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Andrea Cox: “Pensé en Conce; me sedujo Antofa”

Lleva un año a cargo de la gestión social territorial del Hogar de Cristo en Antofagasta. Como trabajadora social, tiene gran experiencia en reinserción escolar, pero lo que más la conmueve es el deterioro que provoca en las personas la vida en la calle. Valiente y resiliente, ella misma superó un mal que no le parece interesante de contar, pero que para nosotros es una lección de vida.

Por Ximena Torres Cautivo

21 Enero 2020 a las 16:13

 

¿Qué hace Andrea Cox (40) en Antofagasta?

Mucho. En un auto al que le cruje la primera marcha y amenaza con desarmarse cuando se encarama por los empinados barrios más marginados, donde están los campamentos que albergan a un gran porcentaje de migrantes, mayoritariamente colombianos, recorre los distintos programas que tiene el Hogar de Cristo en la ciudad.

Como jefa territorial, esta trabajadora social santiaguina lleva un año trasplantada en el Norte Grande y tiene a cargo la operación de la casa matriz de Antofagasta, donde, además de las oficinas de la obra, funcionan una hospedería para hombres en situación de calle y un centro diurno que ofrece actividades y genera vínculos para lograr la inclusión social de 35 adultos con discapacidad mental. A esto se suman dos residencias protegidas –una para hombres y otra para mujeres con diagnósticos síquicos, de extrema pobreza y en abandono –; un hogar colaborador del Sename para 17 adolescentes vulneradas; un jardín infantil y sala cuna, ubicada en el sector norte de la ciudad, que atiende a más de 130 lactantes y párvulos.

“Desde muy joven me relacioné con la misión del padre Hurtado, de manera que soy formada en la espiritualidad ignaciana. Cuando estaba en enseñanza media, participé en muchas actividades sociales; siempre sentí un fuerte llamado de servir a quienes más lo necesitan, por eso decidí estudiar Trabajo Social y durante mi época universitaria hice voluntariado en el colegio Alberto Hurtado de la Población Los Nogales, en Estación Central, y también iba a la Sala de Enfermos del Hogar de Cristo. Esas experiencias me conectaron con historias profundamente poderosas, que me convencieron de dedicar mi vida a esto, a lo social. Siempre soñé con trabajar en el Hogar de Cristo, donde, apenas terminé mi carrera, dejé mi currículum, sin ninguna oferta laboral específica y esperé. Mientras trabajaba en la Corporación de Educación de la Municipalidad de La Florida, me llamaron de fundación Súmate. Allí atendían a 40 jóvenes que habían logrado entrar a estudiar carreras técnicas y mi primera tarea fue ser facilitadora de sus oportunidades de desarrollo académico y de vida como encargada de las becas”.

Apasionada por las infinitas capacidades de promoción humana que tiene la educación, su carrera fue in crescendo dentro de Súmate, donde tuvo distintas responsabilidades. “Me emocionan los jóvenes con los que trabaja la fundación, tan ávidos de herramientas, sobre todo socioemocionales, humanas, porque lo pedagógico es sólo una parte. De lo que se trata es de lograr que vuelvan a creer en sí mismos, después de tanta exclusión y marginación a causa de su pobreza. Esa es la base para que logren salir adelante”, dice, pasando revista a las distintas tareas en que participó.

De encargada de becas, terminó tomando el liderazgo de todos los programas socioeducativos de Súmate, que son una alternativa a las escuelas formales de reingreso o de segunda oportunidad. Es una tarea admirable, porque se desarrolla en los territorios, trabajando caso a caso hasta conseguir que los niños y jóvenes excluidos se reencanten con la idea de volver a estudiar y logren superar el rezago escolar, egresar de octavo básico y luego completar la enseñanza media, con el sistema de dos años en uno.

En la combativa población Bonilla, existe ese modelo de trabajo, lo que fue uno de los muchos aspectos que consideró cuando le ofrecieron el cargo de jefa social territorial de la Región de Antofagasta.

-¿Qué te motivó a hacer un cambio tan radical de vida?

-A fines del año 2017, cuando Súmate se hace cargo de la gestión del Programa de Reinserción Escolar de Antofagasta, viajé para conocer al equipo, a los jóvenes, el sector y comenzar un trabajo de orientar la gestión desde el modelo educativo de la Fundación. En ese viaje  y los siguientes que hice, recorrí Bonilla, La Chimba y, a medida que me involucraba más, sentía que mayor podía ser mi aporte. Un día, conversando con la directora zonal, le dije espontánea y casi impulsivamente que contara conmigo para lo que fuera. Yo siempre había soñado con trabajar en una región, dejar el centro y crecer profesionalmente lejos de Santiago. Pensaba en Conce, pues me había tocado viajar mucho para allá, pero la oferta fue Antofa y no lo pensé mucho para decidirme, más aún cuando supe que así como Chile es el décimo país más desigual de Latinoamérica según el Banco Mundial, Antofagasta es una de las regiones con mayor desigualdad en Chile, de acuerdo a datos del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Católica del Norte. Por esto, cuando llegó la propuesta, me dije “es aquí donde debo seguir”.

-¿Qué ha sido lo más desafiante?

-Profesionalmente es un tremendo salto. Es una operación grande, un cargo estratégico donde acompañas, guías y resuelves el escenario para que los jefes de los distintos programas sociales puedan ejecutarlos y aquí en Antofagasta, son varias las líneas temáticas que existen: jardines infantiles y salas cuna, programas para personas en situación de calle, para adultos mayores, para personas con discapacidad síquica, tenemos las residencias infanto adolescentes. Lo más novedoso y apasionante para mí ha sido involucrarme en la temática de calle. La pobreza en calle es un área de intervención conmovedora, porque se trata de recuperar a hombres y mujeres que están dañados en cuestiones tan elementales como la higiene, el autocuidado, que tienen todos sus derechos básicos vulnerados. También ha sido nuevo relacionarme con un consejo local muy activo y empoderado, y ser vocera de la institución.

