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Al rescate de los desertores escolares

En 2022 hizo eco la noticia de que más de 50 mil estudiantes abandonaron el sistema educativo, según informó el ministro de Educación. Con el comienzo del año escolar el equipo del Colegio Padre Alvaro Lavín de Maipú está dedicado en parte a buscar a aquellos jóvenes que no terminaron su año escolar o que directamente no asistieron a clases. “Sábado” acompañó a este equipo en su ruta por las casas de tres estudiantes, con el objetivo de persuadirlos a que regresen a la escuela, a pesar de ser madres adolescentes, víctimas de violencia intrafamiliar, haber escapado del ex Sename y vivir en un entorno donde delinquir a veces parece una mejor alternativa que estudiar.

Por Antonia Domeyko/ Revista Sábado del El Mercurio

14 Marzo 2023 a las 19:27

Simón Palma, profesor de educación física y jefe de formación del Colegio Padre Álvaro Lavín de Maipú, hizo una lista junto al equipo con el que trabaja, en la que fue anotando los nombres de aquellos jóvenes que en 2022 no terminaron el año o que derechamente no asistieron a la escuela.

Revisando fichas y haciendo memoria recordaron a Daniel, de 15 años, cuyo nombre fue cambiado para este artículo. Simón dice que hace tiempo que no saben de él, que intentó llamarlo varias veces, pero el teléfono ya no funcionaba. —Al parecer todos los de la familia cambiaron el teléfono. Del listado que tenemos el 80% ya cambió el número de contacto. Lo cambian porque lo pierden, otras veces por situaciones de narcotráfico o por conflictos, lo que hace más difícil rastrearlos —explica.

Es primero de marzo y Simón está listo para buscara jóvenes que han desertado, pero que desde su punto de vista son excluidos del sistema educativo.

—Vamos a ir a ver a Daniel a su casa, a ver si lo pillamos —dice Simón mientras se sube al auto. Al llegar a la población San Luis, una de las más complejas de la comuna, el auto se detiene en un pequeño pasaje. Simón se baja sin mucha esperanza. Frente ala casa deljoven, dos hombres ofrecen droga a plena luz del día. Simón los ignora y toca el portón. Luego grita hacia adentro.

—Daniel, ¡venimos del colegio!

Por el portón se asoma la abuela.

—Pase, tío —le dice ella. Atrás aparece Daniel.

Hace más de un año que Simón no lo veía. Hace más de un año que Daniel dejó sus estudios.

Daniel vive con su abuela, quien tiene su tuición.

Su padre hace un tiempo salió de prisión luego de cumplir una condena de 12 años. Con su madre, explica Daniel, no tiene mucha relación, solamente cuenta que ella trabaja cantando en Plaza de Armas.

Está sentado en el espacio principal de la casa. No hay muebles, solo un par de cajas, unos juguetes viejos y dos sillas que él trajo para poder sentarse a conversar. Explica que de a poco han podido reconstruir su casa, luego de que a principios de 2022 se quemara. A su lado, su abuela aclara que se incendió esta casa y la del lado, donde los vecinos estaban secando marihuana.

—Después de que se quemó mi casa no pude seguir estudiando, se me quemó la ropa, casi todo. Eso me bajó el autoestima, me afectó harto —dice Daniel, quien en ese momento iba a intentar sacar primero medio.

Explica que el año pasado casi no salió de su casa. Solo lo hacía cuando sus amigos lo venían a buscar.

—No me dan ganas de salir ya —dice Daniel—. Las peleas me aburren, de hecho he pasado por aquí afuera y se han estado pescando a balazos, Yo paso nomás, pero igual da miedo, es de la misma gente que vende droga… A me hacen nada, a mí me conocen todos, pero han cogoteado aquí a la vuelta, se pitean autos, llaman Uber y se los pitean, les quitan todo. Yo trato de evitarlo porque arriesgo mi libertad, tengo caleta de amigos que se han ido presos.

