8 Junio 2021 a las 09:29
Ambas relatan la violencia, el maltrato y las agresiones sexuales que sufrieron mientras vivían en la calle. Dispuestas a compartir sus vidas si con ello logran al menos abrir un debate. “Es tiempo de que nos vean como sobrevivientes”, declara Jocelyn.
Por Matías Concha P.
“Estuve tres años en la calle, mi cuerpo ya no valía nada, pesaba menos de cuarenta kilos. Fue una época confusa, violenta, cuando mezclaba copete con pasta base, me borraba, desaparecía, tanto así que al otro día, no recordaba cuando me pegaban o me violaban”, cuenta Evelyn (28), entre suspiros, miradas evasivas, incomodidad. Había jurado no volver a recordar el pasado, pero quiso contarnos su historia, para no es fácil.
Más de dos mil mujeres viven en situación de calle en Chile. Sin hogar, expuestas a violencia y vejaciones. Evelyn explica que la mayoría de ellas buscan protección en hombres de la calle. “Es la peor noche que puede pasar cualquier mujer, pero una transa por protección”, dice. Luego explica: “Una no sobrevive en la calle sin que un loco te cuide, ellos te obligan a hacer cosas a cambio de comida, de droga, de alojamiento, de protección”.
Definir el perfil de la mujer que vive en situación de calle es difícil. Hay mujeres jóvenes, con hijos o sin ellos; de la tercera edad, con pareja o solas; hay extranjeras y chilenas; con enfermedades crónicas, con problemas de salud mental o de consumo de drogas, y también están las que quedaron sin hogar por escapar la violencia intrafamiliar o de un quiebre afectivo inabordable. “A los 24, tuve a mi hija, Belén, pero me dio una depresión posparto súper fuerte, no sabía qué hacer, no entendía la maternidad, me sentía culpable”, nos cuenta Evelyn. Esto produjo un quiebre con su ex pareja, quien terminó con la custodia de su hija. Esa perdida la llevó a consumir aún más pasta base. “Me hacía olvidar, no pensar, era como estar muerta en vida, quería olvidar que había dejado a mi hija tirada por consumir”.
Una noche, Evelyn terminó con la nariz reventada de un golpe. Dormía en un paradero y un hombre le ofreció pasta base a cambio de favores sexuales. Ella se negó. “Algunos de esos hombres te golpean, andan bien vestidos, son padres de familia, hombres bien, como una diría… Otros eran más humanos. Ahora lo analizo y fue como haber estado en una película de terror que no termina cuando se prenden las luces”, dice.
En todos esos años, Evelyn perdió contacto con su madre. Hoy se han reencontrado. “Ella logró encontrarme en una casa okupa, me saco en brazos porque yo ya no podía caminar. Cuando llegamos fue la primera vez que conversábamos en meses, me preguntó: ¿Por qué llevas esa vida? Yo le confesé, por primera vez, que un tío me había abusado a los cinco años, y que eso aún me perseguía”.
Evelyn hoy sonríe. Siente que ha despertado de una larga pesadilla de parejas violentas, falta de un hogar estable y adicción a la pasta base. Su madre la impulsó a buscar ayuda. Fue así como llegó al Programa Terapéutico Residencial para Mujeres en Quilicura, perteneciente a Fundación Paréntesis de Hogar de Cristo, especializado en personas en situación de pobreza con consumo problemático de alcohol y drogas.
“Después de casi un año en rehabilitación, tuve la oportunidad de volver a ver a mi hija. Cuando nos vimos ella me quedó mirando fijo, entonces empezó a gritar: ‘Mira, es mi mamita, mi mamita, mi mamita´, las dos corrimos y nos abrazamos. Fue el momento más lindo de mi vida, yo pensé que no me recordaba”, concluye entre lágrimas, Evelyn.
