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Carmen Fuentealba, emprendedora:

 “En la sala cuna el Santi está estimulado, bien peinado y perfumado”

Además de ser un espacio de desarrollo integral de lactantes, la sala cuna también es una oportunidad para que las mujeres ingresen al mercado laboral o puedan generar ingresos a través de un emprendimiento. Ese es el caso de Carmen, quien logró crear su propio negocio gracias al apoyo de este centro de educación inicial del Hogar de Cristo en La Pintana.

Por María Luisa Galán

5 Mayo 2022 a las 17:56

“Decidí dejar a mi hijo acá por necesidad de tiempo, ya que durante la primera etapa de la pandemia mi esposo se fue de la casa y bajaron los ingresos. Quedé embarazada del Santi y él se fue. No trabajaba, siempre me dediqué a la casa y a mis dos hijas mayores”, nos cuenta Carmen Fuentealba (30), mujer, mamá, emprendedora y apoderada de la sala cuna Monseñor Santiago Tapia, ubicada en La Pintana.

Carmen no es la primera ni será la última mujer en recurrir a una sala cuna para poder trabajar. Si bien el fin primero de este espacio es el desarrollo integral de los niños y niñas, pues está comprobado que los primeros mil días de vida de un ser humano son vitales para su desarrollo pleno; también es cierto que las salas cunas y jardines infantiles son vitales para que las mujeres puedan trabajar, aportar económicamente a sus hogares, desarrollarse y mejorar su autoestima.

En Chile, la participación femenina es baja comparada con otros países. Más ahora, luego de una pandemia que nos hizo retroceder en 10 años lo que se había avanzado. Hoy la tasa de participación laboral de las mujeres es de un 48%, versus la de los hombres que es de un 70%; y hay más de 700 mil mujeres fuera del mercado laboral. En Fundación Emplea, del Hogar de Cristo, precisamente estamos impulsando la campaña “el otro MBA”, que juega con ese grado académico al que aspiran los altos ejecutivos –Master of Business Administration–, pero acá la sigla alude a esas Mujeres que Buscan Avanzar, que tienen notables habilidades para sacar adelante a sus familias y hacen malabares para subsistir. La iniciativa busca que los sectores públicos y privados den oportunidades laborales a estas mujeres, madres y jefas de hogar en su mayoría, que no tienen diplomas, pero no hace falta, porque la práctica en finanzas, gestión y organización, la ejercen a diario.

Hay que seguir

Carmen tenía 19 años cuando quedó embarazada de su primera hija. Y cuando iba a hacer su práctica en telecomunicaciones, quedó esperando a la segunda. “No me pude dedicar a mi desarrollo profesional, me dediqué al cuidado de mis hijas y estuve siempre con mi esposo en casa. Cuando quedé embarazada del Santi y mi esposo me dejó, fue fuerte porque nunca había pasado por algo así. Pero a pesar de lo doloroso, había que seguir por ellos. Embarazada no me iban a contratar y por los aforos, había menos trabajo, además tenía poca experiencia. Pero soy de harta fe y una hermana de la iglesia me dio la idea de vender comida afuera de la casa, en un carrito que ella compró”, cuenta sobre cómo comenzó su pequeño negocio gastronómico.

Si bien el padre de sus hijos da pensión de alimentos, dice que no alcanza para los cuatro. “Son dos niñas en crecimiento y el Santi que usa pañales, leche”, dice. Pero su negocio fue todo un éxito. Y gracias a él puede complementar sus ingresos. “Al principio estaba asustada, pero mi hermana de iglesia me animó y dije bueno. Empezamos con puras papas fritas, pero nos dimos cuenta que quedaban ricas y a la gente le gustaban. Después sumamos completos, churrascos. Al final vendimos el carro y abrí un pequeño local en mi casa”, dice orgullosa de su emprendimiento y convencida de que su fe en Dios le abrió esta puerta.

Santi con uno de sus compañeros de sala cuna.

