Callcenter: 600 570 8000Hogar de Cristo 3812, Estación Central, Santiago
Donar

Paula Molina: “Nuestros chicos no pueden terminar como un delincuente más”

No es estridente ni sensacionalista. Sólo describe lo que está sucediendo en el Hogar de Protección que dirige en La Serena. El modelo técnico define un máximo de 12 adolescentes en la casa; hoy tiene 15, a causa del cierre de otras residencias de la Región. Los que le han derivado son mayores y con antecedentes socio-delictuales y de consumo. “Nosotros no somos gendarmes”, dice, explicando cómo intentan arreglárselas día a día.
Por Ximena Torres Cautivo
Julio 13, 2025

Tiene 32 años y está visiblemente embarazada de su cuarta hija, y pronta a salir de prenatal. Sus niñas, de 11, 6 y 3 años, y la que está en gestación, integran la femenina familia de esta trabajadora social santiaguina. Cuando estaba en la universidad, se enamoró de un estudiante de periodismo. Se casó, quedó esperando guagua y se trasladó a vivir a la región de Coquimbo, tierra natal de su marido. La carrera con la que buscaba cambiar el mundo quedó en veremos…

Paula Molina es bonita y femenina. Viste una blusa rosada, del mismo color de su lápiz labial. Muy dulce en apariencia. Pero que nadie se llame a engaño; tiene una fuerza y una resiliencia notables.

Así se explica que siendo mamá haya logrado terminar su carrera y que ahora saque adelante a diario una suerte de compleja y disfuncional familia adoptiva. Son los -en teoría- doce adolescentes varones de la residencia de protección integral Hatary, que Hogar de Cristo, tiene en un barrio de La Serena. Hogar que ella dirige desde hace poco más de un año.

-Teóricamente, nuestra capacidad es para doce niños. Eso es lo que licitamos con el Servicio Nacional de Protección, pero estamos con tres sobrecupos. Hay en total quince adolescentes. Nueve están presentes, hay otros en abandono, un par en un centro de rehabilitación de consumo de drogas y otro en internación provisoria, que es en la cárcel de menores. Es probable que pronto ese joven, que tiene 19 años, quede en libertad y el Juzgado de Familia nos lo mande de regreso.

-Pero ese perfil, por edad e historia, no tiene nada que ver con la definición de una residencia como ésta.

-Sí, pero esto surge de la complejidad del actual momento. Falta oferta porque varios organismos colaboradores del Servicio de Protección han decidido cerrar sus residencias. Nuestros sobrecupos se originan en el término de una residencia en Ovalle y de otra segunda institución de la Región de Coquimbo, que obligaron al Servicio a reubicar a esos niños y adolescentes. A los que se pudo, se les derivó con sus familias. Pero a los más grandes y complejos nos los enviaron a nosotros.

Paula Molina tiene 32 años y está a cargo de quinceañeros gravemente vulnerados en sus derechos. Son adolescentes complejos, pero que hasta hace unos meses tenían una vida tranquila, semejante a la de un hogar, pero todo se ha visto alterado por el cierre de otras residencias de protección de la región de Coquimbo. Foto: Sebastien Verhasselt

Esa “mala solución” a la emergencia, que es la que suelen utilizar los Tribunales de Familia, atenta contra cualquier modelo técnico de intervención. Como el que está definido en el documento “Estándares de calidad para residencias de protección de niños y adolescentes”, publicado por el Hogar de Cristo en 2017.  Es la fuerza de la mañosa realidad contra cualquier solución teórica en el marco de un sistema que tiene décadas en crisis y que hoy parece estar peor que nunca.

SOLUCIONES PARCHE

Actualmente, más de ¡41 mil menores de edad! esperan por un cupo en programas del Servicio de Protección. Su director, Claudio Castillo, ha dicho que este escenario complejo se explica “por un aumento de la violencia, el abandono, el consumo de drogas y los problemas de salud mental”. Desde octubre de 2021, los niños y adolescentes atendidos en cuidado alternativo residencial han aumentado en un 15%.

El impacto de este problema macro ha afectado gravemente el micro espacio de la residencia Hatary.

-Teníamos las cosas en orden. Los chicos eran todos de perfil “casero”. Adolescentes de unos 15 años en promedio que acataban las reglas de la casa sin dificultad. Ajustados a la norma, a la rutina, como en cualquier hogar. Asistían al colegio, salvo un par que no lo hacía por problemas de rendimiento. Cuando llegaron los nuevos, mayores y con historias muy complejas, alteraron a los otros chicos. Empezó una transgresión permanente: consumo de drogas dentro de la residencia, ingreso de armas, peleas. Nuestra única herramienta para controlar estas conductas es la sensibilización, la persuasión, la conversación con ellos, porque nosotros no somos gendarmes.

