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Delitos de odio: Lo que España denuncia y Chile aún normaliza

Las cifras duelen. En España, el último informe del Observatorio HATEnto de fundación HOGAR SÍ lo confirma: la violencia y los delitos de odio contra personas en situación de calle no son hechos aislados ni anecdóticos. Son un fenómeno social creciente, invisibilizado y, muchas veces, normalizado.
Por Matías Concha P.
Julio 8, 2025

En las noches de Madrid, Barcelona o Sevilla, las agresiones se repiten en silencio. Hombres jóvenes, de entre 18 y 35 años, salen de fiesta y encuentran en la persona que duerme bajo un puente o en una plaza el blanco perfecto para su odio. No es un caso aislado,los delitos de odio son una epidemia invisible: el 47% de las personas sin hogar en España ha sufrido delitos de odio, según el Observatorio HATEnto de HOGAR SÍ.

Saber que el 60% de los delitos de odio en España ocurre en el mismo lugar donde intentan dormir solo confirma la fragilidad diaria de quienes no tienen un techo. Más del 81% ha sufrido este tipo de violencia en más de una ocasión y el 87% jamás lo denuncia. No denuncian porque sienten que nadie va a escuchar. Porque el miedo se convierte en el único abrigo que les queda.

Lo terrible es que no hablamos solo de insultos o burlas. Hablamos de golpes, violencia sexual, agresiones físicas, amenazas de muerte. Delitos de odio motivados solo por una cosa: ser pobres, vivir en la calle, ser vulnerables. A esto le llaman aporofóbia, ese desprecio feroz hacia quienes menos tienen. Y mientras los agresores pasan desapercibidos, porque la mayoría, los testigos, en un 68%, no hace nada.

¿Y en Chile?

Aquí la violencia no solo se siente, se cuenta. Entre 2020 y 2025, 207 personas en situación de calle fueron asesinadas. La calle chilena no es simplemente un lugar duro: es directamente letal. El frío, que tantas veces sirve para explicar el drama de la intemperie, fue causa de muerte para 60 personas en el mismo período. El resto, entre enfermedades, accidentes y olvido.

Pero las estadísticas son apenas la superficie. En sectores como Cerro Navia, la calle cambió de dueño hace rato. El narco no solo controla las esquinas, sino también las trayectorias de quienes duermen bajo la vista de todos y la protección de nadie.

Sergio (42) lo resume  desde la experiencia. “Los narcos nos usan para distribuir su merca. Nos eligen por dos razones: primero, porque somos invisibles, a nadie le importamos, y segundo, porque muchos de nosotros estamos desesperados por la droga que ellos venden, somos adictos y eso a ellos les conviene”.

La invisibilidad, la estigmatización y el miedo se cruzan todos los días. No es solo el narco el que pone la soga: es la sospecha permanente, los prejuicios y el abandono institucional. “En Cerro Navia, donde el narcotráfico domina, la gente confunde a los que vivimos en la calle con los rucos. Con el miedo a los narcos, nadie nos ayuda, nos rechazan más. El municipio nos desaloja, los Carabineros nos persiguen, creyendo que guardamos droga o protegemos a los narcos, pero eso es mentira. Nos están matando más, porque no tenemos ni carnet ni nada que nos identifique. La gente nos mira peor, son indolentes. Es como si nos dejaran aún más en la calle”, concluye Sergio, con una mezcla de rabia y resignación.

El resultado es una vida a la intemperie, siempre al filo del peligro. Para Máximo (62), la violencia ya ni siquiera tiene disfraces. “Lo más peligroso de la calle ya no es morir de hambre o de frío. Ahora, lo que te puede matar es que algún narco te torture o te asesine. Ellos buscan a gente como nosotros para que trafiquemos su droga. Muchos de nosotros somos adictos y terminamos consumiendo por la angustia. Eso es una sentencia de muerte, un balazo seguro. Solo hay que ver las noticias para darse cuenta de que cada vez más personas sin hogar mueren por culpa de los narcos”.

En Chile, vivir en la calle es existir en zona de sacrificio todos los días. Es sobrevivir al desprecio, a la burocracia lenta y a una violencia que no pide permiso ni espera el invierno. No se trata de ficción. Basta escuchar a quienes sobreviven a la intemperie y al abandono para darse cuenta.