“Me da mucha rabia cuando escucho a esos periodistas novatos de la tele decir cosas como: Atropellaron a una anciana de 60 años. Yo acabo de cumplir 66 y no soy ninguna anciana”. La frase me la dijo hace unos días una amiga y refleja el edadismo y la falta de conocimiento y sutileza de un país que en 25 años estará constituido en un tercio por “ancianos”. O sea, por personas de mayores de 60.
Para hablar de estos temas, invitamos al programa “Ojos que Sí Ven” a la gerontóloga y trabajadora social, Paula Forttes. Actualmente, coordinadora del área de investigación, envejecimiento y cuidados de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO. Su conocimiento en la materia tiene ya larga data. Fue directora del Senama en el primer gobierno de Michelle Bachelet y está en la génesis del famoso Sistema Nacional de Cuidados.
Desde esa expertise, dice: “Es clave cómo damos oportunidades para que la vejez pueda construir nuevos roles, nuevos desempeños, tenga una inclusión mucho más concreta. Un país que quiere seguir avanzando tiene que incorporar ese 30 por ciento de su población, sí o sí. Hoy las personas mayores son diferentes, pero la sociedad no les está generando oportunidades diferentes. Y así se está perdiendo un recurso humano valiosísimo”.
—Chile está entrando en lo que algunos llaman el “invierno demográfico”. ¿Es tan dramático como suena?
—Es cierto que estamos envejeciendo muy rápido, pero la metáfora del invierno o del tsunami de la vejez es profundamente equivocada y muy paternalista. Hicimos todo lo posible por vivir más: nos vacunamos, mejoramos la alimentación, tuvimos trabajos con menos desgaste. El resultado es ese: vivimos más. Y además nacen menos niños. Eso envejece a las sociedades, es un fenómeno mundial.
La diferencia, subraya, es la velocidad. “A Francia le tomó 130 años pasar de un 7 por ciento a un 14 por ciento de población mayor. Chile hizo eso en menos de 30 años, lo que nos pilla en un escenario de transformación muy rápida, con demandas enormes”.
La experta hace notar que el 80 por ciento de las personas mayores de 60 no es dependiente. Está activa, con ganas, con proyectos. Pero cuando hablamos de vejez, la imagen que aparece es alguien encorvado, con bastón, esperando que lo cuiden
Así como las mujeres pobres son siempre más pobres que los hombres pobres, las personas mayores pobres tienen una vejez peor que las personas mayores de clase acomodada. Por eso, aunque sea obvio, preguntamos:
—¿Es más difícil la vejez en situación de pobreza?
—Por supuesto. El envejecimiento es un proceso biológico, psicológico, social, histórico y cultural. No envejece igual alguien que tuvo buena alimentación, oportunidades educativas y soporte afectivo, que una persona que vivió desnutrición infantil o exclusión. Una mujer de 65 años del sector ABC1 vive una vejez completamente distinta a una mujer de 65 en pobreza. Eso no es ideología: lo muestran los determinantes sociales de la salud”.
Para Paula Forttes, uno de los errores más extendidos es reducir el envejecimiento al problema de la dependencia.

El Aula Magna de la Universidad de los Andes vibró con una pregunta incómoda y urgente: ¿Estamos listos para un Chile que envejece rápido? Paula Forttes fue una de las conferencistas en esa ocasión. AGENCIA BLACKOUT
—Entonces, ¿qué es lo que realmente nos exige este nuevo escenario demográfico?
—Dos cosas, muy distintas entre sí. Por un lado, el crecimiento: cómo damos oportunidades para que la vejez construya nuevos roles, nuevos desempeños, una inclusión real. Un país que quiere seguir avanzando tiene que incorporar a ese 30 por ciento de población mayor sí o sí.
Ahí aparece el concepto de longevidad activa. “Las personas mayores pueden aportar en el trabajo, en el voluntariado, en los territorios, en los colegios profesionales. Está demostrado que cuando se mezclan equipos jóvenes con personas mayores, aumenta la productividad”.
La segunda dimensión es la declinación. El deterioro físico y mental.
“Aproximadamente un 20 por ciento de las personas mayores presenta algún grado de dependencia. Y ese grupo ya no puede ser cuidado solo por la familia. Para poder enfrentar los cuidados tenemos que hacer todo lo posible por evitar la dependencia. Lograr que las personas permanezcan activas, felices, incluidas, lo que sirve para enfrentar el tema de la soledad, tan propio de la vejez”, sostiene.
Paula cuenta que hace unas semanas le tocó estar con un grupo de vecinos mayores que se juntaban todos los jueves frente al almacén de su barrio. “Hoy son un club organizado y un grupo reconocido y súper valioso para su comunidad. Están involucrados en materias de seguridad barrial, cultura, apoyo social”.
—¿Qué se hace con ese 20 por ciento de personas mayores que sí necesita cuidados, porque no son capaces de valerse por sí mismos?
—Ese es el gran tema que enfrenta América Latina y que nos reventó en la cara. Las familias ya no dan abasto, las mujeres terminan de cuidar hijos y empiezan a cuidar padres; no hay relevo. Los hospitales se llenan de casos de adultos mayores que no pueden ser dados de alta porque no hay quién cuide de esas personas.
Europa, explica, llegó al fenómeno de los cuidados después de consolidar las áreas de educación, salud y vivienda. “Nosotros estamos abordando el cuidado sin tener esos pilares resueltos. Por eso el desafío es mayor. Y los gobiernos tienen que reaccionar a esta necesidad. Lo han hecho con fuerza desde el feminismo, la gerontología, las políticas públicas. Pero han reaccionado mucho más desde el relato que desde el financiamiento

