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Discapacidad Mental

Sara: “Le pido a la virgencita por Jeremy”

Sara Villavicencio es una resiliente abuela que vive en los cerros del puerto de Coquimbo. Ella es parte del Programa de Atención Familiar para cuidadoras de personas con discapacidad mental del Hogar de Cristo. Ha dedicado su vida a cuidar a sus hijos, nietos y familiares, enfrentando la pobreza y la enfermedad con fuerza y mucho amor.
Por María Teresa Villafrade Foncea
Julio 22, 2025

“Le pido a la virgencita que no le falte nada a Jeremy”, dice, con su voz ronca, Sara Villavicencio (54). Jeremy, su nieto mayor, de 21 años y con discapacidad mental, juega tranquilo a la PlayStation.

La historia de Sara es una de esas que cuesta creer por la cantidad de pruebas que ha enfrentado. Nacida en Copiapó, llegó a Coquimbo hace más de 20 años para recuperar a su hija mayor, que estaba internada en un hogar de menores en La Pampilla. Tenía que demostrar que podía darle un hogar. Y lo logró.

Jeremy juega Play Station en su pieza mientras observa el otro nieto que también está cuidando Sara, de cuatro años.

Desde entonces ha vivido en El Canelo, barrio que ha visto crecer: “Cuando llegué esto era pura tierra. Ahora hay luz, agua, pavimento. Todo lo hemos hecho con esfuerzo”, dice.

Sara ha cuidado a medio mundo. Literalmente. Crió a sus cuatro hijos y luego a cinco nietos. Su hija María falleció hace cinco años de cáncer y, desde entonces, está a cargo de Jeremy, su nieto con discapacidad mental, y de su hermano menor, José Miguel, que cursa cuarto medio. Hace poco también asumió el cuidado de otro niño de 4 años, hijo de su hija mayor, que está hospitalizada tras una operación.

El pequeño altar familiar que Sara ha levantado en honor a su hija, su madre y su sobrino fallecidos.

“No tengo tiempo para enfermarme”, dice mientras enumera las urgencias de su día a día. Su madre, con demencia severa, murió hace tres meses. Estuvo postrada y a su cuidado durante una década. “A mi mamá le tenía su catre clínico, la cuidé hasta el final”. Su único hermano en Coquimbo es diabético, y su hermana vive en Caldera.

VIVIR CON LO JUSTO

Sara sobrevive con una pensión de gracia de 200 mil pesos por epilepsia. La ayuda de su pareja, su hija y su hermano ha sido vital. “Yo hago mis cosas: tejo, coso, hago manualidades. Busco en internet y saco ideas. Hice un portacelular con cartón y goma eva, colgantes de maceteros… Trato de inventar siempre algo”.

Con orgullo muestra el comedor que se ganó gracias al Fosis. “Me inscribí por mis manualidades y me lo gané. Compré la cocina y el comedor. Aquí empecé a hacer todas mis cosas”.

Sus artesanías decoran toda la casa y le reportan algunos ingresos adicionales a su pensión. Así, Sara se las arregla.

Nunca ha tenido lavadora. Siempre lavó toda la ropa a mano hasta que le dio tendinitis. “De tanto escobillar, es que no me gustan las lavadoras”.

Jeremy, su nieto, va a una escuela laboral donde lo están formando en jardinería. “Él es puntual, se va solito a esperar el bus. Tiene buenas notas, se porta bien. En septiembre lo van a sacar a pruebas en terreno. Está feliz, no halla las horas de trabajar”.

Camila Vergara, monitora del programa de apoyo domiciliario del Hogar de Cristo, comenta: “El gran temor de Sara es qué pasará con Jeremy cuando ya no pueda ir más a la escuela, porque solo puede estar allí hasta los 23 años. Ese grupo le da estructura, pertenencia. Sin eso, se le puede venir el mundo abajo”.

“Yo le enseño a usar su pensión. Que no gaste todo, que sepa disponer bien de su dinero”, acota Sara.

Su casa es mínima, sencilla, pero impecable. La construyeron con apoyo de la Delegación de la Parte Alta. Hace poco le pusieron piso. Antes, cuando llovía, el barro se les metía hasta adentro. El baño y la cocina son compartidos entre las dos casas del terreno. Sara cocina para su grupo, su hija para el suyo.

FAMILIA DE VERDAD

Su pareja desde hace 37 años es buzo, pero ahora está sin trabajo. “Mandó currículums a todos lados, pero no lo llaman. Tiene 62 años”. Igual le ayuda en todo: lleva a Jeremy a controles médicos, cuida a los otros niños cuando ella no puede.

Sara recibe en la puerta de su humilde casa a Camila Vergara, monitora del programa de apoyo domiciliario del Hogar de Cristo en la región.

“Mi único vicio es el cigarro”, confiesa ella con humor. “Me han intentado ayudar en el Cesfam, pero es mi pilar. Ahora me estoy fumando una cajetilla diaria”.

José Miguel, el hermano de Jeremy, también la admira y apoya. Tiene 18 años, estudia mecánica industrial en un liceo técnico y ya empezó a trabajar. “Le pasa todos los días algo de lo que gana a Jeremy. Los dos me llaman mami. Son mi vida”.

-¿Qué será del futuro de Jeremy?
-No sé, pero mientras yo esté viva, él no va a estar solo. Cuando yo ya no esté, que la virgencita lo cuide. Sólo quiero que tenga una vida digna, que aprenda, que trabaje, que sea feliz.

En medio de la adversidad, Sara representa a miles de cuidadoras invisibles que lo dan todo sin pedir nada. Su historia, acompañada por el equipo de Hogar de Cristo, es un testimonio de amor sin medida. Un ejemplo de lo que significa verdaderamente hacerse cargo.

“A veces me voy para abajo pero no me queda de otra que salir de ese estado, porque hay niños, nietos que dependen de mí”, dice al despedirnos.

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