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Andrés pasó 16 de sus 19 años en el Sename:

“Hoy vivo en la calle y es como si no existiera”

La falta de confianza en otros y sobre todo en sí mismo es lo más dramático del relato de este joven que no sabe leer ni escribir, al que le cuesta manejar el dinero y recibe una pensión por discapacidad. No se detiene en detalles sórdidos ni truculentos, pero su relato es tan crudo y desolado, que asusta. Esta es la realidad de un egresado del sistema de protección del Estado en tiempos de pandemia.

Por Ximena Torres Cautivo/ Publicado por El Mostrador.cl

5 Mayo 2022 a las 16:00

-Lo único que quiero es que se mueran. Ellos fueron los que comenzaron la guerra. Nunca me dieron su apoyo. Yo tuve que acercarme a ellos. Me sentí como un perro, que movía la colita y trataba de agradar, pero ya no más. Ya no recurro a ellos. Sólo espero su muerte, entonces estaré bailando sobre sus tumbas. Ellos me provocaron y me hicieron así. Si no me quisieron, tengo derecho a bailar en sus tumbas o quemarlas, eso también podría ser.

Andrés tiene 19 años. En plena pandemia, cumplió 18. Una fatídica mayoría de edad, cuando se es pobre, vulnerable, se está bajo el cuidado del Estado y no se está estudiando, que es la única manera de que esa protección se prolongue.

El joven –moreno, alto, fornido, con una clara dificultad de pronunciación–, por estos días duerme en el albergue municipal de Ancud para personas en situación de calle, que funciona en las dependencias del Hogar de Cristo. A poco tiempo de su “egreso”, como se dice en la jerga, ya vivía sin un techo, porque egresar de una residencia del Sename es saltar sin paracaídas a la vida independiente.

Él salió de la residencia Catalina Keim, que Fundación Niño y Patria tiene en Osorno, y en cuya página web, leemos: “El centro residencial, fue creado el 5 de noviembre de 1961, atendiendo a adolescentes, entre 12 a 17 años 11 meses y 29 días, derivados de los Tribunales de Familia, acorde a los Proyectos del Servicio Nacional de Menores, como entidad colaboradora, a fin de resguardar los derechos de los adolescentes”.

Aquí está almorzando y pasando sus noches el joven Andrés, en las dependencias del Hogar de Cristo, donde funciona el albergue muncicipal de Ancud para personas en situación de calle.

Diecisiete años, 11 meses y 29 días podría ser como una condena que se cumple o como un plazo fatal que te lleva directo a la indefensión. Andrés lo siente como esto último. Dice:

-Me crié en hogares del Sename desde que era guagua. Y ahora que salí tuve que tirarme a la calle; no me quedó otra solución. Yo viví en hogares de menores en Quellón, Ancud, Puerto Varas y Osorno. Cacho un poco Valdivia y Puerto Montt, pero nunca he ido más al norte. No conozco Santiago. Yo tenía 16 años cuando vino a verme mi familia, los conozco a todos, pero nunca ha resultado nada con ellos.

Andrés nunca pasó más allá de primero básico. Repitió segundo y de ahí en adelante se dedicó a “puro hacer la cimarra. No estudié nunca más. Quizás porque me cuesta y ahora me va a costar mucho más si es que quiero retomar estudios. Leer me cuesta caleta. Escribir también. A nadie nunca le preocupó que no estudiara”, dice.

-¿Hay algo bueno que rescates de tu infancia?

-Yo he tenido un único amigo verdadero, fue en un hogar de Puerto Varas, se llamaba Jesús. Me daba sus galletas y siempre me acuerdo de él. Cuando me fui de ese Hogar no lo vi nunca más. Lo he tratado de encontrar en el Facebook, pero parece que no ocupa Face. Cuando éramos chicos, o sea no tan cabros chicos, como a los 12 o 13, jugábamos a puras imaginaciones. A que éramos como militares, como zombies, como de la Fuerza Aérea, como del GOPE. Teníamos esa imaginación y compartíamos esa amistad que era buena.  Al Jesús también le costaba leer, pero leía más que yo.

Dice que no hace deportes, salvo jugar a la pelota. “Soy arquero”. E impresiona el bajo concepto que tiene de sus capacidades. Nos cuenta: “Yo no sirvo ni para arreglar ni una silla, nada. Ustedes me pueden mandar a arreglar algo, pero lo único que van a conseguir es que lo eche todo a perder. Se puede decir que yo soy así; alguien de poca fe. Antes yo me tenía mucha fe, pero diría que se me fue eliminando; hoy ni yo mismo creo en mí. Yo soy católico, pero he ido perdiendo la fe, incluso en Dios. Hay un gran motivo por el que yo dejé de creer y es que en mi vida he tenido puras desgracias.  He tenido cien, mil, el máximo de desgracias”.

“Me salvan esos 193 mil pesos”

Andrés no describe abusos truculentos, desgarradores, sangrientos, como los que de tanto en tanto solemos escuchar de niños, niñas y jóvenes criados toda su vida en el Sename y que generan, lo que el director social del Hogar de Cristo, Paulo Egenau, llama “lucidez transitoria”. Todos ponen el grito en el cielo, pero pasan unos días y la preocupación queda en el olvido.

