La habitación donde terminó sus días el jesuita Alberto Hurtado. Allí vivió su más intensa actividad como fundador del Hogar de Cristo. ejemplo de innovación social.
En una céntrica manzana de Santiago, dentro del Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle, en el sector más antiguo de la construcción, entre anchas y altas paredes de adobe, se esconde un tesoro inspirador: la habitación de san Alberto Hurtado.
Allí vivió mucho antes de ser canonizado —hecho del que se cumplen 20 años este próximo jueves 23 de octubre—. De esa pieza salió, gravemente enfermo. Murió a los 51 años, un 18 de agosto de 1952, en el Hospital Clínico de la Universidad Católica, víctima de un cáncer de páncreas.
Ocho años antes, un 19 de octubre de 1944, había fundado lo que muchos consideran “el milagro cotidiano” que lo elevó a los altares: el Hogar de Cristo.
Pocas fundaciones en el mundo pueden decir que se financian mayoritariamente con la solidaridad de ciudadanos comunes y corrientes para atender las necesidades de quienes padecen los rigores de la pobreza extrema. Y menos aún que se mantengan, durante 81 años, con la bandera de la solidaridad en alto, acompañando anualmente a casi 40 mil personas.
Para lograrlo, hay una clave que se resume en dos objetos presentes en ese austero dormitorio-oficina: un teléfono y un talonario de cheques. Que un sacerdote jesuita tuviera y usara con intensidad esos símbolos de modernidad en favor de una causa solidaria revela que la innovación —tecnológica, económica, normativa, administrativa y, sobre todo, social— ha estado en el ADN del Hogar de Cristo desde su origen.
Alberto Hurtado fue uno de los primeros doctores en educación del país. Formado en Lovaina, siguió una corriente pedagógica avanzada para su época. El aprendizaje activo y dinámico desarrollado por el profesor, psicólogo y filósofo estadounidense John Dewey. Con esa inspiración, en 1946 creó la Escuela-Granja en un terreno donado en Colina. Allí aplicó un modelo de enseñanza personalizada, abierta, al aire libre, para cientos de niños abandonados que recogía de las calles, a quienes además se les enseñaba un oficio.
La jerarquía eclesiástica de entonces no comulgaba con tanta modernidad educativa. También se escandalizaba con que un sacerdote manejara dinero y rindiera cuentas públicas sobre el uso de las donaciones. Hay algo muy limitante en esa antigua idea de que la caridad debe hacerse en silencio. “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”, dice una antiguo escrito. Lo que contrasta con el concepto innovador de transparencia, hoy llamado compliance, que promovía el padre Hurtado. Su cuenta corriente y sus rendiciones de cuentas fueron, en su tiempo, una forma pionera de lo que hoy llamamos transparencia activa.
El teléfono negro y la chequera, así como su uso de los medios de comunicación. Incluso su decisión de pedirle al fotógrafo Sergio Larraín que retratara a los niños abandonados bajo los puentes para una campaña de sensibilización, demuestran lo adelantado e innovador que era.
Su objetivo fue siempre mostrar lo que pocos querían ver. Eso para reducir la desigualdad mediante la solidaridad de todos y soluciones creativas.
A 81 años de nuestro nacimiento, continuamos inspirados en su ejemplo, abordando desde la innovación social —con nuevas respuestas— las cada vez más complejas pobrezas. Nuestra red de escuelas de reingreso; el apoyo domiciliario para personas mayores con dependencia; viviendas compartidas, son ejemplos de asistencia social que incorporan tecnología y las mejores prácticas internacionales, aplicadas a la desafiante realidad de la pobreza severa en Chile.