El profesor Simón Palma explica que en los cinco años de experiencia que lleva trabajando en el Colegio Padre Álvaro Lavín, que se enfoca en el reingreso de estudiantes que han quedado excluidos del sistema escolar, ha identificado distintos motivos por los que los escolares dejan sus estudios.

—Puede ser por un consumo problemático, por ser padre o madre adolescente, porque se convierten en el sostén de la familia o cuando empiezan a tener una socialización callejera alta también comienza a dejar su vinculación con el colegio. Nos ha pasado que no quieren venir al colegio para no poner en riesgo a su comunidad escolar, porque tuvieron un problema el fin de semana y no quieren que los vengan a buscar al colegio, esa es como la parte máxima en que los perdemos, la verdad.

El narcotráfico también se ha vuelto un motivo de deserción, agrega Simón.

—Los estudiantes se relacionan como trabajador del narcotráfico, el joven que está haciendo un microtráfico en dosis baja. En lo que llevo acá nos han tocado unas seis familias enteras que se dedican a eso. La conclusión a la que llegamos es que es muy difícil competir con el narcotráfico como proyecto de sostén familiar económico. Para el consumo de zapatillas, de cadenas, de gorras, la opción de estudiar es mucho más compleja de ofrecer cuando el joven ve que en su entorno hay mucho dinero y que en menos de un día puede ganar lo que una persona trabajadora hace en un mes.

Nayadeth Vega es trabajadora social del Colegio Padre Álvaro Lavín, y trabaja con Simón. Ella es quien mantuvo mayor contacto con Daniel durante el año pasado. Él había estudiado la básica en ese colegio y luego se había ido a otro liceo de la comuna, pero Nayadeth le había seguido la pista.Ella fue, de hecho, a ver a Daniel al día siguiente del incendio de la casa.

—Cuando yo iba a ver a Daniel él me decía que iba a clases, hasta que pasó lo del incendio y nos contactamos con el liceo para coordinar acción y ahí supimos que no estaba yendo. La abuela me comentó que no se estaba portando muy bien, que andaba en la calle (… ). Es súper complejo, como son una familia de muchísimas necesidades obviamente el que los inviten a otras cosas donde puedan conseguir más beneficios de manera más rápida les llama mucho la atención —cuenta Nayadeth Vega.

Ella lleva cinco años como trabajadora social en el colegio, y al menos un la semana lo destina a salidas a terreno, en las que hace visita a los jóvenes que no están yendo a estudiar. En ese tiempo ha visto cómo haido cambiando el contexto en el que los estudiantes dejan sus estudios, sobre todo después de la pandemia.

—Con la pandemia, yo creo que nos ganó la calle. A nivel social se instaló la banda, se instaló el sistema de portonazos, y nosotros sabemos que los niños son parte de ese sistema, son el último eslabón de la cadena, son los que se exponen. Les venden este estilo adrenalínico de vivir que suple también el consumo de otras cosas. Con eso también para nosotros es difícil competir. Lo vimos sobre todo después de la pandemia, porque los chiquillos estaban todo el día en el barrio, tenían a quien les ofrecía los “negocios” ahí, y se fueroninvolucrando en esa dinámica y el tema del acceso a las armas también se masificó —cuenta Nayadeth.  Agrega que la situación se vio reflejada en que aumentaron también las medidas de protección y las detenciones de los jóvenes con que ellos trabajan.

En 2022

Hizo eco la noticia de que más de 50 mil estudiantes abandonaron el sistema educativo, según informó el ministerio de Educación. En la Fundación Súmate del Hogar de Cristo, a la cual pertenece el Colegio Padre Álvaro Lavín de Maipú, ya estaban al tanto de la situación; de hecho, desde agosto —según explica la directora de la fundación Liliana Cortés— estaban haciendo un piloto de búsqueda, difusión y captación de jóvenes que no estaban escolarizados.  —Este trabajo es muy complejo, porque de tres nombres solo uno logra matricularse.

