Elsa y Alejandro el día de su matrimonio.
Con 12 años en pareja, muy al comienzo de su relación, tomaron la decisión de no tener hijos. “No tenemos ningún problema biológico que nos impida tenerlos, pero había otras diversas razones que nos llevaron a decidir no ser padres. Pero hace un tiempo empezamos a sentir que algo nos faltaba. Nos pusimos a investigar y ahí llegamos a la posibilidad de ser familia de acogida, aunque tampoco sabíamos bien qué era”.
-¿Y qué es?
-Es convertirse en un puente de amor entre la familia de origen, el niño o niña o adolescente que requiere protección y la familia de acogida. Nosotros somos familia externa, porque también existe la familia de acogida extensa, que es cuando familiares consanguíneos ofrecen hacerse cargo. Nosotros no tenemos ningún vínculo consanguíneo con la niña. Familia de acogida es brindarle la posibilidad a un niño de que viva en familia, que es uno de los derechos fundamentales de la infancia, mientras su familia de origen se restituye o se le encuentra una familia definitiva. No es lo mismo que una familia adoptiva. Es una situación transitoria para el niño. Dura máximo dos años.
-¿Nunca barajaron la idea de ser familia adoptiva?
-Sí, lo evaluamos, pero en esta idea de dejar huella, nos planteamos que hay tantos niños, niñas y adolescentes que están en residencias de menores, que quizás ayudábamos más y a más siendo familia de acogida. Nosotros ya llevamos casi 2 años con la chiquitita… Y, ciertamente, la situación ha cambiado.
Quizás por su formación y conocimiento, o quizás por su personalidad, Elsa es extremadamente delicada para referirse a su hija de acogida. De manera muy natural, no da ningún antecedente que permita identificarla, salvo que es niña y que ya tiene 4 años. Ni siquiera la llama por su nombre. Tampoco ahonda en el tipo de vulneraciones que la llevaron a quedar bajo la protección del Estado.
Cuenta que cuando se inscribieron para ser familia con la guía de la Fundación Adra, que trabaja con niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo social y vulneración grave de derechos, en alianza con el Servicio Nacional de Protección, pidieron que fuera un niño o niña mayor de 5 años.
-Lo pensamos así por nuestros trabajos. Necesitábamos una personita un poco más independiente. Cuando ya nos certificamos y capacitamos en habilidades parentales, proceso donde la teoría queda chica al lado de la práctica, nos hablaron de una guagua. De una lactante. Dijimos que no. Que preferíamos seguir esperando hasta que se diera la opción de tener un niño o niña mayor. Poco después nos llamaron por esta chiquitita. Nos dijeron que tenía 2 años. Igual era una guagua, pero mi esposo me dijo: “¿Sabes qué? Yo creo que ella es. Démosle”. Sin verla siquiera. Fue como del corazón. “Ya, sí, démosle”, dijimos ambos.
La familia de acogida, con la niña que les cambió la vida.
Los llamaron un jueves y la niña ya estaba con ellos el lunes siguiente. “La audiencia fue el lunes por la mañana y nosotros la tuvimos en casa por la tarde.
-¿Cómo fue ese inicio?
-Al principio, fue difícil. Muy difícil, porque era una niña que venía muy dañada emocionalmente. Tenía una mirada dura, no sonreía, no tenía límites. No la conocíamos, en definitiva. Era complicado para nosotros y para ella. Nos llamó mucho la atención lo poco que le costó quedarse esa primera noche en nuestra casa. Nosotros pensábamos: va a llorar, va a extrañar, va a echar de menos… Nada. Se acurrucó y se durmió. Esos primeros días fueron muy complicados. Costaba saber qué le gustaba. Hablaba nada, se le entendía poco -describe Elsa.
Considera que todo ha sido “un proceso de descubrimiento mutuo. Como familia, como pareja, como padres, como matrimonio. Ella nos ha enseñado mucho. Ha sido como nuestra pequeña gran maestra. Los primeros tres meses fueron complejos. De harta tristeza al constatar el daño, todo lo que viven estos niños. Cuando uno se va enterando de sus realidades, de sus historias, uno se sensibiliza y se conmueve, porque son niños. ¡Cómo pueden acarrear tanto sufrimiento y vulneraciones a su corta edad!
-¿Nunca se arrepintieron de tenerla con ustedes?
-He escuchado de devoluciones de guaguas, incluso por parte de familias adoptivas. Nosotros jamás nos hemos arrepentido y nos hemos esforzado en dar testimonio de lo positivo que es esto. Ahora mismo en la región del Maule hay muchas más familias de acogida. Cuando nosotros partimos, éramos apenas cuatro. Muy poco para todos los niños que están en residencias y que necesitan vivir en familia. Tener una vida estable, rodeados de amor.