-¿Tenías algún vínculo previo con Antofagasta?

-No. Fuera de ser prima hermana del guía turístico Kurt Martinson, que desapareció en San Pedro de Atacama hace unos años, y de tener otro primo que trabajaba aquí en una empresa de transportes pero al que trasladaron justo cuando yo llegué, no tengo vínculos con la ciudad. Por eso, al principio me preocupaba cómo recibirían a alguien de fuera, pero tenía la convicción de que con el tiempo podría ganarme la confianza del equipo de trabajo para cumplir con la misión del Hogar de Cristo. Hoy me siento más cómoda y estoy decidida en aprender todo lo que sea necesario.

UNA LUCHA CONSIGO MISMA

A sus 40 años, Andrea, que además de su título de trabajadora social, tiene un magíster en gestión y desarrollo de capital humano, es una mujer alta, delgada, moderna, y que llama la atención porque permanentemente usa un estilizado audífono negro que podría confundirse con un cintillo.  Preguntando por ese adminículo, pensando que estábamos frente a una melómana consumada,  es que con toda naturalidad nos cuenta algo que para cualquiera menos fuerte y resiliente que ella, marcaría su vida y su personalidad.

“Nací con el síndrome de Treacher Collins, una enfermedad genética, que, entre otras malformaciones, impidió que se me desarrollara el canal auditivo. Desde los 4 años uso este aparato que capta el sonido por el rebote de las ondas. Esa experiencia me enseñó desde muy temprano a empatizar con el dolor y la exclusión. Si bien mi historia no es de carencias materiales, de vivir en pobreza, sí es de una lucha conmigo misma para superar miedos e inseguridades”.

El Treacher Collins afecta la forma en que se desarrollan los huesos de la cara antes del nacimiento. Generalmente altera los huesos y los tejidos de los pómulos, la mandíbula, el mentón y las orejas.

El tratamiento es quirúrgico y requiere de sucesivas operaciones de cirugía plástica reconstructiva. “A mí me hicieron más de 9 intervenciones a lo largo de mi infancia y adolescencia. Me sacaban hueso de la cadera y de las costillas para reconstruir lo que faltaba”, cuenta. “A los 16 años, le pedí a mi mamá que no más, que al final se trata de actitud y ya no quería más cirugías”, dice, todavía intrigada de por qué este aspecto de su vida puede tener interés para alguien. También cuenta que para su papá “siempre fui la niña más linda del mundo”.

Nacida en Santiago, Andrea tuvo el apoyo de su familia y los recursos médicos que le permitieron hacer una vida cada vez más normal. Se educó en un colegio de niñas, que fundaron 8 ex profesoras de Las Ursulinas, el Santa Catalina de Siena, que cerró en 2015, donde fue siempre una alumna destacada por su servicio a los demás. Estudió en la Universidad Santo Tomás e hizo un magíster en la Finis Terrae. Fue mamá a los 30 y con su hija de 10, llevan casi doce meses de feliz aclimatamiento en “Antofa”, como llama a la ciudad.

“Desde el estallido social, las rutinas se han visto un tanto alteradas con las protestas y los episodios de violencia. Los programas han tenido que modificar sus rutinas, adaptarse a nuevos horarios de entrada y salida, generar espacios de reflexión con los participantes y sus compañeros de trabajo, como los Círculos Territoriales que implementamos como Hogar de Cristo con Techo y Fondo Esperanza. Por otro lado, en lo personal, adelanté las vacaciones de mi hija y le pedí a mi mamá que la cuidara desde Santiago para poder involucrarme mucho más, por eso pasé Navidad y Año Nuevo en Santiago, cuando el plan original pasar aquí las fiestas para profundizar nuestra adaptación en la ciudad”.

Luego volverán para seguir construyendo relaciones y redes, cuestión de las que una trabajadora social sabe. Andrea continuará yendo y viniendo de norte a sur y de sur a norte por toda la ciudad buscando reparar lo que está dañado.

En su sencilla oficina ubicada en Eduardo Lefort 1670, también conocida como “la calle de atrás del antiguo Hospital Regional,” nos habla de planes concretos para los programas de la sede: “Tenemos varias ofertas de voluntariado corporativo para mejorar la infraestructura de la Residencia Laura Vicuña y del Hogar Protegido Varones, que con la crisis social se han demorado en concretar, pero ya se han retomado las iniciativas y en estos meses se harán las mejoras, lo que nos tiene muy contentos”, comenta y nos habla del orden que ha estado haciendo en las bodegas del tercer piso. La construcción que ya tiene 70 años es un verdadero elefante blanco. Un edificio que en su origen albergó un hogar de niños; donde después funcionó durante muchos años un hogar para adultos mayores.

Hoy son migrantes de Colombia, Bolivia, Perú y también del sur de Chile; hombres con larga, mediana y escasa experiencia en calle; jóvenes con consumo de drogas, adultos mayores dependientes del alcohol, los que bullen en el patio a partir de las 6 de la tarde, esperando una comida caliente, una cama limpia, una palabra de aliento. Y los que se despiden con una sonrisa todas las mañanas de “la señorita Andrea”, que ha convertido Antofagasta en el norte de su nueva vida.

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