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Nelly León:

De Peralillo a Abu Dabi

Con 65 años, esta profesora de religión y monja del Buen Pastor, lleva décadas abogando por los derechos de las personas privadas de libertad, en particular de las mujeres. Nacida en una comunidad rural de la región de O´Higgins, este febrero de los megaincendios, obtuvo el Premio Zayed 2024 como ejemplo de persona que practica la fraternidad humana, creado por el papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar.

Por Ximena Torres Cautivo

8 Marzo 2024 a las 08:34

“Un día una alumna de cuarto básico se me escapó de la sala, la fui a buscar y la encontré haciéndole sexo oral a uno de los hombres que hacía el aseo”. Eran los tiempos de la dictadura. Nelly hacía su práctica en pedagogía en una escuela básica en Pudahuel. Solo tenía 21 años. Hoy Nelly León es la capellana de la Cárcel de Mujeres y se hizo famosa en 2017 al denunciar frente al Papa Francisco que en Chile se encarcela la pobreza.

Así partía la primera entrevista que le hizo Hogar de Cristo, en 2016, a Nelly León Correa (65), profesora de religión y capellana del Centro Penitenciario Femenino de Santiago, desde 2005. La religiosa del Buen Pastor es también creadora y presidenta de Fundación Levántate.

En su cuenta de X define así sus afanes: “Vivo con pasión la vocación que el Señor me regaló” y se dedica a luchar por “por la dignidad de las mujeres”. En particular, de las privadas de libertad.

La hermana Nelly León en el CPF de Santiago con una gendarme. La foto es de 2016. AGENCIA BLACKOUT

La hermana Nelly, como se la conoce, nació en Peralillo, comunidad rural de la región del O´Higgins; estudió pedagogía, carrera que financió trabajando como empleada doméstica y en comercios. Hoy es reconocida mundialmente por su consecuencia en la defensa de sus congéneres encarceladas.

Este 2 de febrero, el mismo día en que la región de Valparaíso se quemaba a causa del megaincendio, se supo que había recibido el Premio Zayed 2024 como ejemplo planetario de los valores consagrados en el Documento sobre la Fraternidad Humana.

El texto, firmado en 2019 por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmed Al-Tayeb, se conoce también como el Documento de Abu Dabi. Y su espíritu central tiene que ver con proteger al ser humano por encima de cualquier diferencia, sobre todo las religiosas.

Nelly León basa su acción en eso: la lucha por la dignidad humana, la cual no puede verse atropellada por el estar en prisión. En su estilo simple, sencillo, directo, recopilamos aquí parte de su historia y de sus convicciones a partir de tres profundas entrevistas que nos ha dado.

En esa inicial, en 2016, concluyó así ese recuerdo: “Después de vivir ese episodio, fui a hablar con la directora de la escuela para hacer la denuncia. Pero no hicieron nada, entonces no se hablaba de abuso o de violaciones de niños, nada. Era un tema que no le hizo sentido a nadie, solamente sacaron al hombre del colegio”.

DEL SENAME A LA CÁRCEL

No digamos que esa circunstancia definió su vocación religiosa, pero sí empezó a perfilar su sentido social, sobre todo en defensa de las mujeres encarceladas. Esas que cargan con todos los prejuicios del mundo.

En 2021, nos dijo: “La fila en la Penitenciaria de Santiago está constituida en un 90 por ciento de mujeres que van a visitar a sus hombres. En el centro de reclusión femenina, apenas un 20 por ciento son hombres; el resto son madres que van a ver a sus hijas. El hombre, la pareja, se ausenta, se desentiende, no asume ninguna responsabilidad por el delito de su compañera”.

La hermana Nelly sostiene que la serie de desventajas que acumulan las niñas o adolescentes pobres y bajo la protección del Estado a lo largo de la vida, se acentúan por el simple hecho de ser mujeres. Eso es lo que los más intelectuales llaman “interseccionalidad de género” y que concluye en que las mujeres pobres sean más pobres que los hombres pobres.  Así lo explica:

En la misma visita, con un grupo de internas. Las mujeres encarceladas son más pobres, más vulnerables y más estigmatizadas que los hombre, dice Nelly León. AGENCIA BLACKOUT

–Una mujer encarcelada es doblemente pobre, porque está privada de libertad y llena de carencias, pero no deja de ser madre y de estar centrada en lo que pasa fuera con sus hijos. Su mayor preocupación es que sus hijos estudien, que no pasen necesidades y está siempre latente en ellas la amenaza de que vayan a parar al Sename.

El Sename ya no se llama así y tampoco “Mejor Niñez”. La ambiciosa promesa que involucraba el cambio de nombre, se prestó para toda suerte de ironías y hubo que cambiarlo de nuevo. Al margen de esas nomenclaturas de inspiración política más que otra cosa, Nelly León, nos dijo en 2021.

La hermana Nelly León en 2019, poco antes de la pandemia, fotografiada por La Tercera.

