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Los fans del padre Hurtado: Un fervor sin edad

Por un lado, adolescentes de uniforme. Por el otro, mujeres con casi un siglo de historias y fe a toda prueba de todo. Este miércoles en el Salón de Honor del Congreso, no importó la edad ni el tiempo: todos fueron parte del homenaje al padre Hurtado, el hombre que, con su pregunta incómoda y luminosa -¿Qué haría Cristo en mi lugar?- sigue interpelando a Chile.
Por Matías Concha P.
Agosto 8, 2025

No hay edad para conmoverse y en el Salón de Honor del Congreso lo comprobamos este martes. De un lado, tres adolescentes —Valentina (16), Felipe (17) y Ciara (15)—, que llegaron casi como quien va a una actividad de colegio, y terminaron metidos hasta el fondo en una historia que los traspasó. Del otro, mujeres que han hecho de la devoción al padre Hurtado un hábito diario: María Teresa Salcedo y Melania Mensa. Esta última lleva 30 de sus 91 años cuidando el Santuario de Alberto Hurtado, en Estación Central. 

“LE OFREZCO AYUDA”

Para los jóvenes, la emoción fue una sorpresa. Valentina lo dijo simple: “Ver la cueca, escuchar la orquesta… Fue conmovedor”. Y no es solo lo que vieron; es lo que después se llevan a la casa. “Intento pensar qué haría Cristo en mi lugar”, cuenta, y Felipe la sigue: “En el día a día, trato de ser solidario con mis compañeros”. A los 15 o 17 años, suena a cliché. Pero lo dicen con honestidad, y las acciones respaldan sus dichos: han visitado personas en situación de calle, acompañado a personas mayores abandonadas. Saben, a su manera, de qué se trata. 

—Por ejemplo, si veo a una persona que vive en la calle, le ofrezco ayuda —dice Felipe—. Le pregunto cómo está, qué necesita, cómo podría ayudarlo. Eso que decía el padre Hurtado, ¿qué haría Cristo en mi lugar?, es algo que uno puede aplicar siempre, no solo los que creemos en Dios. Habla de tratar con respeto a los demás, de ponernos en el lugar del otro.  

No son solo palabras. Los tres han visitado adultos mayores vulnerables y conocido personas en situación de calle gracias a actividades del Liceo José Cortés Brown de Viña del Mar, ubicado en Cerro Castillo. 

–A mí me pasa que el Padre Hurtado es como alguien más cercano a quien seguir. Uno lo ve en las fotos y es el único santo que se ríe, que muestra los dientes. Eso es algo genial y natural. Además de estar siempre contento, hacía un llamado a ponerse en el lugar de los demás y pensar en los pobres, no por lástima, sino porque es justo –concluye Ciara. 

DESDE EL OTRO EXTREMO DE LA VIDA

En la otra vereda, María Teresa Salcedo y Melania Mensa miran la ceremonia con un orgullo contenido. 

—Fue un orgullo, causó en nuestros corazones una inquietud hermosísima—dice María Teresa. 

Melania se roba la película con una sinceridad desarmante: 

—Yo una vez le pedí un favor al padre Hurtado y me lo concedió. Le pedí que uniera a la familia… y desde ahí estoy con él. 

Cuenta cómo, para ella, ver el homenaje en el Congreso fue sanador: 

—Es un homenaje grande. A él lo trataron mal, pero siempre decía “Contento, Señor, contento”, y siguió luchando por los niños y los ancianos. 

Y remata con la lucidez de quien ha vivido mucho: 

—Por algo Alberto Hurtado nos cuidó tanto a nosotros, los mayores. No era por lastima, creo yo. Los adultos mayores tenemos mucha más sabiduría. Somos la sabiduría popular que va quedando en el país. 

Al final, en el Congreso no hubo solo discursos. Hubo diálogo entre generaciones que rara vez se cruzan, pero que el padre Hurtado logra reunir. Los jóvenes, aprendiendo a mirar más allá de su mundo, agradecidos por lo que tienen. Y los mayores, felices de ver que el testimonio sigue vivo, que la solidaridad no se quedó en los libros ni en la nostalgia. 

Ese día, el país más cercano. Porque, como dice Ciara: “Al final, uno aprende a ser más agradecido y ayudar al prójimo, porque puede que uno esté mal, pero el otro puede estar peor”.