La palabra que más usa el Mewi es “estatalidad”. Un concepto que no está aceptado por la Real Academia de la Lengua, pero que alude a la capacidad institucional del Estado para responder a las demandas de inclusión de quienes habitan en sus territorios, y que utiliza la ciencia social y política. Los anglosajones lo llaman statehood.
Mauricio “Mewi” Soto (53), activista social que se inició como voluntariado en el Hogar de Cristo, poblador, emprendedor de una tienda familiar de madera y fundador y líder de la oenegé Hijos de la calle, afirma con pasión que esa estatalidad está al debe en Chile. Sobre todo respecto a las personas que viven a la intemperie, sin techo, ni trabajo, ni salud, ni educación, ni respeto ni dignidad.
Habla con conocimiento de causa, porque convive a diario con personas en situación de calle. Conoce a los que están mal y a los que están peor. A los que de la pasta base han pasado a “la cera”, que es la mezcla más tóxica, adictiva y barata. “Hasta vidrio molido, puede contener. Daña de manera letal”, afirma. Trabaja con los que viven a la orilla del Mapocho, en rucos en torno a la Costanera Norte y los que vagan por los pasajes de las poblaciones. Son sus vecinos de Renca con menos suerte, aquellos a los que el Estado les ha fallado en toda la línea. A ellos como niños, a sus familias, a sus madres, a sus vecinos.
-Cuánta violencia viven a diario estas personas: en asaltos, en ultrajes, en intentos de quitarles la vida, en desalojos orquestados por el Estado y también por grupos seudo espontáneos que les queman los rucos, los golpean, los amenazan. Y esos abusos no se pueden denunciar. No hay dónde hacerlo, porque a nadie le importa y eso aviva la impotencia. Los hace aún más abusivos, porque no hay puerta que golpear ni dónde narrar esas historias terribles que quedan impunes. Hay en todo esto una narrativa de aprendizaje a través de mucho dolor.
-¿Sostienes responsablemente que nadie defiende los derechos humanos de los más pobres entre los pobres?
-Los derechos humanos de las personas más pobres son algo debería estar instalado en el aparataje estatal y en todas las organizaciones, pero pese a los esfuerzos increíbles que algunos hacen, otros borran con el codo lo que firman con la mano. Existe una especie de permiso para vulnerar derechos, porque no existe una supervisión para impedir que se transgredan los derechos básicos de las personas de calle.
Para el Mewi no son solos los actos de violencia salvaje los que reflejan esta realidad, es el día a día mismo de quienes viven en la calle. “Nuestros chicos sobreviven en ultra vulnerabilidad. Sin acceso a bañarse, a servicios higiénicos. Sin derecho a la intimidad. Constantemente están desafiados por el maltrato y la violencia cotidiana que viven. No hay empatía con ellos. Cuando hemos hecho operativos de salud o sociales con el Estado, con el Registro Civil, con los consultorios, todo suele estar mediado por la agresividad, la desconfianza, que son manifestación de juicios y prejuicios que se transfieren a acciones”.
-En concreto, ¿cómo se traduce esa desconfianza?
-En que se les mira desde la distancia, desde casi no tocarlos, desde dificultarles la comprensión de cualquier ayuda instalando una comunicación inescrutable llena de siglas: el CESFAM, la PGU, el CESFAM. Así le habla el Estado a alguien que no tiene enseñanza básica completa, que sufre problemas de salud mental, que es analfabeto, que tiene discapacidad intelectual, que está con consumo, que muchas veces no entiende nada. Por qué ese abuso. Esa desconsideración. Hablar en siglas es lo menos democrático que hay. Por eso existe una desconfianza enorme en la estatalidad y esa desconfianza instalada se refleja en la polarización que se vive hoy en contra de las personas en situación de calle.
Por segundo año consecutivo, Juntos en la Calle, la Corporación 3xi y la CPC, convocaron a La Noche del Encuentro. Desde allí, en pequeños grupos, salieron a recorrer distintos puntos de la ciudad para conocer a quienes viven en situación de calle. Mewi Soto nos llevó a recorrer Renca. AGENCIA BLACKOUT
El Mewi da confianza. Hay algo en su vitalidad de hombre flaco, menudo y decidido, que impulsa a seguirlo. Aunque los sectores de la población que recorremos en Renca son rudos, Mauricio Soto se mueve con seguridad. Todos lo conocen. A él y a los voluntarios que esta noche gélida llevan unas cuarenta raciones de comida caliente, más kits de higiene y ropa de abrigo. Todo cargado en un carro de supermercado. “Somos la caravana de amor”, bromean, mientras de los rincones más oscuros aparecen hombres y mujeres recibiendo, agradecidos, la ayuda. Y el Mewi nos habla, entre emocionado e indignado, de Renzo.
