Llega al estudio con la sonrisa a flor de labios y la guata en punta. Está en el séptimo mes de embarazo, a la espera de su tercer hijo. Tiene otros dos. Cuesta creerlo, porque a sus 38 años, Florencia Alamos, médico cirujana, experta en neurociencias, fundadora de Kiri, una oenegé que se dedica a mejorar el bienestar socioemocional de niños, niñas y adolescentes, parece una veinteañera.
Florencia, nuestra entrevistada en Ojos que Sí Ven, el programa que hacemos en Cooperativa los sábados, fue una de las firmantes de una dramática carta. A mediados de año, junto a personajes tan conocidos y diversos como Juan Sutil, Eugenio Tironi y Mario Waissbluth, firmó el texto donde denunciaban una “epidemia silenciosa”.

El equipo ejecutivo de Fundación Kiri, de la que Florencia Alamos es cofundadora.
-Florencia, ¿de qué se trataba y por qué la llamaron así?
-Porque lo es -responde sin rodeos-. Chile, incluso antes de la pandemia, venía con cifras muy dolorosas de salud mental infantil. Pero después del encierro por COVID los datos explotaron: uno de cada dos niños o jóvenes tiene un diagnóstico de salud mental. Uno de cada dos. Y, sin embargo, no hablamos de esto. No estuvo en los debates presidenciales, no está en nuestras sobremesas. Todos conocemos casos, todos hemos vivido algo cercano… pero nadie lo conversa. Es una epidemia real, pero invisible.
-Uno de cada dos niños y jóvenes suena impresionante. ¿No habrá sobre diagnóstico?
-Es buena la pregunta, porque mucho se habla de la generación de cristal que estaríamos criando, pero cuando uno ve, por ejemplo, el aumento del autismo percibe la cruda realidad. Creo que a veces jugamos haciéndonos trampa, porque hablamos de esta generación de cristal de manera exagerada y no miramos la evidencia. Pasó con el autismo: antes no se comprendía como espectro. Pero si uno mira indicadores duros -ideación suicida, intentos de suicidio, soledad adolescente-, las curvas sólo suben. Eso no es sensibilidad generacional, no es ‘cristalización’. Es un sufrimiento profundo, y en aumento.
-¿Qué hacías tú, una joven mujer neurocientífica, en ese lote de hombres mayores y tan distintos?
-A los firmantes de esa carta nos une un amor muy profundo por Chile que nos hace darnos cuenta de que no podemos centrar toda la discusión en los problemas de delincuencia, seguridad, economía, desarrollo del país si antes no nos ocupamos de contar con una sociedad sana donde todos puedan expresar al máximo sus talentos y potencialidades. Hay que poner al centro el desarrollo de los niños, niñas y adolescentes de este país.
Para dar cuenta de que esta “epidemia silenciosa” es real, Florencia insiste con el aumento sobre ideaciones suicidas e intentos de suicidio entre los jóvenes. “Ese es un fenómeno creciente, que ha aumentado de manera consistente entre los adolescentes en los últimos 10 años. Ahí hablamos de un problema, vinculado a la soledad, que está en su grado de severidad máximo y que es apenas la punta del iceberg”.
Kiri es el nombre de un árbol, al que yo conocía como Paulownia. De espectacular floración color lila, compite con el jacarandá en belleza, pero tiene virtudes sorprendentes. En 8 años puede llegar a ser tan alto como un roble de 4 décadas. Su madera resiste incendios y climas fríos: tolera puntos de ignición de hasta 247 grados Celsius y fríos de hasta menos 17 grados Celsius. Es capaz de rebrotar siete veces después de ser cortado. Una especie de gato verde. Crece en suelos pobres y erosionados y absorbe 10 veces más oxígeno que cualquier otra especie.

Entrevistada en el Diario Financiero cuando fue una de las jóvenes científicas invitada a Congreso Futuro.
Esta resiliencia notable fue lo que justifica el nombre de la fundación de la cual Florencia es cofundadora y que tiene entre sus consejeros al ingeniero, político, académico y experto en educación Mario Waissbluth. “Mario conocía las virtudes del árbol y por eso llamamos así a nuestra fundación”, nos cuenta Florencia. Kiri busca fortalecer socioemocionalmente a esos árboles en crecimiento, que son los niños y adolescentes de Chile. En especial, los que viven en condiciones de pobreza y vulnerabilidad.