Él no detalla violaciones, ataques, miserias cruentas, pero su relato estremece. Asusta, incluso, por  la sequedad que ha dejado en él la falta de atención, cariño, oportunidades.

-Mi familia fue una tremenda decepción, sobre todo mi mamá. Cuando pienso en ella, quisiera que la mataran. Le di veinticinco oportunidades de acercarse, pero las desperdició todas. Yo creo que por culpa de mi familia, estoy en esta situación. Si hubiera tenido otra familia, estaría en otro lugar, en otro estado. Estaría leyendo bien, estaría escribiendo bien, estaría modulando bien, porque me cuesta mucho decir algunas cosas, hablar. Yo nunca tuve un apoyo real. Nadie se acercó a mí. Algunos lo hacían y decían “hay que ayudar a este cabro”, pero pasaban tres días y ya no venían más, me habían olvidado. Como si yo no existiera, por eso yo no confío en nadie, ni siquiera en mí.

El tono es de desaliento total. Dice que está consciente de que gente lo considera un quejumbroso. Y “un inútil”, agrega.

-Ya no soy un niño. Tengo 19 años, voy para los 20, pero nadie se da cuenta de que yo no tengo estudios y que me cuesta mucho aprender las cosas. Yo mejoro mis errores si es necesario, pero viven diciéndome que no valoro nada, que soy un malagradecido. Antes me importaba, pero ahora me va a dar lo mismo.

-¿A quién culpas de tus desgracias?

-A mi familia y al Sename. Cada persona que yo conocía me decía “tú debes exigirle al Sename, ellos son tus protectores, tienen que darte apoyo, ellos deben enseñarte a leer, a escribir, educarte”, pero a mí no me dieron nada de eso. Todo lo contrario. Cuando cumplí 18, me cantaron “feliz cumpleaños”, comimos torta y listo, chao. Por eso yo no quiero celebrar más mis cumpleaños. El de los 18 años lo viví en la residencia Catalina Keim, de Carabineros. Ahí sí que lo pasé mal. Más mal que nunca. Ahí sí que había peleas, trago. Era como el infierno, se puede decir. Abusos, de todo lo que usted pueda pensar, había en ese lugar. La última vez me salvé de una puñalada. Menos mal que el hogar está cerca de la comisaría, eso sí, eso era lo único bueno.

Andrés se ha ido soltando, incluso nos autoriza a usar su nombre y apellido, cuestión que no haremos para proteger su intimidad y la de los involucrados en su historia.

-“O te vas con tu abuela o te vas con tu abuela”, me dijeron. Así lo hice, pero no resultó. Al final, me sacaron de la casa de mi abuela los carabineros. Dijeron que la amenacé con un palo y no fue así, por eso ahora se enojaron mis tíos. “Pendejo, pendejo”, me repetía ella. Menos mal que yo tenía plata de mi pensión. Siempre dicen que yo tengo una discapacidad, por eso me dan 193 mil pesos al mes del Estado. Yo tengo brazos y piernas buenos, tengo mi cerebro bueno, y no sé por qué me hicieron ese diagnóstico. Claro que yo siento que con esa pensión, me salvo. Recibo esos 193 mil pesos y otra plata de la Muni, del Programa Calle”.

-¿Cómo ha resultado la experiencia de vivir en la calle?

-Igual de horrible que el Sename. Vivir en la calle es malo en verano y en invierno, porque las noches son frías siempre. A mí me han robado, me han asaltado, me han pegado, todavía estoy superando lo que me ha tocado en la calle, a pesar de que yo he tenido siempre esa cosa de que si alguien me roba, pega o provoca, yo lo dejo pasar, porque siempre me han aconsejado: “Aléjate. Escucha música. Evita los problemas”. Apoyo es la palabra que más ronda en mi cabeza, lo único que quiero. No necesito nada más, aparte del estudio, obvio. Pero siempre me pasan miserias, desgracias. Dicen que me hago la víctima, pero no piensan que tengo que vivir sin familia, sin nadie que me apoye, botado por ahí, sin nadie que esté a mi lado, eso es muy difícil.

-¿Cómo te imaginas el futuro?

-Yo no voy a poder hacer nunca lo que siempre quise: ser bombero y entrar a la Armada. Sé que a los bomberos no les pagan, pero en la carrera militar, sí. Pero eso no lo podré hacer. El nivel mío no es tan alto para llegar a eso: a tener una casa, un hijo, una familia. Como ya le dije, yo no saqué mi cuarto medio. Ni mi segundo básico, saqué. No leo ni escribo, de matemáticas, sé un poco, pero para ser sincero no soy bueno para manejar plata; me confundo. Una vez quise hacer el servicio militar, pero me pidieron cuarto medio. Yo para hacer eso tendría que estudiar hasta el 2024, 2025, me imagino, porque me falta un estudio que es largo. Y para tener un trabajo ahora, te piden cuarto medio. O sea, ¿dónde voy a poder trabajar? Nadie me va a dar apoyo. Nunca me lo han dado.

