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En Iquique:

A Yerko le robaron la infancia

Es el menor de los 14 habitantes de la Residencia para la Superación, un programa social para personas en situación de calle en proceso de reinserción laboral que ejecuta Hogar de Cristo en Iquique. Esta ahí porque el ex Sename no cuenta con dispositivos para chicos como él. Con 19 años, entró a los 3 a una residencia de protección del Estado y a los 18 años fue “devuelto” a la madre que lo parió en la calle y a la que conoció a los 16. Graduado de cuarto medio, con promedio 6.1, sueña con estudiar Trabajo Social y tener una casa propia.

Por Ximena Torres Cautivo

28 Enero 2022 a las 20:40

Matías Muñoz, puntaje nacional en la Prueba de Transición Universitaria, quien vive desde los 5 años en residencias del ex Sename, impactó al país con sus 850 puntos en Matemáticas, su promedio de notas de 6.9 en toda la educación media y su clara decisión de estudiar medicina.

Admirable perseverancia, capacidad intelectual y de estudio, además de una notable resiliencia.

Hubo las más diversas reacciones frente a su notable logro, todas admirativas y colaborativas. La directora del servicio Mejor Niñez, María José Muñoz, que vino a reemplazar al tristemente célebre Sename, que se dividió en dos, y la ministra de Desarrollo Social, Karla Rubilar, que le regaló un simbólico estetoscopio a Matías, afirmaron que será apoyado mientras estudie en cuanto a vivienda, alimentación y beca universitaria. El presidente electo, Gabriel Boric, se reunió con él, y el magnate de los rulos rubios y la sonrisa encandilante, Leonardo Farkas, le ofreció ayuda financiera.

Matías Muñoz, puntaje nacional en la PTU, vivió desde los 5 años en residencias del ex Sename. Ahora se apronta a estudiar Medicina. Es, sin duda, una excepción.

Hasta ahora uno de los mayores problemas que enfrentan los jóvenes en residencias de protección es el tránsito hacia la vida independiente. Los que no siguen estudiando, al cumplir 18 años, deben abandonar estos dispositivos y empezar su existencia por sí mismos, sin ayuda alguna en un salto al vacío sin paracaídas, como bien lo expresó el jefe técnico del área del Hogar de Cristo, el psicólogo Carlos Vöhringer en una columna reciente.

Yerko (21) no ha tenido la misma suerte de Matías. Desde los 3 años, fue un “niño Sename”. Él y sus hermanas mellizas, con las que ya casi no tiene contacto. Tampoco con su madre, que lo parió en la calle y con la que siempre ha mantenido una pésima relación. A su padre, no lo conoce, aunque intentó buscarlo. Su historia es la crónica del desamparo y de la vulneración. Del deambular de una ciudad a otra, pasando de un lugar malo a otro peor y así sucesivamente. Pero hoy está mejor. Vive en una muy bien instalada Residencia para la Superación en una población del barrio Héroes de la Concepción de Iquique.

Se trata de un programa de tránsito para personas que han pasado por situación de calle o enfrentado problemas sociales complejos y están logrando estabilidad laboral y la reinserción social. Lo financia el Ministerio de Desarrollo Social desde 2019, y es operado por el Hogar de Cristo. Acoge a hombres y mujeres mayores de 18 años. Desde entonces han pasado por él unas 80 personas, la mayoría adultos, pero a veces Sename les deriva casos como el de Yerko. Su cupo máximo es de 25 personas, pero el COVID-19 obligó a reducirlo a 21, porque se debió habilitar un dormitorio para quienes estuvieran en cuarentena por la pandemia.

Son viviendas de transición, donde los acogidos permanecen por un tiempo limitado, mientras se asientan en sus trabajos, logran un cierto nivel de ahorro mensual y consiguen arrendar una pieza o una casa por sí mismos. Para hacerlo, cuentan con ayuda del programa y sus monitores, que los apoyan en toda suerte de trámites prácticos para reinsertarse socialmente.

Yerko hoy es reponedor de Coca-Cola en el supermercado Líder del sector. Tiene una polola, un año mayor que él a la que conoció en una residencia del ex Sename. Ella lo convenció de migrar a Iquique, su terruño. Cuenta que logra ahorrar cien meses al mes en una antigua cuenta para la vivienda que tiene. Ya no vive “empastillado” para combatir la depresión, como fue por muchos años, y sueña con estudiar Servicio Social y tener una casa propia.

Yerko egresó de cuarto medio con 6,1. Hoy tiene 19 vivió desde los 3 años en una residencia del ex Sename, desde donde salió a los 18, con diagnóstico de trastorno mental y sin redes de apoyo especializadas.

-Egresé de cuarto medio con un 6.1 de promedio. En segundo medio saqué un 6.8. Había mejores alumnos que yo en los cursos en que estuve, pero yo era bueno. No el mejor, pero me iba bien. Al comienzo, no tanto, porque siempre me salía de la sala, de puro aburrido. Siempre he sido bueno para el inglés. Me encanta. Entiendo casi todo, pero no me atrevo a hablarlo. Lo que me gustaría estudiar es trabajo social. Me interesa ese rubro y hay alguien que me inspira. Es una tía de esa profesión a la que conocí en un albergue hace como tres años. Me llevo bien con ella, entiende lo que pasa. Aparte de eso, yo estuve en el Sename, sé cómo son las cosas dentro, puedo aportar desde ahí mucho, tengo ventajas.