-¿Esta epidemia golpea distinto a los niños más pobres?
-Es un fenómeno general, una epidemia a nivel general. Se ve en todos los niveles socioeconómicos, pero efectivamente la pobreza y la vulnerabilidad involucran factores de riesgo que la hacen todavía más grave. Por otro lado, en sectores de mayor pobreza la capacidad de respuesta frente a estos problemas es mucho más deficiente.
La especialista describe lo que sucede en un liceo periférico. “Si yo tengo un alumno o una alumna con una autoestima por el suelo, que está con ideación suicida y desregulado porque la atención de salud mental del consultorio es precaria, que se mueve en un ambiente inseguro, lleno de violencia, sin respaldo ni figuras significativas en su entorno, qué puedo hacer. ¿Cómo logro que aprenda de lenguaje, de matemáticas, si no tengo un pilar básico emocional y estructural para que eso suceda?”.
Las herramientas que usa la Fundación Kiri son la cultura, el deporte y la ciencia. Mediante ellas buscan entregar habilidades socioemocionales a niños, niñas y jóvenes para prevenir futuros problemas de salud mental. Pero eso no es todo.
Florencia habla de la necesidad de tener una campaña de “el vaso de leche emocional”, comparando lo que logró Fernando Monckeberg en materia de desnutrición infantil en el siglo pasado en Chile. “Así como hace 60, 70 años el país enfrentaba el desafío generacional de la desnutrición alimenticia, ahora nos desafía la desnutrición emocional. Ambas son comparables en magnitud”.
Estudiosa del cerebro humano, destaca: “Cuando los niños no se alimentaban en etapas tempranas y de forma consistente, su cerebro no desarrollaba la base, la arquitectura, las funciones necesarias para aprender, para absorber información, para aprovechar al máximo sus potencialidades. Esta desnutrición social y emocional que enfrentamos hoy es exactamente lo mismo. Un niño que crece en soledad, sin estímulos, sin afecto, en abandono, rodeado de violencia, adicto a las pantallas, tendrá áreas del cerebro que no lograrán desarrollarse de forma óptima. Esto pone en jaque sus oportunidades de futuro”.
-Existen estudios que indican que un tercio de los niños bajo la protección del Estado ha manifestado conducta suicida. ¿Cómo se repara el cerebro y el corazón de esa infancia, que es la más vulnerada de todas?
-Esa es una realidad dramática y la pregunta es tan compleja como el problema mismo. Creo que requerimos hacer una reflexión profunda sobre la deuda histórica que tenemos como sociedad con los niños más vulnerables y vulnerados bajo protección del Estado.
El tristemente célebre SENAME, trocado en el decepcionante Mejor Niñez que cambió nuevamente de nombre a Servicio Especializado de Protección, es lo que Florencia llama “la institucionalidad”.
-En esta materia han habido muchas intenciones, mucha voluntad de cambiar el sistema, pero hay dos cosas que tenemos que entender en esta materia. Una es que, cuando un niño llega a ese nivel de vulneración, sacarlo de ese círculo cuesta y cuesta mucho, sobre todo a nivel de recursos. Entonces, mientras no nos pongamos serios y entendamos que estas son políticas de Estado, no de gobierno, no habrá solución posible. Lo segundo tiene que ver con el presupuesto, porque se requiere una cirugía mayor y eso no es gratis.
-Ya tenemos autoridad electa, la que se instalará en marzo en La Moneda. ¿Qué le propondrías concretamente para avanzar en este tema tan doloroso y urgente?
-Más que consejo le haría una petición con muchos signos de exclamación: nombren a alguien con liderazgo importante en salud mental, que pueda llevar la trazabilidad del tema, porque de partida esto requiere un esfuerzo intersectorial. Es una tarea donde tienen que participar todos: universidades, fundaciones, el sector privado, el Estado con todos los ministerios relacionados. Deben estar los de Desarrollo Social, Salud, Educación. Y ese líder de alto nivel ejecutivo debe realmente rendir cuentas al Presidente. En el fondo, le diría que ponga esto dentro de los temas prioritarios de la agenda país.