 

ANÁLISIS DEL CASO: FALLA TOTAL DEL ESTADO

Claudine Litvak, psicóloga e investigadora del Hogar de Cristo

La psicóloga Claudine Litvak,  jefa del área de desarrollo de la dirección social del Hogar de Cristo, que trabajó en los pilotos de dos residencias de protección de alto estándar, una de niñas y otra de niños, de la fundación, e integró el equipo de investigación de los estudios “Nacer y Crecer en Pobreza y Vulneración” y “Ser Niña en una Residencia de Protección”, escucha el audio de la larga entrevista a Andrés, que aquí resumimos. Y comenta:

-Este joven ha tenido una vida entera de derechos denegados. El derecho al cuidado, a la estimulación continua, a tener un referente significativo, a la educación… Su vida ha sido una larga y permanente vulneración de derechos básicos. Cuando fue niño, no se le enseñó a leer, a escribir. Hoy le cuesta mucho hacer cálculos matemáticos, por lo tanto, no sabe administrar su dinero. En su caso, el Estado falló de manera rotunda.

La especialista habla de esa “primera ventana de oportunidad” en que un niño que nace en pobreza tiene la posibilidad de sobreponerse a sus hándicaps y desarrollar todo su potencial; esos primeros mil días de vida, en que la educación inicial es esencial, junto con el cariño, la existencia de figuras significativas de referencia. Dice: “Sabemos que los primeros mil días, incluyendo la etapa intrauterina, son claves para el desarrollo. Andrés fue institucionalizado a los dos años. Hasta los cinco es cuando aprendemos más que en todo el resto de nuestra vida. Por eso es tan importante que esos primeros años sean con apego, con estimulación constante, con alguien que esté preocupado de nuestro sueño, de nuestra nutrición, de nuestra socialización y educación. Cuando eso no pasa, todo el desarrollo se ve mermado. Hoy escuchamos a un joven con una discapacidad cognitiva que no sabemos si fue producto de esta falta de estímulo, de esa carencia de derechos plenos o de una condición genética. Andrés pudo tener otra trayectoria vital, una que no truncara su desarrollo y eso le hubiera permitido tener oportunidades, otra vida”.

La “segunda ventana de desarrollo” es la que se ubica entre los 8 y los 12 años, en la etapa previa al octavo básico, ciclo en que muchos adolescentes en pobreza abandonan el sistema educativo y no continúan la enseñanza media. Afirma la psicóloga:

-Llama la atención que el Estado no haya puesto a Andrés de pequeño en adopción. O con una familia de acogida. Un niño no puede pasar 16 años de su vida institucionalizado, menos antes de los 12 años de edad. En su caso, la falla de las instituciones fue total. Que hoy esté viviendo en la calle es consecuencia lógica de todo lo que se le negó. ¡Qué otra trayectoria iba a tener si apenas sabe leer! Egresarlo forzosamente del sistema y enviarlo a una familia que nunca antes lo cuidó, era evidente que no resultaría. Acá no hay milagros. Él carece de herramientas para ser independiente: no tiene un oficio, estudios básicos; carece de redes. Él mismo siente que es incapaz de hacer algo bien. Esa merma en su autoestima no es trivial. Andrés siente como si no existiera, como si fuera invisible para todos, y ahora se le exige que se valga por sí mismo. ¿Cómo? Si no tiene una sola herramienta a que echar mano.

Si a los jóvenes criados al amparo de una familia no se les lanza solos a la vida independiente a los 18, con mayor razón no tiene sentido que se actúe así con los más vulnerables, pero así es como opera el sistema. “Me conmueve que no quiera cumplir más años; Andrés sabía que al tener 18, su precaria protección, se acababa, lo que pavimentó su camino a la exclusión y a la situación de calle”, concluye Claudine Litvak, apesadumbrada, consciente de que este caso no es una excepción. “La vida independiente es algo que se construye, no es algo que se dé mágicamente al cumplir 18 años, menos cuando has vivido con todo en contra”.

SENAME: EGRESADOS DE RESIDENCIAS DE PROTECCIÓN 2020

Según datos del anuario estadístico del año 2020 del SENAME, egresaron de la línea de atención cuidado alternativo un total de 6.295 niños, niñas, adolescentes y adultos. El 46,5% corresponde a usuarios de sexo masculino (2.928) y el restante 53,5% a mujeres (3.367).

En relación al tiempo de permanencia de los NNAA egresados de la línea de cuidados alternativos, el 43,6% (2.744) de los usuarios permanecieron entre “1 a 2 años” y el 26,8% permanece “más de dos años” (1.689) antes de su egreso de centros y residencias de cuidado alternativo. En promedio, los egresados durante el 2020 permanecieron 629,4 días. Los “mayores de edad” son los que presentan las permanencias más largas, 1.170 días en promedio y, en el caso de particular de los hombres, una media de 1.312,6 días.

Andrés debe ser uno de los que sube el promedio; estuvo casi 6 mil días de su vida en una residencia “de protección”. Hoy vive en la calle y se ve complejo que logre salir de ahí.

Si te preocupa la infancia en pobreza y vulnerabilidad, involúcrate.

 

 

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