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Tres claves

Para el autocuidado de una cuidadora

La terrible noticia que conocimos esta semana de la muerte de un padre y su hijo en Chiguayante da cuenta de lo importante que es cuidar al cuidador. Nuestro Programa de Atención Domiciliaria para el Adulto Mayor (PADAM) apunta precisamente a eso dado que son muchos los adultos mayores que cuidan a sus padres de mayor edad, como es el caso de Bernarda Carrasco Godoy (68), de Iquique, quien es apoyada en el cuidado de Luisa Godoy Irigoyen, su madre, que tiene 92 años y un desgaste óseo severo que la mantiene postrada.

Por Ximena Torres Cautivo

23 Febrero 2022 a las 12:00

La noticia no pudo ser más desgarradora: en Chiguayante tras 20 días fueron encontrados muertos en su domicilio del sector Manantiales, Alejandro Ortega (59) por infarto y su hijo, Francisco Ortega (26), que vivía postrado, por inanición. En todo ese tiempo, nadie notó la ausencia del padre que cuidaba de su hijo. El hallazgo se produjo durante la mañana del martes 22 de febrero, debido a una visita médica del personal del Cesfam al joven.

Este trágico hecho hace resaltar la importancia del Programa de Atención Domiciliaria para el Adulto Mayor (PADAM) que Hogar de Cristo tiene a lo largo de Chile. Porque cada vez son más las personas mayores que cuidan de sus padres más mayores aún o de hijos enfermos como ocurrió en el caso de Chiguayante.

El ejemplo de Bernarda y su madre Luisa, así lo demuestra.

El trabajador social Hugo Salomon (33) escucha, acompaña y asiste a Bernarda en diversos trámites y necesidades, y está atento al estado de Luisa, la madre. “Ellas son un caso complejo que refleja muy bien el desgaste físico, emocional y psicológico del cuidador. La señora Bernarda vive en Jorge Inostrosa, un sector complejo de Iquique; en los años 90 y en los 2000 fue el epicentro del microtráfico de pasta base en la ciudad. Es una zona industrial, cercana a la Zofri. Hoy el contexto reguló lo de la droga y ya no es el único foco, la delincuencia está distribuida por todos lados; se volvió democrática”, dice en semi serio.

Bernarda es morena, diligente, simpática y anda con el sentimiento a flor de piel. Imposible que no sea así, viendo la vida no vida de su mamá. Antes de hacernos pasar a su pieza, nos recibe en su largo comedor. Allí se explaya: “Me casé en 1977 en Arica. Viví unos 5 años de felicidad, luego vinieron largos años de maltrato y violencia intrafamiliar. Puras penurias. Tuvimos dos hijos. Y nos vinimos a Iquique porque él trabajaba en una pesquera. Falleció en 2015, a los 66 años. Irreconocible. Desnutrido. Se metió en el tema de la droga y eso lo mató. Yo trabajé como asesora del hogar, crié sola a mis hijos y ahora velo por mi mamá”.

Bernarda forma parte de las 651.021 cuidadoras informales que existían en Chile en 2017, de acuerdo a la Encuesta CASEN hecha ese año, las que, sin duda, se han incrementado en pandemia. De ellas, un 10% tenía algún grado de dependencia física. Y se estima que el 90% eran mujeres. Según el Servicio Nacional del Adulto Mayor, el 95% de los cuidadores son familiares, hijos o hijos en un 40%. Pero aquí las mujeres son las que la llevan… cargando una responsabilidad enorme. Y esto es a nivel mundial. Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hecho en 2019 estimó en 670 millones a las mujeres en edad laboral que ejercían gratuitamente el trabajo de cuidadoras versus sólo 40 millones de hombres.

Legalmente, Bernarda ya no está en edad laboral, pero trabaja como hormiga, gratuita y remuneradamente en actividades informales. Esto último, incluso, la ayuda a mantenerse no sólo en lo económico, sino en cuanto a salud mental. Ella, en la descripción de su vida cotidiana, entrega claves prácticas de autocuidado para una cuidadora que son muy similares a las que aconsejan los especialistas.

  1. Involucrar a la familia en la tarea. Bernarda vive con dos nietos adultos, que la ayudan en lo económico y la apoyan en el cuidado de Luisa. Ella reflexiona: “Mi mamá ahora habla solita. El médico ya me dijo cómo va ser el proceso de su partida. Que cada vez va a perder más la conciencia. Pero a veces está muy clara. Llora y se lamenta porque me da tanto trabajo. Yo ahí le respondo: “Y cuando yo era cabra chica, ¿no le daba un montón de trabajo a usted? Yo ahora pienso mucho en mi propia vejez y les digo a los dos nietos que viven con nosotras que yo no quiero que nadie se sacrifique por mí como yo lo he hecho por mi mamita. Que en cuanto las cosas se pongan complicadas, me lleven directo a una residencia del Hogar de Cristo”.
  2. Mantener actividades paralelas y de apoyo especializado. Bernarda es admirablemente laboriosa: vende rosquillas en el vecindario, lava ropa ajena, es consultora de productos Natura, administra los 200 mil pesos de pensión de su mamá (“Se le va casi todo en Ensure, pañales, medicinas que no cubre el consultorio, cremas antiescaras”). Eso, asegura, la ayuda a pensar en otros temas, a encontrar satisfacción en otras cosas.
  3. Informarse y educarse en lo que significa el cuidado, en su caso de una adulta mayor. Para ello, Bernarda ha tomado cursos en la junta de vecinos para afrontar el deterioro de su madre. “Eso me ha favorecido mucho. Entender cómo es el Alzheimer, por ejemplo, me ha servido para entender sus reacciones, como cuando se enoja y me echa garabatos porque no le gusta la comida. Ella, que nunca había dicho una mala palabra”. En este punto es lamentable que el programa Chile Cuida esté presente en sólo 20 municipalidades de todo el país. Afortunadamente, Bernarda ha contado con ese apoyo, lo mismo que con el de los profesionales del PADAM y del personal médico del Centro de Atención Familiar (CESFAM) que le corresponde a su sector”. Bernarda reconoce que para lo que no se siente preparada es para afrontar la pérdida en día en que Luisa se vaya. “¿Qué voy a hacer cuando ya no la tenga? ¿A quién voy a cuidar?”.

Cuando dejamos su casa, el trabajador social del Hogar de Cristo, Hugo Salomón dice, inspirado: “Para hacer este trabajo son claves estas visitas, este contacto permanente en terreno, porque para trabajar en programas sociales con realidades como éstas se necesita tener el corazón en llamas y la cabeza fría”.

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