La sonrisa de Vicenta
Cuida a una madre nonagenaria y con demencia progresiva y a una hija con depresión que tiene dos niños, sus nietos. Y es ella misma adulta mayor. Pero sobrelleva sus tareas con una elegancia y una dignidad admirables. De la seriedad inicial y la negativa a tomarse fotos, esta participante del programa domiciliario del Hogar de Cristo que apoya a 30 personas en la capital de Los Ríos, terminó convertida en una modelo sonriente y empoderada. Conoce aquí su historia.
Por Ximena Torres Cautivo / Fotos: Mauricio Hofmann
8 Febrero 2025 a las 19:54
Vicenta Astorga (68) acepta ser entrevistada. Contar cómo sobrelleva el trabajo de cuidadora de su madre de 90 años, quien está postrada y tiene un progresivo deterioro mental, siendo ella misma adulta mayor. Pero prefiere no ser fotografiada ni grabada en video.
Eso no… inicialmente.
Ella es una de los 30 participantes del Programa de Atención Domiciliaria para Personas Mayores (PADAM) que el Hogar de Cristo tiene en Valdivia. Un par de veces al mes recibe la visita del equipo integrado por Berta Catrileo, trabajadora social, y Nery Salas, técnico social, que se turnan para llevarle la provisión mensual de pañales para su mamá. En una van llegan hasta la casa pareada de un pasaje de la Población Los Alcaldes, donde habitan Vicenta, su madre, la menor de sus tres hijas, que sufre depresión, y sus dos hijos varones, “mis nietecitos”. En la vivienda vecina, en cambio, vive sola la laboriosa Rosa Montecinos (69), que es parte del mismo programa y destaca por su primoroso jardín, lleno de piedras pintadas por ella misma.
Ambas casas son parte del sistema de viviendas en comodato para adultos mayores en situación de vulnerabilidad, que existe en Chile desde 2011. El contrato se renueva cada dos años y no significa propiedad del bien inmueble.
Nery Salas, quien a sus 75 años sigue trabajando, explica: “A mí me parece una muy buena forma de asegurar un techo a las personas mayores en situación de pobreza. Ninguno de ellos podría costear el arriendo de una casa, que no bajan de 250 mil pesos mensuales en Valdivia, con la PGU que reciben. Esta es una muy buena solución”.
También es una importante ayuda la que les lleva el Hogar de Cristo. En eso, Vicenta no escatima agradecimientos:
–Desde hace unos dos años, mi mamá necesita usar pañales para adultos y son caros. Muy caros. Los económicos le provocaban alergia, por lo que no servían. Así es que se trata de un aporte muy importante para nosotros.
Vicenta en la casa en comodato que su padre consiguió para su mamá. A la izquierda, está Claudia Ruiz, jefa de operación social de Valdivia y a su izquierda, la técnico social del programa de atención domiciliaria para adultos mayores, Nery Salas. Muy seria, Vicenta al comienzo no muestra su sonrisa.
Elegante, de voz serena y hablar pausado, Vicenta atribuye a la mala suerte y al traslado familiar a Valdivia sus penurias y las de su familia. Cuenta:
–Yo soy nacida en Punta Arenas. Siempre viví muy cómodamente, muy cerca de mis viejitos. Sólo dos años, recién casada, no viví con ellos bajo el mismo techo. Mi marido que trabajaba en Neuquén, decidió que nos trasladáramos a Valdivia. Era más cómodo para su trabajo, dijo.
Vicenta, sus tres hijas y sus padres, se instalaron en una bonita casa en Valdivia. Pero repentinamente su marido desapareció. “Y nos quedamos aquí sin un peso. Yo, mis viejos y tres niñas, de 10, 7 y un año y medio. Así fue como me enteré que en Neuquén él había armado otra familia y que teníamos que arreglarnos solos. No vino nunca más. Y, honestamente, yo no había trabajado nunca en mi vida”.
La dignidad, la claridad, la simpleza con que Vicenta narra las penurias que pasaron es digna de admiración. La familia tuvo que buscar y arrendar una nueva casa. “Nos fuimos a la población Yáñez Zavala, un sector muy vulnerable, con mucha delincuencia acá en Valdivia. No nos atrevíamos a asomarnos a la puerta. A mi hija mayor le dio depresión. La avergonzaba el lugar donde vivíamos”, relata. Y continúa: “Yo misma empecé a enfermarme. Fue en el Hospital Regional donde me dijeron que pidiera ayuda social, pero al verme bien vestida con la ropa que tenía de siempre, como que me descartaban. Es como que para merecer ayuda, uno debe verse andrajosa, lucir como pordiosera”.
Vicenta cuenta que su papá que había tenido carnicería en Magallanes, encontró pega como carnicero. Luego, el actual senador Iván Flores se lo llevó a trabajar a una parcela cercana a la ciudad.