¿POR QUÉ TE FUISTE, PAPÁ?

-Yo soy de Quintero, de Concón, la zona de las termoeléctricas. Nací en la calle, mi mamá me tuvo en la calle. A los dos años de nacer, los pacos, los carabineros… –se corrige, mientras fuma como chino, en el pulcro patio de la Casa de Acogida. Tras una larga pitada, continúa con su historia: –Ahí me llevaron al Sename con una orden del Juzgado de Familia. A mi mamá vine a conocerla a los 16 años. Ella tiene una nueva pareja, porque se separó de mi papá, otra hija y vive en Ventanas. En total, tengo tres hermanas. A dos las conozco. Son las mayores y son mellizas. A la otra no la he visto; es hermana por parte de mamá nomás. Los pacos me recogieron a mí y a las mellizas. En las distintas residencias por donde pasamos, estuvimos juntos, pero después nos separamos. No lo siento. Yo estoy acostumbrado a estar solo, además me llevo mal con casi toda mi familia. A mis tíos y mis primos los conozco desde hace muy poco.

Yerko ha deambulado por el centro y el norte de Chile. Ha vivido en residencias en Copiapó, Vicuña, La Serena, Santiago, Viña del Mar, Valparaíso. “El último lugar donde estuve fue el CREAD de Playa Ancha”, explica en jerga administrativa, refiriéndose al más tristemente célebre de los Centros de Reparación Especializada de Administración Directa del Sename, ubicado en el puerto y que fue el último en ser cerrado en el marco de la transformación del Sename. “Yo me fui y lo cerraron”, dice, dándose protagonismo en el término de estos establecimientos masivos que más que reparar, dañaban.

“Cuando cumplí 18 años me llevaron directamente desde el Sename a donde mi mamá. Yo sabía que eso no iba a resultar, que ella me iba a echar de la casa, porque no nos llevamos bien. Estuve con ella tres meses, pero la convivencia era mala. Ella me pegaba mucho. Me sacaba cresta y media. Yo no le guardo rencor, sé que no nos entendemos y prefiero mirar para adelante. Me gustaría trabajar en una residencia para niños vulnerados o con personas de calle. A mí esa gente me conmueve mucho. No puedo dejar de darles algo cuando los veo. Pienso que yo estuve por años así, como ellos, abandonado, solo. Yo lo pasé muy mal en el Sename. Fue horrible”.

-¿Qué es lo peor que viviste en el Sename?

-Ser violado, ser abusado. Yo estuve en una cárcel de menores donde me violaron y antes en una casa de acogida de monjas donde me acosaron sexualmente.

-¿Estuviste internado por problemas con la justicia? ¿Por qué?

-Me acusaron de haber abusado de otro niño en una residencia. Me fueron a buscar a la escuela, me sacaron de clases. Eso fue terrible. Luego se comprobó que era inocente.

Enrique Yerko Alexander, como se llama, prefiere que le digan Yerko. “Enrique es por mi papá, al que no conozco, pero sé que está ciego e inválido. Sé que es mucho mayor que mi mamá; ella tiene ahora 45 años y fue obligada a casarse con él. También sé que vive en Conchalí, en Santiago. Mi mamá me dio la dirección, pero sólo el nombre de la calle. No tenía el número. Yo quería preguntarle por qué hizo eso de dejarnos botados, solos, tirados, sin nada, pero no lo encontré”.

Sin complejos, dice que durante mucho tiempo padeció depresión. “Quizás era porque entonces me avergonzaba de mí, de mi vida. Ahora he logrado entender que es la vida que me tocó, que me robaron la infancia y que no hay nada bueno en ella, pero que puedo salir adelante. Entonces me ayudaban las pastillas. Tomaba  fluoxetina, diazepán, de todo. Robaba pastillas para la depresión. Ahora mi única adicción es el cigarro. Me fumo una cajetilla al día. No consumo nada más, muy a lo lejos, un pito marihuana –dice, encendiendo un nuevo pucho, conmoviéndonos con su agradecimiento por haber encontrado “tranquilidad” en esta casa, donde hay adultos, hombres y mujeres tratando de reconstruir sus vidas. Aquí, él es el menor.

-Antes trabajé como temporero. Recolectaba mandarinas, naranjas, paltas, limones. Y un poco antes fui obrero en un taller de mecánica. Ahora me gusta estar de reponedor en el súper. Estar juntando plata para tener una casa. Pensar en estudiar. Vivir en esta casa, que es tranquila, como me imagino que deberían ser las residencias del Sename, me ayuda.

Epílogo: Al cierre de esta edición, el comportamiento agresivo de Yerko que alteraba la convivencia del resto de los acogidos en la Residencia para la Superación impide que siga viviendo en ella. Dejó el trabajo, el ahorro, no quiso tratar sus problemas de salud mental en el Centro de Salud correspondiente y los responsables de esta casa que no cuenta con profesionales de intervención siquiátrica reconocen que no tienen las herramientas profesionales y técnicas necesarias para apoyarlo. En suma: Yerko no es Matías y probablemente nunca lo será, como la mayoría de los chicos que egresan del ex Sename sin herramientas para volar por sí solos. Sin un Estado que se haga responsable de sus vidas cargadas de traumas.

Si te importan los niños, niñas y jóvenes vulnerados en sus derechos, involúcrate

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