Para abundar en la gravedad del tema, Florencia comenta un estudio en el que personas privadas de libertad cuentan cuándo cometieron su primer delito. “Un 48 por ciento contesta que fue antes de cumplir 13 años. Esto habla de la deuda pendiente que tenemos como sociedad con la salud mental. Entonces la voluntad política de hacer algo en serio, sin cortoplacismo, es clave”.
Ser mujer, tener padres separados y usar intensivamente el celular son factores de riesgo que destaca el estudio mencionado en la carta “Epidemia Silenciosa”.
-Llama la atención esa trilogía. ¿La puedes explicar?
-Coincide que los niños y adolescentes que tienen mayores trastornos son mujeres o son hijos de padres separados o usan mucho las pantallas. No es que estar en una de esas situaciones sea determinante, pero estadísticamente se da presencia de patologías en esos. No me parece tan difícil de entender. Cualquiera que haya vivido la separación de unos padres, sabe el desajuste que se sufre. La sensación de pérdida de tus mayores elementos de protección… En fin, hay una reconfiguración de la vida que te vuelve más frágil.
-Hablemos de la irrupción de las pantallas en la vida de niños y jóvenes…
-Es muy complejo vivir en un mundo donde todos muestran su mejor versión. Entonces todos vamos aspirando a una realidad que no existe: personas que son preciosas, lugares bonitos, vacaciones increíbles. Y esa no es la vida real, lo que en los adolescentes genera una frustración muy alta. Lo otro es todo este sistema de los likes, que también es super perjudicial. Y para qué hablar del bullying digital, del ciberacoso, que es muy parecida a la violencia que ya conocíamos, pero con elementos agregados. Es una violencia que además no tiene perdón ni olvido, porque queda ahí para siempre en la web. Visible. Tremenda.
-A qué edad es recomendable pasarle una pantalla a un niño.
-Las pantallas tienen impactos distintos, según la edad. En los primeros mil días de vida, es fundamental que el niño tenga un buen desarrollo sensorial y motor. La guagua aprende a ver el mundo, escuchando, tocando, sintiendo. Si yo le paso una pantalla, estoy sacrificando esa riquísima exploración. En definitiva, en los primeros años de vida, un niño no tiene ninguna necesidad de estar conectado a una pantalla.

El efecto de las pantallas está teniendo efectos insospechados en el cerebro de las jóvenes generaciones. AGENCIA BLACKOUT
Florencia habla de un uso progresivo a medida que el niño crece, pero siempre controlado, acompañado, guiado.
-Hoy parece imposible prohibirle a un adolescente que use cualquier tipo de pantalla.
– Así es. Pero ellos no están exentos de riesgo. Es un riesgo distinto. Desde el punto de vista de la plasticidad cerebral, es superimportante que tú estés en el mundo real para aprender a desarrollar funciones como la toma de decisiones, la evaluación de los riesgos. Si están todo el tiempo en este mundo virtual, están hipotecando otras cosas, cosas reales.
Antes de terminar, Florencia nos comenta el éxito alcanzado en 241 comunas del país, donde se aplica un modelo islandés que busca reducir la violencia en los colegios y el consumo de alcohol y drogas entre los adolescentes.
-En esta materia tan compleja, no hay que inventar la rueda. Existen muchas estrategias que han funcionado. Casos de países, como Islandia, que han tenido esta problemática y han logrado revertirla. Gracias al esfuerzo de la Universidad de Chile y a distintos investigadores, logró traerse a Chile, se adaptó al contexto chileno y ha mostrado buenos resultados.
La especialista en neurociencias insiste en que aquí no se trata de apretar un botón y mejorar la salud mental de niños y adolescentes.
-La violencia, las adicciones, son problemas que tienen que ver con cómo se han construido los barrios, con el estilo de vida que tenemos hoy día, que es súper exigente, que mira mucho a la productividad, que obliga a los padres a estar menos tiempo con sus hijos… Eso no se cura de un día para otro. Se requiere, insisto, una mirada sistémica, integral. El programa inslandés trabaja con los niños y los jóvenes, con sus familias, con sus profesores, con sus vecinos. Y esa integralidad es lo que sostiene su éxito.