Allí, la Pontificia Universidad Católica de Chile y el Hogar de Cristo formalizaron una alianza que llevaba décadas ocurriendo en silencio, en terreno, en aulas y residencias, en prácticas estudiantiles y programas sociales que no siempre tuvieron nombre, pero sí sentido.
Porque esta alianza no nace de la nada. Se gesta desde hace más de treinta años, en vínculos persistentes entre estudiantes, académicos y equipos del Hogar de Cristo, unidos por una misma convicción: que el conocimiento no puede permanecer indiferente frente a la pobreza. Hoy, ese recorrido encuentra una forma institucional y una proyección clara para los próximos cinco años.

La alianza selló 30 años de trabajo por la superación de la pobreza entre Hogar de Cristo y la Universidad Católica.
Para el Hogar de Cristo, el acuerdo representa un reconocimiento mayor. Que una de las universidades más prestigiosas del país decida formalizar y proyectar este trabajo conjunto es también una validación de su experiencia. Así como de su saber acumulado y de su capacidad para acompañar a quienes viven la exclusión más dura. Pero no se trata solo de prestigio. Se trata de profundidad: de pasar de múltiples iniciativas valiosas, pero dispersas, a una colaboración estratégica, con gobernanza, planificación y horizonte compartido.
“Buscamos dar un marco y hacerlo extensible, reconociendo a quienes han sostenido estos vínculos por tantos años”, señaló durante la ceremonia Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo. Subrayó además que esta alianza no inaugura una relación, sino que la fortalece y la proyecta.
Desde la UC, el convenio reafirma una idea de universidad que se deja interpelar por la realidad. Una universidad que no entiende el conocimiento como un fin en sí mismo, sino como una herramienta al servicio del bien común. Así lo expresó el rector Juan Carlos de la Llera. Dijo: “Buscamos una universidad que sea capaz de conectarse mucho más cercanamente a la sociedad, entregando su quehacer académico al servicio del bien común”.
En la misma línea, el prorrector de Gestión Institucional de la UC, Francisco Gallego, destacó el valor de ordenar y potenciar un trabajo ya existente: “Hoy establecemos un marco de colaboración que coordine y potencie esta riqueza de iniciativas que surgen desde muchas unidades de la universidad”.

De izquierda a derecha, Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo; Francisco Gallego, vicerrector de la PUC; y el capellán general, el jesuita José Francisco Yuraszeck.
El convenio se articula en torno a cuatro líneas de acción que, más que áreas técnicas, responden a una misma pregunta: ¿cómo transformar la realidad sin perder rigor ni humanidad?
La primera es el diseño y evaluación de programas sociales, incorporando evidencia y método allí donde muchas veces solo hay urgencia. La segunda son las prácticas y proyectos estudiantiles, concebidos como experiencias formativas profundas, donde aprender también significa dejarse afectar por la vida de otros.
A ellas se suman las experiencias formativas y el voluntariado, desde una lógica de aprendizaje y servicio. Y la investigación aplicada y la innovación social, orientadas no a producir diagnósticos estériles, sino soluciones concretas e incidencia en políticas públicas. Todo ello desde una mirada interdisciplinaria que convoca a la Medicina y la Ingeniería, a la Psicología y el Diseño, a las Ciencias Sociales y el Trabajo Social.
La dimensión espiritual del acuerdo no es decorativa.
Para el capellán general del Hogar de Cristo, el jesuita José Francisco Yuraszeck, esta alianza encarna una verdad incómoda y exigente: el amor preferencial por los pobres no es una opción, sino una exigencia del Evangelio.
“El Papa León XIV nos interpela señalando que el amor preferencial por los pobres no debiera ser una opción, sino una exigencia del Evangelio. Este llamado nos compromete a mirar la realidad con compasión, aplicar la ciencia y la técnica al servicio del bien común y no descansar hasta que nadie quede excluido”, afirmó.
Inspiradas en el Sagrado Corazón de Jesús y en el legado de san Alberto Hurtado, ambas instituciones asumen así el desafío de unir fe y acción transformadora. Una alianza donde la investigación aplicada, el rigor académico y la evidencia no se oponen a la compasión, sino que la profundizan y la vuelven eficaz.

El capellán del Hogar de Cristo, José Francisco Yuraszeck, y el rector de la PUC, sellan la estratégica alianza con un franco apretón de manos.
Más allá de los servicios sociales, la alianza mira a las personas. A los estudiantes que se están formando hoy y que mañana tomarán decisiones clave en la vida pública y privada del país. A los académicos llamados a investigar sin despegarse del dolor concreto. También a las personas que viven pobreza, exclusión o abandono, y que no pueden seguir esperando soluciones parciales.
En un Chile tensionado por la desigualdad y la fragmentación, esta firma es una señal contracultural. Afirma que la educación y la solidaridad pueden caminar juntas, porque se necesitan mutuamente. Que el saber, cuando se encuentra con la herida, puede transformarse en esperanza. Y que todavía es posible imaginar —y construir— un país donde nadie quede atrás.