Es muy poquita la proporción que vuelve y eso principalmente es porque no existe una forma masiva de decir “te estamos esperando”. Además, ese que vuelve tiene que sostener esa decisión y empezar a enfrentar todos los incentivos que lo hacen salir —señala Liliana Cortés.

Simón explica que antes de ir a rescatar a unjoven lo más importante es haber generado un vínculo con él o ella, y para eso tienen que haber pasado en algún momento por el colegio.

Nayadeth recuerda el caso de un chico que sólo fue cuatro miércoles al establecimiento. Con él, reconoce, no alcanzaron a generar un vínculo.

—Cuando no logramos enganchar en el primer tiempo, se pierden. Este chico estaba con medida cautelar y con harta socialización callejera. Yo fui a hacer la visita de rescate y cuando se dio cuenta que era yo, no me abrió la puerta —recuerda la trabajadora social.

Con Andrea, cuyo nombre fue cambiado para este artículo, sí lograron establecer un vínculo, que se mantuvo durante todo el año pasado, a pesar de que ella dejó de ir al colegio en junio.

Es 1 de marzo, y en la ruta que hace hoy Simón, habían quedado de juntarse con ella en su casa, para reforzar su ingreso este año a la escuela. Sin embargo, Andrea pidió si podrían reunirse en el Hospital El Carmen, ya que había tenido que llevar a su abuela. Al llegar al hospital, Simón la llama y Andrea sale de la urgencia mientras su abuela espera que la atiendan.

—La traje porque tiene la mano con un hematoma y no puede moverla. Hubo un problema entre ella y mi papá, él tiene una personalidad muy agresiva, muy violenta. Le duele mucho, además de que en esa mano ella ya tiene un dedo amputado, también producto de una discusión anterior —dice Andrea.

Ella llegó el año pasado al Colegio Padre Álvaro Lavín. Venía de haber pasado por varios establecimientos, además de haber estado una temporada en el Sename, a donde llegó por conflictos de agresión por parte de su padre. Sin embargo, después de un par de meses en la residencia decidió escapar y regresó a la casa de sus abuelos y su papá.

—Tuve problemas con unas niñas más grandes de la residencia. Me amenazaron entre las tres que me iban a pegar y no sé qué. Y yo para evitar dije pucha, mejor pesco mis cosas y vuelvo a mi casa. Ahí, es solamente mi papá que al menos ya se cómo es —relata Andrea.

Sin embargo, la situación en su casa se complejizó cuando el año pasado empezó a notar que repentinamente no les alcanzaba el dinero que sus abuelos recibían de sus pensiones para comprar el alimento del día.

—Me di cuenta que mi abuela empezó a pedirle plata prestada a los vecinos para comprar mercadería. Era mi papá, él lerobaba mucha plata a mi abuela y no solo eso, sino que se ponía a pelear con ella. A veces llegaba a los golpes para que le entregara dinero para comprarse sus vicios, su pasta base, su cocaína, su cerveza. Y ella, para que la dejara en paz, le pasaba plata —relata Andrea.

Esa era la situación en su casa cuando además tuvo una pelea en la escuela con una compañera, que terminó en golpes, patadas, y tirones de cabello, al punto que los otros estudiantes grabaron el enfrentamiento.

—Las dos nos fuimos suspendidas y de ahí no quise volver al colegio. Había encontrado trabajo y estaban estos problemas en la casa, tenía que hacerme cargo. Además que si seguía, me iba a volver a pelear con ella —explica Andrea, quien luego de dejar la escuela trabajó como soldadora, ayudando en una casa de reposo y como niñera—. De ahí me empecé a hacer cargo de preparar el almuerzo, darles los medicamentos a mis abuelos, bañarlos a los dos y acostarlos, de llevarlos al médico.

Simón recuerda cuando Andrea le dijo que no volvería al colegio.