“Este comienzo de año, tengo tres historias en mente que me han relatado madres encarceladas. Una de ellas tiene que ver con la muerte de una de sus hijas como consecuencia de una violación en una residencia. Así de brutal. No fue en broma cuando le dije al Papa que en Chile se encarcela la pobreza. La mujer que cae presa normalmente es pobre y delinque por necesidad. Roba para darles de comer a sus hijos, vende papelillos en la esquina para comprarles zapatos. No las justifico pero las entiendo en su pobreza, entorno y desesperación. La mujer pobre, sí: es mucho más pobre que el hombre pobre, y las más pobres están en la cárcel”.

PRESA EN PANDEMIA

La pandemia obligó a la hermana Nelly a “encarcelarse ella misma” y quedarse a vivir en su oficina del Centro Penitenciario Femenino para no convertirse en vector de contagio. Entonces nos dijo: “Este tiempo ha sido terrible para las mujeres precisamente porque no han podido ver a sus hijo. Las he acompañado y he visto su sufrimiento. Y, aunque hemos inventado video llamadas y otras formas de comunicación es muy duro para ellas no poder abrazarlos”.

¿Existe una relación causa-efecto entre haber sido “niña Sename” y terminar siendo una adulta privada de libertad?   

–Las mujeres privadas de libertad suelen venir en desventaja desde el vientre materno. Allí empiezan a vivir la vulnerabilidad y la pobreza. Son dañadas desde su más tierna infancia, por lo tanto su crecimiento y desarrollo se hace muy complicado. Ellas han vivido inmersas en el mundo de la pobreza, no han conocido otra forma de vivir, ven a sus padres metidos en el robo o en el tráfico y de a poco van repitiendo la historia, no es raro que hayan estado bajo la protección del Estado. Por eso, en fundación Levántate, hablamos de inclusión, no de reinserción. Soñamos con el día en que el Estado y la sociedad entiendan que, aunque nacimos en lugares distintos, podemos tener las mismas oportunidades, que se puede romper el círculo de la pobreza y la desigualdad.

Una pregunta que liga a “niñas sename” y a mujeres adultas en la cárcel, ¿en qué proporción unas y otras acarrean experiencias de violencia, abuso y explotación sexual?

–De cada 10 mujeres con las que hablo, al menos 6 en la tercera o cuarta conversación son capaces de revelar que fueron violadas y abusadas desde muy pequeñas. Este es un tema muy profundo, que tiene mucho que ver con la pobreza, con la promiscuidad que se da en situación de hacinamiento, donde el abuso y la violación son casi naturales. Recuerdo el caso de una mujer que de niña hizo vida marital con su hermano porque creía que eso era normal.

La foto que ha circulado de Nelly León con ocasión del Premio que recibió este febrero de 2024.

¿Cómo se repara, hermana Nelly, un trauma de este tipo, una vida rota?

–Nunca se repara, pero tal cual como en la historia del jarrón quebrado en que se logran reunir y pegar las piezas y volver a llenarlo de agua sin que se filtre, las huellas de esa fractura no se borran. El cántaro puede usarse, funciona, pero mantiene las cicatrices como un recordatorio del cuidado que hay que tener con él. El cariño, el cuidado, la ternura, el aprender a quererse a sí mismas son las claves.

Es clara cuando comenta: “La mayoría de las mujeres con que yo comparto nunca han sentido el amor verdadero. El amor, para ellas, ha sido siempre tú me das, yo te doy. No conocen la gratuidad en la relaciones. Cuando transforman su experiencia de un Dios castigador por la de un Dios amoroso, que las ama por ser personas, al margen de lo que hayan hecho, creo que es posible reparar sus vidas. No es fácil, es largo, muy largo, pero vale la pena. Vale toda la pena que ellas acarrean”.

CABO, NO MAMÁ

El año pasado, volvimos a conversar largo y tendido con la capellana, nombre que ella logró imponer, porque antes las religiosas que asistían a las presas se llamaban “coordinadoras pastorales, en cambio, los sacerdotes en la misma función siempre han sido  “capellanes”. Ella se hizo nombrar capellana y la condición se impuso y se respeta.

En 2023, hubo dos películas que marcaron pauta: el largometraje documental “Malqueridas” y el corto “Volver a Casa”, ambos muestran la realidad de las cárceles de mujeres. Nelly conocía a la mayoría de las protagonistas.

Con la mayoría de ellas, he compartido mucho. Lo que no sabía y lo que muestran estas imágenes es hasta qué punto la noche potencia la situación de vulnerabilidad en que viven. En el día, están las funcionarias, hay una mayor vigilancia, más control. Veo en esas imágenes algo de lo experimenté en pandemia, durante los dieciocho meses que me quedé dentro de la cárcel. A mí nunca me habían impactado tanto los silencios de la noche como cuando, paseando por los patios, se escuchaba de repente un grito desolador de auxilio. Eso marca un antes después en mi conocimiento de la cárcel.

La capellana por derecho propio y reivindicación feminista, Nelly León, con un grupo de internas.