-Renzo murió el año pasado en su ruco por una barrida de personas que en sus cabezas locas creyeron que debían limpiar el espacio público y sacar a Renzo de ahí. Así, quemado, murió Renzo. Hace tres semanas murió otro chico en Cerro Navia. Se tiró de una torre. Acarreaba una vida de calle, de violencia, de desalojos, de maltrato, de no acceso a la salud. Cada dos, tres días, lo desalojaban, lo perseguían, lo mojaban, lo golpeaban. Venía el Estado, bajo la forma de una ordenanza, no le explicaban, no conversaban con él y lo desalojaban. Le quitaban lo poco y nada que tenía.
-Esto del desalojo se ha vuelto como una moda…
-Sí, se ha instalado por razones estéticas, de limpieza, de seguridad, para que el barrio se vea bonito -responde, irónico, el Mewi.
-¿Qué consecuencias tiene que a alguien le quiten lo poco y nada que tiene?
-En lo más profundo, la desintegración de la esperanza por la imposibilidad de denunciar. En lo concreto, la pérdida de la documentación y las cosas valoradas, como puede ser una carta de la mamá, unas fotos significativas. Muchas veces, además, pierden los remedios y, con ello, la regularidad de un tratamiento de salud física o mental, lo que es aún peor. Es una infinidad de cosas que van perdiendo, junto con la fe en lo público, en los demás. Esto acentúa, agrava los problemas de salud mental, que la estatalidad no cuida ni menos repara. No existe un dispositivo de reparación para las poblaciones que sufren problemas de salud mental y adicciones, esas que, por otro lado, el Estado persigue.
Mewi, como todos los que trabajan en la realidad de las personas en situación de calle, estuvo en la segunda Noche del Encuentro, que organizó 3xi hace un par de meses. Ahí se dio a conocer una cifra impresionante: 4 mil millones de pesos al año destinados sólo en Santiago a operaciones de desalojos.
Rucos a la orilla del Mapocho. En Renca, según Mewi, acá viven los mayores, los que no están tan dañados. En los pasajes de las poblaciones vagan como zombies los más destruidos por la droga. AGENCIA BLACKOUT
-Lo peor de todo es que esa enorme cantidad de dinero gastado en equipos, maquinaria, personal público, municipal, policial, de seguridad ciudadana, para desalojar rucos sólo en Santiago, no resuelve nada. Si esos 4 mil millones de pesos se destinaran a ofertas sociales, qué bonito sería. Qué útil.
-¿Descartas absolutamente los desalojos?
-No es lo mismo un desalojo conversado con un equipo social que una acción violenta. Si hay personas en una plaza, cometiendo incivilidades, es natural que se les saque, el punto es cómo se les saca. Hoy esos desalojos suelen ser con violencia. Mojándolos, maltratándolos, sin una alternativa de solución. Es evidente que ese dinero no está resolviendo nada, porque las personas de calle se trasladan de lugar y el problema se instala en otro lado.
-Si estuviera en tu mano, ¿cómo ocuparías esos recursos que hoy se botan en desalojos?
-Desarrollaría dispositivos comunitarios como algunos que están ofertándose en distintos lugares: casas compartidas, albergues de emergencia, subsidios al arriendo, dispositivos distintos, según cada persona, porque cada caso es diferente. Algunos requieren acompañamiento permanente, otros, apoyo parcial. No se puede ocupar dinero fiscal para generar más dolor, así no vamos a avanzar.
-¿Hay alcaldes y alcaldes? ¿Tú haces distinciones en esta materia?
-Hay algunos que tienen esa sensibilidad, esa empatía necesaria por las personas en situación de calle. Hay otros que están empeñados en el orden y la seguridad, sin mucha visión.
-¿Quiénes reconoces tú que hacen bien la pega?
-Lo que hacemos desde Hijos de la Calle es trabajar y empujar la instalación de mesas calle territoriales. Hoy estamos trabajando en Renca, Cerro Navia, Quilicura y en conversaciones para armar la de Pudahuel. La experiencia en Renca, donde las organizaciones de la sociedad civil formal y no formal se sientan a conversar esta problemática con carabineros, municipio, seguridad ciudadana, incluyendo a las personas de calle, es que se avanza y se generan propuestas de solución, porque en este tema no hay una sola bala de plata. Una sola respuesta.
Admite que en otras comunas les ha costado mucho convencer a los concejales. Cerro Navia, por ejemplo, le parece “una comuna perra” con las personas en situación de calle. “Tiene desalojos programados. Mojan a la gente, la golpean, la exilian a los márgenes. En los albergues de Renca, donde se acaba de abrir uno más, tenemos personas exiliadas de Cerro Navia, de Pudahuel y del centro. En el centro de Santiago están buscando instalar una ordenanza municipal para exiliar. Buscan recursos y organizarse, pero no ofrecen ninguna una propuesta social. Eso es violencia. No estamos aprendiendo nada de lo que está pasando en Europa”.