Le definición técnica de una residencia de protección como Hatary busca que sea lo más parecido a una casa. Que los espacios estén abiertos, pero la coyuntura actual lo ha alterado todo.

Paula comenta que a veces deben recurrir a Carabineros. Pero sólo cuando la violencia se desmadra, detienen al agresor. No intervienen cuando se trata de consumo o amenazas. “Nos dicen: ésta es su casa y están dentro de ella. Nosotros no podemos hacer nada”.

-¿Cómo han debido manejar la situación?

-Con puras soluciones parche. Hemos debido reforzar la seguridad de la bodega de alimentos, de la cocina, que en la definición técnica debía estar abierta siempre, como en cualquier casa. Ahora está enrejada. Hace unos meses, los chicos nuevos entraron a mi oficina y robaron varios computadores. Por eso, también hubo que reforzar los espacios administrativos. Otra medida es segregar espacialmente a los adolescente para evitar los cruces entre los que yo llamo “los caseros” y los nuevos, los mayores. Tenemos, por ejemplo, a un chico con asma, al que le hace pésimo que los grandes consuman marihuana dentro de la casa.

Hatary funciona en un bonito barrio de clase media. En un sector tradicional de La Serena, donde las casas pareadas parecen un cuidado retablo. Son todas con grandes sitios rectangulares, angostas de frente y profundas de fondo. La casa Hatary ha sido ampliada y hoy está completamente pavimentada. No tiene jardín, salvo un pequeño espacio con maceteros Cuenta con un patio techado, donde hay varias máquinas de ejercicios que alguien donó, pero que casi no se usan. “Los chicos están desmotivados”. También hay una biblioteca y un espacio de estudio. Y los dormitorios y baños comunes de los niños.

RUGBY PARA CANALIZAR LA ENERGÍA

El cambio que provocó el sobrecupo obligó a agrupar a los habitantes más jóvenes en esos espacios y habilitar dos habitaciones en la casa original, adelante, en el primer piso, para los nuevos. “Así, cuando hay problemas, los mayores pueden salir a la calle. Y los menores quedan en los espacios de atrás, más tranquilos y protegidos”, explica Paula.

La mañana en que visitamos la residencia, los colegios estaban en vacaciones de invierno, por lo que la mayoría estaba durmiendo. Los grandes habían carreteado hasta tarde y el olor a marihuana traspasaba la puerta metálica de la habitación donde duermen.

En Hatary trabajan 18 personas de planta. “El equipo técnico lo integramos una trabajadora social, una terapeuta ocupacional, un psicólogo y yo, como directora. Tenemos un auxiliar de aseo, una manipuladora de alimentos y otra para el fin de semana. El resto son monitores de hogares familiares, que tienen un perfil técnico en el área social”.

Parte del equipo de la residencia frente a la fachada de la casa. A la derecha, María Teresa Moreno, la jefa de operación social del Hogar de Cristo en la región de Coquimbo, quien supervisa el trabajo de Paula Molina. Foto: Sebastien Verhasselt.

-¿Hay mucha rotación de personal?

Ahora último, sí. En general, las monitoras terminan agotadas. El perfil de los niños es complejo y el temor es pan de cada día. No resulta fácil trabajar con jóvenes con problemas socio delictuales y con consumo. Eso ha vuelto muy complicado el trabajo de noche. Es el momento en que los jóvenes que consumen están más agresivos. A veces presentan crisis de abstinencia. Eso afecta la salud mental de las monitoras, quienes se ven sobrepasadas y terminan con licencias médicas. Estar lidiando con este nuevo perfil de chicos está resultando muy complejo.

-Parece que el consumo está muy arraigado.

-No en todos, pero sí en varios. Presentan policonsumo: tusi, cocaína, marihuana, pasta base y alcohol. Para evaluar la salud mental de los chicos, existe la imperiosa necesidad de desintoxicación. Para lograr esas evaluaciones, el Sistema de Protección local nos ayuda. Trabajamos coordinados, en colaboración, pero no es fácil encontrar esa ayuda terapéutica especializada. Si la red pública no tiene cupo, podemos presentar planes de emergencia en cada caso y lograr acceder a clínicas privadas, pero no es sencillo.

Antes de esta crisis, Paula cuenta que los niños que llama “caseros” habían logrado integrarse a actividades muy positivas. “Nos relacionamos con redes comunitarias para que pudieran acceder a una escuela de música, como pasó con Francisco, que hoy está becado estudiando guitarra. Con una escuela de fútbol y con un equipo de rugby, donde chicos con perfiles complejos lograban canalizar su agresividad. Eso funcionó muy bien”.

Ahora todo es más difícil. Sin embargo, ayer varios de ellos fueron invitados al circo y este fin de semana les regalaron entradas para el cine. Son pequeños espacios de recreación armoniosos.

