrau era una hermosa persona. ¿Sabes cómo lo reflejo? En la respuesta que dio cuando en una entrevista le preguntaron cómo quisiera ser recordado y dijo: Like a decent man, como un hombre decente. Era quitado de bulla, nunca fue centro de mesa, generoso con sus alumnos.

-¿Cuál fue el mayor aprendizaje que te dejó?

-Además de lo pianístico, un profundo respeto por la música. ¿Cómo te explico? La Oda al Congrio de Neruda es la Oda al Congrio de Neruda, y no se le puede modificar. Es igual con la música. Hay que respetar al compositor. En lo personal, me dejó el interés por la gente joven, el hacerse tiempo para escucharlos. A mí me decía Roberto cuando estaba serio y “mijo” la mayor parte del tiempo, que para mí era su expresión de su ser chillanejo. También me enseñó que el peor enemigo del artista es la vanidad. Nunca salga a escena para complacer al público, me decía, no busque la salida fácil. Nosotros somos puentes y tenemos que conectar al compositor, a su obra, con el público. También era generoso.

Patrocinar a artistas jóvenes era muy de Arrau y tú has seguido ese mismo camino, con la bella y exitosa pianista pascuense Mahani Teave. ¿Por qué es importante ese trabajo inter-generacional?

-Porque lo que uno ha recibido tiene que devolverlo. En la vida, siempre hay que devolver la mano, Ximena. Yo, por ejemplo, no podría cobrar por una clase de piano, puedo escuchar a alguien, aconsejarlo, pero no puedo cobrar. A mí el maestro Arrau me hizo clases gratis, lo mismo que una profesora italiana en Londres. Siempre me hicieron espacio, tanto para darme clases como para comer juntos, invitarme a mí y a Eva, mi primera señora, a hacer conciertos en el jardín. Yo siento el deber de  continuar esa tradición.

-¿Qué destacas de tu relación con Mahani?

-La Maha ha sido un regalo para mí. Ella se ha desarrollado no sólo en el aspecto pianístico maravillosamente, sino que hoy es una líder completa. Está preocupada del cuidado del medio ambiente, ya que ha hecho una escuela en la isla para trabajar con residuos y se ha convertido en una figura simbólica para relevar a su tierra y a su gente en el mundo.

-Hablando de lo pianístico, como dices tú: ¿a tu edad, con tanta experiencia, ya sólo se toca de memoria?

-En algunos casos, se toca de memoria, en otros, no. Hay tendencias en eso. María Joao Pires, la fantástica pianista portuguesa, toca a Bach maravillosamente, sin partitura. Me encanta como toca a Bach. Es una mujer linda de adentro, con una bella energía, porque no conoce la vanidad. Es como la Mahani, que creció conmigo tocando en la calle, en las cárceles, en los hospitales.

-¿Y cómo eres tú, cómo es tu energía?

-Yo soy una persona consecuente y cada vez más apartada de las contingencias. Me enojo, reacciono, cuando estoy hasta las narices con lo que veo, me sulfuro, como con la maldad que veo en Twitter.

-Hace un par de días me comentaste sobre una momia chinchorro que te había inspirado unas ideas funerarias bien peculiares, ¿podrías compartir con nuestros lectores de qué se trata?

-Ah, los periodistas siempre preguntan cosas como qué música te gustaría que tocaran en un funeral o dónde quieres que depositen tus cenizas. Entonces yo elaboré una idea más compleja tomada a partir del antipoema de don Nicanor: “Voy y vuelvo”, que a mí, que creo en el desarrollo del alma después de la muerte física, me parece un muy buen epitafio. Me invitaron hace años a inaugurar con un concierto en Camarones la exhibición de una imagen que representa a la momia chinchorro a la orilla del mar. Y ahí se me ocurrió que Andrea, mi pareja actual, que es enfermera, pudiera aprender en la embajada de Egipto cómo embalsamarme, de manera que una vez muerto, me embalsamen y me pongan allí en Camarones con las otras momias chinchorro. Es broma, claro, aunque, seguro, ahora va a quedar instalada la idea de que Roberto Bravo se está momificando –dice, volviendo a hacer alarde de un humor tan negro como el piano que le da fama.

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