-¿Desbordes está desbordado con el tema?
-Es un alcalde que se desborda, que se está desbordando. En las oficinas de calle de los municipios hay muy buena gente, comprometida. Pero se vive una esquizofrenia cuando el chico que trabaja en la oficina de calle tiene vínculo, contacto con las personas de calle, y en la oficina del lado, los encargados de seguridad del municipio se dedican a desalojar, golpear y llevarse las cosas de las personas más pobres de la comunidad. Eso es brutalmente duro. Destruye el tejido social, el trabajo, todo lo que hacemos en el entorno. Desalienta la fe pública, sobre todo.
Mauricio Soto siente que cuando las personas que viven en situación de calle son vistas “como fallas del sistema, hemos fracasado como humanidad”. Así lo explica:
-Somos dados a esconder los fracasos, los dolores y, por eso, culpamos al eslabón más débil. Así se ha instalado la idea de que la gente de calle son el crimen organizado. Que ellos promueven la mafia, manejan la droga y tienen la culpa de todo. ¡Ellos, que son las principales víctimas! Castigamos al analfabeto, al que no terminado su escolaridad, al que ha caído a la cárcel, al niño que creció bajo la protección del Estado, al que tiene discapacidad mental o problema siquiátricos no tratados.
Aborda la realidad femenina en calle: “¡Y para qué hablar de los prejuicios contra las mujeres que llegan a la situación de calle! Víctimas siempre de violencia intrafamiliar, se les acusa de que les gusta carretear, que son malas madres, que les gusta que las maltraten… ¡Cómo nos sirve acusar y castigar al que nos recuerda nuestras fallas y faltas como sociedad! En todo esto que te relato lo único claro es que estamos fallando como humanidad”.
El Mewi ha acuñado la expresión “los que viven en situación de casa”. Y afirma de ellos: “Tengo súper claro que consumen más alcohol y drogas y tienen peores hábitos que los que viven en situación de calle, que son grupos reducidos con estrategias de supervivencia, que se apañan entre ellos, donde hay más generosidad y colaboración de la que imaginamos”.
Y le manda un recado al director del Instituto Nacional de Derechos Humanos: “Me gustaría preguntarle al amigo Ljubetic si ellos están pensando en habilitar un dispositivo abierto en las redes donde las organizaciones y las personas podamos levantar denuncias por violencia. Eso se requiere. Que podamos narrar las historias de abusos y atropellos que se producen a diario. No sé cómo ese observatorio de violencia online no existe aún”.
Afirma que, en el último tiempo, los chicos que llegan a la casa de acogida de Hijos de la Calle de Renca traen perdigones en el cuerpo. “Hay una pedagogía de la violencia. Ellos han sido parte del entrenamiento de tiro callejero, porque como representan todo lo que no nos gusta, hay que perseguirlos, destruirlos, anularlos y sus cuerpos son traficables, explotables, vendibles, disparables”.
La estatalidad ha fracasado, siente el Mewi, cuando escucha que los concejales declaran que la gente está en la calle por gusto, porque son consumidores o porque son flojos. “Pórtate bien o te castigo. Hoy se habla de las incivilidades como un salvoconducto para el maltrato y la represión. Así se habla”.
Antes de terminar, acusa:
-Yo soy un poblador más de Renca. Fui al jardín infantil con varios que hoy están destruidos por la cera, por la droga. Hijos de familias que pasaron por toda la estatalidad, que estuvieron en dos, tres, cuatro programas sociales, donde muchos profesionales recibían sus sueldos por “ayudarlos”, siempre defendiendo la idea de que no hay que ser asistencialistas. Y, aunque pasaran frío, no había frazadas ni sopa caliente “porque no hacemos caridad, somos profesionales”. Sólo impusieron normativas, estrés, estrategias de lo que querían cumplir, castigando a los niños, a sus madres, judicializando sus casos. ¿Por qué? Porque ahí había plata para ganar, pero no para que el otro avanzara. Es lo mismo que pasa hoy con los desalojos: cero comprensión, cero humanidad.
-Estás haciendo una dura acusación, Mewi. ¿Afirmas que el Estado lucra con la pobreza?
-Digo que las múltiples complicaciones sociales que enfrentamos, producto de una pobreza con muchas dimensiones involucradas, abren un escenario donde hay mucho dinero que solo se ofrece en seguridad y en algunas cositas por encima en medio de un enorme desconocimiento. Eso se presta para el lucro, por eso nuestra responsabilidad es estar atentos, buscar soluciones en conjunto, porque nadie tiene la capacidad de resolver por sí solo problemas tan complejos.