50 CORREOS AL MES

Cuando nació su primera hija, Paula convalidó ramos y retomó su carrera en La Serena. La trágica muerte de la niña Lissette Villa en una residencia del antiguo Servicio Nacional de Menores (Sename) remeció su conciencia, tal como pasó con la de todo Chile. Eso fue en 2016, cuando la directora de Hatary tenía 23 años. Entonces, Paulo Egenau, director social nacional del Hogar de Cristo, acuñó la expresión “lucidez transitoria” para referirse a la corta duración del espanto con que reacciona la sociedad frente al drama de la infancia vulnerada. Todo el mundo rasga vestiduras, se ofrece castigar a las culpable. Las autoridades se ponen en alerta, pero al cabo de un mes, el revuelo pasa y el pasmo se adormece con otras tragedias.

No fue el caso de Paula Molina que perseveró en su vocación. Dice: “Entré en esto porque creo que todos nosotros somos garantes de los derechos de los niños. Uno como ciudadano no puede aceptar que se dañe, se abuse, se abandone a un niño. Yo pensé que estudiando trabajo social podría aportar a mejorar esa situación de vulneración”.

-¿Crees que lo has logrado?

-Sí, la verdad es que sí. He contribuido a mejoras importantes en la vida de varios niños y niñas y sus familias. Pero son sólo casos, situaciones individuales. Lograr cambios estructurales es mucho más complejo de lo que pensé. Involucra legislación, políticas públicas coordinadas, presupuesto. Lo que he podido conseguir ha sido porque he presionado a la red, porque soy catete, porque no me quedo tranquila frente a un no.

Casos como el de Francisco alientan las esperanza de un egreso feliz. Pero, como ha visto Paula Molina, no es fácil. El sistema no ayuda y el que se deje de proteger a los que no están estudiando al cumplir 18 años incrementa el que los jóvenes terminen viviendo en situación de calle. Foto: Sebastien Verhasselt.

Cuenta que es capaz de mandar 50 correos a una autoridad o entidad fiscal para lograr lo que le parece justo y necesario. “Pude conseguir que a un chico se le hiciera una resonancia nuclear para un diagnóstico complejo, Fue así, a punta de 50 mails por mes”. Se siente orgullosa de que su jefatura le reconozca eso: “Mi capacidad para lograr que el sistema dé respuesta a las necesidades de los niños”. También se la juega por la integridad física y mental de las trabajadoras de la residencia.

Ella misma conoce la gran carga emocional que implica trabajar con niños y adolescentes que arrastran tanto daño. “Uno se va con ese peso cada día para su casa, porque es imposible no verse afectada. Por eso, los logros, por mínimos que parezcan, nos enorgullecen tanto. Lograr una hospitalización para un niño que lo necesita, contribuir a que una mamá obtenga una vivienda social donde vivir con su hija. Lo dramático es que jugamos contra el tiempo, contra el cumplimiento de la mayoría de edad. Cuando un chico cumple 18 y no está estudiando, se va. Por ley, ya no podemos hacer más. Se queda sin red de protección”.

-¿Por qué te aflige tanto ese momento?

-Porque he visto casos durísimos, como el de un joven que tenía muchos talentos y un grave trastorno de personalidad. Era dulce, encantador, pero al segundo podía volverse muy agresivo. Cuando egresó de la residencia, logramos que su mamá lo recibiera, pero no resultó. Se fue de ahí. Al final, terminó ejerciendo la prostitución, consumiendo, viviendo en la calle. Eso es un clásico. Salir de las residencias y terminar en la calle. Al final, tanto esfuerzo para que finalmente terminen como un delincuente más. Es muy duro.

-¿Dirías que lo más grave de todo son los problemas de salud mental?

-Sí. Todos tienen un daño asociado a las graves vulneraciones de derecho que han padecido. Arrastran traumas por negligencia, abandono, maltrato, abuso. Todos nuestros residentes están en tratamiento de salud mental, salvo un par de excepciones. Todos están tomando medicamentos.

Destaca a algunos con talentos excepcionales, como el ya mencionado Francisco, o Jorge, que tiene trastorno del espectro autista (TEA), pero es un dibujante superdotado, con notables habilidades manuales. “Su papá es mecánico. Toda la familia tiene eso de armar, desarmar. De hacer con nada, algo precioso o útil”.

-Para terminar, Paula, ¿cómo te proyectas de aquí a cinco años?

-No creo siga aquí. Está por nacer mi cuarta hija, las otras tres me necesitan y veo muy difícil poder organizarme y distribuir mis tiempos familiares con los profesionales. Tengo que cuidarme, como me dicen los mismos chicos. Usaré este tiempo de pre y post natal para reflexionar sobre mi futuro -responde, en una suerte de resignada renuncia a lo que la llevó a estudiar trabajo social con tanto tesón.

SI TE AFLIGE LA SITUACIÓN DE LOS JÓVENES DESESCOLARIZADOS, INVOLÚCRATE AQUÍ.