GOLPES Y PASTILLAS
Jocelyn (49) estaba tirada en el piso, semidesnuda. Tenía un chichón en la frente y restos de sangre en el cuerpo. “No le hagas nada a los niños”, repetía entre llantos. “Cállate, asegúrate de que nadie salga, a mí no me importa matarlos a todos”, le respondió su ex pareja, Francisco, en el clímax de la discusión. Tras la golpiza, la encerró en su propia casa: “Desde entonces quedé encarcelada”, indica Jocelyn.
Pasaron tres años de golpes y aislamiento, sin que Jocelyn pudiera escapar del maltrato. “Como yo tomo pastillas, soy bipolar, él me cambiaba las pastillas. Por ejemplo, me daba tramadol o relajantes, que me dejaban totalmente ida”, explica. Así Francisco la mantenía en un estado de sopor permanente. “Él decía que si lo denunciaba mataría a mis hijos, así es que guardé silencio. Aún me cuesta decirlo, pero yo era una mujer que no tenía voz, tampoco opinión”. Un día, mientras Francisco estaba en la feria del barrio, comprando verduras, la hija de Jocelyn, Camila (13) le suplicó: “Ahora él me está acosando a mí, mamá, no me deja tranquila, por favor, tenemos que escaparnos”. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Ese mismo día huyeron de la casa, fueron a Carabineros y denunciaron los abusos. Jocelyn revela que jamás volvieron a saber de Francisco, él continúa prófugo de la justicia.
El mismo día, una jueza de familia dictaminó que Jocelyn no estaba en condiciones de cuidar a sus hijos. Ella se encontraba descompensada, no supo a quién acudir. Su familia, en lugar de contenerla, le recriminó los años de abuso a los que estuvo expuesta. “Mi madre perdió el control, me pegó una cachetada, me gritó: ¿Cómo eres tan tonta, cómo aguantaste tanto?”.
Luego se decretó una orden de alejamiento en contra Jocelyn. Ya no podría tener relación con sus hijos. “A los ojos de la jueza yo era una vulneradora de derechos infantiles. Dijo que yo había permitido todo, nunca entendió que también me tenían atrapada”.
Tras perder la custodia de sus cuatro niños, su familia no volvió a contactarla. Jocelyn perdió el control de su vida; al poco tiempo quedó en situación de calle. “Pasé años deambulando como zombi. Me drogué, me golpearon hasta caer inconsciente, me violaron un par de veces, volví a tener parejas abusivas, hasta me prostituí por droga; pasé lo peor que puede vivir una mujer en la calle”.
Años después, un intento de violación dejó a Jocelyn al borde de la muerte. “Los carabineros me dijeron que no presentara una denuncia, me explicaron que nadie me escucharía, porque según ellos, yo me había ofrecido a los hombres”. En ese momento, Jocelyn reaccionó. “Me di cuenta que moriría sin ver de nuevo a mis hijos”.
Querer volver a verlos la llevó a buscar ayuda en el Programa Terapéutico Residencial para Mujeres de Quilicura, donde también acogen a Evelyn. “Acá no sólo me estoy rehabilitando de la droga, también me están enseñando a empoderarme como mujer, a aprender a vivir de nuevo”, dice.
En la actualidad la oferta terapéutica estatal para mujeres pobres y vulnerables es mínima, más escasa aun cuando son adolescentes, tienen hijos o viven en calle. Sólo el 12,5% de las terapias que ofrece el Estado están orientadas a las mujeres y la capacidad de atención mensual de SENDA es de 798 usuarias, mientras que para los hombres es de 5.758. Poco en ambos casos, pero irrisorio en el caso de las mujeres.
Después de nueve meses de tratamiento con psicólogos, terapeutas ocupacionales, trabajadoras sociales, técnicos en rehabilitación y médicos psiquiatras, Jocelyn logró tener contacto con su hija, Camila, quien la visita todas las semanas en el programa de rehabilitación de Fundación Paréntesis de Hogar de Cristo. “¿Qué más puedo pedir de la vida?”, dice Jocelyn, esperanzada. Luego explica que su hija entiende “todo lo que ha pasado, respeta mi historia, ella me dice: ´Mamá, las mujeres no podemos pasar por víctimas, es tiempo de que nos vean como sobrevivientes´.