Y habla desde su experiencia: “Ver la transformación de ella es impagable. Es otra. No tiene nada que ver con la niñita que recibimos un día lunes, dos años atrás. Hace que cada día te felicites por tu decisión de tenerla. Hoy sonríe, se comunica, tiene sentido de pertenencia. Le preguntamos hace poco si quería vivir con nosotros hasta que fuera grande y respondió que sí. Dice que nosotros somos sus papás de corazón, que la nuestra es su casa y que en ella están sus juguetes”.
Al comienzo, confiesa Elsa, ellos tenían cierta reticencia con su familia de origen. “Pero nos dimos cuenta de que no podíamos ser egoístas. Nosotros estamos detrás de ella, acompañándola, conteniéndola, siguiendo sus pasos, pero también ayudándola a que sepa de dónde viene. Mi esposo siempre me ha dicho: ‘Quizás no sólo estamos dejando una huella en ella, estamos dejando una huella en su familia’”.
El padre biológico de la niña está más presente que la madre, a la que se le pierde la pista. Es más: no llegó a la audiencia en que se concretaría el paso de familia de acogida, que -como ya vimos- tiene un plazo máximo de dos años al de tutores responsables hasta que cumpla 18 años.
-¿Cuál es la razón del cambio?
-Nosotros partimos este enero pensando que la niña se iría en diciembre de 2025. Lo único que pedimos al Tribunal de Familia fue que ella pudiera terminar su pre kínder. Ya ha tenido tantos cambios en su corta vida, evitemos uno más, pensamos. Lo aceptaron así. En marzo, empezamos a hablar con la curadora de la niña. Nos dábamos cuenta de que condiciones básicas para su bienestar, como red de apoyo, estabilidad económica, emocional, psicológica, todo eso, no estaban por parte del papá. Menos por el lado de la mamá. Entonces empezamos a convertirnos en su voz. Nos dimos cuenta de que teníamos que luchar por ella y por su estabilidad. Así averiguamos sobre esta figura de tutores legales permanentes hasta los 18 años. Obviamente, los padres biológicos deben firmar y estar de acuerdo.
Al firmar, ellos desisten de sus derechos sobre la niña. “De hecho, en el certificado de nacimiento aparecen los nombres de los padres biológicos y abajo los nuestros, como tutores legales. Estamos en ese último trámite, que quedó pendiente porque la mamá no asistió a la audiencia”.
A Elsa y a Alejandro, Adra les ha ayudado mucho, pero ella dice que la teoría no tiene nada que ver con la práctica.
Sobre este punto, reflexiona:
“Las pataletas, los berrinches, esas cosas uno las logra manejar, pero entender, desde lo emocional, el vínculo de ella con su familia de origen, cuesta mucho. La niña al principio, cuando veía a su mamá, se desregulaba mucho. Y esas desregulaciones nos provocaban sentimientos a nosotros. Pero muy pronto entendimos que ella debe saber de dónde viene. Ella hoy sabe que tiene su papá y su mamá biológicos, pero también a nosotros nos reconoce como sus padres”.
-¿En qué notas ese reconocimiento?
-De hecho, para el Día de la Madre, solo hizo un regalo y me lo dio a mí. Pero para el Día del Padre hizo dos regalos y le dijo expresamente a la tía del colegio: “Yo quiero hacer dos regalos. Porque tengo dos papás, mi papá de la guata y mi papá del corazón”. ¡Una niña de 4 años! Ella nos conmueve, nos enseña, día a día. Y nosotros tratamos de que aprenda que el mundo también es amable, que los adultos son cariñosos. Que no sólo se quede con lo feo que ella vivió y sea feliz.
-¿Invitarías a otros a ser familia de acogida?
-De todas maneras. Creo que es una muy buena alternativa a las residencias de protección. Claramente, no es fácil, es algo que transforma la vida. Hoy para ser familia de acogida, no es necesario estar casado. No es necesario estar en pareja. Debe ser una persona o una pareja obviamente capacitada y evaluada para cumplir el rol, que sopese el valor que tiene restituir el derecho a vivir en familia de un niño, niña o adolescente gravemente dañado. Es cumplir con el sueño que nosotros teníamos como seres humanos: dejar huella. Una huella linda.
Epílogo: Hoy más de 41 mil niños, niñas y adolescentes están en lista de espera en el Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia. Desde octubre de 2021 a la fecha, la atención residencial mensual ha aumentado en un 15%, especialmente en niños de 0 a 3 años. Son esos pequeños que quedan abandonados en el Hospital de Curicó, el tercer recinto público con mayor número de guaguas abandonadas, como bien sabe Elsa Bezamat.