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Pilar Cerda:

“A veces los voluntarios son un poco cómodos”

¿Quién la va a reemplazar? Esa es su gran preocupación cuando piensa en el futuro de la hospedería de mujeres, por eso invita a los más jóvenes a acercarse a trabajar sin remuneración e innovar para hacerse necesarios y motivarse por los más vulnerables.

Mauricio Bascuñán A.

10 Septiembre 2019 a las 15:28

 

Pilar Cerda, de formación arsenalera quirúrgica, llegó a Hogar de Cristo en 2001, el mismo año en que Agustín Moreira asumió la capellanía de la fundación. Su primera labor fue colaborar en el Centro Demostrativo, emplazado donde hoy se encuentra el Museo Padre Hurtado en Estación Central. Allí se reunía todo el material fotográfico, archivos e historia de la institución y era principalmente administrado por voluntarios que enseñaban al público lo reunido, en turnos de sábado y domingo.

“Me dio pena que se haya cerrado porque era muy didáctico. Hice un discernimiento interno y obviamente hubo un momento que no quería volver al Hogar. Reflexioné y llegué a la conclusión de que la causa de luchar por los más pobres era lo mío, con o sin Centro Demostrativo”, dice.

Preguntando internamente, llegó a la residencia de calle Arica, para niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad, y luego extendió su obra a la sala de enfermos terminales. Grandes experiencias, que, de distinta forma, la marcaron para seguir involucrada con la causa de hacer de Chile un país más digno y justo.

De los voluntarios del Centro, la única que queda es ella. Afirma que el éxodo se debe a un sinfín de motivos tanto familiares, estudios o enfermedad de parientes cercanos. “Tengo mi teoría al respecto: a veces los voluntarios son un poco cómodos. Uno tiene que hacerse un espacio aquí, adaptarse, ¡uno viene a  ayudar! Debemos buscar un espacio de trabajo para hacernos indispensables”.

-¿Qué te motivó a ser voluntaria en Hogar de Cristo? 

-Mi relación con el padre Hurtado viene de chica. Soy de Chillán y mi hermano estudiaba en el Seminario, un colegio jesuita. Además, en los años 50 y 60, mi mamá fue de la Acción Católica de esa ciudad, por lo que siempre oía hablar de la obra del padre por los más pobres, no sólo en Santiago, sino en todo el país.

Recuerda con especial cariño su “experiencia mística” respecto del santo chileno: “Era muy niña y jugaba en el hall del colegio Seminario. De repente mi mamá hablaba con otra apoderadas y menciona que San Alberto había muerto. Estoy segura que en ese minuto, de alguna manera, el padre Hurtado me eligió, sin embargo, pasaron muchos años para que me convirtiera en voluntaria. En marzo de 2001, visitaba a pacientes y escuché en la radio que necesitaban voluntarias y, como andaba cerca, me animé. Luego hubo un test y a los cuatro días me estaban llamando. Nunca pensé en ser voluntaria, ni menos tan rápido”.

-¿Cómo ve el voluntariado actualmente? ¿Cómo se podría potenciar?

-¡Mi duda es quién me va a suceder, porque va a llegar un momento en que no seré autovalente! Deben existir herederos jóvenes que se entusiasmen. Yo veo que la mayoría de los voluntarios son mayores, faltan jóvenes menores de 30 años. Es preocupante. Y obviamente que los que lleguen perduren en el tiempo. Deben encantarse por lo que hacen.

Actualmente en la hospedería se realizan trámites para las mujeres adultas mayores que no pueden salir por temas de movilidad. A veces las acompaña al hospital, por lo que su profesión de arsenalera quirúrgica va en total concordancia con lo que hace. “He ayudado a migrantes a hacer trámites de visas, a mujeres embarazadas, ¡de todo! Y si tengo que estar en recepción, también lo hago”.

Pilar es parte de los más de 36 mil voluntarios, individuales y corporativos, que Hogar de Cristo convoca en el país. Personas involucradas en compartir junto a participantes y acogidos de la fundación encuentros transformadores. Y que, a través de tareas no remuneradas, se conviertan en agentes activos de la justicia social, de una cultura ciudadana y sostenible.

 

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