Otra cuestión que la estremece es “que la primera palabra que aprendan los niños en la cárcel sea cabo, no “mamá”.

Explica:

–Cabos son las gendarmes, las funcionarias, y esa es la palabra que más se repite ahí adentro. “Cabo, esto”, “Cabo, esto otro”, “Gracias, cabo”, “Permiso, cabo”. Los niños oyen y repiten. He visto en todos estos años crecer e irse a tantos niños. Verlos nacer y crecer en este ambiente. Pensar que ese inocente también está preso. Es angustiante, por eso todas nosotras nos preocupamos de que esa mujer embarazada tenga un acompañamiento dedicado. Les armamos el ajuar, buscamos que nada les falte para que el día que van a tener su bebé lo hagan como cualquier mujer en el medio libre. Esa es una preocupación central de las voluntarias de Fundación Levántate.

Conocer in situ una cárcel de mujeres, permite al que lo haga, dejar de lado prejuicios y soluciones simplistas. Sobre todo para este grupo, que representa menos del 10 por ciento de la población privada de libertad en Chile. Que en casi un 90% son madres y que mayoritariamente están presas por microtráfico de drogas. Es decir, son el eslabón más débil de la cadena de un delito con una estructura absolutamente machista, donde las mujeres son sobre todo víctimas.

LA LEY SAYEN

Por eso, la hermana Nelly y otros como ella desde antes del estallido social abogan por que se apruebe la Ley Sayen que lleva desde 2017 guardada en un cajón en el Congreso. La iniciativa legal propone que las mujeres con hijos menores de 2 años, y embarazadas, no cumplan su condena en la cárcel, sino en arresto domiciliario. Y, aunque se ha dicho que se encuentra lista para ser votada en sala, el horno social –con altos índices de delincuencia y un clamor ciudadano por medidas más duras– no parece estar para esos bollos.

–Llegué a trabajar al CPS en 2005. Entonces había dos mil doscientas internas. Ahí sí que era horroroso el nivel de hacinamiento y la indignidad en que vivían. Ahora son un poquito más de 600 mujeres en ese espacio. Están mejor distribuidas, muchísimo mejor y con mayor conciencia de la importancia de mantener bien sus espacios habitables. Hoy cuentan con lugares más dignos, aunque partiendo de la base de que habitan en espacios construidos por hombres y para hombres.

Se refiere al concepto de habitabilidad con perspectiva de género, que está hoy en boga, pero que no se ha hecho aún realidad en los complejos carcelarios femeninos que conoce Nelly.

Profundizando en las diferencias de género, ellas son mucho menos que ellos (alrededor de un 10% del total). Aunque somos el segundo país con más mujeres privadas de libertad de la región. Sólo nos “gana” Venezuela. 

Cada mujer privada de libertad tiene un promedio de tres hijos que quedan en situación precaria, sin supervisión adecuada. Más del 60% son jefas de hogar.  Un 58% no  terminó el colegio, la mayoría son chilenas y jóvenes: tienen entre 20 y 39 años. Casi el 48 por ciento de las condenadas lo está por delitos asociados con la ley de drogas.

La capellana entiende a las personas y la preocupación común cada vez mayor por los temas de seguridad. Pero insiste en que se requiere una mirada de más largo plazo. “La tentación de medidas duras y espectaculares de corto plazo es muy tentadora, pero yo creo que se debe tener una mirada más larga”. Y agrega, sin tapujos:

–Los medios de comunicación son el peor juez. Los que instalan un temor tremendo si un magistrado deja a una persona en libertad, porque la sociedad se ha vuelto ultra punitiva. Quiere a todos en la cárcel sin distinciones ni matices. Todo el mundo cree y siente que la cárcel es la solución y no lo es. Yo estoy impresionada, muy mal impresionada, de que en octubre ¡no hubiera en el CPF ninguna libertad condicional! Es tremendo contener a esas mujeres que se había hecho ilusiones, que habían soñado con su libertad y que quedan sumidas en la frustración y la amargura.

–En ese contexto y considerando el perfil de las mujeres que están privadas de libertad, ¿crees que es posible su reinserción?  

–Al leer las encuestas CADEM, cada semana, la mayoría de las personas quiere tener al máximo de gente privada de libertad. Así, la reinserción parece algo irreal. Algo alejado de las preocupaciones de la gente y de las autoridades. Pero de los cientos de mujeres que han pasado por la Fundación Mujer Levántate apenas un seis por ciento ha reincidido –dice, con satisfacción.

Por eso, Nelly León insiste en que no se puede hablar desde el prejuicio y el desconocimiento. Y finaliza, diciendo: “Las cárceles son la réplica de lo que tenemos afuera, en los cordones de pobreza de nuestras ciudades. Adentro se replica la violencia, la inseguridad y la necesidad de sobrevivir que se vive afuera. Sobre todo en el caso de las mujeres, que son madres solas. Sin redes, ni herramientas. Si viviéramos mejor fuera, estoy segura de que no necesitaríamos más cárceles”.

 

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