Vivir integrados e incluidos en la comunidad es la clave de una longevidad plena. A eso hay que apuntar, dice Paula Forttes. AGENCIA BLACKOUT
—¿Tiene sentido que el Sistema Nacional de Cuidados agrupe a niños, personas con discapacidad y personas mayores como si fueran lo mismo?
—Son modelos de cuidado distintos, que requieren especialización. Pero un sistema tiene que articularlos bien, sobre todo territorialmente. No vamos a tener recursos para responder solo con servicios formales.
Ahí aparece una de sus ideas fuerza: el ecosistema del cuidado. “Tenemos que sacar el cuidado de la dupla cuidador–persona dependiente. Sacarlo de la familia al vecindario, del vecindario al barrio y del barrio a la comuna. Cuidar es una tarea social, de hombres y mujeres, y también una forma de construir ciudad. Se requiere que los barrios tengan veredas transitables, cercanía a los servicios, espacios de encuentro, parques y plazas”.
Subraya el concepto de “una muy buena articulación territorial, porque nosotros no vamos a tener los recursos para responder a esto solo con un Senama. Europa desarrolló para esto todo un sistema de seguridad social. Así, están los servicios de teleasistencia para personas mayores. Después los centros de día para esta población; luego programas de cuidados domiciliarios de distinto tipo para personas mayores. Y, finalmente, cuando no queda otra opción, las residencias de larga estadía. Es una verdadera escala de servicios, que se financia básicamente con recursos estatales”.
Con preparación y todo, el costo es enorme. Paula Forttes afirma que Holanda gasta 5 puntos de su Producto Interno Bruto en ello y no logra cubrir el 50 por ciento de la demanda por servicios para las personas mayores.
—Entonces, y pensando en las realidades latinoamericanas, con lo que nosotros invertimos solo en salud, que es bastante menos, ¿cómo vamos a enfrentar el costo de estos servicios? —se pregunta. Y así se responde: —No podemos. Pero tenemos hoy dos oportunidades: incorporar tecnología, porque los cuidados son caros. Implican un uno a uno de recursos humanos, el que necesita cuidado y el que lo presta. Ahí, la tecnología permite bajar un poco la demanda al que cuida. Y lo segundo y clave es lo que ya dije: abandonar la diada: cuidador-persona dependiente. Salir de la familia al vecindario; del vecindario al barrio; del barrio a comuna. Incluir a toda la sociedad en el cuidado.
—En ese contexto, ¿qué te parece la apuesta del Hogar de Cristo por el cuidado domiciliario?
—Cuando le preguntas a cualquier persona dónde quiere ser cuidada, la respuesta es obvia: en su casa, en su espacio. El cuidado es un apoyo, y uno de sus elementos centrales es la mantención de la autonomía, incluida la capacidad de decidir por sí mismo. Eso ya justifica el modelo del Hogar de Cristo. Además, el cuidado domiciliario genera empleo, genera comunidad y evita esa lógica de “saquemos el problema de la vista y llevémoslo a una residencia”. La protección social es responsabilidad de todos —afirma, con insistencia.

Los mensajes de Paula Forttes son claros: la longevidad se disfruta cuando se tiene un propósito vital. Y eso no tiene que ver con los ingresos. AGENCIA BLACKOUT
Y es clara en un punto: “Cuidar no es solo lograr que alguien coma o se higienice. Es cuidar para que la gente quiera vivir. Porque la vida solo tiene sentido cuando se vive con propósito, en relación con otros y siendo reconocido”.
—Para cerrar e insistiendo con el punto: ¿la pobreza condiciona también la posibilidad de envejecer con sentido?
—La pobreza económica te limita en cualquier momento de tu vida, sobre todo cuando tienes necesidades que implican un gasto mayor. Y eso se profundiza al final de la vida por el costo de los medicamentos y de los cuidados. Pero hay otros tipos de pobreza de los que hablamos poco. Está la pobreza económica, pero yo, por ejemplo, que trabajo con distintos grupos sociales, veo que en los sectores más vulnerables las comunidades ejercen un rol muy importante y salvan esa otra pobreza. La de los vínculos, de las relaciones personales. Ese tipo de pobreza que, a veces, se ve más en sectores acomodados.
Cuenta una escena que se repite. “La profesora jubilada que vive sola en su departamento, no prende la estufa no porque no tenga frío, sino porque no tiene para la parafina. Los hijos ‘la ven seguido’, pero en realidad no la ven. Y esa soledad muchas veces se vive con vergüenza”.
En los sectores más vulnerables, observa, “las comunidades han desarrollado mecanismos de apoyo impresionantes. Cuando alguien tiene un problema, aparecen los vecinos. Eso no siempre pasa en los barrios más acomodados”.
Antes de despedirse, Paula Forttes deja una frase que resume toda la conversación: “A veces es más peligroso perder un amigo que fumar quince cigarrillos diarios”.
En un país que envejece rápido y discute cómo cuidar, la advertencia queda instalada: sin comunidad, sin vínculos y sin propósito, ningún sistema alcanza.