“Cuando hay disparos, calmamos a los niños cantando”
Mientras afuera el peligro acecha, en la Sala Cuna Monseñor Santiago Tapia del Hogar de Cristo, Katherine y su equipo trabajan para que las risas de los niños se impongan al eco de las balas. Lleva 11 años protegiendo a los más pequeños en la población El Castillo, uno de los sectores más golpeados por la violencia en Santiago, donde el cariño y la contención salvan vidas.
Por Matías Concha P.
18 Marzo 2025 a las 15:20
Conocimos a Katherine Osorio (38) gracias a Orlando “Nano” Contreras, capellán del Hogar de Cristo en la Región Metropolitana, quien tras 25 años de trabajo parroquial se ha dedicado a acompañar a las comunidades más vulnerables. Fue él quien nos presentó a esta educadora que, desde hace 11 años, cuida y protege a niños vulnerables de hasta dos años en la población El Castillo, donde el cariño y la contención se han vuelto un acto cotidiano de resistencia.
–Este año cumplo 12 años trabajando aquí, llegué en 2013. Antes trabajaba en el club de polo de Vitacura, un ambiente completamente distinto. Y la verdad, fue muy fuerte. Yo vengo de una familia trabajadora, no de clase acomodada, pero llegar acá fue otro mundo. Me encontré con jóvenes de 20, 25 años que tenían segundo básico y que no sabían leer ni escribir. El primer año me lo lloré todo.
La Sala Cuna Monseñor Santiago Tapia del Hogar de Cristo, recibe a 60 niños vulnerables en La Pintana
–Cierto. En Vitacura, nunca me pidieron pañales o leche para llevar a la casa. Pero los niños igual necesitaban cariño, contención y seguridad emocional. Esa necesidad es la misma en todos lados.
–Hay de todo. Familias venezolanas que han peregrinado con mucho esfuerzo desde su país y te cuentan que cruzaron el desierto caminando. Hay familias trabajadoras que se esfuerzan muchísimo, pero que están en trabajos informales y con malas condiciones laborales. También hay muchas mujeres que llegan con una carga emocional tremenda.
La población El Castillo, en la comuna de La Pintana, carga con una historia de exclusión que se remonta a la dictadura militar. En los años 80, cientos de familias que antes vivían en sectores acomodados fueron trasladadas a este rincón periférico de Santiago. Sin servicios básicos ni redes de apoyo, las calles se llenaron de familias desplazadas y se sumó precariedad a una zona que ya enfrentaba problemas sociales. Décadas después, esas heridas siguen abiertas.
“Hoy, además de la pobreza, lo que abunda en sus calles es la violencia. No es que todos los días haya balaceras, pero hay momentos en que la cosa se pone difícil y tenemos que tomar medidas y activar los protocolos en caso de balacera”, cuenta Katherine. “A veces las familias quieren venir corriendo a buscar a sus hijos cuando pasa algo, y ahí tenemos que calmarlas y decirles: “Espere un ratito, no se exponga”.
–Bueno, si escuchamos balazos o notamos que algo raro está pasando afuera, lo primero es mantener la calma. Si hay niños en el patio, los entramos de inmediato y nos vamos todas a una salita del medio, que es más segura. Ahí estamos juntas, los niños quedan contenidos y nosotras tratamos de calmarlos cantando canciones o distrayéndolos para que no se den cuenta de lo que ocurre. También nos mantenemos en contacto con Carabineros y, si es necesario, avisamos a las familias para que esperen antes de venir a buscar a sus hijos. Lo importante es que no entremos en pánico, porque si nos ven asustadas, ellos se asustan más.
Ese esfuerzo por transmitir calma es parte fundamental del trabajo que realiza el equipo educativo de la Sala Cuna Monseñor Santiago Tapia. El recinto acoge a 60 lactantes de hasta dos años, muchos de ellos hijos de familias vulnerables, migrantes o con trabajos informales. Para protegerlos, el equipo –compuesto por dos educadoras, nueve técnicos en párvulos y una directora– no solo se preocupa de su seguridad física, sino también de su bienestar emocional.
El sello de la Sala Cuna de Hogar de Cristo es el vínculo afectivo
“Nuestro sello es el vínculo afectivo”, explica Katherine, convencida de que un niño que se siente querido y protegido tiene más herramientas para enfrentar la vida, incluso en un entorno tan complejo como El Castillo. Por eso, además de educar y cuidar, las educadoras trabajan para que el jardín sea un espacio donde las risas, el cariño y la contención logren imponerse a la violencia que acecha fuera de sus muros.
–Nunca. Al contrario, siempre me han dicho que estos niños lo necesitan. Uno puede decir que quiere cambiar el país, que quiere más justicia social. Pero eso se hace aquí, en estos espacios, en el territorio y donde las papas queman, donde trabajas con los que más lo necesitan.
—–Cuando veo que una familia que estaba muy complicada logra salir adelante, que una mamá vuelve y me dice: “Gracias, tía, porque ustedes me ayudaron con pañales, con mi hija, y ahora estoy trabajando y tengo mi casa”, entiendo que esto vale la pena. Además, estos niños se merecen lo mejor. Nosotros les damos una educación de calidad, sin importar si son de La Pintana o de Vitacura. Todos tienen derecho a ser bien tratados, a sentirse queridos y a tener las mismas oportunidades. Yo siento que aquí estamos haciendo algo importante, algo que puede marcar la diferencia en sus vidas. Por eso sigo aquí, donde tengo que estar.