–Mi papá sabía relacionarse con los políticos. Hizo campaña puerta a puerta por el senador Flores. Eso le permitió acceder a esta casa con formato de comodato, de cuyo contrato ahora es titular mi mamá. Eso fue una buena cosa. Pero mi viejito empezó a enfermarse. A mí nadie me daba trabajo hasta que conseguí que me tomaran como cuidadora de un caballero mayor que llevaba como doce años postrado. La señora tenía una mueblería en el centro. Finalmente, a ella le empezó a ir mal. Primero me propuso que la mitad del día cuidara al marido y luego fuera vendedora en la mueblería. Ahí aprendí mucho. Finalmente, ella me pagó lo que me debía con muebles. Ahí se me ocurrió seguir yo a cargo de la mueblería.
Vicenta y el hijo menor de su hija menor, que viven con ella. Vicenta muestra feliz su sonrisa.
De ese rubro pasó a tener un bazar, donde vendía de todo un poco. Eso le permitió sacar adelante a sus hijas. “Yo aprendí a fijarme propósitos y trabajar por ellos. El mío era que las niñas terminaran cuarto medio. Y lo logré. Salieron con especialidad en ventas y en secretariado. La menor, desgraciadamente, no pudo seguir estudiando. Quedó embarazada y fue mamá a los 19 años y ahora está con depresión y no ha logrado encontrar trabajo”.
Esto significa que, tras la muerte de su padre, su querido viejito, hoy Vicenta está absolutamente concentrada en el propósito de cuidar a su mamá y a su hija. Y, a sus dos nietos, por añadidura. “Afortunadamente, ellos están becados en el colegio Martin Luther King”.
Lo más duro, cuenta, fue asumir el deterioro mental de su mamá. Aunque hoy lo tiene bien y serenamente asumido.
–Ella parecía entre comillas lúcida, pero a veces no me conocía, o se ponía agresiva, gritándonos e insultándonos. Lo más común era que viese a mucha gente, que conversara con ellos e inventará historias. Eran sus momentos sicóticos que a mí me desesperaban, me desconcertaban y me provocaban mucho enojo. De verdad, me contaba entender qué estaba pasando con ella.
Ahora ha asumido que sólo tiene que cuidarla, oírla, quererla. “Me he hecho una rutina para cuidarla. Ahora mismo, duerme. A veces, hablamos mucho. La alimento, la limpio, la cuido”.
–¿Te imaginas cómo será tu vida cuando ella ya no esté?
–Sin duda, su partida me provocará un vacío enorme.
Vicenta habla todo. Y no escatima detalles, por eso llama tanto la atención que no quiera fotos. Pero ya relajada y confiada nos comenta:
–Yo tuve anemia severa. Se me soltaron las muelas y perdí los dos dientes delanteros. Fui al programa Sonrisa de Mujer, pero me pusieron en lista de espera y aún sigo esperando. Desde la pandemia y hasta hace poco, usaba mascarilla cuando estaba con gente que no fuera de mi familia. Me daba mucha vergüenza no tener dientes. No poder reírme. Tener que estar siempre seria.
Por eso, tanto como los pañales que recibe su mamá, Vicenta agradece al estudiante en prácticas de Trabajo Social Cristián Briceño, haber logrado que volviera a sonreír.
–¿Cómo es eso, Vicenta?
–A él le intrigó mucho que usará mascarilla cuando venía como estudiante en prácticas a visitarme con el Hogar de Cristo. Un día me preguntó por qué lo hacía. Que si estaba enferma. Le expliqué lo que me pasaba y dijo: “Yo lo voy a arreglar. Probablemente, haya que tener paciencia, pero lo lograremos”, me dijo, con su personalidad segura y extravertida, porque es un joven muy contactado. Yo le respondí que llevaba tanto tiempo esperando, que viera qué podía hacer. Una semana después me llamaron del dentista del CESFAM, me citaron, me hicieron las pruebas y ¡ya tengo mi prótesis preciosa! Todo el proceso duró un par de meses.
Con Rosita, su vecina y compañera en el programa de atención domiciliaria de Valdivia. Vicenta primero no quería fotos, pero al contar su historia se decidió a posar y mostrar su sonrisa. León, el nieto de su vecina, también quiso hacerlo.
–¿Y por qué no la tienes puesta ahora mismo?
–Porque debo ir de a poco, me indicaron, para que la boca, las encías, se acostumbren al uso. Debo ir poniéndomela a ratos en el día hasta que no me dañe y sea natural tenerla puesta todo el tiempo.
–¿Te la podrías poner ahora para que podamos tomarte fotos?
–¿En serio? ¿Y puedo aparecer con mi gata? –dice, mientras corre a prepararse.
Así fue como conocimos la sonrisa de Vicenta.
Vicenta muestra su sonrisa y posa feliz con su adorada gata.
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