A la sala cuna llegó gracias a la misma hermana de iglesia. Se la recomendó a ojos cerrados porque sus nietos habían estado ahí. “Las mamás somos aprensivas, sobre todo porque Santi es el más chico. Pero me dijo que conocía a las tías, que son súper buenas, que les enseñan. Le dan la comida, lo visten y cuando llego lo tienen perfumado y bien peinado”, comenta.

Una se saca el pan de la boca

La sala cuna Monseñor Santiago Tapia ubicada en la población El Castillo, en La Pintana, tiene más  de 30 años de historia. Primero, en 1988, se creó un centro comunitario con el mismo nombre, donde se atendían a niños y niñas de diferentes edades y a adultos mayores. Al poco andar, fueron llegando adolescentes embarazadas que no tenían apoyo en el cuidado de sus hijos para poder seguir estudiando. Se creó, entonces, un espacio para poder acoger a estos lactantes; dando paso a lo que sería después la sala cuna Monseñor Santiago Tapia.

Actualmente, este espacio del Hogar de Cristo atiende a 60 niños y niñas entre los 3 meses y 2 años de edad. Hay tres salas. Una para sala cuna menor, para los lactantes entre los 3 y 12 meses; y dos salas para los “más grandes”.

Precisamente, desde el año 1990 hasta antes de la pandemia, la asistencia de niños entre los 0 y los 5 años a la educación parvularia fue creciendo exponencialmente. De acuerdo a la CASEN 2017, si en 1990 concurría un 15,9% de la población, en 2017 esta cifra se empinaba al 51,2%. Y, según la misma encuesta, si en los años 90 la asistencia del tramo entre los 0 y 3 años era de un 5,5%, hasta antes de la crisis sanitaria, la matrícula ascendía al 31,6%. Y si antes de la pandemia la matrícula en educación parvularia superaba los 800 mil niños en el 2018, la cifra se contrajo. En agosto de 2020 la matrícula había descendido a los 778 mil preescolares, y en el 2021 había bajado a 743 mil. “Una baja acumulada de 9.0% respecto de 2019”, se lee en el reporte 2022 del Mineduc.

Katherine Osorio es educadora pedagógica en la sala cuna Monseñor Santiago Tapia. Es, de hecho, la “tía” del pequeño Santiago, el hijo de Carmen. “Para nosotros es importante acoger a los niños  y niñas en sus primeros meses de vida porque estamos en un sector en donde las familias trabajan, principalmente, en el sector informal. Tienen algún trabajo en la casa, venden en la feria o tienen pololitos, entonces acá los niños están en un ambiente preparado, seguro, que les brinda el cariño, el amor y la tranquilidad que esas familias buscan para sus hijos”, dice.

Santi en la sala cuna, comiendo su almuerzo.

La sala cuna Monseñor Santiago Tapia es gratuita. A los niños se les da tres comidas al día: desayuno, almuerzo y once. Una gran ayuda para muchos bolsillos, sobre todo en La Pintana, una de las comunas con mayor índice de pobreza a nivel país y regional. Carmen, comenta: “Para algunas mamás que no tienen trabajo, sus hijos se alimentan acá. Es súper bueno porque no están preocupadas de qué le van a dar de comer. Una como mamá se saca el pan de la boca para darle a los hijos, entonces es una ayuda súper importante para nosotras”.

Agrega: “Que mi hijo venga a la sala cuna me sirve mucho porque tengo que ir a comprar en el día los productos para mi negocio. Cuando estábamos en pandemia, y él no venía para acá y las niñas no tenían clases, tenía que andar con los tres para arriba y para abajo. Para mí es importante que venga para no exponerlo al sol, al tráfico, al frío y tantas cosas, además se aburre. Cuando llego veo que lo tienen apoyado, paradito en una cosa, parece un viejito. Y digo qué bueno porque con el poco tiempo que tengo, no tengo cómo estimularlo. En la tarde tengo que trabajar, por lo tanto no le brindo tanta atención. Además, no soy profesional en el área.  Los niños que están en la sala cuna son más independientes. Mis hijas que nunca fueron, son más regalonas y siempre esperan que les dé las cosas. Se genera una madurez diferente y de forma adecuada”.

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