—Sentí pena, porque es una estudiante, una niña que lo único que tendría que hacer es estudiar y no puede hacerlo. Sin embargo él no perdió el contacto con ella. —Cuando no están viniendo los llamamos una vez al mes. Como ella vivía cerca, pasaba por afuera del colegio caminando con la abuela, entonces teníamos un bonus, que no lo tenemos con todos. Yo cachaba que pasaba como a la hora de almuerzo y ahí la pillaba y la saludaba. Ahí, de a poquito, de forma pasiva, para no insistirle tanto, intentábamos toparnos con ella para no soltarla —relata Simón.

Hicieron un último llamado en diciembre y a fines de febrero Andrea llegó por iniciativa propia a matricularse para este año. Una de las estrategias que este equipo ha tomado para generar el vínculo con los estudiantes es ir definiendo quién trabaja con quién.

—Ponemos a dos personas que acompañan para ir haciendo este trabajo. Nos coordinamos quién encaja con quién según perfiles, eso es súper importante. Decimos “háblale tú ahora, a lo mejor yo me hago el enojado y tú le dices que quieres conversar con ella” —explica Simón.

En el caso de Pía (su nombre también fue cambiado para este artículo), de 19 años, la psicóloga de la escuela, Betsabé Becerra, fue quien generó el vínculo. En marzo del año pasado Pía había tomado la decisión de matricularse luego de haber pasado los dos años de la pandemia sin estudiar.

—Dejé de estudiar en el estallido social. Al año siguiente entré a un liceo que era en la noche y online, pero no tenía computador, entonces no pude seguir. Ahí puro trabajaba de niñera, por todos lados, donde tocaba para hacer plata. Y justo el año pasado, cuando me decidí a volver a estudiar y matricularme, me enteré que estaba embarazada —dice Pía.

Ella le contó a sus padres, pero al saber la noticia la echaron de la casa.

—Hubo una pelea gigante, hubo agresiones y tuve que constatar lesiones. Estuve una semana en la calle, hasta que mi pareja me ayudó a encontrar una pieza. Él estaba con mucho consumo y decidió rehabilitarse por la niña que venía en camino. Se internó y yo me quedé sola —relata.

En ese tiempo Pía llegaba al colegio a ducharse, cambiarse de ropa y tomar desayuno. Apoyo que tenía era Betsabé.

—Tuvimos que hacer harto acompañamiento, citando a la mamá y al papá hasta que finalmente volvió a la casa, pero sin ningún apoyo. Con decirte que yo tenía que ir con ella a las ecografías y alos controles. Supimos juntas que era niñita.

Cuando estaba en trabajo de parto yo estaba hablando con ella por Whats App diciéndole que se fuera al hospital —relata Betsabé y luego agrega —A veces buscas redes para el niño y esas redes al final más vulneran que apoyan el proceso de los estudiantes (… ). Este trabajo puede ser frustrante, en el sentido de que quisiéramos hacer mucho más, pero tenemos limitantes. No podemos traernos a los niños a vivir al colegio. En septiembre nació la hija de Pía. Betsabé siguió acompañándola, sobre todo para que este año pudiera reincorporarse. Ya está matriculada, sin embargo avisó que no podrá ir el primer día de clases, ya que ese mismo día debe llevar a su hija a la sala cuna por primera vez. La niña tiene seis meses.

—Me preocupa dejar a mi hija en otras manos tan chiquitita. Voy con la mente de que va a estar bien, pero sé que el día que la deje me va a costar irme para el colegio —dice Pía, sentada en su casa junto a su hija que sonríe en el coche. Su casa es la última parada de la ruta de Simón. Ya en el auto de regreso él piensa en el caso de Daniel, el primer chico que fue a visitar. —La abuela nos comentó que ahora están en un juicio por la tuición de Daniel.

El juicio es a fines de marzo y ahí se definirá si él se va con el papá o silo enviarán a una residencia de Mejor Niñez (ex Sename) —explica Simón—. Vamos a esperar el juicio y no presionarlo hasta saber el veredicto. Si lo mandan a Mejor Niñez nosotros lo tomamos, pero sise va para el sur con el papá está difícil… No sabemos qué pasará.

 

 

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